jueves, 17 de junio de 2010

45 años (por Dámaso Alonso)

Mi portento inmediato,
mi frenética pasión de cada día,
mi flor, mi ángel de cada instante,
aún como el pan caliente con olor de tu hornada,
aún sumergido en las aguas de Dios,
y en los aires azules del día original del mundo:
dime, dulce amor mío,
dime, presencia incógnita,
45 años de misteriosa compañía,
¿aún no son suficientes
para entregarte, para desvelarte
a tu amigo, a tu hermano,
a tu triste doble?
¡No, no! Dime, alacrán, necrófago,
cadáver que se me está pudriendo encima
desde hace 45 años,
hiena crepuscular,
fétida hidra de 800.000 cabezas,
¿por qué siempre me muestras sólo una cara?
Siempre a cada segundo una cara distinta,
unos ojos crueles,
los ojos de un desconocido,
que me miran sin comprender
(con ese odio del desconocido)
y pasan:
a cada segundo.
Son tus cabezas hediondas, tus cabezas crueles,
oh hidra violácea.
Hace 45 años que te odio,
que te escupo, que te maldigo,
pero no sé a quién maldigo,
a quién odio, a quién escupo.
Dulce,
dulce amor mío incógnito,
45 años hace ya
que te amo.

6 comentarios:

  1. El amor y la luna se parecen: cuando no crecen, menguan.

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  2. Cualquier problema sencillo se convierte en insalvable si se hacen las suficientes reuniones para discutirlo.

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  3. Soy humano por naturaleza y francés por azar.

    (MONTESQUIEU)

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  4. Piedra del río,
    fresca como si el agua
    corriera dentro.

    (SUSANA BENET)

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  5. Quien te dio por nombre Lola
    no supo ponerte nombre,
    que debió de haberte puesto
    la perdición de los hombres.

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  6. De niño te pasabas horas y horas
    sentado en la ribera del Spoon turbio.
    Los ojos fijos en la entrada de la guarida,
    esperando que el cangrejo de río
    saliera y se arrastrara por la orilla arenosa.
    Veías primero sus antenas trémulas,
    briznas de paja al viento.
    Luego su cuerpo de color de greda,
    adornado por ojos negro-azabache.
    Como en trance te preguntabas:
    qué sabe, qué desea, para qué vive el cangrejo.
    Más tarde dirigiste la mirada
    hacia hombres y mujeres
    ocultos del destino en sus guaridas
    de las grandes ciudades
    y esperaste que salieran sus almas
    para ver cómo
    y con qué objeto viven
    y para qué se arrastran con tanto afán
    por la orilla arenosa en la que falta el agua
    cuando termina el verano.

    (EDGAR LEE MASTERS)

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