sábado, 30 de junio de 2012
Como copos de nieve (por Bernardo Atxaga)
Así mueren
las palabras antiguas:
como copos de nieve
que tras dudar en el aire
caen al suelo
sin un lamento.
Debería decir: callando.
¿Dónde están ahora las cien
maneras de decir mariposa?
En la costa de Biarritz recogió
Nabokov uno de aquellos
nombres: miresicoletea.
Mira, está ahora bajo la arena,
como la astilla de una concha.
Y los labios que se movieron
y dijeron justamente
miresicoletea
los de aquellos niños
que fueron los padres
de nuestros padres,
aquellos labios duermen.
Dices: un día de lluvia
mientras caminaba
por una calzada de Grecia,
vi que los guías de un templo
llevaban chubasqueros amarillos
con un gran dibujo de Mickey Mouse.
También los viejos dioses duermen.
Las nuevas palabras, añades
están hechas con materiales vulgares.
Y hablas del plástico, del poliuretano,
del caucho sintético, y afirmas
que acabarán todas muy pronto
en el contenedor de las basuras.
Pareces un poco triste.
Pero mira a las niñas
que chillan y juegan
frente a la puerta de la casa,
escucha atentamente lo que dicen:
El caballo se fue a Garatare.
¿Qué es Garatare? les pregunto.
Una palabra nueva, responden.
Ya ves, las palabras no siempre surgen
en solitarias áreas industriales;
no son necesariamente producto
de las oficinas de propaganda.
Surgen a veces entre risas,
y parecen vilanos en el aire.
Mira cómo marchan hacia el cielo,
como nevando hacia arriba.
viernes, 29 de junio de 2012
Que el texto que leemos nos lea (por Roberto Juarroz)
Debemos conseguir que el texto que leemos
nos lea.
Debemos conseguir que la música que escuchamos
nos oiga.
Debemos conseguir que aquello que amamos
parezca por lo menos amarnos.
Es preciso demoler la ilusión
de una realidad con un solo sentido.
Es necesario por ahora
que cada cosa tenga por lo menos dos,
aunque en el fondo sepamos
que si algo no tiene todos los sentidos
no tiene ninguno.
Debemos conseguir que la rosa
que acabamos de crear al mirarla
nos cree a su vez.
Y lograr que luego
engendre de nuevo al infinito
jueves, 28 de junio de 2012
Una sola fiesta (por Eugen Dorcescu)
Vislumbro
una sola
fiesta
existencial, se dice
a
sí mismo el viejo,
saliendo
de la pesadilla
nocturna
y
entrando,
vacilante, taciturno, a
la
pesadilla que precisamente
empieza,
una
sola fiesta, solamente
una,
ubicada
al
final de este periplo,
más
tajante que cualquier tortura,
una
sola fiesta, un
canto
que une cuerpo,
alma
y cosmos, un
himno
dirigido
a la solidaridad astral,
a
la liberación, al dolor, a la luz,
una
fiesta que se inicia en
ti
y acaba en
ti,
en
ti, ser trágico y desgraciado,
pero
una fiesta después de la cual
sigues
dividido:
en
el aire –llama-,
y
abajo, sobre la tierra –ceniza-.
miércoles, 27 de junio de 2012
Y nada me dé paz (Por Julio Cortázar)
Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento,
la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia
se alce la rama seca de la tos, ladrándome
tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos
se me peguen las sábanas, y nada me dé paz.
No aprenderé por eso a quererte mejor,
pero desalojado de la felicidad
sabré cuánto me dabas con solamente a veces estar cerca.
Esto creo entenderlo, pero me engaño:
hará falta la escarcha del dintel
para que el guarecido en el portal comprenda
la luz del comedor, los manteles de leche, y el aroma
del pan que pasa su morena mano por la hendija.
Tan lejos de ti
como un ojo del otro,
de esta asumida adversidad
nacerá la mirada que por fin te merezca.
martes, 26 de junio de 2012
Y sumérgete dentro del océano (por Giorgos Seferis)
Asómate si puedes al mar en sombras, olvidando
el son de flauta para los pies desnudos
que pisaban tu sueño en otro tiempo, tiempo
devorado.
Graba si puedes en la última de tus conchas
nombre, lugar y día
y arrójala después a las fauces del mar.
Desnudos nos hallamos encima de la piedra
esponjosa,
contemplando las islas que surgían,
mirando sumergirse las islas coloradas
en su propio soñar, en nuestro sueño.
Estábamos aquí, desnudos, sosteniendo
la balanza inclinada
en pro de la injusticia.
Talón de poderío, voluntad inmaculada, meditado
amor,
designios que maduran bajo el sol de mediodía,
sendero del destino al ritmo de las manos jóvenes
que palmean sobre los hombros;
en el país disperso, despojado de toda resistencia,
en el país que ayer apenas era nuestro
se hunden las islas, orín y ceniza.
Altares demolidos
y amigos olvidados,
hojas de palmera entre el fango.
Deja si puedes que tus manos viajen
aquí, confín del tiempo, en el navío
que ha visitado el horizonte.
Los dados ya sobre la losa,
ya que la lanza dio con la coraza,
reconocido por el ojo el extranjero,
y el amor desecado
en almas como cribas;
cuando miras alrededor y encuentras
en torno a ti los pies segados,
en torno a ti las manos muertas,
en torno a ti los ojos entenebrecidos;
cuando ya ni siquiera puedes elegir
la muerte que quisiste tuya,
morir oyendo un grito,
fuera un grito de lobo,
como es tu derecho;
deja que tus manos viajen,
despréndete del tiempo desleal
y sumérgete dentro del océano;
habrá de sumergirse quien sustenta las
enormes rocas.
lunes, 25 de junio de 2012
Para D., muerta por su propia mano (por Howard Nemerov)
Mi querida, me pregunto si antes del fin
pensaste en aquel juego de niños
al que seguramente jugaste, en el que
corres por encima del estrecho muro de un jardín
imaginando que es la cima de una montaña
con insondables precipicios a ambos lados
y cuando sentiste que perdías el equilibrio
saltaste, porque temías caer, y pensaste
sólo un instante: Es ahora cuando muero.
Eso fue hace una vida. Ahora ya no estás.
Te negaste a seguir jugando el juego de los adultos
en el que, manteniendo el equilibrio en la cima que corona la oscuridad,
se sigue corriendo sin mirar hacia abajo
y nunca se salta por temor a caer.
domingo, 24 de junio de 2012
Un relámpago triste (por Juan de Dios Peza)
Viendo
a Garrick, actor de la Inglaterra, el pueblo al aplaudirlo le decía:
-Eres el mas gracioso de la tierra, y el más feliz.
Y
el cómico reía.
Victimas
del spleen, los altos lores en sus noches más negras y pesadas, iban
a ver al rey de los actores, y cambiaban su spleen por carcajadas.
Una
vez, ante un médico famoso llegóse un hombre de mirar sombrío:
-Sufro
-le dijo- un mal tan espantoso como esta palidez del rostro mío. Nada
me causa encanto ni atractivo; no me importan mi nombre ni mi suerte. En
un eterno spleen muriendo vivo, y es mi única ilusión la de la muerte.
-Viajad y os distraeréis.
-¡Tanto
he viajado!
-Las
lecturas buscad.
-¡Tanto
he leído!
-Que
os ame una mujer.
-¡Si
soy amado!
-Un
titulo adquirid.
-Noble
he nacido.
-¿Pobre
seréis, quizá?
-Tengo
riquezas.
-¿De
lisonjas gustáis?
-¡Tantas
escucho!
-¿Que
tenéis de familia?
-Mis
tristezas.
-¿Vais
a los cementerios?
-Mucho,
mucho...
-De
vuestra vida actual, ¿tenéis testigos?
-Sí,
mas no dejo que me impongan yugos. Yo les llamo a los muertos mis
amigos; y les llamo a los vivos, mis verdugos.
-Me
deja -agrega el médico- perplejo vuestro mal, y no debe acobardaros.Tomad
hoy por receta este consejo "Sólo viendo a Garrick podréis
curaros".
-¿A
Garrick?
-Sí,
a Garrick... La más remisa y austera sociedad le busca ansiosa. Todo aquel
que lo ve muere de risa: tiene una gracia artística asombrosa.
-¿Y
a mí me hará reír?
-Ah,
sí, os lo juro, él sí; nada más que él; mas... ¿qué os inquieta?
-Así
-dijo el enfermo- no me curo: ¡Yo soy Garrick!... Cambiadme la receta.
¡Cuántos
hay que, cansados de la vida, enfermos de pesar, muertos de
tedio, hacen reír como el actor suicida, sin encontrar para su mal
remedio!
¡Ay,
cuántas veces al reír se llora!
Nadie
en lo alegre de la risa fíe, porque en los seres que el dolor
devora el alma llora cuando el rostro ríe.
Si
se muere la fe, si huye la calma, si sólo abrojos nuestra planta
pisa, lanza a la faz la tempestad del alma un relámpago triste: la
sonrisa.
El
carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves
mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con
carcajadas.
sábado, 23 de junio de 2012
Sólo al inclinar la copa (por Stefan Zweig)
Leve
se mueve el baile de las horas
sobre los cabellos ya plateados,
porque sólo al inclinar la copa
se ve con claridad el fondo.
Presentir cerca la noche
no produce confusión, sino calma.
El puro contemplar el mundo
es sólo del que no desea nada.
Ya no pregunta lo que alcanzó,
ya no lamenta lo que perdió.
Para el viejo es sólo el leve
inicio de su despedida.
La mirada nunca brilla más
que cuando la encienden las últimas luces.
Nunca se ama más la vida
que a la sombra de tener que abandonarla.
sobre los cabellos ya plateados,
porque sólo al inclinar la copa
se ve con claridad el fondo.
Presentir cerca la noche
no produce confusión, sino calma.
El puro contemplar el mundo
es sólo del que no desea nada.
Ya no pregunta lo que alcanzó,
ya no lamenta lo que perdió.
Para el viejo es sólo el leve
inicio de su despedida.
La mirada nunca brilla más
que cuando la encienden las últimas luces.
Nunca se ama más la vida
que a la sombra de tener que abandonarla.
viernes, 22 de junio de 2012
Y de pronto no estás (por Ángel González)
Brillan las cosas. Los tejados crecen
sobre las copas de los árboles.
A punto de romperse, tensas,
las elásticas calles.
Ahí estás tú: debajo de ese cruce
de metálicos cables,
en el que cuaja el sol como en un nimbo
complementario de tu imagen.
Rápidas golondrinas amenazan
fachadas impasibles. Los cristales
transmiten luminosos y secretos
mensajes.
Todo son breves gestos, invisibles
para los ojos habituales.
Y de pronto, no estás. Adiós, amor, adiós.
Ya te marchaste.
Nada queda de ti. La ciudad gira:
molino en que todo se deshace.
jueves, 21 de junio de 2012
Siento que todo está dentro de mí (por Joan Margarit)
En la plaza vacía está lloviendo.
Hay un único taxi en la parada.
Es tan larga la espera del taxista.
Apagado el motor,
dentro del coche hace mucho frío.
Se abre una puerta y sube un pasajero
de malhumor, cansado, con la ropa
mojada.
Le da una dirección.
Al saltarse un semáforo, le abronca.
El taxista se vuelve murmurando:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
El pasajero calla y se hunde en el
asiento.
Avanzada la noche, sube al taxi
un grupo en plena juerga, y él les
dice:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
Todos nos hemos de morir, contestan,
entre las bromas y las carcajadas.
Acabado el trabajo, en el garaje,
se acerca a la cabina de la radio:
Mi hijo ha muerto hace una semana.
