zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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miércoles, 30 de noviembre de 2011

Al fin de todo (por Fernando Pessoa)

Al fin de todo, dormir.
¿Al fin de qué?
Al fin de todo lo que parece ser
este pequeño universo provinciano entre los astros,
esta aldehuela del espacio,
no sólo del espacio visible, sino del espacio total.
Al fin de todo, dormir.

martes, 29 de noviembre de 2011

¿No es la felicidad? (por Gabriel Celaya)

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,
y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
-el pitillo en los labios, el alma disponible-
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro -sé que todo es fiado-,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

lunes, 28 de noviembre de 2011

A mano amada (por Ángel González)

A mano amada,
cuando la noche impone
su costumbre de insomnio
y convierte
cada minuto en el aniversario
de todos los sucesos de una vida;
allí, en la esquina más negra del
desamparo, donde
el nunca y el ayer trazan su cruz de sombras,
los recuerdos me asaltan.
Unos empuñan tu mirada verde, otros
apoyan en mi espalda
el alma blanca de un lejano sueño,
y con voz inaudible,
con implacables labios silenciosos,
¡el olvido o la vida!,
me reclaman.
Reconozco los rostros.
No hurto el cuerpo.
Cierro los ojos para ver
y siento
que me apuñalan fría,
justamente,
con ese hierro viejo: la memoria.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Con el pájaro en la cabeza (por Jacques Prévert)

He metido mi gorro militar en la jaula
y he salido con el pájaro en la cabeza
Entonces
ya no se saluda
ha preguntado el comandante
No
ya no se saluda
ha contestado el pájaro
Ah bueno
perdone creí que se saludaba
ha dicho el comandante
Está perdonado todo el mundo puede equivocarse
ha dicho el pájaro.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Hay varias formas de ser (por Juan Gelman)

philip se sacó la camisa servil
llena de tardes de oficina y sonrisas al jefe
y asesinatos de su niño románticamente hablando
su niño operado cortado transplantado injertado
de bucólicas primaveras y Ginger Street volando alto verdadera
en la tarde de agosto gris
se quedó en pecho philip y cuando
se quedó en pecho hizo el recuento feliz de cuando:
le sacó la lengua al maestro (a espaldas del maestro)
le hizo la higa a la patria potestad (a espaldas de la patria potestad)
formó cuernitos con la mano contra toda invasión maternal (a espaldas
de toda invasión maternal)
se burló del ejército la iglesia (a espaldas del ejército la iglesia)
en general de cuando
ejerció su rebelde corazón (dentro de lo posible)
fortificó sus entretelas acostumbradas al vuelo (siempre que el tiempo lo permita)
engañó a su mujer (con permiso)
philip era glorioso en esas noches de whisky y hasta vino
exóticamente consumido con referencias a la costa del sol
una palabra encantadora lo retenía semanas y semanas a su alrededor
sol por ejemplo
o sol digamos
o la palabra sol
como si philip buscara lejos de la sociedad industrial
fuentes de luz fuentes de sombra fuentes
qué coraje hablar del sol
como suele ocurrir philip murió
una tarde lenta amarilla buena callada en los tejados
no hablaremos de cómo lo lloró su mujer (a sus espaldas)
o el ejército la iglesia (a sus espaldas)
o el mundo en particular y en general súbitamente de espaldas:
su viuda le plantó un arbolito sobre la tumba en Cincinnati
que creció bendecido por los jugos del cielo
y también se curvó
y si alguien piensa que lo triste es la vida de philip
fíjese en el arbolito le ruego
fíjese en el arbolito por favor
hay varias formas de ser mejor dicho
muchas formas de ser:
llamarse Hughes
hablar arameo mojarlo con té
estallar contra la tristeza del mundo
pero a ustedes les pido que se fijen
en el curvado arbolito
tiernamente inclinado sobre philip
su pecho en pena en piel como se dice
ni un pajarito nunca
cantó o lloró sobre ese árbol
verde todo inclinado
inclinado

viernes, 25 de noviembre de 2011

En otro cuerpo (por Oliverio Girondo)

Siempre llega mi mano
más tarde que otra mano que se mezcla a la mía
y forman una mano.

Cuando voy a sentarme
advierto que mi cuerpo
se sienta en otro cuerpo que acaba de sentarse
adonde yo me siento.

