zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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miércoles, 31 de marzo de 2010

Ya sólo van quedando (por J. M. Caballero Bonald)

De todo lo que amé en días inconstantes
ya sólo van quedando
rastros,
marañas,
conjeturas,
pistas dudosas, vagas informaciones:
por ejemplo, la lluvia en la lucerna
de un cuarto triste de París,
la sombra rosa de los flamboyanes
engalanando a franjas la casa familiar de Camagüey,
aquellos taciturnos rastros de Babilonia
junto a los barrizales suntuosos del Éufrates,
un arcaico crepúsculo en las Islas Galápagos,
los prolijos fantasmas
de un memorable lupanar de Cádiz,
una mañana sin errores
ante la tumba de Ibn`Arabi en un suburbio de Damasco,
el cuerpo de Manuela tendido entre los juncos de Doñana,
aquel café de Bogotá
donde iba a menudo con amigos que han muerto,
la gimiente tirantez del velamen
en la bordada previa a aquel primer naufragio…
Cosas así de simples y soberbias.
Pero de todo eso

¿qué me importa
evocar, preservar después de tan volubles
comparecencias del olvido?
Nada sino una sombra

cruzándose en la noche con mi sombra.

martes, 30 de marzo de 2010

Se sienta a la mesa y escribe (por Juan Gelman)

se sienta a la mesa y escribe
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
y más: esos versos no han de servirle
para que peones maestros hacheros vivan mejor coman mejor
o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán
no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos
ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
se sienta a la mesa y escribe

lunes, 29 de marzo de 2010

Están los sueños (por Jorge Luis Borges)

En el fondo del sueño están los sueños. Cada
noche quiero perderme en las aguas oscuras
que me lavan del día, pero bajo esas puras
aguas que nos conceden la penúltima Nada
late en la hora gris la obscena maravilla.
Puede ser un espejo con mi rostro distinto,

puede ser la creciente cárcel de un laberinto,
puede ser un jardín. Siempre es la pesadilla.
Su horror no es de este mundo.
Algo que no se nombra me alcanza
desde ayeres de mito y de neblina;

la imagen detestada perdura en la retina
e infama la vigilia como infamó la sombra.
¿Por qué brota de mí cuando el cuerpo reposa

y el alma queda sola, esta insensata rosa?

sábado, 27 de marzo de 2010

Se cruzaron (por Wislawa Szymborska)

Se cruzaron como dos desconocidos,
sin gestos ni palabras,
ella de camino a la tienda,
él de camino hacia el coche.
Quizá entre la consternación,
o el desconcierto,
o la inadvertencia,
de que por un breve instante
se amaron para siempre.
No hay sin embargo garantía
de que fueran ellos.
Quizá de lejos sí,
pero de cerca en absoluto.
Los vi desde la ventana,
y quien mira desde arriba
se equivoca con mayor facilidad.
Ella desapareció tras una puerta de cristal,
él subió al coche
y arrancó rápidamente.
Así que no pasó nada
ni siquiera si pasó.
Y yo sólo por un momento
segura de lo que vi,
intento ahora en un poema casual
convenceros a vosotros, lectores,
de que aquello fue triste.

viernes, 26 de marzo de 2010

Lo (por Saiz de Marco)

Si lo que rige el Todo
y tolera matanzas
y permite hecatombes

no es Alguien sino
Algo,

no es Ése o Ésa sino
Eso,

no es un Quién sino un
Qué…,
entonces debemos perdonarle.


Sí, perdonémosle
(perdonémos-lo)
porque no sabe lo que hace.

jueves, 25 de marzo de 2010

No es mi muerte lo que me preocupa (por Charles Bukowski)

Esperando la muerte
como un gato
que va a saltar sobre
la cama
me da tanta pena
mi mujer
Ella verá este
cuerpo
blanco
rígido
Lo zarandeará una vez y luego
tal vez
otra:
!Hank!
Hank no
responderá.
No es mi muerte lo que
me preocupa, es mi mujer
que se quedará con este
montón de
nada.
Quiero que
sepa
sin embargo
que todas las noches
que he dormido a su lado
incluso las discusiones
más inútiles
siempre fueron
algo espléndido
Y esas difíciles
palabras
que siempre temí
decir
pueden decirse
ahora:
Te amo.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Dije adiós al compañero de viaje (por Fernando Pessoa)

