zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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domingo, 31 de enero de 2010

Es imposible callarla (por Federico G. Lorca)

Empieza el llanto de la guitarra.
Se rompen las copas de la madrugada.
Es inútil callarla,
es imposible callarla.
Llora por cosas lejanas.
Llora monótona
como llora el agua,
como llora el viento sobre la nevada.
Llora flecha sin blanco,
tarde sin mañana
y el primer pájaro muerto sobre la rama.
Oh guitarra,
corazón malherido
por cinco espadas.

viernes, 29 de enero de 2010

Hasta el fondo (por Ricardo Fernández)

Un dorado sonido lejano de trompetas
se confunde con las agitadas olas
del pensamiento en una galerna
continua, catarata de recuerdos.
Sabe que un día el sol no surgirá
majestuoso por el horizonte
y la tierra quedará perdida en el olvido
pero en el infinito los besos serán perdurables.
El dolor de la certeza de la muerte
se mezcla con el acre sabor de la existencia
y de esa unión renace, entre lóbrego y febril,
el deseo de apurar hasta el fondo la ceniza.

jueves, 28 de enero de 2010

Para que yo me llame (por Ángel González)

Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo:
hombres de todo mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer,
y cuerpos y más cuerpos fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin,
sobreviviendo naufragios,
aferrándose al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado, el fruto,
lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí, tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste a su ruina,
que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan a ningún sitio.
El éxito de todos los fracasos.
La enloquecida fuerza del desaliento...

miércoles, 27 de enero de 2010

A veces (por Félix Casanova)

A veces, cuando la noche me aprisiona,
suelo sentarme frente a una cabina telefónica
y contemplo las bocas que hablan
para lejanos oídos.
Y cuando el hielo de la soledad
me ha desvenado, los barrenderos moros
canturrean tristemente
y las estrellas ocupan su lugar,
yo acaricio el teléfono
y le susurro sin usar monedas.

martes, 26 de enero de 2010

Lo que esa música me entrega (por Fernando Pessoa)

El velo de lágrimas no ciega. Veo, llorando, lo que esa música me entrega
-la madre que tuve, el antiguo hogar, el niño que fui,
el horror del tiempo, porque fluye, el horror de la vida, ¡porque sólo es matar!-.
Veo y me adormezco en un torpor en que me olvido que existo aún en este mundo que existe...
Estoy viendo a mi madre tocar. Y esas manos blancas y pequeñas, cuya caricia nunca más me arrullará,
tocan al piano, cuidadosas y serenas, (¡Dios mío)

Un soir à Lima.
¡Ah, veo todo claro! Estoy otra vez allí.

Aparto de la luz de luna exterior y extraña los ojos con que la vi.
¿Pero qué? Divago y la música terminó...

Divago como siempre divagué sin tener en el alma la certeza de quien soy,
ni verdadera fe o una ley firme.
Divago, creo eternidades mías en un opio de memoria y de abandono.

Entronizo fantásticas reinas sin tener para ellas un trono.
Sueño porque me baño en el río irreal de la música evocada.

Mi alma es un niño harapiento que duerme en una oscura esquina.
Sólo tengo de mí, en la realidad cierta y despierta, los harapos de mi alma abandonada y la cabeza que sueña contra el muro.
Pero, madre, ¿no habrá un Dios que no me tome totalmente en vano,

u otro mundo en el que ahora esté esto?
Divago aún: todo es ilusión.
Un soir à Lima.
Quiébrate, corazón...

lunes, 25 de enero de 2010

Creían en los hombres (por Saiz de Marco)

Creían en los hombres,
soñaban la utopía.
No sabían de ruindad,
de abyección,
de pequeñez.
No:
ellos creían en los hombres,
soñaban la utopía.
Decían camarada,
compañero,
paz,
humanidad,
mañana…
Apenas tenían ojos para
lo pequeño,
lo abyecto,
lo mezquino.
Creían que el coraje extirparía la ruindad.
Creían que la entrega derribaría la abyección.
Creían que la grandeza aboliría la pequeñez.
Y no. No siempre.
Pero ellos lo pensaban.
Por eso creían en los hombres,
soñaban la utopía.
Creían en nosotros: en nuestra altura, en nuestro valor.
Tal vez aún creen.
Tal vez aún sueñan.
Si es así
por favor no habléis,
no tosáis,
no respiréis.
No hagáis ruido. Andad de puntillas.
(No sea que los despertemos.)
Si es así
-si aún creen, si aún sueñan-,
entonces velemos, protejamos su idealismo.
Si es así,
preservemos su
sagrado
sueño.