Y en el preciso instante
de entrar en una casa,
descubro que ya estaba
antes de haber llegado.

Por eso es muy posible que no asista a mi entierro,
y que mientras me rieguen de lugares comunes,
ya me encuentre en la tumba,
vestido de esqueleto,
bostezando los tópicos y los llantos fingidos.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Truncados (por Saiz de Marco)

Siempre a destiempo
incipientes
prematuros
teniendo que irnos de sitios
antes de llegar a ellos

Aún con la niñez a medias
y hubo que hacerse adulto

Aún sin madurar del todo
y empezó el marchitar

Aún sin entender la vida
y habrá que salir de ella

Siempre igual
pre-expulsados

Sin haber llegado aún ni habernos asentado
pero ya hay que marcharse

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Hotel Insomnia (por Charles Simic)

Me encontraba a gusto en mi pequeño agujero
la ventana daba a una pared de ladrillo.
En el cuarto de al lado había un piano.
Algunas tardes al mes
un viejo inválido venía a tocar
‘My Blue Heaven’.

Pero normalmente era un lugar tranquilo.
Cada cuarto tenía su araña con un pesado abrigo
y una mosca atrapada en su tela
de humo de cigarros y ensueño.
Estaba tan oscuro que no alcanzaba ni a ver mi cara
en el espejo cuando iba a afeitarme.

A las cinco de la mañana el sonido de unos pies descalzos en el piso de arriba.
Era el gitano adivino.
Alguien en el local de la esquina
se levantaba a mear después de una noche de amor.
Una vez oí, también, el llanto de un niño.
Estaba tan cerca que pensé,
por un momento, que era yo quien lloraba.

martes, 22 de noviembre de 2011

El mundo se ofrece por sí mismo (por Mary Oliver)

No tienes que ser bueno.
No tienes que andar de rodillas
cien kilómetros a través del desierto por arrepentimiento.
Solamente tienes que dejar que el suave animal de tu cuerpo
ame lo que ama.
Cuéntame tus desesperanzas y yo te contaré las mías.
Mientras tanto, el mundo sigue.
Mientras tanto, el sol y los claros guijarros de la lluvia
se están moviendo a través de los paisajes,
sobre las praderas y los frondosos árboles,
las montañas y los ríos.
Mientras tanto, los gansos salvajes, en lo alto del limpio aire azul,
se dirigen de nuevo a casa.
Quienquiera que seas, no importa lo solo que estés,
el mundo se ofrece por sí mismo a tu imaginación,
te llama, como los gansos salvajes, fuerte y excitante,
anunciándote una y otra vez tu lugar
en la familia de las cosas.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Vosotras, amigas viejas (por Antonio Machado)

Vosotras, las familiares,
inevitables golosas,
vosotras, moscas vulgares,
me evocáis todas las cosas.

¡Oh viejas moscas voraces
como abejas en abril,
viejas moscas pertinaces
sobre mi calva infantil!

¡Moscas del primer hastío
en el salón familiar,
las claras tardes de estío
en que yo empecé a soñar!

Y en la aborrecida escuela,
raudas moscas divertidas,
perseguidas
por amor de lo que vuela
—que todo es volar—, sonoras
rebotando en los cristales
en los días otoñales...
Moscas de todas las horas,
de infancia y adolescencia,
de mi juventud dorada;
de esta segunda inocencia
que da en no creer en nada;
de siempre... Moscas vulgares,
que de puro familiares
no tendréis digno cantor:
yo sé que os habéis posado
sobre el juguete encantado,
sobre el librote cerrado,
sobre la carta de amor,
sobre los párpados yertos
de los muertos.

Inevitables golosas,
que ni labráis como abejas,
ni brilláis cual mariposas;
pequeñitas, revoltosas,
vosotras, amigas viejas,
me evocáis todas las cosas.

domingo, 20 de noviembre de 2011

El corazón en la tierra (por Rebeca E. Becerra)

Vuelvo a esconder
el corazón en la tierra
esta vez no quiero que nazca
déjenlo
que se alimente de piedras
que viva atado entre las raíces
que conozca la dureza de los metales
que sepa donde nace el agua
y dónde se esconde su furia
Todos tenemos una parte oscura
necesito algo de infierno
en los ojos.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Perdonadme (por Wislawa Szymborska)

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas sí brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras solemnes
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Voy a las palideces (por Jorge Leónidas Escudero)

Apártense, déjenme pasar,
vengo de estar existiendo y ya lo sé,
voy a las palideces. Merezco
descanso pero antes
quiero mirar atrás del horizonte para
no verme siempre aquí como árbol seco
donde no hay más que hablar.

