zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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viernes, 31 de agosto de 2012

Todo ha quedado allá (por Julio Cortázar)


Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado
como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.
Todo ha quedado allá, las botellas, el barco,
no sé si me querían, y si esperaban verme.
En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos,
una sangría exploratoria lo batió alegremente en cuatro sets.
Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad,
yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.
Mi mujer sube y baja una pequeña escalera
como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.
Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche.
Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran
a la ventana que tengo a mi espalda.




jueves, 30 de agosto de 2012

Señales de lo inmenso (por Miguel Gaya)


Lo que trae el mar
parece estar
todo acabado,
todo roto,
irreconocible
o que da cuentas
de un mundo a pedazos,
molido por una fuerza
insensata.
Si acaso hay suerte
vendrá entre despojos
un caracol
o alguna otra cosa de inexplicable belleza
abandonados por capricho
entre algas oscuras
y mejillones.
Puede estar a la vuelta de la esquina
o habitar nuestros sueños.
Pero sus señales de lo inmenso llegan a nosotros
en un lenguaje
sin traducción.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Lo demás son palabras (por Miquel Martí i Pol)



Hay un remolino de agua donde las palabras se hacen dulces,
donde las palabras se hacen lentas y claras
como profundidades.
Hay un lugar en el espacio donde la voz os resuena,
donde la voz os rodea y seduce
como si gritarais en una cueva.
Si esto os digo es para sinceraros
con vosotros mismos.
No queráis descubrir qué fuerzas os mueven.
Hay la vida y la muerte, inmutables.
Lo demás son palabras.
Amaos, hermanos, por lo que os duele y os hechiza.


martes, 28 de agosto de 2012

He visto la vida desde ambos lados (por Joni Mitchell)


Como hileras y témpanos de pelo de ángel,
como castillos de helado en el aire;
como cañones de plumas por todas partes.
He visto a las nubes de ese modo.
Pero ahora no hacen más que cubrir el sol;
llueven y nievan sobre todo.
Hay tanto que habría podido hacer,
pero una nube me lo impidió.
Ya he visto a las nubes desde ambos lados
De arriba, de abajo,
y, sin embargo, de algún modo,
son sólo ilusiones de nubes las que recuerdo.
En realidad, no sé nada de las nubes.
Lunas y junios y ruedas de Chicago;
ese mareo danzante que se siente
mientras el cuento de hadas se va haciendo realidad.
He visto al amor de ese modo.
Pero ahora, no es más que un espectáculo.
Se quedan riendo mientras te alejas,
y, si te duele, que no lo sepan;
no te delates…
Ya he visto al amor desde ambos lados,
he dado y tomado
y, sin embargo, de algún modo,
son sólo ilusiones de amor las que recuerdo.
En realidad, no sé nada del amor.
Lágrimas y miedo;
sentirse orgulloso de gritar “te amo”;
sueños y planes y muchedumbres felices.
He visto la vida de ese modo.
Pero ahora, los viejos amigos actúan raro,
reprueban, me dicen que he cambiado;
bueno, algo se pierde y algo se gana
viviendo cada día.
Ya he visto la vida desde ambos lados,
He perdido y he ganado
y, sin embargo, de algún modo,
son sólo ilusiones de la vida las que recuerdo.
En realidad, no sé nada de la vida.



lunes, 27 de agosto de 2012

Centrifugado del reo (por Harkaitz Cano)


Hay a quien se le hace duro.
El truco consiste en mirar las cosas fríamente:
sentarse allí, en la silla, con la misma tranquilidad
con que uno lo haría en la peluquería,
con la única preocupación de si le cortarán
demasiado el flequillo o le arreglarán bien las patillas.
Inspeccionar con ojo clínico de trapero
aquel aparato lleno de correas: un electrodoméstico más.
Como si la silla fuese un congelador que ralentiza
fotogramas desperdiciados en amor y rencores
que te sobrevivirán en los cerebros de quienes te recuerden.
O mejor aún: mirar la silla,
observarla como si se tratase de un trono
del otro lado del espejo, o mejor, de una simple
lavadora. Eso es: quedémonos con la lavadora.
Mirarla como si se tratase de un aparato ensalivador
que masca tus camisas hasta darles el aroma del limón
y hace girar la ropa sucia de tu vida,
ropa que tú mismo has apelmazado y metido dentro.

Te conducen a ella, te invitan a sentarte,
atan las correas y te dan una última oportunidad
para decir algo:
quizá te dé por pedir un cómic de Hugo Pratt
mientras aguardas el desenlace.
Puede que te dejen fumar un último pitillo
(depende del día, las normas son las normas).
Nunca más deberás tender la ropa,
adiós al fatigoso incordio de coladas que gotean.
Todo ha acabado para ti. Y todo, esa palabra,
se te antoja un par de vaqueros aún no gastados,
cuando la silla eléctrica comienza a centrifugar.

El tiempo justo de preguntarte: -¿Quién vestirá mis ropas?

La furgoneta de los traperos ha alcanzado una curva
y bailan por última vez
las camisas del condenado.