viernes, 22 de enero de 2010

Mis cimientos (por Alfonso Alcalde)

No es que me dé vergüenza recordarlo.
Ahí viene mi padre poniendo en orden
las herramientas antes de fabricarme.
Siempre tan exagerado para sus cosas:
asegurando a sus amigos que mascaría
el mar o desclavaría las estrellas
para hacer mellizos
en menos que canta un gallo.
El día que llegó dispuesto
a emprender la hazaña
le trajo un regalo a mi mamá.
Eran flores de papel y ella movía
sus grandes ojos donde nadaba libremente
el resto del mundo.
Entonces mi papá la tomó de la mano
y yo escuchando
tiritando a la intemperie
con mi cargamento alerta
de huesos y ojos alrededor.
Todo es posible. Escoger a ciegas
el destino de 100 años, pedir un capricho mientras
se derrumban las galaxias,
borrar siempre un nombre en la arena,
sentir como el rocío
la primera tibieza de la vida
y golpear una puerta y ser recibido
como después de un largo viaje.
Luego escuché el disparo inicial.
Se pusieron a levantar mis cimientos.
Mi padre moviendo el barro como si fuera
el sencillo pan del Universo
y mi madre llorando y sufriendo
sabiendo de antemano todos los dolores
de cabeza que le iba a ocasionar
tan pronto como naciera.
Y tal como lo predijo, así no más fue.

jueves, 21 de enero de 2010

La silla (por Federico Hernández)

Le pedí a esta silla que te esperara.
Disculpa si permanece fiel a mi desgracia,
si la encuentras firme como un soldado.
Ella no quiso dejarme solo.
Le hablé de ti con más pasión que la polilla.
Tuvo a bien agradecer con calma,
con resignada paciencia y con fricciones
-la casi inaudible voz de su madera-.
No se quejó como el casero,
no puso en duda mi avaricia,
no tuvo roces con mis llagas.
Por eso te espera, obediente;
por eso dice que estuve solo
y que mis abrigos ya no abrigan;
por eso nos ves aquí,
más honestos y amparados que una rabia.
Siéntate.
Ahora dinos que llegaste.

miércoles, 20 de enero de 2010

Pasa tiempo (por Mario Benedetti)

Cuando éramos niños los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía
cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era océano
la muerte solamente
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veterano
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser la nuestra.

martes, 19 de enero de 2010

Ese otro perro (por Saúl Ibargoyen)

¿Quién es ese otro perro
que ladra
en un dialecto que nadie conoce?
¿Por qué debe echar
en los aires chirriantes
de cualquier ciudad
grito a grito los coágulos
de la última voz
de la última tribu?
¿Para qué están de pronto
detenidos los que escuchan?
¿Hacia dónde viajan o huyen
los que dicen que pueden comprender?
¿Para qué hay hombres
que levantan látigos y cuchillos
y abren oscuras campanas?
¿Para qué quiere este animal
vaciarse así
de su canción desperrada?
¿Cuál es la fuerza
que alienta en sus babas sonoras
en sus tripas besadas por la sed?
¿Qué otros perros perdidos
se extinguen
en el silencio que gime
debajo de su piel?

lunes, 18 de enero de 2010

Te invito a un largo viaje (por Paz Díez)

Acompáñame, ven. Por el camino
encontraremos perros y cristales,
semáforos en rojo y cerradas las verjas
de los jardines secos donde la arena ahoga
los linderos bordados de flores humilladas.
Pero no importa. Ven. Encontraremos
rostros adustos, dientes como garras,
violentos gestos y feroces gritos...
Con manotazos bruscos tratarán de alcanzarnos.
Pero, juntos, tú y yo seguiremos la ruta,
sonrosada y alegre, que no marcan los mapas
sobre el gris del asfalto. A cada instante
nos propondrá el deseo un alto vuelo.
Acompáñame, ven. Te invito a un largo viaje
contra el viento, sin coche ni maletas.
Dejaremos atrás placeres preceptivos
y a tanto triunfador con las cartas marcadas.
Buscaremos el norte. Buscaremos un alto
bosque frondoso y el rumor marino.
Y, cercana la hora del silencio,
cuando el sol se derrama como un ámbar
y encierra en su cristal rocas y espumas,
brindaremos, alegres, con la mirada absorta
ante la inmensidad del mar y del olvido.