La mujer, con los ojos
enrojecidos de cansancio,
le contesta que sí mientras atiende
a las voces mezcladas con el ruido
que van surgiendo desde la emisora.
Esto es, en
realidad, un relato de Chéjov.
En él cae la
nieve, no la lluvia,
y el coche es un
carruaje con un viejo caballo.
Sé que el taxista
no podrá dormir.
¿Y la muerte?
¿Está dentro del puño
que levanta la
vida, o es el puño
en el que estamos
encerrados?
En la historia de
Chéjov, al cochero
le queda su
caballo para poder contarle
que su hijo está
muerto. De repente,
siento que todo
está dentro de mí,
que el miedo ya
está helándose,
y enciendo un
fuego, y todos sentimos su calor,
el taxista, el
cochero, tú que me estás leyendo,
yo, mis muertos y
Chéjov, todos juntos
viendo caer la
vida en soledad, como la nieve.
Un tren nocturno
cruza, barnizado de rosa,
campos de olivos
al alba.
Aquí acabo,
cansado, somnoliento
y misteriosamente
feliz, este poema.
miércoles, 20 de junio de 2012
Si llegan a preguntarme ¿qué sientes? (por Antonio Lobo Antunes)
Mi madre murió hace una semana. No: diez días,
hoy hace diez días. Soy yo quien riega los tiestos ahora, pero la gata me
rehúye. Solía sentarse en el regazo de mi madre y no se sienta en el mío. Casi
no come. A veces no sé por dónde anda y el piso es pequeño. Mi madre la llamaba
Cleopatra. Yo nunca la he llamado por ningún nombre, la veía escaparse por los
rincones, furtiva y gris. Tiene ojos de color violeta. Por lo menos a mí me
parecen violetas. Tal vez sean lilas. O azules. Da igual, ¿qué importa eso? Una
gata vulgar. Duerme en una especie de cesta con un cojín dentro. No ensucia
nada: todo lo hace en la caja de la cocina. Cuando cambio el serrín de la caja
no se aguanta el tufo.
No sé muy bien qué siento. Si llegan a preguntarme
-¿Qué sientes?
me quedo callada pensando. ¿Pena? ¿Tristeza? ¿Ganas de tener a mi madre aquí? ¿O nada de eso sino indiferencia, por ejemplo? Nos llevábamos más o menos bien las dos, yo la trataba de madre y ella me trataba de Muñeca. No creo que Muñeca sea un nombre para mí. Los vecinos, en vez de Muñeca, dicen Anita. ¿Será Anita un nombre para mí? Mi difunto padre ni Muñeca ni Anita: se quedaba mudo sufriendo del dolor de columna. A lo sumo estiraba el índice y el dedo de en medio, informaba
-Dos hernias
y se pasaba el resto del tiempo cambiando de posición en la silla, con la ceja izquierda levantada. Físicamente me parezco a él aunque de piel más clara. Era jubilado de la Compañía de Electricidad y aguantó en la empresa mientras las hernias lo dejaron. Dos hernias. Cierta tarde dejó de estirar el índice y el dedo de en medio y empezó a consumirse en la cama debido a una complicación en el hígado. El médico a mí
-¿Su padre bebe?
le respondí que sólo agua y el médico sin creerme
-¿Sólo agua?
sólo agua, de verdad, ni una tisana siquiera, y el médico frunciendo el ceño con desconfianza mientras mi padre en silencio, había un rosario colgado de la cabecera de la cama, con cuentas de cristal transparente. Nadie le prestó atención al rosario. Mi madre se sacó el pañuelo de la manga y se sonó. Como no uso pañuelo en la manga no me soné. El médico declaró
-La vida humana es un misterio
mientras guardaba sus aparatos. Olía a loción para después de afeitar y el olor de la loción para después de afeitar se mantuvo un buen rato en la habitación. No abrí la ventana para poder seguir aspirándolo. Duró más que mi padre. La vida humana es un misterio. Mi madre, encantada con la frase, se pasó años repitiéndola. Desde hace diez días hasta hoy sólo yo la recuerdo. Me hace falta la loción para después de afeitar. No el médico, solamente la loción. El médico usaba dos alianzas, una pegada a la otra. Tal vez era viudo. La calva acentuaba su importancia. Tengo una debilidad por las calvas, me apetece pasar la palma por ellas y sentir la lisura de la piel y un lunar o una verruga. Una prima mía afirmaba que los calvos eran inteligentes. No me cuesta admitir esa idea. Ayer me compré un frasco de loción para después de afeitar, le quité la tapa, me lo acerqué a la nariz y ahí estaba el médico de nuevo
-¿Su padre bebe?
mientras desabrochaba el pijama de mi viejo para hacerle unas maniobras en la barriga, golpeando el ombligo con los martillitos de las falanges, al golpear se balanceaban el crucifijo del rosario en la cabecera y también el boliche de metal bruñido por encima del rosario. El médico volvió a abrochar el pijama de mi padre, alzó las gafas hacia mí
-¿Está realmente segura de que no bebe?
y mi madre desde la profundidad del pañuelo, anticipándose
-Ni una gota, pobre
mientras crecía el olor de la loción y la gata pasaba bajo la cómoda con la levedad de una cintita de raso. El médico se puso e meditar observando los muebles y me dio pena que no fuésemos ricos. Después de la muerte de mi madre, llevé su almohada a mi cama, la coloqué al lado de la mía y, antes de acostarme, dejo caer en la funda una gota de loción. Me da vergüenza contar esto, pero la loción ayuda: es como si hubiese una calva inteligente dispuesta a golpearme el ombligo con los martillitos de las falanges al tiempo que anuncia
-La vida humana es un misterio
y el crucifijo se balancea despacio. Aquí en casa hay rosarios por todas partes. Y el Sagrado Corazón de Jesús en la sala, rodeado de espinas, con Jesucristo con la raya al medio sin asomo de calvicie: pelo a tutiplén, hasta los hombros, y una túnica blanca. ¿Será el olor de la loción lo que ahuyenta a la gata? Si me preguntan
-¿Qué sientes?
me quedo callada pensando. No en mi madre. No en mi padre. No en el silencio del apartamento. No en las plantas que pierden vigor. Pensando en el médico que no me trata de Muñeca ni de Anita, sólo apoyado en el borde del colchón revelando
-La vida humana es un misterio
mientras yo, acostada, con el camisón que tiene volantes transparentes y no me atrevía a usar, le paso la palma por la calva sintiendo la lisura de su piel.
No sé muy bien qué siento. Si llegan a preguntarme
-¿Qué sientes?
me quedo callada pensando. ¿Pena? ¿Tristeza? ¿Ganas de tener a mi madre aquí? ¿O nada de eso sino indiferencia, por ejemplo? Nos llevábamos más o menos bien las dos, yo la trataba de madre y ella me trataba de Muñeca. No creo que Muñeca sea un nombre para mí. Los vecinos, en vez de Muñeca, dicen Anita. ¿Será Anita un nombre para mí? Mi difunto padre ni Muñeca ni Anita: se quedaba mudo sufriendo del dolor de columna. A lo sumo estiraba el índice y el dedo de en medio, informaba
-Dos hernias
y se pasaba el resto del tiempo cambiando de posición en la silla, con la ceja izquierda levantada. Físicamente me parezco a él aunque de piel más clara. Era jubilado de la Compañía de Electricidad y aguantó en la empresa mientras las hernias lo dejaron. Dos hernias. Cierta tarde dejó de estirar el índice y el dedo de en medio y empezó a consumirse en la cama debido a una complicación en el hígado. El médico a mí
-¿Su padre bebe?
le respondí que sólo agua y el médico sin creerme
-¿Sólo agua?
sólo agua, de verdad, ni una tisana siquiera, y el médico frunciendo el ceño con desconfianza mientras mi padre en silencio, había un rosario colgado de la cabecera de la cama, con cuentas de cristal transparente. Nadie le prestó atención al rosario. Mi madre se sacó el pañuelo de la manga y se sonó. Como no uso pañuelo en la manga no me soné. El médico declaró
-La vida humana es un misterio
mientras guardaba sus aparatos. Olía a loción para después de afeitar y el olor de la loción para después de afeitar se mantuvo un buen rato en la habitación. No abrí la ventana para poder seguir aspirándolo. Duró más que mi padre. La vida humana es un misterio. Mi madre, encantada con la frase, se pasó años repitiéndola. Desde hace diez días hasta hoy sólo yo la recuerdo. Me hace falta la loción para después de afeitar. No el médico, solamente la loción. El médico usaba dos alianzas, una pegada a la otra. Tal vez era viudo. La calva acentuaba su importancia. Tengo una debilidad por las calvas, me apetece pasar la palma por ellas y sentir la lisura de la piel y un lunar o una verruga. Una prima mía afirmaba que los calvos eran inteligentes. No me cuesta admitir esa idea. Ayer me compré un frasco de loción para después de afeitar, le quité la tapa, me lo acerqué a la nariz y ahí estaba el médico de nuevo
-¿Su padre bebe?
mientras desabrochaba el pijama de mi viejo para hacerle unas maniobras en la barriga, golpeando el ombligo con los martillitos de las falanges, al golpear se balanceaban el crucifijo del rosario en la cabecera y también el boliche de metal bruñido por encima del rosario. El médico volvió a abrochar el pijama de mi padre, alzó las gafas hacia mí
-¿Está realmente segura de que no bebe?
y mi madre desde la profundidad del pañuelo, anticipándose
-Ni una gota, pobre
mientras crecía el olor de la loción y la gata pasaba bajo la cómoda con la levedad de una cintita de raso. El médico se puso e meditar observando los muebles y me dio pena que no fuésemos ricos. Después de la muerte de mi madre, llevé su almohada a mi cama, la coloqué al lado de la mía y, antes de acostarme, dejo caer en la funda una gota de loción. Me da vergüenza contar esto, pero la loción ayuda: es como si hubiese una calva inteligente dispuesta a golpearme el ombligo con los martillitos de las falanges al tiempo que anuncia
-La vida humana es un misterio
y el crucifijo se balancea despacio. Aquí en casa hay rosarios por todas partes. Y el Sagrado Corazón de Jesús en la sala, rodeado de espinas, con Jesucristo con la raya al medio sin asomo de calvicie: pelo a tutiplén, hasta los hombros, y una túnica blanca. ¿Será el olor de la loción lo que ahuyenta a la gata? Si me preguntan
-¿Qué sientes?
me quedo callada pensando. No en mi madre. No en mi padre. No en el silencio del apartamento. No en las plantas que pierden vigor. Pensando en el médico que no me trata de Muñeca ni de Anita, sólo apoyado en el borde del colchón revelando
-La vida humana es un misterio
mientras yo, acostada, con el camisón que tiene volantes transparentes y no me atrevía a usar, le paso la palma por la calva sintiendo la lisura de su piel.
martes, 19 de junio de 2012
Y sólo el mar me respondió (por Philip Larkin)
Vine a llamarte
a los acantilados.
Lancé tu nombre
y sólo el mar me respondió
desde la leche instantánea
y voraz de sus espumas.
Por el desorden recurrente
de las aguas cruza tu nombre
como un pez que se debate y huye
hacia la vasta lejanía.
Hacia un horizonte
de menta y sombra,
viaja tu nombre
rodando por el mar del verano.
Con la noche que llega
regresan la soledad y su cortejo
de sueños funerales.
lunes, 18 de junio de 2012
Con deseos ebrios (por Alejandra Pizarnik)
Tú que cantas todas mis muertes.
Tú que cantas lo que no confías
al sueño del tiempo,
descríbeme la casa del vacío
háblame de esas palabras vestidas de féretros
que habitan mi inocencia.
