Esta soledad que arrasa el rescoldo de la risa,
lloro en mi sima ensimismada, laúd muerto,
hambre de no dormir ya entre tus labios,
invento amaneceres a tu lado.
Brisa de colibríes, el amor como un óxido
que cubre la cansada osamenta de la espera,
la inocente guardia en las esquinas
para verte pasar y nunca pasas.
Silencio metálico de campanas mudas,
nadie escucha caer las hojas de los días,
vida vacía, atroz espera sin alas.
Me duele todo menos tú, menos pensarte.
Nadie es como habla, sino como actúa.
ResponderEliminarEl buen maestro aprende, también, de sus discípulos.
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ResponderEliminarMi marido está en la cama,
y yo aquí en la cabecera
con el rosario en la mano
pidiéndole a Dios que muera.