Como dos islas,
como dos animales de distinta especie,
como una margarita con un sable,
como un trozo de ónix con un álamo,
nunca podremos
reproducirnos,
tener un hijo, una semilla,
algo en común y perdurable, parecido
a lo de todo el mundo: fotografías,
un día semanal para ir al cine,
ciertas costumbres,
modos insustituibles
de hacer (y deshacer) el amor, un espejo.
Existen fuerzas,
circunstancias, océanos, imanes de crueldad
que nos separan
irremediablemente, anclas, cadenas,
emigraciones
de golondrinas
que nos hacen perversos, diferentes,
mutuos devoradores,
especialistas
en vidrios rotos y poemas,
malas palabras y sollozos.
Y sin embargo, cuánta penuria en comprender
que también somos
dos dársenas vacías, dos pedazos de luna,
dos péndulos rabiosos,
oh, mi amada, blancura inolvidable,
última pertenencia,
mi destructora,
mi adorable destruida, mis cenizas.
Tan grande, tan infinita, es la distancia de la disfluencia, la lejanía novedosa de dos corazones que estuvieron juntos y deciden andar por caminos separados.
ResponderEliminarLa maleta común en las dársenas vacías, ¿dónde será enterrada? Precioso el poema. María Jesús Mingot
ResponderEliminarLlover y no escampar, ni se vio ni se verá.
ResponderEliminarEl principio es la mitad de todo.
ResponderEliminar(PITÁGORAS)
Yo también me casaría
ResponderEliminarsi la vida de casado
fuese como el primer día.
ResponderEliminarPANTEÓN
Hasta en la muerte
pretenden distinguirse
algunos hombres.
(SANDRA SÁNCHEZ)