Salí del tren, dije adiós al compañero de viaje.
Habíamos estado dieciocho horas juntos...
La agradable conversación. La fraternidad del viaje.
Me apenó salir del tren, dejarlo. Amigo casual cuyo nombre nunca supe.
Mis ojos, los sentí, se colmaron de lágrimas...
Toda despedida es una muerte... Sí, toda despedida es una muerte.
Nosotros, en el tren al que llamamos vida
somos todos casuales los unos para los otros,
y tenemos todos tristeza cuando por fin desembarcamos.
Todo hombre que es humano me conmueve porque soy hombre.
Todo me conmueve porque tengo, no una semejanza con ideas o doctrinas,
sino una vasta fraternidad con la humanidad verdadera.
La criada que salió entristecida a llorar por nostalgia
de la casa donde no la trataban muy bien...
Todo eso es en mi corazón la muerte y la tristeza del mundo.
Todo eso vive, porque muere, dentro de mi corazón.
Y mi corazón es un poco mayor que el universo entero.

martes, 23 de marzo de 2010

Las penas del mundo no te alcanzarán (por Luis Rogelio Nogueras)

Éramos tan pobres, oh hijo mío,
tan pobres
que hasta las ratas nos tenían compasión.
Cada mañana tu padre iba a la ciudad
para ver si algún poderoso lo empleaba
-aunque tan sólo fuera para limpiar los establos
a cambio de un poco de arroz-.
Pero los poderosos
pasaban de largo sin oír quejas
ni ruegos.
Y tu padre volvía en la noche,
pálido, y tan delgado bajo sus ropas raídas
que yo me ponía a llorar
y le pedía a Jizo,
dios de las mujeres encintas
y de la fecundidad,
que no te trajera al mundo, hijo mío,
que te librara del hambre
y la humillación.
Y el buen dios me complació.
Así fueron pasando años sin alma.

Mis pechos se secaron,
y al cabo
tu padre murió
y yo envejecí.
Ahora sólo espero el fin,
como espera el ocaso a la noche
que habrá de echarle en los ojos
su negro manto.
Pero al menos
gracias al buen Jizo
tú escapaste del látigo de los señores
y de esta cruel existencia de perros.
Nada ni nadie te hará sufrir.
Las penas del mundo no te alcanzarán
jamás,
como no alcanza la artera flecha
al lejano halcón.

lunes, 22 de marzo de 2010

Enterrados (por Jaime Labastida)

Sobre la Tierra, estamos enterrados.
Todo su peso cárdeno
se vuelca sobre mis pies antiguos.
Toda la tierra me avienta sobre el cielo,
me sujeta en mi raíz
y me hunde entre sus manos.
Despedazado estoy.
Mis ojos van allá por el impulso,
mas presos en órbitas se quedan,
asidos a su fin y a su condena.
Toda la Tierra es una losa terrible
sobre cuerpos caducos y marchitos.
Los cielos rosáceos se coloran aún más de sangre violenta
que se arroja por los ojos.
Bajo la pesada losa de la Tumba Terrestre,
se mueven vidas sepultadas,
muertos que se engañan.
Pero las tumbas se violan,
para encontrar los huesos,
deshechos en pedazos, débiles al tacto.
El dolor nace y se queda, callado,
en las voces de los muertos que palpitan.
El dolor es propio: nace del corazón
y se renueva con la sangre, en su latente
perfección de círculo, de cansada finitud.
Un día amaneceré resucitado.

domingo, 21 de marzo de 2010

Oh capitán, mi capitán (por Walt Whitman)

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro espantoso viaje ha terminado.
La nave ha salvado todos los escollos.
Hemos ganado el premio que anhelábamos.
El puerto está cerca. Oigo las campanas, el pueblo entero regocijado
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.
Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!
Oh rojas gotas que caen
allí donde mi capitán yace, frío y muerto.

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas.
Levántate. Por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín.
Para ti ramilletes y guirnaldas con cintas.
Para ti multitudes en las playas.
Por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza!
Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente,
derribado, frío y muerto.

Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven.
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad.
La nave, sana y salva, ha anclado. Su viaje ha concluido.
De vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto.
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Pero yo, con pasos tristes,
recorro el puente donde mi capitán yace,
frío y muerto.

sábado, 20 de marzo de 2010

El olvido te ocupa todo el tiempo (por Darío Jaramillo)

El olvido no es que algo se borre en la memoria,
el olvido te ocupa todo el tiempo, a la hora del trabajo o del aseo, cuando comes o rezas no te olvidas de olvidar.
nadie repite, no hay regresos, lo sabemos, pero no descanso de olvidarte,
me gasto cada noche entera contigo, olvidándote. Tú bien lejos y yo aquí contigo.
Te expulso de mí, te exorcizo, te llamo a cada segundo para que salgas de mi alma, para que tu fantasma no me anule.
Ah, nuestros momentos de dicha quedan demasiado lejos y ya no me justifican los insomnios de este olvido minucioso.
Se me va un día entero olvidando cada minuto de nosotros.

jueves, 18 de marzo de 2010

Los justos (por Jorge Luis Borges)

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Cada vez que te pienso (por Ana Pérez Cañamares)

Lo primero que pensé fue:
se ha muerto solo
(acompañar en la muerte
es el mejor bálsamo
para la culpa)
Lo segundo que pensé:

no me ha devuelto
mi última llamada
(nunca nos planteamos
que el deseo de independencia
también puede ser hereditario)
Lo tercero: ya no tengo padres

(y al mirar atrás descubrí
que hace ya mucho tiempo
que ninguna mano
sujeta la bici que monto)
Ahora no puedo dejar de pensar:

padre, yo no estoy muerta
pero también me pierdo muchas cosas.
Ya no estoy enfadada contigo.

Cada vez que te pienso
es domingo por la mañana.
Me llevas sobre los hombros
y yo sé que vas a invitarme
a un batido de chocolate
en el bar de la barra de zinc.
Después tu mano grande se abrirá
frente a mis ojos, y me mostrará el tesoro:
una chapa de mirinda y otra de pepsi.
Cuarenta años para descubrir

que allí estaba todo ya dicho.

martes, 16 de marzo de 2010

Somos los hombres huecos (por T. S. Eliot)

somos los hombres huecos
los hombres rellenos de serrín
que se apoyan unos contra otros
con cabezas embutidas de paja. ¡Sea!
ásperas nuestras voces, cuando
susurramos juntos
quedas, sin sentido
como viento sobre hierba seca
o el trotar de ratas sobre vidrios rotos
en los sótanos secos
contornos sin forma, sombras sin color,
paralizada fuerza, ademán inmóvil;
aquellos que han cruzado
con los ojos fijos, al otro Reino de la muerte
nos recuerdan -si acaso-
no como almas perdidas y violentas
sino, tan sólo, como hombres huecos,
hombres rellenos de serrín.

lunes, 15 de marzo de 2010

Qué va a pasar ahora (por Saiz de Marco)

como a los 4 años, cuando empecé a ir al colegio

¿qué va a pasar ahora?

como cuando en camilla me llevaban al quirófano

¿qué va a pasar ahora?

como al cruzar la puerta el primer día de trabajo

¿qué va a pasar ahora?

veré escaparse mi vida y yo nervioso, inseguro
(con hormigas trepando por mi abdomen)
¿dónde seré llevado?, ¿voy a algo o voy a nada?
y como tantas veces

¿qué va a pasar ahora?

domingo, 14 de marzo de 2010

La injusticia (por Dámaso Alonso)