Un viejo de lacia melena
introduce monedas en la secadora
mientras chupa la corteza de un limón
y sigue como si nada.



domingo, 26 de agosto de 2012

Ése de ahí atrás soy yo (por Antonio Lobo Antunes)

Así que no ser gran cosa es una cuestión hereditaria, no es un defecto mío. Parece mentira, pero en esta foto de colegio, ese de ahí atrás soy yo. No en ese lado, en el otro, ve avanzando con el dedo, por favor, el quinto contando desde la izquierda en la penúltima fila, ésa no es la penúltima, es la antepenúltima, exactamente, ahí, la penúltima, ahora ve avanzando con el dedo en sentido contrario, despacito, el gordo, el de gafas, el pelirrojo que en blanco y negro no se nota que es pelirrojo, no se distinguen las pecas, y después del pelirrojo, ahí, servidor, tal vez el único que no sonríe, ya preocupado, ya grave, ya abrumado por los mecanismos del mundo que insisten en superarlo, fíjate en el flequillo, en los brazos cruzados, en la arruga (la arruga sí se distingue) en medio de la frente, no era feo, claro que no, tampoco se puede decir que fuera guapo, pero por lo menos sí de facciones regulares, fue más tarde cuando me quedó la nariz así, cuando mi madrastra golpeó la puerta en el momento en que iba a entrar, no era feo ni bueno en gimnasia, mi madrastra decía que me pesaba el culo, decía que nunca había visto a nadie tan torpe en la vida, cuando se elegían los equipos de fútbol era siempre el último, mi madrastra meditando sobre ese asunto

-Tu padre tampoco fue nunca gran cosa en nada

así que no ser gran cosa es una cuestión hereditaria, no es un defecto mío y además el deporte no me interesaba demasiado, me quedaba sentado en una piedra contando las hormigas del sendero y preocupándome por mi culo pesado, eso en el colegio, en el instituto, en la mili, en el trabajo no tanto porque no tenía que correr ni hacer piruetas, además en el trabajo no conviene incluso correr ni hacer piruetas, que el jefe nos quiere compuestos y con la corbatita en su sitio, si es posible pausados, explicando todo por orden a los clientes, y pausado soy, el hecho de que me pese el culo contribuye a la solemnidad, no hay problema que no tenga su compensación, ¿no?, y creo que fue eso lo que te atrajo en mí, la lentitud, la educación, el método, la arruga que desde pequeño, en la penúltima fila (no en la antepenúltima, te has equivocado otra vez) me acompaña, debes de haber visto la arruga y pensado

-Al fin un hombre como es debido

y comenzamos a ir al cine los sábados, como amigos, nada de abusos, yo respetuoso, delicado, sin jueguitos de manos, me llevaste a cenar a casa de tu madre, le regalé una orquídea y tu madre

-Por fin un hombre como es debido

contándome, desde el principio, los dramas de la vesícula y yo, a cada pausa suya

-Claro

interesado, atento, puedo ser un desastre en gimnasia y en el fútbol pero interesado, atento

-Claro

concentradísimo en vesículas, a la tercera o cuarta cena un beso en las escaleras, sin arrebato ni exageraciones, casto, breve, y entonces comenzó, pausada como yo, la historia del ajuar, del piso alquilado, de los papeles en el Registro Civil, de los besos un poco más frecuentes, un poco menos castos pero sin exageraciones, más vale, y no obstante tu perfume y tus piernas me atontaban, y no obstante me apetecía, palabra de honor, acariciarte el pelo, olerte la piel, apretarte, disculpa la franqueza pero me apetecía apretarte, sentir tus huesos, tu barriga, lo que me da vergüenza contar, te escribí una carta hablando de eso, me pasé siglos con ella en el bolsillo y no te la mostré por decoro, por pudor, por miedo a escandalizarte, tu madre

-Un hombre un poco tímido, como es debido

observándome con más atención pero manteniendo su simpatía por mí ya que no había nadie más que soportase los caprichos de su vesícula, tu madre cavilando

-¿No será ... por casualidad?

y no soy ... qué horror, solamente soy atento y sensible, soy el quinto contando desde la izquierda de la penúltima fila, ve avanzando con el dedo y me encuentras, así como me encuentras aquí, a tu lado en el sofá desde hace trece años (que pasaron en un instante), tu madre se acabó muriendo, no por la vesícula, no, por culpa de un autobús que, en lugar de incluir dentro a las personas que esperaban en la parada se las llevó a todas, empujándolas con el parachoques, hasta el muro de al lado, donde las aplastó contra el anuncio de una corrida de toros, tu madre quedó a la altura de los cuernos hasta que los bomberos la despegaron del cartel y aún hoy continuamos con la demanda a la empresa de transportes, el sofá es de tres cuerpos y el suyo, el del medio, vacío, nosotros dos en los extremos y el del medio vacío, me da la impresión de que también en la cama estamos nosotros dos en los bordes y el lugar del medio vacío, si intento ocuparlo, tú en la oscuridad

-Estoy cansada

tú en la oscuridad

-Me duele la cabeza

tú en la oscuridad

-Ten paciencia, Fernando, ahora no

de manera que yo en el borde de nuevo, parece mentira pero en tu vida ese de ahí atrás soy yo, hay momentos en que me pregunto si te interesarías por mí en el caso de que hiciese unas piruetas como Dios manda o diera unos chutes certeros, y después llego a la conclusión de que estoy siendo injusto, claro que te interesas, es una cuestión de oportunidad, un día de éstos llego a casa y tú toda atildada a mi espera, tú

