Esta tierra está cargada de memoria:
desde los edificios de la costa se cuentan
los claros perfiles de las colinas, hacia el oeste,
y los años que fluyen no cambian
el paisaje, la retina permanece fatigada
por la luz o por el medio cono de sombra
observados desde siempre —cambian por estación
las voces de los pájaros; por años las luces
que esclarecen la concha semioscura
entre la casa y el paseo marítimo, corredor
de nieves balcánicas y de albas.
Hay sabiduría en esta
duración de la tierra, en la muda decisión
de las cosas que quedan. Hasta en el peso
que envejece las facciones, hay sabiduría:
pasan los hombres, se rinden ante el espacio,
en el hacerlo se convencen
de que pasar es su único motivo
para estar en el mundo. Es increíble que todo
nos sobrevivirá: la tierra trabajada
perderá cualquier apariencia y será
otra vez maleza, como el automóvil del abuelo,
que se quedó a la intemperie, en los faros escondía
dos nidos de avispas, y las orugas
llegadas desde el huerto le entrelazaban
las ruedas en el claro,
la reclamaban para ellos.
Como los gladiadores romanos al emperador (se dice), los seres vivos deberíamos dirigirnos al mundo inerte -a las cosas en general- diciéndoles: "Morituri te salutant".
ResponderEliminarNada envejece tan rápido como las vanguardias.
ResponderEliminarAunque en Santiago
ResponderEliminarno esté Santiago, sigue
siendo el Camino.
(CUQUI COVALEDA)
Porque quiero ser minero,
ResponderEliminarpor favor no llore, madre,
que minero fue mi abuelo
y minero fue mi padre
y yo lo llevo en la sangre.