Y más tarde la lluvia
salpicó mi tristeza en su dulce abandono
y cubrí mis heridas
con la suave ternura del papiro y del loto.
Y recordé esos versos de mi adolescencia
que tanto exaltaron mi espíritu inquieto:
¡Dios mío, qué solos se quedan los muertos!
Y respiré esa brisa que tú respirabas
y exprimí del junco la última gota que
alivió mi inquina y mi resquemor.
Y más tarde la lluvia inundó las arenas
y el cálido cactus se empapó de recuerdos.
Miré tu mirada
enjuagando mi rostro con tus lágrimas frías
y sentí la agonía de tu muerte en la mía
como si fuera amor.
Y sentí tu agonía
tu muerte y la mía
y sentí tu mirada
como si fuera amor.
ES BONITO, SALUDOS
ResponderEliminarManuel, nos alegra mucho ver tus comentarios. Mucha gente pasa por aquí, bebe un poquito de zumo y se va sin dejar tarjeta, así que nos congratula que alguien como tú deje su firma en el libro de visitas.
ResponderEliminarSi el pretencioso supiera lo ridículo que resulta, por su propia pretenciosidad sería humilde. (STEFAN ZWEIG)
ResponderEliminarNo temo a la muerte
ResponderEliminarpor perder la vida,
sino por perderte.
ResponderEliminarPor no llegar,
ni siquiera he llegado
a ser yo misma.
(CUQUI COVALEDA)
ResponderEliminarNo canto pa que me escuchen,
ni pa sentirme la voz,
canto pa que no se junten
la pena con el dolor.
La felicidad está hecha de pequeñas cosas. Una pequeña mansión, una pequeña fortuna, un pequeño yate...
ResponderEliminar(GROUCHO)
La lluvia cree que el paraguas es su máquina de escribir.
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