No atajen, no digan que hay
medicina buena.
Dejen que me siente en el umbral
a ver pasar la última gente. Los pájaros
están escondiendo la cabeza bajo el ala.

Manden a alguien a comprar pan,
no digo de aquí sino de mañana
porque mi hambre última
es de lo que aún no he visto.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Lo deseo todo (por Czeslaw Milosz)

Tomándome un whisky en un aeropuerto,
digamos que en Mineápolis

Mis oídos captan cada vez menos las conversaciones,
mis ojos se debilitan, pero siguen siendo insaciables.

Veo sus piernas en minifalda, en pantalones o envueltas
en telas ligeras.

A cada una la observo por separado, sus traseros y
sus muslos, pensativo, arrullado por sueños porno.

Viejo verde, ya sería tiempo de que te fueras a la tumba
en lugar de entretenerte con juegos y diversiones de jóvenes.

No es verdad, hago solamente lo que siempre he hecho,
ordenando las escenas de esta tierra bajo el dictado
de la imaginación erótica.

No deseo a esas criaturas en particular, lo deseo todo,
y ellas son como el signo de una relación extática.

No es culpa mía que estemos constituidos así: la mitad
de contemplación desinteresada y la mitad de apetito.

Si después de morir me voy al cielo, tendrá que ser
como aquí, sólo que liberado de estos torpes sentidos,
de estos pesados huesos.

Transformado en mirar puro, seguiré devorando las
proporciones del cuerpo humano, el color de los lirios,
esa calle parisina en un amanecer de junio, y toda la
extraordinaria, inconcebible multiplicidad de las cosas visibles.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Pasar a hurtadillas (por Marina Tsvietáieva)

Y, quizás, la mejor victoria
sobre el tiempo y la gravitación...
es pasar sin dejar huella,
pasar sin dejar sombra

sobre los muros...
Quizás... ¿renunciando
vencer? ¿Dejar de reflejarse en los espejos?
Así: como Lermontov por el Cáucaso
pasar a hurtadillas sin asustar a las rocas.

Quizás... ¿sería mejor diversión
con el dedo de Sebastian Bach
no tocar el eco del órgano?
Desintegrarse, sin dejar cenizas

para una urna...
Quizás... ¿con engaño
vencer? ¿Escapar de las latitudes?
Así: por el tiempo como un océano
pasar a hurtadillas sin asustar a las aguas.

No me abandones (por Jacques Brel)

No me abandones.
Hay que olvidar.
Todo puede olvidarse.
Lo que ya se fue.
Olvidar el tiempo de los malentendidos
y el tiempo perdido sin saber cómo.
Olvidar esas horas que mataban a veces
a golpes de porqués el corazón de la felicidad.
No me abandones.
Yo te ofreceré perlas de lluvia
venidas de países donde no llueve.
Yo escarbaré la tierra hasta después de mi muerte
para cubrir tu cuerpo de oro y de luz.
Yo haré un reino donde el amor será rey,
donde el amor será ley,
donde tu serás reina.
No me abandones.
Yo inventaré para ti locas palabras
que entenderás.
Yo te hablaré de esos amantes
que han visto por dos veces arder sus corazones.
Yo te contaré la historia de un rey
que murió por no haber podido encontrarte.
No me abandones.
Se ha visto a menudo resurgir el fuego
del antiguo volcán que se creía demasiado viejo.
Existen tierras quemadas que dan más trigo
que el mejor abril.
Y cuando viene la noche, para que un cielo arda,
el rojo y el negro ¿acaso no se unen?
No me abandones.
No voy a llorar.
No voy a hablar.
Me ocultaré para mirarte bailar y sonreír
y escucharte cantar y reír después.
Déjame volverme la sombra de tu sombra,
la sombra de tu mano,
la sombra de tu perro.
No me abandones.

martes, 15 de noviembre de 2011

La cara (por Randall Jarrell)

Ya no más útil, no hermosa,
ni siquiera joven.
No mia.
¿Dónde está la antigua, las antiguas?
Ésas eran mías.