-Ven aquí



-Cabrito

tú sujetándome el mentón con el índice y el pulgar

-¿Cuál es mi cosa más bonita?

y tu cosa más bonita está aquí, servidor, no se puede decir que bonito pero por lo menos de facciones regulares, la nariz así de cuando mi madrastra golpeó la puerta de repente en el momento en que yo iba a entrar, pero el resto normal, soy tu cosa más bonita, soy tu cabrito y valió la pena, ¿no?, que hubiésemos esperado todo este tiempo para ser felices.

sábado, 25 de agosto de 2012

Pequeña carta a una rosa (por Roberto Juarroz)



Déjame ver que lloras, que tienes tantos párpados.
Déjame ver que gozas, sexo de tantos labios.
Ya sé que mi mirada te hace crecer espinas.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando callo.
Pero tú que en tus pétalos coleccionas mañanas,
tú que apretando alas, todo el amor del bosque
me lo das en tu breve primavera,
déjame que la mano te converse,
déjame...
digital biografía de los duendes,
cerebro del jardín, pasto del sueño,
que encuadernada en pétalos no vuelas,
pero en el aire estás, te vas muriendo
cuando te respiramos,
cuando empieza a vivir tu vegetal cadáver,
cuando a vivir empiezas como pájaro,
como trino extraviado que oye sólo el olfato.
Ya sé que eres tan vieja como yo cuando canto;
sin embargo,
yo que en tu poco espacio tanto aprendo,
que veo en tu rocío que hay párpados secretos,
vuelvo a tocar tu abismo que cabe en una mano.
Tú, que guillotinada, vives ya de los vidrios
de mi fluvial mirada, siempre triste,
tú qué creces de súbito
cuando te da estatura mi llanto jardinero,
tú, que sin comprenderlo,
indefensa en mis manos me defiendes.



viernes, 24 de agosto de 2012

Yo distingo sus pasos (por José Agustín Goytisolo)


Entre todos los ruidos de la noche
yo distingo sus pasos. Sé
cómo va vestida, lo que piensa,
qué música prefiere. No me importa
su nombre, dónde vive
o en la casa de quién, y todavía
mucho menos aún qué hará mañana,
hacia dónde se irá, qué oscuros trenes
la envolverán con su jadeo sordo,
qué manos retendrán su mano tibia.

Ella camina ahora, y yo la siento
cerca de mí, real, cansada, siempre
con ojos asombrados, esperando
que algo nuevo suceda, algo que cambie
el monótono ritmo de las horas,
un gesto, acaso, que ella entendería,
y no sabe cuál es. Sólo la noche
acompaña sus pasos desolados,
le da cobijo entre las multitudes;
sólo la noche, como yo, la espera.

jueves, 23 de agosto de 2012

Estrella cenicienta (por Georges Bataille)



Mi amante la muerte
estrella de cal viva
corazón de hielo corazón de agua
corazón de cabellos de escarcha
estrella cenicienta
silencio sin labios.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Ya no te amo (por Julio Cortázar)

La lenta máquina del desamor,
los engranajes del reflujo,
los cuerpos que abandonan las almohadas,
las sábanas, los besos,
y de pie ante el espejo interrogándose
cada uno a sí mismo,
ya no mirándose entre ellos,
ya no desnudos para el otro,
ya no te amo,
mi amor.

martes, 21 de agosto de 2012

¿Qué polígonos? (por Saiz de Marco)


¿Qué sé de los cerebros que me amaron?

¿Qué sé de sus neuronas y sus nexos
sus dibujos
sus formas
sus contornos?

¿Qué senderos recorrió la energía
qué trayectoria anduvo entre las células?

¿Qué engarces se trabaron al amarme?

¿Qué estructuras surgieron entonces
qué trayectos
qué curvas
qué polígonos?

Cerebros humanos o de animales que alguna vez me amaron
¿qué circuitos
qué líneas de una rara geometría se trazaron allí
dentro de ellos?


lunes, 20 de agosto de 2012

Son ellos (por Miguel Gaya)


Todos los muertos de pie
uno junto al otro
en la bruma de la mañana
entre el verde de los pajonales
inclinados de rocío
Son ellos
Los hermanos los amigos
las novias
los que fuimos
entre los jirones de la niebla
y la humedad
de la mañana
Perfilándonos
todos
De pie
Sin desamparo
Sin futuro
Sin tiempo

domingo, 19 de agosto de 2012

Levantándome rojo de ese abrazo (por Conrad Potter Aiken)


Rojo es el color de la sangre, y lo buscaré
Lo he buscado en el pasto
Es el color del escarpado sol visto a través de los párpados.
Está escondido bajo la suave piel de las mujeres
Fluye ahí, silenciosa fluye.
Monta desde el corazón hasta los templos, la boca que canta
Como la fría savia escala a la rosa.
Estoy confundido en telarañas y nudos de escarlata
Girando en la oscuridad
O transportados desde las bocas de arañas hambrientas.