Con todas mis muertes
yo me entrego a mi muerte,
con puñados de infancia,
con deseos ebrios
que no anduvieron bajo el sol,
y no hay una palabra madrugadora
que le dé la razón a la muerte,
y no hay un dios donde morir sin muecas.
domingo, 17 de junio de 2012
Levemente (por Fernando Pessoa)
Muestran su nieve, al sol, lejanos montes,
pero ya es suave el sosegado frío
que ablanda y agudiza
los dardos del sol alto.
Hoy, Nerea, no quieras que nos ocultemos;
nada nos falta porque nada somos.
No esperamos ya nada
y al sol sentimos frío.
Pero, tal como es, gocemos del momento,
Solemnes levemente en la alegría
y aguardando a la muerte
como quien la conoce.
sábado, 16 de junio de 2012
Adolescencia (por Vicente Aleixandre)
Vinieras y te fueras dulcemente,
de otro camino
a otro camino. Verte
y ya otra vez no verte.
Pasar por un puente a otro puente.
—El pie breve,
la luz vencida alegre—.
Muchacho que sería yo mirando
aguas abajo la corriente,
y en el espejo tu pasaje
fluir, desvanecerse.
viernes, 15 de junio de 2012
¿Quieres, mamá, que te lo diga al oído? (por Rabindranath Tagore)
Si alguien descubriera dónde está el palacio de mi rey, el palacio se desvanecería en el aire.
Sus muros son de plata y su techo de oro resplandeciente. La reina vive en un edificio de siete patios y lleva una joya que ha costado siete reinos.
Pero escucha, mamá, voy a decirte al oído dónde está el palacio de mi rey. Está en un rincón de nuestra azotea, allí donde florece la albahaca.
La princesa duerme, tendida en la lejana orilla de los siete mares infranqueables. Soy el único en el mundo que puede encontrarla.
Sus brazos están cubiertos de pulseras y en sus orejas lleva largos colgantes de perlas. Sus cabellos rizados llegan hasta el suelo.
Cuando la toque con mi vara mágica, despertará y, si sonríe, las más bellas joyas caerán de sus labios.
¿Quieres, mamá, que te lo diga al oído? La princesa está en un rincón de nuestra azotea, dentro de la maceta de albahaca.
Cuando llegue la hora de bañarte, antes de ir al río sube a la azotea. Me verás sentado en el rincón donde se juntan las sombras de las dos paredes.
Sólo la gata tiene permiso para estar conmigo, porque ella sabe dónde vive el barbero del cuento.
¿Quieres, mamá, que te diga al oído dónde vive el barbero? En el rincón de la azotea donde está la maceta de albahaca.
jueves, 14 de junio de 2012
Mecedor de abedules (por Robert Frost)
Cuando veo abedules con el tronco doblado
entre una fila de árboles más oscuros y rectos,
me gusta creer que un niño los ha estado meciendo.
Pero no quedan doblados por el solo mecerlos.
Los doblan las heladas. Deberíais haberlos visto
con su carga de hielo en mañanas de invierno,
tras la lluvia. Truenan entrechocando entre ellos
al alzarse la brisa; se hacen multicolores
cuando el movimiento destroza y rompe su esmalte.
Pronto al calor del sol derraman sus cristales
desparramando su avalancha sobre la nieve.
Tanto montón de vidrios rotos hay que barrer
que es como si cayera la cúpula del cielo;
el peso los doblega hasta el piso de helechos
y no se quiebran; aunque una vez doblados tanto,
por tanto tiempo, después ya nunca se enderezan.
Podréis mirar sus troncos arqueados en el bosque,
años más tarde, arrastrando en el suelo sus hojas
como niñas a gatas que esparcen sus cabellos
delante de ellas para secarlos al sol.
Yo iba a decir, cuando la Verdad me interrumpió
con todo su realismo acerca de la helada,
que prefería que algún muchacho los doblara
cuando saliera al campo para traer las vacas.
Muchacho tan de campo que no sepa de béisbol,
y cuyos juegos fueran lo que él mismo encontrara,
y en invierno y verano pudiera jugar solo.
Venció a los abedules de su padre uno a uno,
montándose sobre ellos una vez y otra vez,
hasta no haber quitado a todos la tiesura,
y ni uno solo quedara erecto, ni uno solo
quedara sin domar. Y aprendió cuanto tenía
que aprender para no dejarse ir tan de pronto
que se llevara el árbol arrancado hasta el suelo.
Siempre supo tenerse en perfecto equilibrio
hasta en las ramas cumbres, subiendo cuidadoso,
con el mismo cuidado con que llenáis la copa
hasta el borde y a veces más arriba del borde.
Entonces se lanzaba, de pie, con un empujón,
pataleando en los aires hasta llegar al suelo.
Eso fui yo también, mecedor de abedules;
y así otra vez sueño en volver a serlo.
Esto, cuando me aburro de consideraciones
y la vida parece como un bosque sin paso,
donde en la cara os arden y pican telarañas
que vais rompiendo y os llora un ojo lastimado
porque se le ha metido la punta de una rama.
Quisiera yo escaparme un rato de la tierra
y después regresar para empezar de nuevo.
No se les ocurra a los hados entender mal mi dicho
Y, concediendo a medias lo que pido, llevarme
a no volver. La tierra es el lugar del amor:
yo no conozco ningún lugar mejor al que ir.
Yo me quisiera ir trepando a un abedul
y trepar ramas negras sobre tronco nevado
hasta el cielo, hasta que el árbol no aguantara más,
y doblando su copa me devolviera al suelo.
Buena cosa sería tanto ir como volver.
Hay cosas peores que mecer abedules.
miércoles, 13 de junio de 2012
Con jadeo y asfixia (por Rosario Castellanos)
Para el amor no hay cielo, amor,
sólo este día;
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
este cabello triste que se cae
cuando te estás peinando ante el espejo.
Esos túneles largos
que se atraviesan con jadeo y asfixia;
las paredes sin ojos,
el hueco que resuena
de alguna voz oculta y sin sentido.
Para el amor no hay tregua, amor. La noche
se vuelve, de pronto, respirable.
Y cuando un astro rompe sus cadenas
y lo ves zigzaguear, loco, y perderse,
no por ello la ley suelta sus garfios.
El encuentro es a oscuras. En el beso se mezcla
el sabor de las lágrimas.
Y en el abrazo ciñes
el recuerdo de aquella orfandad, de aquella muerte.
martes, 12 de junio de 2012
No debieras volver jamás a nada (por Félix Grande)
Donde fuiste feliz alguna vez
no debieras volver jamás: el tiempo
habrá hecho sus destrozos, levantando
su muro fronterizo
contra el que la ilusión chocará estupefacta.
El tiempo habrá labrado,
paciente, tu fracaso
mientras faltabas, mientras ibas
ingenuamente por el mundo
conservando como recuerdo
lo que era destrucción subterránea, ruina.
Si la felicidad te la dio una mujer
ahora habrá envejecido u olvidado
y sólo sentirás asombro
-el anticipo de las maldiciones-.
Si una taberna fue, habrá cambiado
de dueño o de clientes
y tu rincón se habrá ocupado
con intrusos fantasmagóricos
que con su ajenidad, te empujan a la calle, al vacío.
Si fue un barrio, hallarás
entre los cambios del urbano progreso
tu cadáver diseminado.
No debieras volver jamás a nada, a nadie,
pues toda historia interrumpida
tan sólo sobrevive
para vengarse en la ilusión, clavarle
su cuchillo desesperado,
morir asesinando.
Mas sabes que la dicha es como un criminal
que seduce a su víctima
que la reclama con atroz dulzura
mientras esconde la mano homicida.
Sabes que volverás, que te hallas condenado
a regresar, humilde, donde fuiste feliz.
Sabes que volverás
porque la dicha consistió en marcarte
con la nostalgia, convertirte
la vida en cicatriz;
y si has de ser leal, girarás errabundo
alrededor del desastre entrañable
como girase un perro ante la tumba
de su dueño... su dueño... su dueño...
lunes, 11 de junio de 2012
Ningún dolor (por Czeslaw Milosz)
Un
día muy feliz.
La niebla se levantó pronto, trabajé en el jardín.
Los colibrís se demoraban sobre las madreselvas.
No había ninguna cosa en la tierra que yo deseara poseer.
Sabía que no merecía la pena envidiar a nadie.
Cualquier mal que hubiera sufrido, lo olvidé.
Pensar que una vez fui el mismo hombre no me molestaba.
En el cuerpo no sentía ningún dolor.
Cuando me alcé, vi el mar azul y las velas.
La niebla se levantó pronto, trabajé en el jardín.
Los colibrís se demoraban sobre las madreselvas.
No había ninguna cosa en la tierra que yo deseara poseer.
Sabía que no merecía la pena envidiar a nadie.
Cualquier mal que hubiera sufrido, lo olvidé.
Pensar que una vez fui el mismo hombre no me molestaba.
En el cuerpo no sentía ningún dolor.
Cuando me alcé, vi el mar azul y las velas.
domingo, 10 de junio de 2012
Todos mis huesos son ajenos (por César Vallejo)
Se bebe el desayuno… Húmeda tierra
de cementerio huele a sangre amada.
Ciudad de invierno… La mordaz cruzada
de una carreta que arrastrar parece
una emoción de ayuno encadenada!
Quisiera tocar todas las puertas,
y preguntar por no sé quién; y luego
ver a los pobres, y, llorando quedos,
dar pedacitos de pan fresco a todos.
Y saquear a los ricos sus viñedos
con las dos manos santas que a un golpe de luz
volaron desclavadas de la cruz!
Pestaña matinal, no os levantéis!
¡El pan nuestro de cada día dánoslo, Señor…!
Todos mis huesos son ajenos;
yo tal vez los robé!
Yo vine a darme lo que acaso estuvo
asignado para otro;
Y pienso que, si no hubiera nacido,
otro pobre tomara este café!
Yo soy un mal ladrón… A dónde iré!
Y en esta hora fría, en que la tierra
trasciende a polvo humano y es tan triste,
quisiera yo tocar todas las puertas,
y suplicar a no sé quién, perdón,
y hacerle pedacitos de pan fresco
aquí, en el horno de mi corazón…!
sábado, 9 de junio de 2012
De agua (por Ibtisam Barakat)
La maestra de biología dijo
que la gente, incluso la de corazón duro,
está hecha principalmente
de agua..
Y entendí que
todos nosotros, como el agua,
debemos atravesar
tantas cosas:
caer del cielo,
pasar noches
en medio de un oscuro océano...
Limpiar las ropas de su suciedad
y platos de todas clases….
Congelarnos en invierno
y cocinarnos a fuego lento
y ser colocados en cubos
y ser golpeados innumerables veces
con la encimera de la cocina.
Y he entendido por qué
cuando las lágrimas de alguien caen, yo lo siento.
viernes, 8 de junio de 2012
Haikus (por Susana Benet)
Se ha detenido
una nube en la falda
de la montaña.
...
Sobre mi almohada
todavía la forma
de tu cabeza.
...
Aparcamiento.
En un cartón comida
para los gatos
...
Trénzame el pelo.
Que sienta los tirones
de tu cariño.
...
Abro el buzón.
Cuánto vacío hay dentro
para mi mano.
...
Buscando el mar
por el suelo un cangrejo.
Supermercado.
...
Aquel tallito
que sostuve en mis manos
hoy me da sombra.
...
De pie en la torre
y la ciudad tendida
para mi abrazo.
jueves, 7 de junio de 2012
Y en todo desnuda tú (por Juan Ramón Jiménez)
He visto la aurora rosa
y la mañana celeste,
he visto la tarde verde
y he visto la noche azul.