¿De qué sima te yergues, sombra negra? ¿Qué buscas?
Los oteros,
como lagartos verdes, se asoman a los valles
que se hunden entre nieblas en la infancia del mundo.
Y sestean, abiertos, los rebaños,
mientras la luz palpita, siempre recién creada,
mientras se comba el tiempo, rubio mastín que duerme

a las puertas de Dios.
Pero tú vienes, mancha lóbrega,

reina de las cavernas, galopante en el cierzo, tras tus corvas
pupilas, proyectadas
como dos meteoros crecientes de lo oscuro,
cabalgando en las rojas melenas del ocaso,
flagelando las cumbres
con cabellos de sierpes, látigos de granizo.
Llegas,

oquedad devorante de siglos y de mundos,
como una inmensa tumba,
empujada por furias que ahíncan sus testuces,
duros chivos erectos, sin oídos, sin ojos,
que la terneza ignoran.
Sí, del abismo llegas,

hosco sol de negruras, llegas siempre,
onda turbia, sin fin, sin fin manante,
contraria del amor, cuando él nacida
en el día primero.
Tú empañas con tu mano

de húmeda noche los cristales tibios
donde al azul se asoma la niñez transparente, cuando apenas
era tierna la dicha, se estrenaba la luz,
y pones en la nítida mirada
la primera llama verde
de los turbios pantanos.
Tú amontonas el odio en la charca inverniza

del corazón del vejo,
y azuzas el espanto
de su triste jauría abandonada
que ladra furibunda en el hondón del bosque.
Y van los hombres, desgajados pinos,

del oquedal en llamas, por la barranca abajo,
rebotando en las quiebras,
como teas de sombra, ya lívidas, ya ocres,
como blasfemias que al infierno caen.
...Hoy llegas hasta mí.

He sentido la espina de tus podridos cardos,
el vaho de ponzoña de tu lengua
y el girón de tus alas que arremolina el aire.
El alma era un aullido
y mi carne mortal se helaba hasta los tuétanos.
Hiere, hiere, sembradora del odio:

no ha de saltar el odio, como llama de azufre,
de mi herida.
Heme aquí:
soy hombre, como un dios,
soy hombre, dulce niebla, centro cálido,
pasajero bullir de un metal misterioso que irradia

la ternura.
Podrás herir la carne

y aun retorcer el alma como un lienzo:
no apagarás la brasa del gran amor que fulge
dentro del corazón, bestia maldita.
Podrás herir la carne.

No morderás mi corazón,
madre del odio.
Nunca en mi corazón,
reina del mundo.

sábado, 13 de marzo de 2010

De la muerte de ese perro (por Raymond Carver)

lo atropella una furgoneta.
lo encuentras a la orilla de la carretera y lo entierras.
te sientes mal.
te sientes mal por ti mismo, pero te sientes peor por tu hija porque era su mascota y lo quería mucho.
solía canturrearle y lo dejaba dormir en su cama.
escribes un poema sobre ello.
lo titulas un poema para tu hija y trata del perro al que atropella una furgoneta, de cómo te ocupaste de él, lo llevaste al bosque y lo enterraste hondo, muy hondo.
y el poema sale tan bien que casi te alegras de que hayan atropellado al pobre perro.
si no, no habrías escrito nunca ese poema.
entonces te sientas a escribir un poema sobre la escritura de un poema que trata de la muerte de ese perro.
pero mientras escribes oyes a una mujer gritar tu nombre, tu nombre de pila, ambas sílabas, y tu corazón se para.
dejas pasar un rato y vuelves a escribir.
ella grita de nuevo.
te preguntas cómo va a acabar esto.

viernes, 12 de marzo de 2010

Felices los normales (por André Cruchaga)

Felices los normales
porque jamás han atravesado la nada
como pájaros en el olvido
Los que nacieron con la luz
de madre y padre
Los que no han comido migajas
y se esconden en la noche
Los que jamás han sentido la vida desgajada
ni han sido perseguidos como torcazas
Felices los normales
que tiran su cuerpo en buen lecho
y no en el frío lunar de las piedras
Los que no escriben ni una tarjeta postal
Los que no escriben sobre muros
aunque después los derriben
Los que no escriben sobre el caballo de sus emociones
Felices los normales que ignoran el exilio
y la lluvia que cae sobre el lomo de los perros
Los que nunca han sido asediados por el silencio
Los que no han bebido pinos de luz
en pezones de trementina transparente
Felices los normales que no saben las palabras
que se pierden en las alcantarillas
y en las tumbas de los muertos
Los que navegan y navegan sin fatiga
hasta desembarcar en ese viejo muelle de la muerte.

jueves, 11 de marzo de 2010

No pido mucho (por Julio Cortázar)