¡Locura por el rojo! Devoro las hojas del otoño,
Me canso del verdor del mundo
Yo mismo soy una boca por sangre

Aquí en la dorada neblina del tardío sol
Permítenos caminar con la luz en nuestros ojos.
A una exhibición temprana predeterminada
Mira: Hay gaviotas en estos cielos de ciudad
Incendiándose contra el azul.
Pero yo no pienso en las gaviotas, pienso en ti.

Tus ojos con el tardío sol en ellos
Son como piscinas azules abrillantados con pétalos amarillos
Este verde pálido les viene bien.

Aquí está su dedo, con una esmeralda en él:
La que te di. Digo estas cosas educadamente
Pero lo que digo bajo ellas, quién puede saber?

Pues pienso en ti, colapsada contra una blancura
Desollada y deshecha con una cara apagada,
Pienso en ti, escribiendo algo de escarlata
Y yo, levantándome rojo de ese abrazo

El sol de noviembre es luz vertida a través de miel:
Cosas viejas, en tal luz, crecen sutiles y bien.
Cenizos desnudos son como fuego quieto.
Háblame; ahora bebemos el vino de la tarde
Mira cómo nuestras sombras se arrastran por la tumba!
Y de esta forma cómo la grava empieza a brillar!

Este es el tiempo del día para recolecciones,
Para arrepentimientos sentimentales y alusiones oblicuas,
Hojas de rosa, arrugadas en un frasco mohoso.
Lánzalas al viento! Vienen tempestades.
Está oscuro, con una estrella ventosa.

Si las bocas humanas fueran en verdad rosas, cariño,
(¿por qué debemos unir así las cosas?),
te arrancaría la tuya pétalo por pétalo asesinándote lentamente.
Cortaría los estambres, los pistilos,
Los dorados y los verdes
Repartiendo la sutil dulzura que fue tu aliento
En una fría ola de muerte…

Ahora déjanos regresar, lentamente, como vinimos.
Encenderemos el cuarto con velas; ellas brillarán
Como filas de amarillos ojos.
Tu cabello se mueve como el fuego, por la luz de las velas.
Me sonríes, dices nada. Eres sabia.

Pues pienso en ti arrojada en oscuridad brutal;
Aplastada y roja, con rostro pálido.
Pienso en ti con tu cabello desordenado y escurriendo
Y yo, levantándome rojo de aquel abrazo.


sábado, 18 de agosto de 2012

Cada una de tus sístoles (por Wislawa Szymborska)


Gracias te doy, corazón mío,

por no quejarte, por ir y venir

sin premios, sin halagos,

por diligencia innata.



Tienes setenta merecimientos por minuto.

Cada una de tus sístoles

es como empujar una barca

hacia alta mar

en un viaje alrededor del mundo.



Gracias te doy, corazón mío,

porque una y otra vez

me extraes del todo,

y sigo separada hasta en el sueño.


Cuidas de que no me sueñe al vuelo,

y hasta el extremo de un vuelo

para el que no se necesitan alas.



Gracias te doy, corazón mío,

por haberme despertado de nuevo,

y aunque es domingo,

día de descanso,

bajo mis costillas

continúa el movimiento de un día laboral.

viernes, 17 de agosto de 2012

¿Qué será de las cosas? (por Gloria Fuertes)


A las cosas, nuestras cosas,
les gustan que las quieran;
a mi mesa le gusta que yo apoye los codos,
a la silla le gusta que me siente en la silla,
a la puerta le gusta que la abra y la cierre
como al vino le gusta que lo compre y lo beba,
mi lápiz se deshace si lo cojo y escribo,
mi armario se estremece si lo abro y me asomo,
las sábanas son sábanas cuando me echo sobre ellas
y la cama se queja cuando yo me levanto.
¿Qué será de las cosas cuando el hombre se acabe?
Como perros las cosas no existen sin el amo.


jueves, 16 de agosto de 2012

Ausencia del hombre, fuga de carne (por Joaquín Pasos)