Y en todo desnuda tú.
Desnuda en la noche azul,
desnuda en la tarde verde
y en la mañana celeste,
desnuda en la aurora rosa.
Y en todo desnuda tú.
miércoles, 6 de junio de 2012
Las estrellas (por Ray Bradbury)
Sí, amigos, se nos fue Ray Bradbury. El poeta a tiempo completo: en verso y en prosa. El rapsoda de lo terrestre y de lo extraterrestre. El hombre que decía "No he trabajado un solo día de mi vida"; "Aún no me explico que me paguen por escribir, o sea, por pasarlo tan bien". Gracias, Ray. Con tu disfrute nosotros también disfrutamos.
Como diminuto homenaje reproducimos, precisamente hoy, este poema suyo.
No han visto las estrellas.
Ni una, ni una siquiera
de todas las criaturas de este mundo
en todas las edades desde que las arenas tocaron por primera vez el viento
ningún animal, ni uno siquiera
entre todos los animales se ha parado
en pradera, en llano o en colina
y ha conocido la emoción de ver esos fuegos;
nuestras almas admiran lo que ellos nunca, nunca conocieron.
Millones de años que giran las esferas
pero ni una sola vez en todos esos años
un león, un perro, un pájaro que hiende los aires
ha mirado eso. ¡Oh, Dios! ¡Las estrellas!
¡Ninguno ha mirado!
Como si el tiempo todo nunca hubiera sido,
ni Universo, ni Sol, ni Luna o simple luz de la mañana.
La tragedia de ellos fue muda y ciega. Aún lo es.
¿Nuestra vista?
Sí, ¿la nuestra? Saber ahora lo que somos.
Pensar en esto y después elegir: y ahora… ¿qué?
Nacer en la áspera Tierra, habitar un escenario, que,
con todo lo que contiene, apenas visto queda borrado, obnubilado
como si todos estos milagros nunca hubieran sido.
¿Vastos remolinos de sonora luz, de fuego y hielo,
apenas vistos y ya perdidos?
¿Y nosotros, con nuestra carne frágil y los nuevos ojos de Dios
que se elevan y abarcan e indagan los cielos?
Contemplamos las estaciones sucediéndose en la marea lunar
y conocemos los años, recordando lo que ha muerto.
Oh, sí. Tal vez hubo pájaros que algunas noches
sintieron que Orión se levantaba y afinaron el vuelo
virando al sur,
porque hay mapas de estrellas grabados en sus dulces sueños de amor,
y así parece.
Sí, pero ¿ver?, ¿ver y conocer realmente?
Y, al conocer, querer tocar esos fuegos,
crecer hasta que la poderosa frente del alto hombre de Lamarck
domine los terremotos, golpee la Luna,
se extienda hasta Marte y los anillos de Saturno;
y mientras crece aspire a enseñar
a las demás criaturas
a volar con sus sueños y no con viejas alas.
Pensad en esto, pues. ¡Somos los primeros! Los únicos.
a quienes Dios ha honrado con sus soles que surgen.
Para nosotros los dones: Aldebarán, el Centauro, nuestro vecino Marte.
Despertaos, dice Dios. Mirad eso. Id por ellas.
Las estrellas. Oh, Dios, muchas gracias. ¡Las estrellas!
En este sitio debemos separarnos (por Li Po)
Montañas azules al norte de las murallas.
Un río blanco que fluye alrededor.
En este sitio debemos separarnos
y atravesar mil leguas de pastos secos.
Con la mente como una nube blanca que pasa
y el ocaso igual que un adiós a las viejas aventuras
que abarcan más de lo que cabe en unas manos apretadas.
Nuestros caballos relinchan, uno al otro,
mientras nos separamos.
Un río blanco que fluye alrededor.
En este sitio debemos separarnos
y atravesar mil leguas de pastos secos.
Con la mente como una nube blanca que pasa
y el ocaso igual que un adiós a las viejas aventuras
que abarcan más de lo que cabe en unas manos apretadas.
Nuestros caballos relinchan, uno al otro,
mientras nos separamos.
martes, 5 de junio de 2012
Esa musiquita (por Mercedes Sosa)
Tanta soledad, tanta falta,
tanta lejanía
tanto no poder, tanta nada,
tanta despedida,
tan dolor de puertas cerradas,
tan dolor que humilla,
pero en tu piecita de lata
esa musiquita
Esa musiquita del pueblo,
esa musiquita
tan arrastradita que suena.
Cómo te acompaña y te mece,
cómo te acaricia,
cómo te devuelve a la vida
esa musiquita
Gira con su sombra bailando
esa musiquita,
vuela estremecida su falda.
tanta lejanía
tanto no poder, tanta nada,
tanta despedida,
tan dolor de puertas cerradas,
tan dolor que humilla,
pero en tu piecita de lata
esa musiquita
Esa musiquita del pueblo,
esa musiquita
tan arrastradita que suena.
Cómo te acompaña y te mece,
cómo te acaricia,
cómo te devuelve a la vida
esa musiquita
Gira con su sombra bailando
esa musiquita,
vuela estremecida su falda.
¿Desde qué recuerdos la salva,
mágica y sencilla,
llena de temblores dulzones
esa musiquita?
En la cara gris del espejo
ve la bailarina
su rubor de niña bailando,
su rubor de niña,
mientras sin pudores se abraza
a la melodía
de esa musiquita del alma.
Esa musiquita.
lunes, 4 de junio de 2012
El vals de mi padre (por Theodore Roethke)
El whisky de tu aliento
podía aturdir a un niño;
pero yo me colgaba como muerto:
no era fácil bailar un vals así.
Jugueteábamos hasta que las ollas
resbalaban de las repisas de la cocina:
mi madre no lograba
desarrugar el ceño.
La mano que me tomaba de la muñeca
tenía un nudillo lastimado;
en cada paso que equivocabas,
una hebilla me arañaba la oreja derecha.
Marcabas el tiempo sobre mi cabeza
con una palma encostrada de mugre.
Luego, bailando el mismo vals me llevabas a la cama,
todavía pegado a tu camisa.
podía aturdir a un niño;
pero yo me colgaba como muerto:
no era fácil bailar un vals así.
Jugueteábamos hasta que las ollas
resbalaban de las repisas de la cocina:
mi madre no lograba
desarrugar el ceño.
La mano que me tomaba de la muñeca
tenía un nudillo lastimado;
en cada paso que equivocabas,
una hebilla me arañaba la oreja derecha.
Marcabas el tiempo sobre mi cabeza
con una palma encostrada de mugre.
Luego, bailando el mismo vals me llevabas a la cama,
todavía pegado a tu camisa.
domingo, 3 de junio de 2012
Simplemente estoy del otro lado (por Humberto Constantini)
Ocurre simplemente que me he vuelto inmortal.
Los colectivos me respetan,
se inclinan ante mí,
me lamen los zapatos como perros falderos.
Ocurre simplemente que no me muero más.
No hay angina que valga,
no hay tifus, ni cornisa, ni guerra, ni espingarda,
ni cáncer, ni cuchillo, ni diluvio,
ni fiebre de Junín, ni vigilantes.
Estoy del otro lado.
Simplemente, estoy del otro lado,
De este lado,
totalmente inmortal.
Ando entre olimpos, dioses, ambrosías,
me río, o estornudo, o digo un chiste
y el tiempo crece, crece como una espuma loca.
Qué bárbaro este asunto
de ser así, inmortal,
festejar nacimiento cada cinco minutos,
ser un millón de pájaros,
una atroz levadura.
Qué escándalo caramba
este enjambre de vida,
esta plaga llamada con mi nombre,
desmedida, creciente,
totalmente inmortal.
Yo tuve, es claro, gripes, miedos,
presupuestos,
jefes idiotas, pesadez de estómago,
nostalgias, soledades,
mala suerte…
Pero eso fue hace un siglo,
veinte siglos,
cuando yo era mortal.
Cuando era
tan mortal,
tan boludo y mortal,
que ni siquiera te quería,
date cuenta.
Los colectivos me respetan,
se inclinan ante mí,
me lamen los zapatos como perros falderos.
Ocurre simplemente que no me muero más.
No hay angina que valga,
no hay tifus, ni cornisa, ni guerra, ni espingarda,
ni cáncer, ni cuchillo, ni diluvio,
ni fiebre de Junín, ni vigilantes.
Estoy del otro lado.
Simplemente, estoy del otro lado,
De este lado,
totalmente inmortal.
Ando entre olimpos, dioses, ambrosías,
me río, o estornudo, o digo un chiste
y el tiempo crece, crece como una espuma loca.
Qué bárbaro este asunto
de ser así, inmortal,
festejar nacimiento cada cinco minutos,
ser un millón de pájaros,
una atroz levadura.
Qué escándalo caramba
este enjambre de vida,
esta plaga llamada con mi nombre,
desmedida, creciente,
totalmente inmortal.
Yo tuve, es claro, gripes, miedos,
presupuestos,
jefes idiotas, pesadez de estómago,
nostalgias, soledades,
mala suerte…
Pero eso fue hace un siglo,
veinte siglos,
cuando yo era mortal.
Cuando era
tan mortal,
tan boludo y mortal,
que ni siquiera te quería,
date cuenta.
sábado, 2 de junio de 2012
Hizo frío en todo cuanto pienso (por Fernando Pessoa)
Entré en la barbería de la manera acostumbrada, con el placer de serme fácil entrar sin embarazo en las casas conocidas. Mi sensibilidad de lo nuevo es angustiosa: tengo calma sólo donde ya he estado. Cuando me senté en la butaca, pregunté, por un acaso que recuerda, al muchacho barbero que me estaba poniendo al cuello un paño frío y limpio, qué tal le iba al compañero de la butaca de la derecha, más viejo y con ingenio, que estaba enfermo. Le pregunté sin que me apremiara la necesidad de preguntar: se me ocurrió la oportunidad por el local y el recuerdo. «Se murió ayer», respondió sin entonación la voz que estaba detrás del paño y de mí, y cuyos dedos se levantaban de la última inserción en la nuca, entre mí y el cuello de la camisa. Toda mi buena disposición irracional se murió de repente, como el barbero eternamente ausente de la butaca de al lado. Hizo frío en todo cuanto pienso. No dije nada.
¡Añoranzas! Las tengo hasta de lo que no ha sido nunca mío, debido a una angustia de fuga del tiempo y una enfermedad del misterio de la vida. Caras que veía habitualmente en mis calles habituales, si dejo de verlas, me entristezco; y no han sido nada mío, a no ser el símbolo de toda la vida. ¿El viejo sin interés de las polainas sucias, que se cruzaba frecuentemente conmigo a las nueve y media de la mañana? ¿El vendedor de lotería cojo que me molestaba inútilmente? ¿El vejete redondo y colorado del puro a la puerta del estanco? ¿El dueño pálido del estanco? ¿Qué se ha hecho de todos ellos, que, porque los vi y volví a verlos, fueron parte de mi vida? Mañana también desapareceré yo de la calle de la Plata, de la calle de los Doradores, de la calle de los Lenceros. Mañana, también yo —el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí— sí, mañana yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un «¿qué será de él?» Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.