Así es: tengo retratos,
no esos viejos; entonces la gente se conducía
de forma distinta…
Cuando me encuentran dicen:
No has cambiado.
Querría decir: No habéis mirado.

Eso les pasa a todos.
Primero se crece, se sabe más,
luego algo sale mal.
Uno es, y dice: Yo soy…
Y fuiste… Soy desde hace demasiado tiempo.

Lo sé, no es posible negarlo,
pero igualmente lo dices. No.
Me señalaré a mí mismo y diré: No soy así.
Por dentro soy siempre el mismo.
Y tampoco es así.

Pensé: Si nada sucede…
Y nada sucedió.
Aquí estoy.
Pero no es justo.
Si el simple vivir puede acarrear esto,
vivir es más peligroso que cualquier otra cosa.

Es terrible estar vivo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Los días van tan rápidos (por Gonzalo Rojas)

Los días van tan rápidos en la corriente oscura que toda salvación
se me reduce apenas a respirar profundo para que el aire dure en mis pulmones
una semana más, los días van tan rápidos
al invisible océano que ya no tengo sangre donde nadar seguro
y me voy convirtiendo en un pescado más, con mis espinas.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas
y en el pobre gusano que soy, con mis semanas
y los meses gozosos que espero todavía.
Uno está aquí y no sabe que ya no está, dan ganas de reírse
de haber entrado en este juego delirante,
pero el espejo cruel te lo descifra un día
y palideces y haces como que no lo crees,
como que no lo escuchas, mi hermano, y es tu propio sollozo allá en el fondo.
Si eres mujer te pones la máscara más bella
para engañarte, si eres varón pones más duro
el esqueleto, pero por dentro es otra cosa,
y no hay nada, no hay nadie, sino tú mismo en esto:
así es que lo mejor es ver claro el peligro.
Estemos preparados. Quedémonos desnudos
con lo que somos, pero quememos, no pudramos
lo que somos. Ardamos. Respiremos
sin miedo. Despertemos a la gran realidad
de estar naciendo ahora, y en la última hora.

domingo, 13 de noviembre de 2011

Desposo la cama (por Anne Sexton)

El final de la aventura es siempre la muerte.
Ella es mi taller. Ojo resbaladizo,
fuera de la tribu de mí misma mi aliento
te encuentra ausente. Horrorizo
a aquellos que están cerca. Estoy saciada.
De noche, sola, desposo la cama.
Dedo a dedo, ahora es mía.
Ella no está lejos. Ella es mi encuentro.
La sacudo como a una campana. Me reclino
en la enramada donde tú solías montarla.
Me tomaste prestada sobre las sábanas floridas.
De noche, sola, desposo la cama.
Toma, por ejemplo, esta noche amor mío,
en la que todas las parejas juntan
con giros compartidos, debajo, arriba,
el abundante dos en esponja y pluma,
arrodillándose y empujando, cabeza con cabeza.
De noche, sola, desposo la cama.
Salgo de mi cuerpo de esta forma,
un milagro molesto. ¿Podría
exhibir el mercado de los sueños?
Estoy extendida. Me crucifico.
Mi pequeña ciruela fue lo que dijiste.
De noche, sola, desposo la cama.
Entonces vino mi rival del ojo morado.
La mujer de agua, alzándose en la playa,
un piano en la punta de sus dedos, vergüenza
en sus labios y un discurso de flauta.
Y yo era la escoba de las rodillas pegadas.
De noche, sola, desposo la cama.
Ella te agarró como una mujer agarra
un vestido de saldo de un estante
y yo me rompí igual que una piedra.
Te devuelvo tus libros, tu sedal.
El periódico de hoy dice que te has casado.
De noche, sola, desposo la cama.
Chicos y chicas son uno esta noche.
Se desabrochan blusas. Se bajan las braguetas.
Se quitan los zapatos. Apagan la luz.
Las trémulas criaturas están llenas de mentiras.
Se comen mutuamente, bien saciadas.
De noche, sola, desposo la cama.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Y entonces tú contestas (por Blanca Andréu)

Inquiero los porqués, los hasta cuándo
los cómo y dónde
y esa pregunta muda que me ahoga
y vive en el silencio.
Y entonces tú contestas
majestuoso
enorme gamo verde
país de agua
donde los soñadores se dan cita.
Me hablas
grande mar
telón del cielo
y tus olas responden como páginas
de un libro cuyo autor lo sabe todo
como páginas, mar
y como pétalos
de una rosa que nunca se deshoja.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cansado (por Oliverio Girondo)