domingo, 17 de enero de 2010

Qué sin ti estás, qué solo (por Juan Ramón Jiménez)

En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante, cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen,
van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse, mar,
y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late y no lo siente...
Qué plenitud de soledad, mar sólo.

viernes, 15 de enero de 2010

Nuestra felicidad (por Alfonso Alcalde)

En realidad habíamos nacido
el uno para el otro.
Jamás tuvimos un “sí” o un “no”.
Comíamos los dos de un mismo plato.
Ella leía, yo dormía.
La transfusión de ideas era magnífica.
La parentela se daba la mano los domingos.
Hacíamos intercambio de empanadas y pequeños
planes sumamente económicos; comprar maní; leer
una revista, hacer un viaje en ferrocarril.
No hay que complicarse la existencia.
Ése era el slogan favorito.
Y ya ven ustedes el resultado.
Para ponerle el broche de oro a nuestra
felicidad salíamos a dar una vuelta por el barrio.
Mostrábamos nuestros querubines.
Ella de taco bajo y yo sin corbata,
tal como si nos hubieran sacado de un cuadro.
Sólo nos faltaba hablar.
El sol nos revestía de gloria y no era para menos.
La radio invadía nuestro espíritu
con esos gloriosos avisos de Juicio Final, cantados.
Siempre estábamos en comunicación:

Buenos días, ¿como está usted?
Buenas noches. Bien gracias. ¿Y su familia?
Bien. ¿Y la suya?
Pero envejecemos juntos. De eso
no hay duda. Otros tienen su propio infierno.
Acércate porque tengo frío. Estas son
las tentaciones que matan. Te conozco de memoria.
Me conoces de memoria. El tiempo cambia, antes
llovía más seguido. Nos gustaba mojarnos. Éramos
jóvenes. Léeme, por favor el pronóstico
del tiempo: el norte claro…
Buenas noches, querida. Dale cuerda
al despertador. ¿Cerraste todas las puertas
menos una? Mañana será otro día.
Mañana será otro día.
Mañana…

jueves, 14 de enero de 2010

Yo era un niño (por Eduardo Langagne)

Yo era un niño
En el tren a Chihuahua
el paisaje era un frágil futuro
arenoso y sin gente
La paciencia rodaba en el alma con ruido de hierro
Un túnel oscuro veía mis temores marcaba las líneas ocultas del agrio destino
En una estación de madera una niña desértica puso sus ojos brillantes en mí
Yo supe al momento que nunca podría encontrarlos de nuevo
Yo era un niño
Miraba las vías
corriendo ligeras
hasta un sitio llamado horizonte
donde interrumpían su destino
Cuando niño la tierra era plana había trenes y sueños y yo nunca había perdido un amor por no descender en aquella estación oportuno y puntual

miércoles, 13 de enero de 2010

Álguienes (por Saiz de Marco)

Alegría de no estar compactado,
de no ser una mole de cemento,
de no ser sólo alguien
sino álguienes,
de verme después como a otro distinto
(¿cómo pude ser ése que era entonces?).
Alegría de cambiar y
ser ya otro,
de no estar encallado ni varado,
de zarpar,
trasbordar,
desembarcar…
Alegría de no ser siempre el mismo,
de no ser un estanque,
un mineral,
de no ser aún
un fósil ni
una momia,
del ahora y del
por el momento.
Alegría de estar siendo y
ser estando,
del vete tú a saber qué seré luego.
Alegría de fluir.
Alegría.

martes, 12 de enero de 2010

Danza de noche (por Sylvia Plath)

Una sonrisa tuya cae en la hierba
y se pierde para siempre.
¿Y dónde se extraviarán
tus danzas nocturnas? ¿En las matemáticas?
Saltos y espirales tan puros
sin duda recorren
eternamente el mundo, y no me quedaré
despojada de belleza: el don
de tu pequeña vida, tu olor
a pasto mojado cuando duermes, azucenas, azucenas
que no pueden compararse con tu carne.
La cala, los fríos pliegues de su ego,
y el lirio, embelleciéndose a sí mismo
-manchas, y un despliegue de pétalos ardientes-.
Los cometas
tienen que atravesar tanto espacio,
tanta frialdad, tanto olvido.
Así se desvanecen sus gestos
cálidos y humanos, y luego su luz rosada
sangrando y desollándose
a través de las amnesias negras del cielo.
Por qué me son otorgadas
estas lámparas, estos planetas
que caen como bendiciones, como copos de nieve
hexagonales, blancos
sobre mis ojos, mis labios, mis cabellos
rozándome y fundiéndose
en ninguna parte.