¡Añoranzas! Las tengo hasta de lo que no ha sido nunca mío, debido a una angustia de fuga del tiempo y una enfermedad del misterio de la vida. Caras que veía habitualmente en mis calles habituales, si dejo de verlas, me entristezco; y no han sido nada mío, a no ser el símbolo de toda la vida. ¿El viejo sin interés de las polainas sucias, que se cruzaba frecuentemente conmigo a las nueve y media de la mañana? ¿El vendedor de lotería cojo que me molestaba inútilmente? ¿El vejete redondo y colorado del puro a la puerta del estanco? ¿El dueño pálido del estanco? ¿Qué se ha hecho de todos ellos, que, porque los vi y volví a verlos, fueron parte de mi vida? Mañana también desapareceré yo de la calle de la Plata, de la calle de los Doradores, de la calle de los Lenceros. Mañana, también yo —el alma que siente y piensa, el universo que soy para mí— sí, mañana yo también seré el que dejó de pasar por estas calles, el que otros vagamente evocarán con un «¿qué será de él?» Y todo cuanto hago, todo cuanto siento, todo cuanto vivo, no será más que un transeúnte menos en la cotidianidad de las calles de una ciudad cualquiera.
Es, ya lo sé, el amor (por Jorge Luis Borges)
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz.
La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras,
la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas,
la serena amistad, las galerías de la biblioteca, las cosas comunes,
los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo.
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se
levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído la paz.
Es, ya lo sé, el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto.)
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo.
viernes, 1 de junio de 2012
Tan grandes como son y sin embargo (por Saiz de Marco)
Los satélites no albergan esperanza
Las estrellas terminan consumiéndose
pero agonizan sin miedo ni angustia
Las constelaciones no tienen nada de qué arrepentirse
con lo cual su no-conciencia está siempre tranquila
Las galaxias nunca se enamoran
Tan grandes como son y sin embargo a los quásares nada les duele
de sus radiaciones no brotan lágrimas
Allí fuera nadie nos entiende
allí fuera nadie habla nuestro idioma
Las estrellas terminan consumiéndose
pero agonizan sin miedo ni angustia
Las constelaciones no tienen nada de qué arrepentirse
con lo cual su no-conciencia está siempre tranquila
Las galaxias nunca se enamoran
Tan grandes como son y sin embargo a los quásares nada les duele
de sus radiaciones no brotan lágrimas
Allí fuera nadie nos entiende
allí fuera nadie habla nuestro idioma
jueves, 31 de mayo de 2012
Cenizas al alba (por Alejandra Pizarnik)
Mañana
me vestirán con cenizas al alba,
me llenarán la boca de flores.
Aprenderé a dormir
en la memoria de un muro,
en la respiración
de un animal que sueña.
miércoles, 30 de mayo de 2012
El pie con que bajamos de la cama (por Joaquín O. Giannuzzi)
Un mínimo de fe para buscar a tientas
la camisa más despierta. Una especie
de convicción para sentirme apto.
En la oscuridad menguante, el dormitorio
huele a existencia en bruto,
a ropa fría, a zapatos caídos
con toda la neura encima. Esto insiste
en tener algo que ver conmigo.
Desde la calle
los ruidos ciegos y la jadeante
respiración de la materia manufacturada
suben con sus propias razones para vivir.
He allí lo espumoso, la tierra triunfante
que apenas me concierne. Pero la camisa
ya pierde su inocencia, reclama relaciones
y el perpetuo fracaso de la identidad
en el amanecer de este día laborable.
Desamparo ideológico del lunes:
en la madrugada invernal ha concluido
el aplazamiento. Perplejo
y desdichado a su manera, el pie
con que bajamos de la cama se detiene
a medio camino. En ese titubeo prenatal
también vacilan
el resto del cuerpo
y el ser en general con su condena.
La realidad privada paraliza su regreso
al viejo desastre, a la recurrente
y oscura oportunidad. ¿Qué clase de verdad
hay en esa negación? ¿Qué mano de la época
pone las opciones individuales en punto muerto?
En el cerebro cerrado circula
un gemido que nos retiene al borde
de la respiración universal del día.
Y entre la historia a punto de caer
en la taza de café y la vuelta del rostro
a la dorada aniquilación personal
comienza el lunes en todo el país.
la camisa más despierta. Una especie
de convicción para sentirme apto.
En la oscuridad menguante, el dormitorio
huele a existencia en bruto,
a ropa fría, a zapatos caídos
con toda la neura encima. Esto insiste
en tener algo que ver conmigo.
Desde la calle
los ruidos ciegos y la jadeante
respiración de la materia manufacturada
suben con sus propias razones para vivir.
He allí lo espumoso, la tierra triunfante
que apenas me concierne. Pero la camisa
ya pierde su inocencia, reclama relaciones
y el perpetuo fracaso de la identidad
en el amanecer de este día laborable.
Desamparo ideológico del lunes:
en la madrugada invernal ha concluido
el aplazamiento. Perplejo
y desdichado a su manera, el pie
con que bajamos de la cama se detiene
a medio camino. En ese titubeo prenatal
también vacilan
el resto del cuerpo
y el ser en general con su condena.
La realidad privada paraliza su regreso
al viejo desastre, a la recurrente
y oscura oportunidad. ¿Qué clase de verdad
hay en esa negación? ¿Qué mano de la época
pone las opciones individuales en punto muerto?
En el cerebro cerrado circula
un gemido que nos retiene al borde
de la respiración universal del día.
Y entre la historia a punto de caer
en la taza de café y la vuelta del rostro
a la dorada aniquilación personal
comienza el lunes en todo el país.
martes, 29 de mayo de 2012
Cuando la luz se agrieta (por Roberto Juarroz)
El amor empieza cuando se rompen
los dedos
y se dan vuelta las solapas del traje
cuando ya no hace falta pero tampoco
sobra
la vejez de mirarse,
cuando la torre de los recuerdos, baja o
alta,
se agacha hasta la sangre.
El amor empieza cuando Dios termina
Y cuando el hombre cae,
mientras las cosas, demasiado eternas,
comienzan a gastarse,
y los signos, las bocas y los signos,
se muerden mutuamente en cualquier
parte.
El amor empieza
cuando la luz se agrieta como un
muerto disfrazado
sobre la soledad irremediable.
Porque el amor es simplemente eso:
la forma del comienzo
tercamente escondida
detrás de los finales.
los dedos
y se dan vuelta las solapas del traje
cuando ya no hace falta pero tampoco
sobra
la vejez de mirarse,
cuando la torre de los recuerdos, baja o
alta,
se agacha hasta la sangre.
El amor empieza cuando Dios termina
Y cuando el hombre cae,
mientras las cosas, demasiado eternas,
comienzan a gastarse,
y los signos, las bocas y los signos,
se muerden mutuamente en cualquier
parte.
El amor empieza
cuando la luz se agrieta como un
muerto disfrazado
sobre la soledad irremediable.
Porque el amor es simplemente eso:
la forma del comienzo
tercamente escondida
detrás de los finales.
lunes, 28 de mayo de 2012
En las miradas siempre vuela el nunca (por Juan Eduardo Cirlot)
Las huellas de tus dedos
no se ven en las torres.
Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto
al mar
los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,
por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla
pisada.
Dentro del corazón está la muerte
como una runa blanca de ceniza.
Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el
campo negro, pero ven.
Detente ante la tumba
donde los dos estamos.
* * *
Este sonido triste que solloza
es mi espada románica que piensa.
Mi corazón oscuro la acompaña.
* * *
Yo soy un ser humano a pesar mío.
El espacio plateado de mi espíritu
penetra en el espacio gris del mundo.
¿Hasta cuándo?
* * *
Las hierbas son tan rubias como tú
lejos de la ceniza que me aleja
para siempre sin hierro.
La muerte es el pantano de las cruces,
Bronwyn.
* * *
Alucinante luz en que la luna
une la encina blanca desde el cieno
al cielo donde el hielo resplandece
azul en un silencio alucinado.
Bronwyn,
enciende la llanura con tu voz.
* * *
Que las orquestas ciegas del martirio
acaben con los bosques, y los fuegos
de este incendio final, sacramentario.
Bronwyn,
si no puedo ser tú, si no podemos
ser ángel,
¿por qué la niebla es gris sobre el mar gris?
* * *
Piedras como rodillas tibias,
hierbas como cabellos rubios,
cielos como brazos de cielos.
Nace el amanecer como lo negro.
En las miradas siempre vuela el nunca.
* * *
Las ruinas de las runas en la roca
hablan de que yo estuve en este mundo,
donde el mar y la tierra de las nieblas
se funden y confunden.
La vida era una ausencia inagotable,
un laberinto de serpientes grises,
un pantano de rosas tenebrosas.
* * *
La cruz de las hogueras se ha deshecho,
las ruinas de las joyas se estremecen.
Se acerca el cementerio con los ojos
inundados de lágrimas.
* * *
Toma mi oscuro anillo inmemorial.
Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.
Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.
Estoy cansado de estar muerto y ser.
* * *
Toma mi oscuro anillo inmemorial.
Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.
Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.
Estoy cansado de estar muerto y ser.
* * *
Remolinos de cielos y de océanos
de incesantes distancias funerales.
El centro es lo lejano, y es allí
entre espirales grises y plateadas,
donde acaso la cruz es una cruz,
el cruce y el encuentro.
El centro es el lugar donde la imagen
habla desde su doble transparente.
* * *
Por el bosque del tiempo la noche del espacio,
el errar de mi busca, la boca de mi incendio.
En tus ojos, cayendo, un mar gris se levanta.
Lo espantoso es sencillo y está siempre muy cerca.
* * *
Bronwyn;
es un mar de ceniza, está subiendo.
Nuestras alas no existen por la noche.
La cabeza es de cera,
los ojos son espacio.
Te dejo entre los árboles del mundo
y este coro de gritos que persigna
mi estatura maldita.
* * *
Muerdo los sentimientos en el muérdago.
Mi espíritu está solo entre las hierbas.
Los demonios me buscan por los campos,
se disputan mi espada, mi armadura,
mis manos, mi cabeza, mis entrañas.
Mis hogueras de hierro se amontonan
y mis restos oscuros aún humean.
Me acaban de matar,
miro hacia donde vi tu aparición
hace mil años ya; pero la sangre
aún sale de mi boca.
* * *
Bajó el cielo a la tierra
y no era transparencia, era distancia.
Era un cristal de acero separando
lo unido.
Se perdieron las olas de los ojos
las flores de una cima donde un cuerpo
era sólo.
El cielo exterminó las claridades
humanas.
De su luz emanaba un absoluto
desasirse de todo lo tangible.
La pérdida nació como una piedra
negra.
* * *
Se acercan las doradas procesiones
que grabarán mi cuerpo en una losa.
Déjame contemplarte todavía,
mientras mis ojos cambian de función
convirtiéndose en música azulada.
Bronwyn, el horizonte es una casa:
(la imagen incendiada de una casa).
* * *
Nunca he tocado nada de lo que
tú eres.
Estás como una idea en un instante
puro.
Clara en tu firmamento de firmeza
blanca.
Desnuda Bronwyn, llámame, ya voy;
caigo.
* * *
Mi espada transparente te bencice
x galáctica en el lago, luz,
pradera de cristal inesperable:
Bronwyn inmaculada, incensario.
* * *
La tumba es de carbón azul, la tumba
es como un cuerpo sonrosado y vivo.
Hic jacet.
Una espada sin nombre está parada
ante la puerta blanca del invierno.
* * *
Mensajera del más allá, tú vienes
con forma de mujer, pero el abismo
se cierne junto a ti tan dulcemente.
Bronwyn,
constelaciones pálidas esperan
en medio de otros cielos con tu luz.
* * *
Bronwyn, mi corazón,
si nunca has existido eres posible
porque la realidad es muerte viva.
Bronwyn, mi corazón,
tócame con tu nada y con tu nunca.
* * *
No siendo estás aquí junto a mi centro
de hierros desatados,
de distancias dispersas como el humo.