Cansado.
¡Sí!
Cansado
de usar un solo brazo,
dos labios,
veinte dedos,
no sé cuántas palabras,
no sé cuantos recuerdos,
grisáceos,
fragmentarios.
Cansado,
muy cansado
de este frío esqueleto,
tan púdico,
tan casto,
que cuando se desnude
no sabrá si es el mismo
que usé mientras vivía.
Cansado.
¡Sí!
Cansado
por carecer de antenas,
de un ojo en cada omóplato
y de una cola autentica,
alegre
desatada,
y no este rabo hipócrita,
degenerado,
enano.
Cansado,
sobre todo,
de estar siempre conmigo,
de hallarme cada día,
cuando termina el sueño,
allí, donde me encuentre,
con las mismas narices
y con las mismas piernas;
como si no deseara
esperar la rompiente con un cutis de playa,
ofrecer, al rocío, dos senos de magnolia,
acariciar la tierra con un vientre de oruga,
y vivir, unos meses, adentro de una piedra.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Conspiración (por Saiz de Marco)

Di el nombre de algún muerto
de algún soldado muerto
en la batalla de las Termópilas
en la guerra de los Cien Años
en Trafalgar
en Waterloo
en Bailén
en San Quintín
en aquellos capítulos de los libros de historia
Di el nombre de un muchacho
el nombre de un cadáver de esos de las trincheras
de algún cuerpo de aquellos que allí quedaron sueltos
dispersos
insepultos después de la matanza
Di el nombre
un solo nombre
de algún soldado raso
del que cargaba el cañón o acarreaba la pólvora
¿A que no?
¿A que no puedes?
Nos silencian los nombres
Nos los han ocultado
Los que escriben la historia se han puesto de acuerdo
se han confabulado
se han conjurado todos
para escondérnoslos

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Valiente (por Michael Meyerhofer)

Yo creo que podría ser valiente
si las circunstancias estuvieran dadas. Por ejemplo
supongamos que estoy levantando unas pesas
sin camiseta, delante del espejo
e irrumpe el Hombre Lobo, precisamente
cuando me detengo a admirar mi ballesta plateada; o si no
digamos que estoy paseando en la terraza
del reloj de una torre en el momento en que un francotirador
con mandíbula de vidrio
está dudando con el rifle atascado
o un cargamento entero de hostiles alienígenas
o una combi cargada con bombas terroristas
se detuviera en medio de un campo de petróleo
mientras yo sostengo mi encendedor, y entonces
entonces yo sería tan valiente por cierto
como el indestructible Aquiles. Posaría
para escultores, afiches para el cine, un club
de fans lleno de intelectuales fumadores de pipa, y críticos
con sus lenguas de seda y gimnastas de pechos imponentes
esperarían cada una de mis palabras y mis hechos.

Pero en el mundo real, los vampiros atacan
sólo mientras estás en el baño sentado
o mientras te pruebas los zapatos de tu mamá;
los ladrones únicamente saltan desde atrás de un arbusto
cuando sales de un telo queriendo no ser visto
o del vídeo, cargado de películas
porno. Y si el gobierno acaso quisiera liquidarte
si te mandan un escuadrón de robots criminales
o un asesino en serie te sigue al estacionamiento,
sucederá cuando estés estreñido.
No estarás afeitado ni bañado,
los paramédicos notarán tus viejos calzoncillos raídos,
un testículo ausente, el acné de tu rostro
al meterte en un coche repleto de papel de hamburguesas
y de reliquias diarias de los batidos diet,
indiferente a la caída de los ascensores
o a doncellas que huyen en caballos veloces, trenes descarrilados
y asteroides terrestres, sin estar preparado
para reunirte aún con tu creador pero ansiando acabar
sin aspavientos, arreglándotelas lo mejor que puedes.

martes, 8 de noviembre de 2011

Qué pasó por mí (por Gustavo Adolfo Bécquer)

Dejé la luz a un lado, y en el borde
de la revuelta cama me senté,
Mudo, sombrío, la pupila inmóvil
clavada en la pared.

¿Qué tiempo estuve así? No sé: al dejarme
la embriaguez horrible de dolor,
expiraba la luz y en mis balcones
reía el sol.

