Me dejé ir, lo tomé en marcha y no supe nunca
se me aflojó el estómago y me zumbaba la cabeza:
yo creo que era el aire frío de los muertos.
No sé. Me dejé ir, pensé que era una pena
acabar tan pronto, pero por otra parte
escuché aquella llamada misteriosa y convincente.
O la escuchas o no la escuchas, y yo la escuché
y casi me eché a llorar: un sonido terrible,
nacido en el aire y en el mar.
Un escudo y una espada. Entonces,
pese al miedo, me dejé ir, puse mi mejilla
junto a la mejilla de la muerte.
Y me fue imposible cerrar los ojos y no ver
aquel espectáculo extraño, lento y extraño,
aunque empotrado en una realidad velocísima:
miles de muchachos como yo, lampiños
o barbudos, pero latinoamericanos todos,
juntando sus mejillas con la muerte.
La injusticia hace hervir la sangre de los jóvenes. Pero la rabia hay que organizarla, pues de lo contrario se devora inútilmente a sí misma.
ResponderEliminarNo se puede cambiar el mundo de cualquier manera. Hay que pensar la forma menos dolorosa, pues si no (pienso en la guerrilla colombiana, la separatista y asesina eta, sendero luminoso, tupamaros...) no vale la pena.
A la arena pídele mi primer paso, resúmenes
ResponderEliminarde lo que no sabes, como a un cartero. Me
conoce
por el pobre caer y el levantarme tanto.
(JORGE ENRIQUE ADOUM)
Bienaventurado aquel que, de joven, fue joven.
ResponderEliminarSuele ocurrir que donde los ricos son muy ricos, los pobres son muy pobres.
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