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar en tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestas tu mano en esta noche
de fin de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas. Entonces
la tramo en aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo, como
si de ello dependiera muchísimo el mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Te llaman porvenir porque no vienes nunca (por Ángel González)

Te llaman porvenir
porque no vienes nunca.
Te llaman: porvenir,
y esperan que tú llegues
como un animal manso
a comer en su mano.
Pero tú permaneces
más allá de las horas,
agazapado no se sabe dónde.…
¡Mañana!
Y mañana será otro día tranquilo
un día como hoy, jueves o martes,
cualquier cosa y no eso
que esperamos aún, todavía, siempre.

martes, 9 de marzo de 2010

Entre dos furias fui feliz (por J. M. Caballero Bonald)

Fui feliz fugazmente algunas veces,
entre dos furias fui feliz,
lo fui de vez en cuando sin saberlo.
Por ejemplo en la ciudad solar que se veía

desde aquella azotea de la infancia,
tentadora ciudad flameando
en los celestes mástiles del tiempo,
mientras iniciaba la vida la aventura
de descubrir el mundo a escondidas del mundo.
Allí subsisto aunque no esté, allí

perduro en medio
de la devastación de esa azotea
que reconstruyo cada día para no claudicar.

lunes, 8 de marzo de 2010

No te rompas (por Pérez Morte)

Hoy que por fin conoces el peso de las sombras,
cuatro cosas bastan en tu macuto de sueños.
El camino abierto está adelante.
Adelante los inmensos prados
de la esperanza que has buscado sin sosiego.
Los absortos ojos de tus hijos, adelante.
Adelante la verdadera luz

que nunca te ha cegado,
porque jamás la descubriste, aunque la ansiaras.
Detrás, no mires, una senda cortada por nostalgias
y escombros derribados de la ruina que fuiste.
No mires. Edifícate a ti mismo lejos de las sombras.
No te rompas de nuevo. No te rompas,

que el cierzo salvaje de tu amor no te destruya.
Planta fuerte y estructura tu vida desde abajo
porque aún puedes.
Afronta cada día como un reto que puedes superar.

Quiere…
Quiérete a ti mismo como si fueras otro,
porque quizá no te conoces.
Acumula, para ti, un poco de la energía que derrochas;

echa a andar y arroja esos fármacos.
Al final del camino encontrarás
a los seres perdidos durante el trayecto,
no pienses tanto en ellos:
Van contigo siempre, pero no les descubras.
Descúbrete tú y ámate entero.

domingo, 7 de marzo de 2010

Di el porqué del porqué, Dios de silencio (por Miguel de Unamuno)

¿Por qué, Señor, no te nos muestras
sin velos, sin engaños?
¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda,
duda de muerte?
¿Por qué te escondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia
de conocerte,
el ansia de que existas,
para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor?, ¿acaso existes?
¿Eres tú creación de mi congoja,
o lo soy tuya?
¿Por qué, Señor, nos dejas
vagar sin rumbo
buscando nuestro objeto?
¿Por qué hiciste la vida?
¿Qué significa todo, qué sentido
tienen los seres?
¿Cómo del poso eterno de las lágrimas,
del mar de las angustias,
de la herencia de penas y tormentos
no has despertado?
Señor, ¿por qué no existes?
¿Dónde te escondes?
Te buscamos y te hurtas,
te llamamos y callas,
te queremos y tú, Señor, no quieres
decir: ¡vedme, mis hijos!
Una señal, Señor, una tan sólo,
una que acabe
con todos los ateos de la tierra;
una que dé sentido a esta sombría vida que arrastramos.
¿Qué hay más allá, Señor, de nuestra vida?
Si tú, Señor, existes,
di por qué y para qué, di tu sentido.
Di por qué todo.
¿No pudo bien no haber habido nada,
ni tú, ni mundo?
Di el porqué del porqué, Dios de silencio.
Dinos “yo soy”, Señor, que te lo oigamos,
sin velo de misterio,
sin enigma ninguno.
Razón del universo, ¿dónde habitas?
¿Por qué sufrimos?
¿Por qué nacemos?
Erramos sin ventura,
sin sosiego y sin norte,
perdidos en un nudo de tinieblas,
con los pies destrozados,
manando sangre,
desfallecido el pecho,
y en él el corazón pidiendo muerte.
Ve, ya no puedo más, Señor,
de aquí no sigo,
aquí me quedo,
yo ya no puedo más, ¡oh Dios sin nombre!
Ya no te busco,
ya no puedo moverme, estoy rendido;
aquí, Señor, te espero,
aquí te aguardo,
en el umbral, tendido, de la puerta
cerrada con tu llave.
Yo te llamé, grité, lloré afligido,
te di mil voces;
llamé y no abriste,
no abriste a mi agonía;
aquí, Señor, me quedo, sentado en el umbral como un mendigo
que aguarda una limosna;
aquí te aguardo.
Tú me abrirás la puerta cuando muera,
la puerta de la muerte,
y entonces la verdad veré de lleno,
sabré si tú eres
o dormiré en la tumba.