Ni sé tampoco en tan terribles horas
en qué pensaba o que pasó por mí;
solo recuerdo que lloré y maldije,
y que en aquella noche envejecí.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Lo ignoro todo (por Vicente Aleixandre)

Las agujas del aire estaban sobre las frentes: qué oscura misión la mía de amarte.
Las paredes de níquel no consentían el crepúsculo, lo devolvían herido.
Los amantes volaban masticando la luz. Permíteme que te diga.
Las viejas contaban muertes, muertes y respiraban por sus encajes.
Las barbas de los demás crecían hacia el espanto: la hora final las segará sin dolor.
Abanicos de presentirse horizontal. Fronteras.


La puerta, presta a abrirse, se teñía de amarillo lóbrego lamentándose de su torpeza.
Dónde encontrarte, oh sentido de la vida, si ya no hay tiempo. Todos los seres esperaban
la voz de Jehová refulgente de metal blanco. Los amantes se besaban sobre los nombres.
Los pañuelos eran narcóticos y restañaban la carne exangüe. Las siete y diez. La puerta
volaba sin plumas y el ángel del Señor anunció a María. Puede pasar el primero.


Esta misma canción que vuela, esta que estás tú cantando, hermosísimo as de oros, es el romance antiguo
de la legión de condenados que aspiraban el perfume de las espinas dolorosas entre los dedos.
Cuando tú eras magnífico, cuando tú tenías los ojos brillantes, dando la luz sin cambio, del todo,
albergando bajo los párpados el secreto de todos los triunfos más mezquinos, no era difícil encontrarte
en la mano, saludando, besando los dedos con reverencia de paje del quinientos.


Así el camino es breve, así pronto el Occidente será una riqueza de oros que podrá batirse
con las manos, que podrá multiplicarse en mil espumas sin labios. Así la preciada amarillez
no será la tragedia de perder toda la sangre, sino la riqueza brava, despertada, de sentir en la piel
los mil besos de todas las campanas. Moriremos si es preciso. Pero moriremos sabiendo que el latido
repercute en la inquietud de las venas como vaticinio indescifrable, como una promesa que no se nombra.


La primavera insiste en despedidas, arrastrando sus cadenas de cuerdas, su lino sordo,
su desnudez de ocaso, el lienzo flameado como una sábana de lluvia. Alentar sobre un seno,
alargar la mano a tres mil kilómetros de distancia, hasta tocar la frente de cristal en que
están impresos los azules marinos, los peces sorprendidos.


Si yo quiero la vida no es para repartirla. Ni para malgastarla. Es sólo para tener en orden los labios.
Para no mirarme las manos de cera, aunque irrumpa su caudal descifrable.
Para dormirme a mi hora sobre una conciencia sin funda.


Por eso estoy aquí ya formándome. Cuento uno a uno los centímetros de mi lucha.
Por eso me nace una risa del talón que no es humo. Por ti, que no explicas la geografía más profunda.

Dejadme que nazca a la pura insumisa creación de mi nombre.


Lo ignoro todo. No quiero saber si el color rojo es antes o es después, si Dios lo sacó de su
frente o si nació del pecho del primer hombre herido. No quiero saber si los labios
son una larga línea blanca.


Oh amor, ¿por qué no existes más que en forma de trapecio? ¿Por qué toda la vacilación
se convierte en dos rodillas columpiadas (de carne, voy a besarlas), mondas,
desguarnecidas de calor, calvas para mis dientes que rechinan?


Ni un grito. Ni una lluvia de ceniza. Ni tan solo un dedo de Dios para saber que está frío.
La nada es un cuento de infancia que se pone blanco cuando le falta el respiro.
Cuando ha llegado el instante de comprender que la sangre no existe. Que si me abro
una vena puedo escribir con su tiza parada:
“En los bolsillos vacíos no pretendáis encontrar un silencio”.


Por eso, no quiero vestirme. He comprendido que no se desea mi muerte,
que un proyectil disparado acaba siempre tomando la forma de un niño, de un infante
que aterriza y que acaricia el verde soñoliento, con la misma inocencia con que el puñal
pregunta el nombre de las vísceras que besa.


Los ojos de los peces son sordos y golpean opacamente sobre tu corazón.