lunes, 11 de enero de 2010

El olvido te ocupa todo el tiempo (por Darío Jaramillo)

El olvido no es que algo se borre en la memoria,
el olvido te ocupa todo el tiempo,
a la hora del trabajo o del aseo,
cuando comes o rezas no te olvidas de olvidar.
Nadie repite, no hay regresos, lo sabemos,
pero no descanso de olvidarte,
me gasto cada noche entera contigo, olvidándote.
Tú bien lejos y yo aquí contigo.
Te expulso de mí, te exorcizo,
te llamo a cada segundo para que salgas de mi alma,
para que tu fantasma no me anule.
Ah, nuestros momentos de dicha quedan demasiado lejos
y ya no me justifican los insomnios de este olvido minucioso.
Se me va un día entero olvidando
cada minuto de nosotros.

viernes, 8 de enero de 2010

Casida del llanto (por García Lorca)

He cerrado mi balcón
porque no quiero oír el llanto
pero por detrás de los grises muros
no se oye otra cosa que el llanto.
Hay muy pocos ángeles que canten,
hay muy pocos perros que ladren,
mil violines caben en la palma de mi mano.
Pero el llanto es un perro inmenso,
el llanto es un ángel inmenso,
el llanto es un violín inmenso.
Las lágrimas amordazan al viento
y no se oye otra cosa que el llanto.

jueves, 7 de enero de 2010

Oficio de cobardes (por Juan V. Piqueras)

Nadie es perfecto, claro, y nadie sabe
que por eso está vivo, que le debe
la vida a sus defectos, que vivir
es tarea de astutos, de cobardes.
Si hemos sobrevivido a aquel dolor
que amenazaba con aniquilarnos
es porque no supimos sufrir como queríamos
y fuimos incapaces de fallecer en él.
O fue la vida, que se ama a sí misma
más que nosotros, la que lo impidió.
El miedo es, a menudo, un buen refugio.
La pereza protege. La cobardía salva.
Quizá exagero para que me entiendas:
si seguimos viviendo lo debemos
a no saber sentir, al deterioro
de nuestro asombro, al miedo
y a la astucia de los supervivientes.
Yo sé bien que la muerte se enamora
de los mejores, se los lleva pronto.
Los demás olvidamos si podemos
que no somos lo que desearíamos,
que la memoria inventa lo vivido
para ayudarnos a seguir viviendo.
Todo nuestro saber es nuestra astucia
en adaptarse al medio, en ir tirando,
en adaptarse al miedo, en no morir.
Y así nos va, nos vamos
perdiendo el tiempo, devorando días
y llevando la vida que podemos
por no saber llevar la que soñamos.

lunes, 4 de enero de 2010

Como a un solo ser (por Antonio Gamoneda)

A las cinco del día, en el invierno,
mi madre iba hasta el borde de mi cama
y me llamaba por mi nombre
y acariciaba mi rostro hasta despertarme.
Yo salía a la calle y aún no amanecía
y mis ojos parecían endurecerse de frío.
No era justo, aunque era hermoso
ir por las calles y escuchar mis pasos
y sentir la noche de los que dormían
y comprenderlos como a un solo ser,
como si descansaran de la misma existencia,
todos en el mismo sueño.

sábado, 2 de enero de 2010

Última forma de amar (por Pedro Salinas)

No quiero que te vayas
dolor, última forma
de amar.
En esa realidad
hundida que se niega
a sí misma y se empeña
en que nunca ha existido,
que sólo fue un pretexto
mío para vivir.
Si tú no me quedaras,
dolor, irrefutable,
yo me lo creería.
Tu verdad me asegura
que nada fue mentira.
Y mientras yo te sienta,
tú me serás, dolor,
la prueba de otra vida
en que no me dolías.

viernes, 1 de enero de 2010

A veces (por Nicolás Guillén)

A veces tengo ganas de ser cursi
para decir: La amo a usted con locura.
A veces tengo ganas de ser tonto
para gritar: ¡La quiero tanto!
A veces tengo ganas de ser un niño
para llorar acurrucado en su seno.
A veces tengo ganas de estar muerto
para sentir, bajo la tierra húmeda de mis jugos,
que me crece una flor, rompiéndome el pecho
una flor, y decir: Esta flor,
para usted.