sábado, 6 de marzo de 2010

Que vengan (por Karmelo Iribarren)

Las tres
de la madrugada.
Que vengan
esas grandes preguntas,
que ya tengo mis respuestas:
El viento
y la lluvia
ahí fuera,
y aquí
al lado
tu respiración.

viernes, 5 de marzo de 2010

Hay golpes en la vida (por César Vallejo)

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios;
como si, ante ellos, la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma...
¡Yo no sé! Son pocos; pero son...
Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero
y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡Pobre! Vuelve los ojos,
como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza,
como charco de culpa, en la mirada.

jueves, 4 de marzo de 2010

Un obstáculo se alzaba y me acallaba (por Konstantinos Kavafis)

Que por cuanto hice y cuanto dije
no traten de encontrar quién era yo.
Un obstáculo se alzaba y cambiaba
mis acciones y mi forma de vivir.
Un obstáculo se alzaba y me acallaba
muchas veces cuando iba a hablar.
Sólo por mis acciones más inobservadas
y mis escritos más ocultos,
sólo por ahí me entenderán.
Pero quizá no valga la pena emplear
tanta atención y tanto esfuerzo para conocerme.
Más adelante, en un mundo perfecto,
algún otro, hecho como yo,
sin duda surgirá y actuará libremente.

miércoles, 3 de marzo de 2010

7765 (por Gabriel Ferrater)

Amor, llevabas en el mundo
siete mil setecientos sesenta y cinco
días, al cerrarse la noche
en que me llamaste desde tu rincón,
voz que se había compadecido
y me recibías, cuerpo bondadoso.
Qué juego perdido, qué rodar
hasta romper un oscuro ramaje,
siete mil setecientos sesenta y cinco
días antes de que encontrara
¿dónde te me habías acurrucado,
amor,
para crecer lejos de mí?

martes, 2 de marzo de 2010

Treinta y seis años después (por Sáez de Ibarra)

Aquel hombre vio cómo su hijo
cogía una piedra, tomaba impulso, la lanzaba contra un cristal
-que saltó en pedazos- y salía corriendo.

Recordó que, treinta y seis años antes, él había hecho exactamente lo mismo.
Ahora miró al dueño de la tienda
salir a toda prisa, quedarse mirando la calle sin gente,
y cómo lo invadía la desesperación por aquella pérdida.

Veía, por fin, el dolor del hombre al que había humillado
treinta y seis años antes.

Lo vio lamentarse en la misma calle burlona y sucia.
Pensó
¿cuántas veces tiene que repetirse esto?,
¿por qué cada uno de nosotros ha de aprenderlo
todo
de nuevo?

lunes, 1 de marzo de 2010

Tigre (por William Blake)

Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo pudo idear tu terrible simetría?
¿En qué profundidades distantes, en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?
¿Y qué hombro, y qué arte pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón, ¿qué mano terrible?
¿qué terribles pies? ¿qué martillo? ¿qué cadena?
¿en qué horno se templó tu cerebro? ¿en qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar?
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas y bañaron los cielos con sus lágrimas,
¿sonrió al ver su obra?
¿El mismo que hizo al cordero fue quien te hizo a ti?
Tigre, tigre, que te enciendes en luz por los bosques de la noche,
¿qué mano inmortal, qué ojo osó idear tu terrible simetría?