Cuatro reyes, cuatro ases, cuatro sotas hacen la felicidad de una mano,
arquean los lomos de las montañas, mientras el sol de papel de plata amenaza
con rasgarse sin ruido. Los reyes son esta bondad nativa, conservada en alcohol,
que hace que la corona recaiga sobre la oreja, mientras el hombro protesta del abrigo
de todo, del falso armiño que hace cuadrada la figura. La mejilla vista al microscopio
no invita más que a la meditación de los accidentes y al pensamiento de cómo lo esencial
está cubierto de púas para los labios de los hijos; de cómo la aspereza de los párpados
irrita la esclerótica hasta deformar el mundo, incendiado de rojo, quemándose
sin que nadie lo perciba.


Siento el silencio como esa piedra blanca que resbala sobre el corazón de las madres, y no tengo
fuerzas más que para perdonaros a todos el mal que me habéis hecho, sin ignorarlo,
con la forma de vuestra sombra cuando pasabais.


¡Flor, flor, flor, aparenta una sequedad que no posees! Cúbrete de hojas duras, que se vuelven
mintiendo un desdén por la forma, mientras el aire cae comprendiendo la inutilidad
de su insistencia, abandonando sus alturas.


Yo comprendo que el destino pasajero es echar pronto las yemas al aire, impacientar
el titilar de las luces ante la esperanza del fruto redondo que ha de albergarse en el aire,
para que éste le acaricie sus fronteras, solamente sus límites, sin que su hueso dulce entreabra
su propia capacidad de amor, blanco, lechoso, ignorante, y nos muestre sus suspicacias
como una interrogación que creciese de alambre hasta rematar su elástica curva.


Y un hombre que persigue perderá siempre sus bastones, su lento apoyo,
enhebrado en la hermosura de su ceguera.



En lugar de lágrima lloro la cabeza entera. Me rueda por el pecho y río con las uñas,
con los dos pies que me abanican, mientras una muchacha, una seca badana estremecida,
quiere saber si aún queda la piel por los dos brazos.


Corramos, antes que los telones se desplieguen. Antes que los pelos del lobo, que el hocico
de la madriguera, que los arbustos de la catarata se ericen y se detengan en su caída.
Antes que los ojos de este subsuelo se abran de repente y te pregunten. Corramos hacia el espanto.


Si Dios no me acusa, ¿por qué el alma me punza como una espina cuyo cabo está al aire,
flameando como un gallardete insatisfecho? ¿Por qué me saco del pecho este redondo
pájaro de ocasión, que abre sus luces en abanico duende y espía los rincones para desde allí
encantarme con su pausado jeroglífico? ¿Por qué esta habitación, como una caja de música,
se mueve, ondula sobre las aguas temerosas e insiste plenamente en su bella desorientación
frente al crepúsculo?


Pero el oro en la palma de la mano fulgura una seguridad tan grata,
que yo comprendo que el sueño lo han inventado los cansados,
los escépticos de su corazón mercenario, que golpeaba como una moneda en una jaula,
en un –delirante ayer- agrisado hoy volumen de gorjeo.
Perdóname que cuando se detiene la tristeza a la entrada de la esperanza adolescente,
no asomen todas las palomas, las más blancas, con sus voces humanas,
preguntando sobre la ruta apasionada.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El infinito ciclo (por Thomas Stearns Eliot)

Se cierne el águila en la cumbre del cielo,
el cazador y la jauría cumplen su círculo.
¡Oh revolución incesante de configuradas estrellas!
¡Oh perpetuo recurso de estaciones determinadas!
¡Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento!
El infinito ciclo de las ideas y de los actos,
infinita invención, experimento infinito,
trae conocimiento de la movilidad, pero no de la quietud;
conocimiento del habla, pero no del silencio;
conocimiento de las palabras e ignorancia de la palabra.
Todo nuestro conocimiento nos acerca a nuestra ignorancia,
toda nuestra ignorancia nos aproxima a la muerte,
pero la cercanía de la muerte no nos acerca a Dios.
¿Dónde está la vida que hemos perdido en vivir?
¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento?
¿Dónde el conocimiento que hemos perdido en información?
Los ciclos celestiales en veinte siglos
nos apartan de Dios y nos acercan al polvo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Frente al espejo (por Olga Orozco)