No siendo eres tan mía como yo.
Más mía, pues tu luz sobre mi niebla
vive.
* * *
Es tu dorada luz, aire lejano
lo que viene a los verdes arrecifes.
Dame la mano, Bronwyn, alejémonos
del mar.
no se ven en las torres.
Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto
al mar
los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,
por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla
pisada.
Dentro del corazón está la muerte
como una runa blanca de ceniza.
Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el
campo negro, pero ven.
Detente ante la tumba
donde los dos estamos.
* * *
Este sonido triste que solloza
es mi espada románica que piensa.
Mi corazón oscuro la acompaña.
* * *
Yo soy un ser humano a pesar mío.
El espacio plateado de mi espíritu
penetra en el espacio gris del mundo.
¿Hasta cuándo?
* * *
Las hierbas son tan rubias como tú
lejos de la ceniza que me aleja
para siempre sin hierro.
La muerte es el pantano de las cruces,
Bronwyn.
* * *
Alucinante luz en que la luna
une la encina blanca desde el cieno
al cielo donde el hielo resplandece
azul en un silencio alucinado.
Bronwyn,
enciende la llanura con tu voz.
* * *
Que las orquestas ciegas del martirio
acaben con los bosques, y los fuegos
de este incendio final, sacramentario.
Bronwyn,
si no puedo ser tú, si no podemos
ser ángel,
¿por qué la niebla es gris sobre el mar gris?
* * *
Piedras como rodillas tibias,
hierbas como cabellos rubios,
cielos como brazos de cielos.
Nace el amanecer como lo negro.
En las miradas siempre vuela el nunca.
* * *
Las ruinas de las runas en la roca
hablan de que yo estuve en este mundo,
donde el mar y la tierra de las nieblas
se funden y confunden.
La vida era una ausencia inagotable,
un laberinto de serpientes grises,
un pantano de rosas tenebrosas.
* * *
La cruz de las hogueras se ha deshecho,
las ruinas de las joyas se estremecen.
Se acerca el cementerio con los ojos
inundados de lágrimas.
* * *
Toma mi oscuro anillo inmemorial.
Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.
Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.
Estoy cansado de estar muerto y ser.
* * *
Toma mi oscuro anillo inmemorial.
Mi armadura deshecha se deshace
y de sus mallas muertas salen fuegos
azules, Bronwyn; puedo verlos, tiemblan.
Tiro el guante de hierro, soy tu siervo.
El mar que me acompaña por un mar
de sombra se deshace en el vacío.
Estoy cansado de estar muerto y ser.
* * *
Remolinos de cielos y de océanos
de incesantes distancias funerales.
El centro es lo lejano, y es allí
entre espirales grises y plateadas,
donde acaso la cruz es una cruz,
el cruce y el encuentro.
El centro es el lugar donde la imagen
habla desde su doble transparente.
* * *
Por el bosque del tiempo la noche del espacio,
el errar de mi busca, la boca de mi incendio.
En tus ojos, cayendo, un mar gris se levanta.
Lo espantoso es sencillo y está siempre muy cerca.
* * *
Bronwyn;
es un mar de ceniza, está subiendo.
Nuestras alas no existen por la noche.
La cabeza es de cera,
los ojos son espacio.
Te dejo entre los árboles del mundo
y este coro de gritos que persigna
mi estatura maldita.
* * *
Muerdo los sentimientos en el muérdago.
Mi espíritu está solo entre las hierbas.
Los demonios me buscan por los campos,
se disputan mi espada, mi armadura,
mis manos, mi cabeza, mis entrañas.
Mis hogueras de hierro se amontonan
y mis restos oscuros aún humean.
Me acaban de matar,
miro hacia donde vi tu aparición
hace mil años ya; pero la sangre
aún sale de mi boca.
* * *
Bajó el cielo a la tierra
y no era transparencia, era distancia.
Era un cristal de acero separando
lo unido.
Se perdieron las olas de los ojos
las flores de una cima donde un cuerpo
era sólo.
El cielo exterminó las claridades
humanas.
De su luz emanaba un absoluto
desasirse de todo lo tangible.
La pérdida nació como una piedra
negra.
* * *
Se acercan las doradas procesiones
que grabarán mi cuerpo en una losa.
Déjame contemplarte todavía,
mientras mis ojos cambian de función
convirtiéndose en música azulada.
Bronwyn, el horizonte es una casa:
(la imagen incendiada de una casa).
* * *
Nunca he tocado nada de lo que
tú eres.
Estás como una idea en un instante
puro.
Clara en tu firmamento de firmeza
blanca.
Desnuda Bronwyn, llámame, ya voy;
caigo.
* * *
Mi espada transparente te bencice
x galáctica en el lago, luz,
pradera de cristal inesperable:
Bronwyn inmaculada, incensario.
* * *
La tumba es de carbón azul, la tumba
es como un cuerpo sonrosado y vivo.
Hic jacet.
Una espada sin nombre está parada
ante la puerta blanca del invierno.
* * *
Mensajera del más allá, tú vienes
con forma de mujer, pero el abismo
se cierne junto a ti tan dulcemente.
Bronwyn,
constelaciones pálidas esperan
en medio de otros cielos con tu luz.
* * *
Bronwyn, mi corazón,
si nunca has existido eres posible
porque la realidad es muerte viva.
Bronwyn, mi corazón,
tócame con tu nada y con tu nunca.
* * *
No siendo estás aquí junto a mi centro
de hierros desatados,
de distancias dispersas como el humo.
No siendo eres tan mía como yo.
Más mía, pues tu luz sobre mi niebla
vive.
* * *
Es tu dorada luz, aire lejano
lo que viene a los verdes arrecifes.
Dame la mano, Bronwyn, alejémonos
del mar.
domingo, 27 de mayo de 2012
No me postré ante el barro (por Oliverio Girondo)
¡Azotadme!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado...
¡como hubiera deseado!
Aquí estoy,
¡azotadme!
Merezco que me azoten.
No lamí la rompiente,
la sombra de las vacas,
las espinas,
la lluvia;
con fervor,
durante años;
descalzo,
estremecido,
absorto,
iluminado.
No me postré ante el barro,
ante el misterio intacto
del polen,
de la cama,
del gusano,
del pasto;
por timidez,
por miedo,
por pudor,
por cansancio.
No adoré los pesebres,
las ventanas heridas,
los ojos de los burros,
los manzanos,
el alba;
sin restricción,
de hinojos,
entregado,
desnudo,
con los poros erectos,
con los brazos al viento,
delirante,
sombrío;
en comunión de espanto,
de humildad,
de ignorancia,
como hubiera deseado...
¡como hubiera deseado!
sábado, 26 de mayo de 2012
Y lo guardo en la sangre (por Ray Bradbury)
Soy el más asoleado sabueso de Dios,
he encontrado el sol y lo guardo en la sangre,
lo hago dormir en las venas,
me esfuerzo por seguirlo como un girasol,
ahuyento la noche levantando la cabeza para no perderlo
y bebo rápido tragos de luz.
Los dos somos uno. No existimos por separado el sol y yo,
y como pareja intercambiamos nuestros luminosos dones...
El sol me ofrece y yo ardo en cuentos, una y otra vez,
la palabra justa que explica
una vida que desborda el universo;
el ensayo de su efecto en la mente
que era pero ya no será ciega.
Así me gustaría estar todo el año...
El sonido silencioso que hace el sol
cuando cuece mi alma vibrante
y todas las cuerdas de mi arpa se llenan de fuego
que quema mis deseos rancios
y allí estoy, al mediodía y a la luz:
el más querido y asoleado sabueso de Dios.
he encontrado el sol y lo guardo en la sangre,
lo hago dormir en las venas,
me esfuerzo por seguirlo como un girasol,
ahuyento la noche levantando la cabeza para no perderlo
y bebo rápido tragos de luz.
Los dos somos uno. No existimos por separado el sol y yo,
y como pareja intercambiamos nuestros luminosos dones...
El sol me ofrece y yo ardo en cuentos, una y otra vez,
la palabra justa que explica
una vida que desborda el universo;
el ensayo de su efecto en la mente
que era pero ya no será ciega.
Así me gustaría estar todo el año...
El sonido silencioso que hace el sol
cuando cuece mi alma vibrante
y todas las cuerdas de mi arpa se llenan de fuego
que quema mis deseos rancios
y allí estoy, al mediodía y a la luz:
el más querido y asoleado sabueso de Dios.
viernes, 25 de mayo de 2012
De vez en cuando la vida (por Joan Manuel Serrat)
De vez en cuando la vida nos besa en la boca
y a colores se despliega como un atlas.
Nos pasea por las calles en volandas
y nos sentimos en buenas manos.
Se hace de nuestra medida,
toma nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera;
y uno es feliz como un niño cuando sale de la escuela.
De vez en cuando la vida toma conmigo café
y está tan bonita que da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita a salir con ella a escena.
De vez en cuando la vida se nos brinda en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo.
De vez en cuando la vida afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla.
De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa,
chupando un palo, sentados
sobre una calabaza.
y a colores se despliega como un atlas.
Nos pasea por las calles en volandas
y nos sentimos en buenas manos.
Se hace de nuestra medida,
toma nuestro paso
y saca un conejo de la vieja chistera;
y uno es feliz como un niño cuando sale de la escuela.
De vez en cuando la vida toma conmigo café
y está tan bonita que da gusto verla.
Se suelta el pelo y me invita a salir con ella a escena.
De vez en cuando la vida se nos brinda en cueros y nos regala un sueño tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas por no romper el hechizo.
De vez en cuando la vida afina con el pincel:
se nos eriza la piel
y faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla.
De vez en cuando la vida nos gasta una broma y nos despertamos sin saber qué pasa,
chupando un palo, sentados
sobre una calabaza.
jueves, 24 de mayo de 2012
Misterioso, realísimo (por Jorge Guillén)
I
(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca.) —¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!
Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo. Ruidos
irrumpen. ¡Cómo saltan
sobre los amarillos
todavía no agudos
de un sol hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,
mientras van presentándose
todas las consistencias
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!
¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!
Una seguridad
se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
la insinuada mañana.
Y la mañana pesa.
Vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.
Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto,
eterno y para mí.
Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.
Corre la sangre, corre
con fatal avidez.
A ciegas acumulo
destino: quiero ser.
Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!
¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,
y a la fuerza fundirse
con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!
Todo me comunica,
vencedor, hecho mundo,
su brío para ser
de veras real, en triunfo.
Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
soy su leyenda. ¡Salve!
II
No, no sueño. Vigor
de creación concluye
su paraíso aquí:
penumbra de costumbre.
Y este ser implacable
que se me impone ahora
de nuevo —vaguedad
resolviéndose en forma
de variación de almohada,
en blancura de lienzo,
en mano sobre embozo,
en el tendido cuerpo
que aun recuerda los astros
y gravita bien— este
ser, avasallador
universal, mantiene
también su plenitud
en lo desconocido:
un más allá de veras
misterioso, realísimo.
III
¡Más allá! Cerca a veces,
muy cerca, familiar,
alude a unos enigmas.
corteses, ahí están.
Irreductibles, pero
largos, anchos, profundos
enigmas —en sus masas-.
Yo los toco, los uso.
Hacia mi compañía
la habitación converge.
¡Qué de objetos! Nombrados,
se allanan a la mente.
Enigmas son y aquí
viven para mi ayuda,
amables a través
de cuanto me circunda
sin cesar con la móvil
trabazón de unos vínculos
que a cada instante acaban
de cerrar su equilibrio.
IV
El balcón, los cristales,
unos libros, la mesa.
¿Nada más esto? Sí,
maravillas concretas.