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras
familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su
carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño
mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido
acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.
El agua es la única eternidad de la sangre.
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre.
Su violento anhelo de viento y cielo,
hecho sangre.
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo,
mañana estará seca la sangre.
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina
podrán llenar el hueco del corazón vacío.
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro
palpitante,
la constancia viva de un grifo,
el grueso líquido.
El río se encargará de los riñones destrozados
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres.
Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre.
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin
dolor.
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro
cuerpo de metal
igual al del soldado de plomo que no muere,
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por
tus obras,
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo,
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos,
que por tu metal admitirá una bala en su pecho,
que por tu agua devolverá su sangre.
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir
otro cuchillo.
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte,
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño,
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes,
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la
carne.
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas,
si los campos no están sembrados de bayonetas,
si no han reventado a su tiempo las granadas...
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo
que no sea un fecundo nido de bombas robustas;
decid si este diluvio de fuego líquido
no es más hermoso y más terrible que el de Noé,
¡sin que haya un arca de acero que resista
ni un avión que regrese con la rama de olivo!
Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios
fundidos.
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica,
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones
de bakelita,
vuestros risibles y hediondos pies de hule,
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas,
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha
sostenido una estatua.
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba
su viaje.
Se asoman a la borda y escudriñan el agua,
se asoman a la torre y escudriñan el aire.
Pero no hay nada.
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros.
Señor capitán, ¿a dónde vamos?
Lo sabremos más tarde.
Cuando hayamos llegado.
Los marineros quieren lanzar el ancla,
los marineros quieren saber qué pasa.
Pero no es nada. Están un poco excitados.
El agua del mar tiene un sabor más amargo,
el viento del mar es demasiado pesado.
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje.
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos,
han perdido el habla.
No ha pasado nada. Están un poco excitados.
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla.
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos
de la cábala.
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las
de navegar.
Todas los signos llevaban su signo.
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser
pintada con colores de sangre de fantasma,
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el
viento.
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si
fuera viniendo.
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y
besaba a cada hombre.
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora
de marfil.
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía;
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa.
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas,
Sobre el río de todos los puentes,
por el cielo de todas las ventanas.
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una
niebla borracha.
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de
mendigos,
era un diluvio en el aire.
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo.
Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio,
con el hueco de un corazón fugitivo,
con la sombra del cuerpo
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio,
con el espacio vacío de una mano sin dueño,
con los labios heridos
con los párpados sin sueño,
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del
resentimiento
y el narciso,
con el hombro izquierdo
con el hombro que carga las flores y el vino,
con las uñas que aún están adentro
y no han salido,
con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo,
con el aliento,
con el silbido,
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de
líquido
con el último verso del último libro.
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío.
Somos la orquídea de acero,
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la
espada,
somos una vegetación de sangre,
somos flores de carne que chorrean sangre,
somos la muerte recién podada
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un
inmenso jardín de muertes.
Como la enredadera púrpura de filosa raíz,
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre
y sube y baja según su peligrosa marea.
Así hemos inundado el pecho de los vivos,
somos la selva que avanza.
Somos la tierra presente. Vegetal y podrida.
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris.
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos,
nuestro dolor brillante en carne viva,
oh santa y hedionda tierra nuestra,
humus humanos.
Desde mi gris sube mi ávida mirada,
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido,
desde el fondo de un vértigo lamoso
sin negro y sin color completamente ciego.
Asciendo como topo hacia el aire
que huele mi vista,
el ojo de mi olfato, y el murciélago
todo hecho de sonido.
Aquí la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo
puede imaginar si vamos o venimos,
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso,
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos
y en esta cruel mudez que quiere cantar.
Como un súbito amanecer que la sangre dibuja
irrumpe el violento deseo de sufrir,
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne
y el rabioso corazón ladrando en la puerta.
Y en la puerta un cubo que se palpa
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo,
hasta más hondo aún, hasta el agua,
y en el agua una palabra samaritana
hasta más hondo aún, hasta el beso.
Del mar opaco que me empuja
llevo en mi sangre el hueco de su ola,
el hueco de su huida,
un precipicio de sal aposentada.
Si algo traigo para decir, dispensadme,
en el bello camino lo he olvidado.
Por un descuido me comí la espuma,
perdonadme, que vengo enamorado.
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces.
Pájaros muertos, árboles sin riego.
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo.
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno,
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno.
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza,
tú, la invitada al viento en fiesta,
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre
la verja
tú que miraste a un caballo del tiovivo
quedar sobre la grama como esperando que lo montasen
los niños de la escuela,
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta.
Los frutos no maduran en este aire dormido
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos,
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera
sonámbula, sin sentido.
La naturaleza tiene ausente a su marido.
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del
cultivo
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de
la boca del hombre herido.
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido,
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles
inscritos.
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo.
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido!
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido!
¡Qué dieras por que sembraran en tu carne un hijo!
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo.
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado
en seco.
No es un dolor por los heridos ni por los muertos,
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de
huérfanos.
Es el dolor entero.
No pueden haber lágrimas ni duelo
ni palabras ni recuerdos,
pues nada cabe ya dentro del pecho.
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio.
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro.
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto
vacío o lleno.
Las vidas de los que quedan están con huecos,
tienen vacíos completos,
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos.
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho,
para ver cielos e infiernos.
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros:
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro.
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero:
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos!
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo,
días, cosas, almas, fuego.
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Poesía (por Charles Bukowski)





hace


falta


mucha






desesperación






insatisfacción






y


desilusión






para


escribir






unos


pocos


buenos


poemas.






no todo


el mundo


puede






escribir-


la






e incluso ni siquiera






leer-


la.

martes, 14 de agosto de 2012

Refugio para ahogados (por Carmen Rubio)


Tantos años cerrada,
se enciende cada noche al resplandor
que emiten las luciérnagas.
Como una vieja barca sin remedio,
se perfila en la roca donde termina el mar
y se proclama
refugio para ahogados.

Sus muebles como escombros,
se amortecen de olvido.
Con el alma poblada de maleza,
dirige su atención a los cristales
por si una risa niña jugara entre los pinos,
por si los muros
que aún sostienen su cuerpo resonaran
con un canto infantil
o con las claras voces de un surtidor de pájaros.

Todo
lo que yo tanto quise se ha perdido.
No puedo asimilar esta miseria
que se asienta en mi casa.

