lunes, 13 de julio de 2020

Puerto Supe (por Blanca Varela)


Está mi infancia en esta costa, bajo el cielo tan alto,

cielo como ninguno, cielo, sombra veloz, nubes de espanto,

oscuro

torbellino de alas, azules casas en el horizonte.


Junto a la gran morada sin ventanas, junto a las vacas ciegas,

junto al turbio licor y al pájaro carnívoro.


¡Oh, mar de todos los días,

mar montaña,

boca lluviosa de la costa fría!


Allí destruyo con brillantes piedras la casa de mis padres,

allí destruyo la jaula de las aves pequeñas,

destapo las botellas y un humo

negro escapa y tiñe tiernamente el aire y sus jardines.


Están mis horas junto al río seco, entre el polvo

y sus hojas palpitantes,

en los ojos ardientes de esta tierra

adonde lanza el mar su blanco dardo.


Una sola estación, un mismo tiempo de chorreantes dedos

y aliento de pescado.

Toda una larga noche entre la arena.


Amo la costa, ese espejo muerto en donde el aire

gira como loco,

esa ola de fuego que arrasa corredores,

círculos de sombra y cristales perfectos.


Aquí en la costa escalo un negro pozo,

voy de la noche hacia la noche honda,

voy hacia el viento que recorre ciego pupilas luminosas

y vacías,

o habito el interior de un fruto muerto, esa asfixiante seda,

ese pesado espacio poblado de agua y pálidas corolas.

En esta costa soy el que despierta entre el follaje de alas pardas,

el que ocupa esa rama vacía,

el que no quiere ver la noche.


Aquí en la costa tengo raíces, manos imperfectas,

un lecho ardiente en donde lloro a solas.



4 comentarios:

  1. No sabes que estás creando buenos recuerdos, solo sabes que estás divirtiéndote.


    (WINNIE THE POOH)

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  2. La
    verdad
    existe
    pero se desplaza. La
    verdad por otra
    parte no es un objeto
    es una relación. Es como
    un resplandor que se desplaza
    sobre los objetos, sobre la geografía
    sobre la columna vertebral
    de las cosas.
    Y es la relación de las hebras en
    un tejido la que produce el resplandor.

    (CLAUDIO BERTONI)

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  3. Y la memoria sigue negándome el acceso allá donde deseo ir, dejándome acceder únicamente a otros lugares y nunca a los que deseo. Estúpida puerta cerrada con llave. Máquina soberana estúpidamente preocupada con su función y su tarea: recordar, preservar indeleblemente, permanentemente. Aunque eso tampoco es cierto. Morirá conmigo, guardián fanático, mísero tirano, burlón, rebelde, duro de mollera, tan invariable y al mismo tiempo tan incierto, despiadado y a la vez sensible, como una masa de carbón con la delicada impronta de una hoja. ¿Cómo puedo entender la memoria? ¿Cómo puedo aceptarla? ¿Redes neuronales, sinapsis, circuitos de McCulloch? No, no hay explicación en este sabio y absurdamente científico sentido; es inútil, hay que dejar que la memoria siga siendo lo que es. La memoria y yo somos un par de caballos que se observan con suspicacia, que tiran del mismo carruaje. Así que vamos allá, inseparable y desconocido compañero mío, mi enemigo, mi amigo.

    (STANISLAW LEM)

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  4. Son importantes tantas cosas
    -madre-. El olor
    de naftalina, los baúles
    en los que vamos destripando
    sueños, años pasados
    bajo la misma sombra. Sin embargo,
    preparo con prisa mis maletas, vacío
    los cajones rencorosa
    de una alegría que no pudiste
    darme, y es todo tuyo
    madre-. Las maderas
    que rechinan vengativas, los cuadros
    de dudosa
    firma, las bandejas de plata que transportaron
    turrones navidades
    pasadas y nunca perseguidas.
    Hago el inventario
    -cruel siempre- que me anuncia
    tu presente
    concepción de silencios. Hago
    y olvido, varias
    docenas
    de bordadas enaguas y colchas
    con mi nombre. Las mantas
    -madre- quedan con su olor a naftalina
    enmohecida, quedan
    los pares de zapatos viejos, mi primer
    par de medias, el bolso
    que estrené una mañana, cuando tuve
    que esconder mi pañuelo
    demasiado grande para una sola
    lágrima. Mi estatura
    se parte -frente a ti- y sólo
    queda un murmullo
    de alas vencidas por la vida. Me olvido
    de las cosas importantes. Del vaso
    de mis fiebres, de las horas
    pasadas sobre mí como en la muerte. Me llevo
    todo -madre-. Hasta esa lágrima
    dormida entre mis ojos. Dejo
    a cambio el inventario -firmado y rubricado-
    de mis sueños. Abres la puerta, salgo
    cierras. Vuelves
    por el largo pasillo de la casa. Enderezas
    ese cuadro
    torcido, que yo moví al pasar y quizá
    pienses en pintar las paredes
    de mi cuarto, en cambiar las cortinas,
    en recoger pisadas que aún
    nos viven,
    que nos pueblan de adioses
    presurosos, como alargados trenes
    que no paran. Que no te importe
    nada, madre, madre. Que no te importe
    la sangre -madre mía- que en río
    de silencios nos separa. Que no te importen
    las llaves que perdiste
    para impedir mi marcha.



    (PALOMA PALAO)

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