Material jubiloso
convierte en superficie
manifiesta a sus átomos
tristes, siempre invisibles.
Y por un filo escueto,
o al amor de una curva
de asa, la energía
de plenitud actúa.
¡Energía o su gloria!
En mi dominio luce
sin escándalo dentro
de lo tan real, hoy lunes.
Y ágil, humildemente,
la materia apercibe
gracia de aparición:
Esto es cal, esto es mimbre.
V
Por aquella pared,
bajo un sol que derrama,
dora y sombrea claros
caldeados, la calma
soleada varía.
Sonreído va el sol
por la pared. ¡Gozosa
materia en relación!
Y mientras, lo más alto
de un árbol —hoja a hoja
soleándose, dándose,
todo actual— me enamora.
Errante en el verdor
un aroma presiento,
que me regalará
su calidad: lo ajeno,
lo tan ajeno que es
allá en sí mismo. Dádiva
de un mundo irreemplazable:
voy por él a mi alma.
VI
¡Oh perfección! Dependo
del total más allá,
dependo de las cosas.
Sin mí son y ya están
proponiendo un volumen
que ni soñó la mano,
feliz de resolver
una sorpresa en acto.
Dependo en alegría
de un cristal de balcón,
de ese lustre que ofrece
lo ansiado a su raptor,
y es de veras atmósfera
diáfana de mañana,
un alero, tejados,
nubes allí, distancias.
Suena a orilla de abril
el gorjeo esparcido
por entre los follajes
frágiles. (Hay rocío.)
Pero el día al fin logra
rotundidad humana
de edificio y refiere
su fuerza a mi morada.
Así va concertando,
trayendo lejanías,
que al balcón por países
de tránsito deslizan.
Nunca separa el cielo.
Ese cielo de ahora
—aire que yo respiro—
de planeta me colma.
¿Dónde extraviarse, dónde?
Mi centro es este punto:
cualquiera. ¡Tan plenario
siempre me aguarda el mundo!
Una tranquilidad
de afirmación constante
guía a todos los seres,
que entre tantos enlaces
universales, presos
en la jornada eterna,
bajo el sol quieren ser
y a su querer se entregan
fatalmente, dichosos
con la tierra y el mar
de alzarse a lo infinito:
un rayo de sol más.
Es la luz del primer
vergel, y aun fulge aquí
ante mi faz, sobre esa
flor, en ese jardín.
Y con empuje henchido
de afluencias amantes
se ahínca en el sagrado
presente perdurable
toda la creación,
que al despertarse un hombre
lanza la soledad
a un tumulto de acordes.
(El alma vuelve al cuerpo,
se dirige a los ojos
y choca.) —¡Luz! Me invade
todo mi ser. ¡Asombro!
Intacto aún, enorme,
rodea el tiempo. Ruidos
irrumpen. ¡Cómo saltan
sobre los amarillos
todavía no agudos
de un sol hecho ternura
de rayo alboreado
para estancia difusa,
mientras van presentándose
todas las consistencias
que al disponerse en cosas
me limitan, me centran!
¿Hubo un caos? Muy lejos
de su origen, me brinda
por entre hervor de luz
frescura en chispas. ¡Día!
Una seguridad
se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
la insinuada mañana.
Y la mañana pesa.
Vibra sobre mis ojos,
que volverán a ver
lo extraordinario: todo.
Todo está concentrado
por siglos de raíz
dentro de este minuto,
eterno y para mí.
Y sobre los instantes
que pasan de continuo
voy salvando el presente,
eternidad en vilo.
Corre la sangre, corre
con fatal avidez.
A ciegas acumulo
destino: quiero ser.
Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
tanto se identifica!
¡Al azar de las suertes
únicas de un tropel
surgir entre los siglos,
alzarse con el ser,
y a la fuerza fundirse
con la sonoridad
más tenaz: sí, sí, sí,
la palabra del mar!
Todo me comunica,
vencedor, hecho mundo,
su brío para ser
de veras real, en triunfo.
Soy, más, estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
soy su leyenda. ¡Salve!
II
No, no sueño. Vigor
de creación concluye
su paraíso aquí:
penumbra de costumbre.
Y este ser implacable
que se me impone ahora
de nuevo —vaguedad
resolviéndose en forma
de variación de almohada,
en blancura de lienzo,
en mano sobre embozo,
en el tendido cuerpo
que aun recuerda los astros
y gravita bien— este
ser, avasallador
universal, mantiene
también su plenitud
en lo desconocido:
un más allá de veras
misterioso, realísimo.
III
¡Más allá! Cerca a veces,
muy cerca, familiar,
alude a unos enigmas.
corteses, ahí están.
Irreductibles, pero
largos, anchos, profundos
enigmas —en sus masas-.
Yo los toco, los uso.
Hacia mi compañía
la habitación converge.
¡Qué de objetos! Nombrados,
se allanan a la mente.
Enigmas son y aquí
viven para mi ayuda,
amables a través
de cuanto me circunda
sin cesar con la móvil
trabazón de unos vínculos
que a cada instante acaban
de cerrar su equilibrio.
IV
El balcón, los cristales,
unos libros, la mesa.
¿Nada más esto? Sí,
maravillas concretas.
Material jubiloso
convierte en superficie
manifiesta a sus átomos
tristes, siempre invisibles.
Y por un filo escueto,
o al amor de una curva
de asa, la energía
de plenitud actúa.
¡Energía o su gloria!
En mi dominio luce
sin escándalo dentro
de lo tan real, hoy lunes.
Y ágil, humildemente,
la materia apercibe
gracia de aparición:
Esto es cal, esto es mimbre.
V
Por aquella pared,
bajo un sol que derrama,
dora y sombrea claros
caldeados, la calma
soleada varía.
Sonreído va el sol
por la pared. ¡Gozosa
materia en relación!
Y mientras, lo más alto
de un árbol —hoja a hoja
soleándose, dándose,
todo actual— me enamora.
Errante en el verdor
un aroma presiento,
que me regalará
su calidad: lo ajeno,
lo tan ajeno que es
allá en sí mismo. Dádiva
de un mundo irreemplazable:
voy por él a mi alma.
VI
¡Oh perfección! Dependo
del total más allá,
dependo de las cosas.
Sin mí son y ya están
proponiendo un volumen
que ni soñó la mano,
feliz de resolver
una sorpresa en acto.
Dependo en alegría
de un cristal de balcón,
de ese lustre que ofrece
lo ansiado a su raptor,
y es de veras atmósfera
diáfana de mañana,
un alero, tejados,
nubes allí, distancias.
Suena a orilla de abril
el gorjeo esparcido
por entre los follajes
frágiles. (Hay rocío.)
Pero el día al fin logra
rotundidad humana
de edificio y refiere
su fuerza a mi morada.
Así va concertando,
trayendo lejanías,
que al balcón por países
de tránsito deslizan.
Nunca separa el cielo.
Ese cielo de ahora
—aire que yo respiro—
de planeta me colma.
¿Dónde extraviarse, dónde?
Mi centro es este punto:
cualquiera. ¡Tan plenario
siempre me aguarda el mundo!
Una tranquilidad
de afirmación constante
guía a todos los seres,
que entre tantos enlaces
universales, presos
en la jornada eterna,
bajo el sol quieren ser
y a su querer se entregan
fatalmente, dichosos
con la tierra y el mar
de alzarse a lo infinito:
un rayo de sol más.
Es la luz del primer
vergel, y aun fulge aquí
ante mi faz, sobre esa
flor, en ese jardín.
Y con empuje henchido
de afluencias amantes
se ahínca en el sagrado
presente perdurable
toda la creación,
que al despertarse un hombre
lanza la soledad
a un tumulto de acordes.
miércoles, 23 de mayo de 2012
Santa deriva (por Vicente Gallego)
Con el pulso inconstante
de los metales sucios nos reflejas,
y nadie se conoce en las remotas máscaras
que a su rostro le impone
la mudanza salvaje de tu helada corriente,
poliédrico río de mineral dureza,
mudo espejo de luz y de congoja
en el que el hombre apura el trago limpio
de su alegría efímera
o padece el silencio indiferente
con el que la vida acoge la agonía
de su indefensa sangre.
El rumbo impredecible eres del mundo,
esa estrella fugaz que ilumina un momento
nuestra noche cerrada y nos evoca
el consuelo de un orden, la tutela
de un ser sabio y clemente
que procura su norte a la nave del día.
Pero no hay compasión
ni parece existir discernimiento
en la pura energía desbocada,
sin conciencia ni culpa, que para algunos pasa
por ser tu voluntad.
Y no hay más voluntad que la del viento.
Y el viento nos arrastra.
Tu piedra es la primera
en la mansión feliz de las almas robustas
y en la frente del alma lapidada.
Los espíritus rotos
por el dolor del cuerpo son tu obra,
pero también los ánimos forjados
en la loca alegría de habitar en la carne
cuando la carne es dócil y su humor nos respeta;
tan radical y honda, esa alegría,
que nos duele en los huesos, la propiedad precaria
del verano y la luna.
Y alrededor la carne va muriendo.
Y el verano y la luna lo celebran.
¿Y quién te habrá lanzado en tu absurda derrota,
animal poderoso de rapiña,
contra el frágil cristal de los destinos?
¿Y qué será del nuestro en tus manos borrachas?
Arrolladora fuerza sin criterio
que en tu inercia propicias nuestra historia,
somos los hijos
de tu danza sonámbula y temible.
Nada somos sin ti.
Por eso,
arrulla con tu nana desquiciada
al sueño quebradizo de la vida,
y en tu frío furor sin fundamento
rueda,
ingobernable, oscura,
santa deriva.
Para que todo arda y se consuma,
alto y pleno en su nada.
de los metales sucios nos reflejas,
y nadie se conoce en las remotas máscaras
que a su rostro le impone
la mudanza salvaje de tu helada corriente,
poliédrico río de mineral dureza,
mudo espejo de luz y de congoja
en el que el hombre apura el trago limpio
de su alegría efímera
o padece el silencio indiferente
con el que la vida acoge la agonía
de su indefensa sangre.
El rumbo impredecible eres del mundo,
esa estrella fugaz que ilumina un momento
nuestra noche cerrada y nos evoca
el consuelo de un orden, la tutela
de un ser sabio y clemente
que procura su norte a la nave del día.
Pero no hay compasión
ni parece existir discernimiento
en la pura energía desbocada,
sin conciencia ni culpa, que para algunos pasa
por ser tu voluntad.
Y no hay más voluntad que la del viento.
Y el viento nos arrastra.
Tu piedra es la primera
en la mansión feliz de las almas robustas
y en la frente del alma lapidada.
Los espíritus rotos
por el dolor del cuerpo son tu obra,
pero también los ánimos forjados
en la loca alegría de habitar en la carne
cuando la carne es dócil y su humor nos respeta;
tan radical y honda, esa alegría,
que nos duele en los huesos, la propiedad precaria
del verano y la luna.
Y alrededor la carne va muriendo.
Y el verano y la luna lo celebran.
¿Y quién te habrá lanzado en tu absurda derrota,
animal poderoso de rapiña,
contra el frágil cristal de los destinos?
¿Y qué será del nuestro en tus manos borrachas?
Arrolladora fuerza sin criterio
que en tu inercia propicias nuestra historia,
somos los hijos
de tu danza sonámbula y temible.
Nada somos sin ti.
Por eso,
arrulla con tu nana desquiciada
al sueño quebradizo de la vida,
y en tu frío furor sin fundamento
rueda,
ingobernable, oscura,
santa deriva.