Puede que aquellos rostros
de los seres que amé aún se mantengan
doblados como ropa en los baúles
con bolas de alcanfor para burlar la edad.
Ya sólo espero
ver salir a mi madre de entre tanta ruina.

lunes, 13 de agosto de 2012

No me importa, poema, quién te escriba (por Andrés Trapiello)


Desalojé mi mesa de cuadernos,
de libros, de papeles.
Plegué mi ordenador portátil,
y la negra ventana que del mundo
metía tanto ruido se cerró.
Desnuda como el día en que la trajo
del taller Pepe Cancho, el carpintero,
quedó irreconocible y sólo entonces
por vez primera en años pudo verse
el dorado oleaje del nogal.
Así siguió durante mucho tiempo.
Cuando pasó esa prueba,
traje el otoño, el mar y unos caminos
e, igual que lapiceros con la punta
afilada, los puse frente a mí
de mayor a menor, como si fueran
una flauta de Pan. Hice lo propio
con algunas palabras de la calle
que perdidas vagaban como perros.
Vino también la muerte, celosa de tal orden,
y me sirvió de vaso: puse en ella una rosa.
El traje de tintero quedó para la noche,
y el silencio pidió el del ruiseñor.
No me importa, poema, quién te escriba
ni cuándo ni en qué sitio,
ni si no fuera yo. 

domingo, 12 de agosto de 2012

Ese día (por Slavko Mihalic)




Ese día no dudarás por cuál de las puertas del


tranvía entrar. No ojearás las caras de los paseantes,


ese alegre libro, ni siquiera advertirás que bajaste.


Sólo constatarás que los periódicos


ya están en el bolsillo, que el paraguas está levantado y que


estás solo parado en la plaza. Ese día cuando el sol sea


igualmente gris que todo lo demás; ningún pensamiento loco


se te ocurre frente a la entrada del banco; sólo deja a un lado la cafetería porque


no quieres beber nada. Sin ninguna intención paras a la mujer


más habladora, la que te mira con burla y no dice


ni una palabra. Ese día cuando no percibes


al vendedor callejero de lotería. No entras ni a la librería


ni a la pescadería, ni en una vitrina miras


a qué te pareces ahora. Cuando a ninguna pasajera


la imaginas en la cama. Cruzas la calle


para no encontrarte con un amigo o sólo pasas


a través de él sin ninguna consecuencia para los dos.


Giras la cabeza para no ver la puerta de tu oficina


y no sientes remordimiento. No te paras para escuchar


al hombre que toca la flauta, ni a ese que grita,


sino que vas a la parte de la ciudad donde no hay ni altavoces


ni sirenas, sólo que por todos lados se levantan monumentos


con nombres descamados. Ese día cuando no deseas


regresar sino que te hundes profundamente en el silencio. Cuando


allí te disipas totalmente y ya nadie trata de


encontrarte.




sábado, 11 de agosto de 2012

También hacia la luz y hacia la vida (por Antonio Machado)


Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.

El olmo centenario en la colina
que lame el Duero... Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en una mísera caseta
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas...,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera,
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

viernes, 10 de agosto de 2012

En este instante (por Chantal Maillard)


Un hombre es aplastado.
En este instante.
Ahora.
Un hombre es aplastado.
Hay carne reventada, hay vísceras,
líquidos que rezuman del camión y del cuerpo,
máquinas que combinan sus esencias
sobre el asfalto: extraña conjunción
de metal y tejido, lo duro con su opuesto
formando ideograma.
El hombre se ha quebrado por la cintura y hace
como una reverencia después de la función.
Nadie asistió al inicio del drama y no interesa:
lo que importa es ahora,
este instante
y la pared pintada de cal que se desconcha
sembrando de confetis el escenario.

Tuerzo la esquina. Apresuro el paso. Se hace tarde y aún no he almorzado.

jueves, 9 de agosto de 2012

Así rodarán los días (por Ricardo Dávila)


A la madrugada en punto, antes de que despiertes, escribiré cuatro libros de poesía.
Al quince a las sol, besaré tu boca, tu cuello y ejerceré mis versos en tu cuerpo.
De ahí hasta las mediodía, nos esconderemos del tiempo.
A las viento y tarde, bailaremos en el cielo, plantaremos un árbol, visitaremos al abuelo.
A las sol y media, declararemos victoria frente a la televisión y el dinero.
A las sombra de la tarde, nos fugaremos entre risas y juegos.
Entre las sol y el ocaso, tomaremos nuestras manos, conversaremos con los perros, fumaremos un cigarro y preguntaremos cosas.
A la luna exacta, bajo un cielo tupido de besos callados, mis manos, espejos de tu cuerpo, recogerán la lluvia que resbala por las mejillas del aire, tus mejillas;
hablarán de caricias hasta que sea la madrugada en punto y retorne yo a mis versos.
Así rodarán los días a partir de mañana.
Te lo digo desde ahora, para que mandes al carajo los relojes.