Frente al espejo, yo, la inevitable:
nada que agradecer en los últimos años,
nada, ni siquiera la paz con las señales de los renunciamientos,
con su color inmóvil.
Esta piel no registra tampoco el esplendor del paso de los ángeles,
sino sólo aridez, o apenas la escritura desolada del tiempo.
Esta boca no canta.
Ancha boca sellada por el último beso, por el último adiós,
es una larga estría en un mármol de invierno.
Pero ninguna marca delata los abismos
-ah intolerables vértigos, pesadillas como un túnel sin fin-
bajo el sedoso engaño de la frente que apenas si dibuja unas alas en vuelo.
¿Y qué pretenden ver estos ojos que indagan la distancia
hasta donde comienza la región de las brumas,
ciudades congeladas, catedrales de sal y el oro viejo del sol decapitado?
Estos ojos que vienen de muy lejos saben ver más allá,
hasta donde se quiebran las últimas astillas del reflejo.
Entonces apareces, envuelto por el vaho de la más lejanísima frontera,
y te buscas en mí que casi ya no estoy, o apenas si soy yo,
entera todavía,
y los dos resurgimos como desde un Jordán guardado en la memoria.
Los mismos otra vez, otra vez en cualquier lugar del mundo,
a pesar de la noche acumulada en todos los rincones, los sollozos y el viento.
Pero no; ya no estamos. Fue un temblor, un relámpago, un suspiro,
el tiempo del milagro y la caída.
Se destempló el azogue, se agitaron las aguas y te arrastró el oleaje
más allá de la última frontera, hasta detrás del vidrio.
Imposible pasar.
Aquí, frente al espejo, yo, la inevitable:
una imagen en sombras y toda la soledad multiplicada.

viernes, 4 de noviembre de 2011

El ciudadano desconocido (por W. H. Auden)

El Departamento de Estadística descubrió que era
alguien contra quien no había queja oficial,
y todos los informes sobre su conducta coinciden
en que, en el sentido moderno de una palabra anticuada, era un santo,
pues en todo lo que hizo sirvió a la Gran Comunidad.
Excepto por la guerra, hasta el día de su jubilación
trabajó en una fábrica y nunca fue despedido,
sino que satisfizo a sus patronos, Motores Fudge S.A.
Y sin embargo no era un esquirol ni tenía opiniones extrañas,
pues su Sindicato informa que cumplió con su deber
(nuestro informe sobre su Sindicato indica que era de fiar)
y nuestros trabajadores de Psicología Social descubrieron
que era estimado entre sus compañeros y le gustaba ir de copas.
La prensa está convencida de que compraba el periódico todos los días
y sus reacciones a la publicidad eran normales en todos los sentidos.
Las pólizas hechas a su nombre demuestran que estaba asegurado a todo riesgo,
y su cartilla de Atención Sanitaria indica que ingresó una vez en el hospital pero salió curado.

Tanto Sondeo de Producción como Alto Nivel de Vida declaran
que tenía actitud sensata entre las ventajas del Pago a Plazos
y poseía todo lo que necesita el Hombre Moderno,
fonógrafo, radio, coche y frigorífico.
Nuestros investigadores de Opinión Pública están convencidos
de que tenía las opiniones adecuadas según la época del año:
cuando había paz, estaba a favor de la paz; cuando hubo guerra, acudió.
Se casó y aportó a la población cinco hijos,
lo que era el número adecuado para un progenitor de su generación según nuestro Eugenista,
y nuestros maestros atestiguan que nunca se entrometió en su educación.
¿Era libre? ¿Fue feliz? La pregunta es absurda:
si algo hubiera ido mal, con toda seguridad nos habríamos enterado.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Trenes (por Joan Margarit)

Acostado a tu lado, oigo los trenes.
Cruzan mi frente sus fugaces luces
rasgando el horror tibio de esta noche.
La pausa de silencio me deja una luz roja,
una nota sobre este pentagrama
de cables y de vías oscuras y brillantes.
Acostado a tu lado,
oigo cómo se alejan con el ruido más triste.
Quizá me he equivocado no subiendo a uno de ellos.
Quizá el último acierto
sea -abrazado a ti-
dejar pasar los trenes en la noche.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Gracias (por Oliverio Girondo)

Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.
Gracias pelo
caballo
mandarino.
Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.
Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.
Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla
a la sangre
a los toros
a la siesta.
Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.
Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.
Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.
Oliverio Girondo,
agradecido.

martes, 1 de noviembre de 2011

Tristes, tristes (por Miguel Hernández)

Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.