miércoles, 8 de agosto de 2012

Esa otra mitad que nos falta (por Karigüe)



otra vida
como si fuera sombras transparentes
vivas
sucedía, pasaba y muchas veces
parecía dormida cuando estábamos
despiertos
de noche aparecía como sueños
pesadillas, aunque algunos
nos llenaban de alegría
el solo volverlos a recordar
desanudaba los embrollos y
problemas, nos sacaba
de en medio de esas luchas
inútiles
son como ángeles que te susurran
al oído, lo que después dices
en forma natural
a veces está junto a ti
plenitud, armonía, paz, amor –dices
es esa otra mitad que nos falta
pera volver a ser
un astro




martes, 7 de agosto de 2012

Terrible, monstruosamente cuerdo (por León Felipe)


Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto y... ni en España hay locos.
Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Oíd... ésto,
historiadores... filósofos... loqueros...
Franco... el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez repartiendo castigos y premios,
en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,
y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,
con el pulso normal, con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas y en su lugar los huesos...
El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios...
y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo...
¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros).
¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo, cuándo es cuando se enuncian los conceptos
absurdos y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido, monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice por ejemplo:
No es verdad. Dios no ha puesto
al hombre aquí, en la Tierra, bajo la luz y la ley del universo;
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello?
¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo
y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora... ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto
y... ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,
terrible, monstruosamente cuerdo!...
¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!
Este reloj..., este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto...,
perfecto, ¡perfecto!



lunes, 6 de agosto de 2012

La pérdida de tu respiración a mi lado (por Joaquín Pasos)


Este gozo de alcoba, tan de lino, lleno de sábanas,
este palpitar de almohadas bajo las sienes dormidas,
este nuevo llegar hasta el corazón de la cama
y luego saber que el pie, la mano, lo que a uno le queda de
pecho, busca, dice, escribe, grita tu nombre,
y cualquiera siente el momento que se aproxima de morir
acostado.
¿Qué es esto sino la ausencia de tu sueño,
la pérdida de tu respiración a mi lado?
Se ha perdido ya el hueco de tu cuerpo
que era la voz de tu carne desnuda hablándole
íntimamente a la ropa planchada,
diciéndole a qué horas el brazo serviría de almohada
y cómo el tibio vientre palpitaría como otra almohada viva,
funda de seda de nervios y de sangre. 


domingo, 5 de agosto de 2012

La fuerza (por Saiz de Marco)


La fuerza de no venirte abajo
cuando todo te grita Vente abajo.

La fuerza de no desmoronarte
cuando todo te pide Desmorónate.

La fuerza de asumir y encajar
cuando todo propone No asumas, no encajes.

La fuerza de levantarte de nuevo
cuando todo dice Quédate ahí, tirado.

La fuerza de seguir adelante
cuanto todo te ordena Media vuelta.

La insospechada fuerza de erguirte pese a todo.

La fuerza a la que admiran, veneran
en secreto (no lo admitirán nunca)
todas las demás fuerzas. 

sábado, 4 de agosto de 2012

¿Cuántos seré? (por Antonio Lobo Antunes)


Once y siete de la noche, levanto la cabeza hacia la ventana de la cocina y veo, repetido en el cristal, a un hombre que escribe sentado a la mesa, con una de sus manos en el papel y la otra en la frente. En la encimera, naranjas, frascos transparentes que brillan, un frasco oscuro entre los frascos transparentes
(¿qué tendrá dentro?)
y a mi alrededor y a través de mí luces de casas, árboles negros, la lluvia que multiplica los movimientos y les cambia el color, ora azules, ora amarillos, ora casi rojos. Ahora es la mano que sujeta la pluma la que recorre la frente con los dedos, despacito. Vuelvo a escribir y el hombre escribe también. Yo escribo esto. Él, aunque me imite en todo, juraría que escribe cualquier otra cosa. ¿Qué? Poniéndome en su lugar, supongo que imagina que soy yo quien escribe cualquier otra cosa. Probablemente, ninguno de nosotros escribe esto. Probablemente ambos escribimos cualquier otra cosa. ¿Cuántos seré?
No sé si os parecerá extraño lo que voy a decir, pero hay momentos en que siento junto a mí a las personas que han muerto
Automóviles en el viaducto, con faros que se duplican en el asfalto mojado. Los faros de los automóviles, redondos; los faros en el asfalto húmedo, alargados. Me rasco la cabeza, el hombre se rasca la cabeza. Intento no mirarlo.
No sé si os parecerá extraño lo que voy a decir, pero hay momentos en que siento junto a mí a las personas que han muerto. Un peso de presencias como cuando sabemos, por un pálpito, en la espalda, que nos observan al pasar. Nos volvemos y es verdad: ahí hay una cara fija en nosotros que se desvía enseguida. La cara de un extraño o de una extraña que no volveremos a encontrar. Hay momentos en que da la impresión de que las cosas repiten mi nombre. ¿Qué harán las personas que han muerto cuando no están conmigo? ¿Cómo logran adivinar que estoy aquí?
Cuando una persona escribe, todo se vuelve tan extraño: caminamos solos en un desierto de voces, de recuerdos que no nos pertenecen, de deseos ajenos. Dos más dos no da cuatro, da veintidós. Dostoievski afirmaba que dos más dos cuatro es una pared. Cuando una persona escribe, se instala en ella otra lógica que nos asusta. Al dejar el trabajo para el día siguiente, se tarda en volver al mundo de los otros, donde hay grifos, impuestos y periódicos. En el tejado contiguo al mío, un gato bajo la lluvia. Acaba encontrando refugio junto al canalón.
Dentro de poco acabo esto, junto los folios y me levanto. Los golpeo sobre la mesa para emparejarlos. El António Lobo Antunes del reflejo golpea los suyos en el cristal para emparejarlos. Cuando se publique la crónica, ¿cuál de las nuestras saldrá?
Doce de la noche y diecinueve en el reloj redondo. Hoy, el viento ha sacudido los árboles toda la tarde. Un mendigo viejo y una gitana con su hijo en brazos pedían limosna junto a un semáforo. El marido de la gitana echó al viejo. El viejo se acuclilló bajo la arcada de un edificio rezongando. Usaba una chaqueta sorprendente, a mitad de camino entre el oficial de Marina y el portero. Y pantalones galoneados. En una de las rodillas un remiendo con una tela diferente. Botas destrozadas. Un anillo en el pulgar. El marido de la gitana, en cambio, tenía una dignidad de embajador asirio. Los conductores de los automóviles ante quienes se inclinaban podrían ser sus criados. La gitana con el hijo en brazos desentonaba al lado de esta pareja de aristócratas: delgaducha, fea, con un defecto en el labio. El agua se le escurría del pelo, de la nariz, de la frente. Si siguiese lloviendo, las facciones se le escurrirían también y quedaría vacía. El viejo navegante fumaba como quien bebe zumos con pajita, hacía caer la ceniza con la uña veterana. Comienzo a luchar contra el sueño para acabar este texto. Es el reflejo el que abre la boca, no yo. Además, se parece cada vez menos a mí, me hace acordar al individuo con el que me encuentro por la mañana lavándose los dientes, todo párpados y sin afeitar, observándose a duras penas o instalándose en el bidé, sin quitarse el pijama, con la intención de seguir durmiendo. Abro la ducha para despabilarlo: allí está él, de pie detrás de la cortina, mirando el jabón y preguntándose
-¿Para qué sirve esto?
El jabón resbala en la bañera. Intenta cogerlo con el pie, atraerlo hasta el borde sin dejarlo caer, en una operación laboriosa. El jabón se asemeja a un caramelo gigante. Pensándolo bien, tal vez sería mejor publicar la crónica del hombre reflejado en la ventana de la cocina. Ninguno de los dos repara en el otro, él allá y yo aquí, imitándonos. Cuál de los dos entregó la moneda a la gitana que ni siquiera dio las gracias, la escondió luego en una especie de chal y salió de carrerilla bajo la lluvia hasta la marquesina de la parada del autobús donde un señor con gabardina fingió no verla, preocupado por una mancha en la manga, frotando, frotándola. En la encimera de la cocina, naranjas, frascos transparentes que brillan. No sé por qué motivo hay una rosa en un vaso. Medio seca, pobre, las hojas del tallo pálidas, los pétalos que poco a poco se ennegrecen. La cabeza de la rosa va inclinándose, inclinándose, acercándose a la mía. Ya no huele. Ningún automóvil en la calle. El gato ha desaparecido. Me llevo los folios y, al llegar a la puerta, me doy cuenta de que el hombre del reflejo sigue escribiendo. Publiquen su crónica y tiren ésta. De todos modos, no llegaré a terminarla.

viernes, 3 de agosto de 2012

Desterrado (por Manuel José Arce)


Nada de esto es así.
Ésta no es nuestra tierra.
Ni ésta ni cualquier otra ni el agua.
Yo soy un desterrado.
Todavía mi espalda tiene dolor de alas.
Nunca podré aprender a tocar las monedas:
Se palpan
se acarician,
se toman fieramente,
¿o se les busca algo?
Yo soy un desterrado,
un extranjero,
un intruso que se halla entre nosotros
con un martillo absurdo entre las manos
y un impulso distinto
que me lleva
por camino contrario.
No soy de aquí.
No sé de dónde vine.
Y no sé a dónde voy.
No me gusta.
Nada de esto me gusta.
Me irritan vuestras caras de organismo.
Me molestan estas vuestras palabras que ahora uso.
Nada de esto me gusta.
¿Quién me obliga a necesitar de esto que no me gusta?
Mirad,
vengo a deciros,
¡pero no!
¡Qué nos importa!
Yo no soy de los vuestros.
Todavía mi espalda tiene dolor de alas.
Y vuestras rabadillas tienen dolor de colas.
Yo fui un ángel, primero;
después, fui un gran silencio
y un día seré Dios.
Vosotros fuisteis micos
y seguís siendo micos.
Después seréis gusanos y excremento.
¡Os excomulgo de mi credo limpio!
¡Os destierro del cosmos que sostengo!
¡Os clausuro la entrada de la vida que vivo!
¡Os expulso de todo!
Y sin embargo sigo entre vosotros,
y usando las palabras de vosotros,
y usando las palabras de vosotros.
Compartiendo temores y miserias
-hambre, muerte, cansacio-
que no van con mis alas.
Yo soy un desterrado.
¡Pero algún día volveré a mi reino!