Para que todo arda y se consuma,
alto y pleno en su nada.
martes, 22 de mayo de 2012
Como una estrella enferma (por Felipe Benítez Reyes)
1
Nos hemos hecho daño
y el tiempo ya no pasa indiferente.
Por qué es tan alto el precio del olvido
no sabemos, y herimos
con una relajada displicencia
aun teniendo muy claro que algún día
alguien recordará el dolor que le causamos,
porque el dolor persiste en la memoria
con una obstinación insobornable,
y es fiel, y es rencoroso, y el perdón no le afecta.
Nos hemos hecho daño.
Y la juventud dorada era de nieve.
2
Para el amor altivo la condena
de un alto dolor. Para el amor
que se enfrenta a la muerte,
iluminando la tiniebla con fuegos de artificio,
para ese amor la herida
de las crepusculares sombras.
Para el amor que ignora la sustancia
funeral de la rosa, turbio aroma de un día;
que desconoce destrucción y nada sabe
del peso oscuro que en el alma dejan
los años, que van huyendo
como lobos heridos por un bosque de niebla.
Para el amor altivo ya sabéis: ese fuego
de llamaradas lentas donde arde
como una estrella enferma el corazón.
Para el altivo amor nunca hay olvido:
su dardo está clavado
en el centro sombrío de la vida.
3
Hay siempre mar de fondo en el amor.
Hay siempre lunas muertas, estrellas despuntadas,
sombras de muertos ángeles.
Hay siempre nubes negras y el cadáver de un cisne.
Hay un viento que arrastra los jirones de niebla
y una mano enemiga que desgarra la niebla.
Hay siempre mar de fondo,
siempre esconde el amor su aurora oscura.
Nos hemos hecho daño
y el tiempo ya no pasa indiferente.
Por qué es tan alto el precio del olvido
no sabemos, y herimos
con una relajada displicencia
aun teniendo muy claro que algún día
alguien recordará el dolor que le causamos,
porque el dolor persiste en la memoria
con una obstinación insobornable,
y es fiel, y es rencoroso, y el perdón no le afecta.
Nos hemos hecho daño.
Y la juventud dorada era de nieve.
2
Para el amor altivo la condena
de un alto dolor. Para el amor
que se enfrenta a la muerte,
iluminando la tiniebla con fuegos de artificio,
para ese amor la herida
de las crepusculares sombras.
Para el amor que ignora la sustancia
funeral de la rosa, turbio aroma de un día;
que desconoce destrucción y nada sabe
del peso oscuro que en el alma dejan
los años, que van huyendo
como lobos heridos por un bosque de niebla.
Para el amor altivo ya sabéis: ese fuego
de llamaradas lentas donde arde
como una estrella enferma el corazón.
Para el altivo amor nunca hay olvido:
su dardo está clavado
en el centro sombrío de la vida.
3
Hay siempre mar de fondo en el amor.
Hay siempre lunas muertas, estrellas despuntadas,
sombras de muertos ángeles.
Hay siempre nubes negras y el cadáver de un cisne.
Hay un viento que arrastra los jirones de niebla
y una mano enemiga que desgarra la niebla.
Hay siempre mar de fondo,
siempre esconde el amor su aurora oscura.
lunes, 21 de mayo de 2012
Por qué el azul (por Andrés Trapiello)
¿Qué sabemos nosotros
de los viejos caminos llenos de barro y lodo?
¿Qué podemos nosotros recordar
de la pasada guerra,
de esos pueblos pequeños rodeados de viñas?
¿De esos bailes de pueblo
sobre las verdes eras y a la luz del carburo,
cuando el sagrado azul, el azul del crepúsculo
se queda entre las tumbas, viejas y abandonadas?
Otoño, otoño mío,
¿qué sabemos nosotros de la guerra?
Dime por qué el azul, sagrado azul,
es el color de los que nunca vuelven,
de aquellos que partieron
una mañana antigua
por los viejos caminos llenos de barro y lodo.
de los viejos caminos llenos de barro y lodo?
¿Qué podemos nosotros recordar
de la pasada guerra,
de esos pueblos pequeños rodeados de viñas?
¿De esos bailes de pueblo
sobre las verdes eras y a la luz del carburo,
cuando el sagrado azul, el azul del crepúsculo
se queda entre las tumbas, viejas y abandonadas?
Otoño, otoño mío,
¿qué sabemos nosotros de la guerra?
Dime por qué el azul, sagrado azul,
es el color de los que nunca vuelven,
de aquellos que partieron
una mañana antigua
por los viejos caminos llenos de barro y lodo.
domingo, 20 de mayo de 2012
No me esperes a las doce en el juzgado (por Joaquín Sabina)
Yo no quiero un amor civilizado con recibos y escena del sofá.
Yo no quiero que viajes al pasado y vuelvas del mercado con ganas de llorar.
Yo no quiero vecinas con pucheros.
Yo no quiero sembrar ni compartir.
Yo no quiero catorces de febrero ni cumpleaños feliz.
Yo no quiero cargar con tus maletas.
Yo no quiero que elijas mi champú.
Yo no quiero mudarme de planeta, cortarme la coleta, brindar a tu salud.
Yo no quiero domingos por la tarde.
Yo no quiero columpio en el jardin.
Lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata,
porque amores que matan nunca mueren.
Yo no quiero juntar para mañana.
No me pidas llegar a fin de mes.
Yo no quiero comerme una manzana dos veces por semana sin ganas de comer.
Yo no quiero calor de invernadero.
Yo no quiero besar tu cicatriz.
Yo no quiero París con aguacero ni Venecia sin ti.
No me esperes a las doce en el juzgado.
No me digas “volvamos a empezar”.
Yo no quiero ni libre ni ocupado, ni carne ni pecado, ni orgullo ni piedad.
Yo no quiero saber por qué lo hiciste.
Yo no quiero contigo ni sin ti.
Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata,
porque amores que matan nunca mueren.
Yo no quiero que viajes al pasado y vuelvas del mercado con ganas de llorar.
Yo no quiero vecinas con pucheros.
Yo no quiero sembrar ni compartir.
Yo no quiero catorces de febrero ni cumpleaños feliz.
Yo no quiero cargar con tus maletas.
Yo no quiero que elijas mi champú.
Yo no quiero mudarme de planeta, cortarme la coleta, brindar a tu salud.
Yo no quiero domingos por la tarde.
Yo no quiero columpio en el jardin.
Lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata,
porque amores que matan nunca mueren.
Yo no quiero juntar para mañana.
No me pidas llegar a fin de mes.
Yo no quiero comerme una manzana dos veces por semana sin ganas de comer.
Yo no quiero calor de invernadero.
Yo no quiero besar tu cicatriz.
Yo no quiero París con aguacero ni Venecia sin ti.
No me esperes a las doce en el juzgado.
No me digas “volvamos a empezar”.
Yo no quiero ni libre ni ocupado, ni carne ni pecado, ni orgullo ni piedad.
Yo no quiero saber por qué lo hiciste.
Yo no quiero contigo ni sin ti.
Lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes, es que mueras por mí.
Y morirme contigo si te matas
y matarme contigo si te mueres
porque el amor cuando no muere mata,
porque amores que matan nunca mueren.
sábado, 19 de mayo de 2012
La cuarta elegía (por Rainer María Rilke)
Oh árboles de vida, ¿cuándo será el invierno?
Nosotros no vamos al unísono. No somos sensatos
como las aves migratorias. Retrasados y tardíos,
nos imponemos repentina, forzadamente a los vientos,
y nos derrumbamos sobre un estanque indiferente.
Sabemos al mismo tiempo florecer y marchitarnos.
Y por algún lado andan todavía los leones y no saben,
mientras siguen siendo majestuosos, de ninguna impotencia.
Pero nosotros, cuando queremos una cosa, siempre,
ya estamos acariciando otra. La hostilidad
es en nosotros lo primero. ¿Acaso los amantes
no están siempre poniéndose límites, uno al otro,
ellos, que se prometían espacios, compañía, hogar?
Ahí, para un dibujo instantáneo, se elabora
penosamente un fondo de contradicciones, de modo
que lo veamos; pues somos demasiado claros,
no conocemos por dentro el contorno del sentimiento, sino
solamente lo que se forma por fuera. ¿Quién no se sentó
inquieto frente al telón de su corazón? El telón
se levantó: el escenario era de despedida. Fácil
de entender. El jardín conocido, y oscilaba un poco:
entonces apareció primero el bailarín. No éste. Basta.
Y aunque sea ligero al actuar, está disfrazado
y se convierte en un burgués, que cruza por su cocina,
entra a casa. No quiero estas máscaras a medio llenar,
prefiero la marioneta. Está llena. Quiero soportar
sobre mí su cáscara, el alambre, su rostro meramente
exterior. Aquí. Ya estoy adelante. Incluso si apagan
las luces, si me dicen: "Ya se acabó"; incluso si
del escenario llega el vacío con la gris ráfaga de aire;
incluso si ninguno de mis silenciosos ancestros continúa
sentado junto a mí, ninguna mujer, ni siquiera
el muchacho de los ojos bizcos, de color café: me quedo,
a pesar de todo. Siempre hay algo que ver.
¿No tengo razón? Tú, a quien en mí la vida
supo tan amarga, cuando probaste la mía, padre,
la primera infusión turbia de mi deber;
conforme yo crecí seguiste probándola y, todavía
ocupado en el regusto de un futuro tan extraño,
examinabas mi mirada empañada; tú, padre mío, desde
que estás muerto, dentro de mí, en mi esperanza,
con frecuencia tienes miedo, y me envías serenidad
-como la tienen los muertos, reinos de serenidad-
para mi pizca de destino, ¿no tengo razón? Y ustedes,
¿no tengo razón?, ustedes, las que me amaron
por el pequeño comienzo de amor hacia ustedes,
del que siempre me aparté, porque, para mí, el espacio
dentro de vuestros rostros, aunque lo amara,
se transformaba en un espacio cósmico
donde ustedes ya no estaban... ¿No tengo razón
en esperar, cuando me siento con ganas de esperar,
frente al teatro de títeres? ¿No la tengo, en mirarlo
tan intensamente, de modo que, para contrapesar
mi espectáculo, finalmente haya de venir un ángel,
a manera de actor, que ponga en pie los muñecos?
Ángel y marioneta: por fin hay espectáculo. Entonces
se une lo que nosotros siempre desgarramos con sólo
estar aquí. Sólo entonces surge de nuestros propios
cambios de estación el círculo de todo el cambio.
Encima de nosotros y más allá entonces actúa el ángel.
Mira, los moribundos, ¿no han de sospechar acaso cómo
todo lo que aquí realizamos es, completamente,
un pretexto? Ninguna cosa es ella misma. Ah, horas
de infancia, cuando detrás de las figuras había algo más
que el mero pasado, y delante de nosotros, ningún futuro.
Cierto, crecíamos, y a veces nos empeñábamos en hacernos
mayores demasiado rápido, en parte por amor a aquéllos
que ya no tenían otra cosa que el ser mayores.
Y sin embargo, cuando estábamos en nuestra soledad
nos divertíamos con la permanencia y perdurábamos ahí,
en la brecha entre el mundo y el juguete, en un lugar
que desde el principio se había establecido para
un acontecimiento puro.
¿Quién mostrará un niño, tal como existe? ¿Quién
lo colocará en la constelación y le dará en la mano
la medida de la distancia? ¿Quién hará la muerte niña
con pan gris, que se endurece? ¿O se la dejará ahí,
en la boca redonda, como en el corazón de una hermosa
manzana...? Los asesinos son fáciles de entender. Pero
esto: la muerte, la muerte total, aun antes de contener
la vida tan dulcemente, y sin haber alcanzado la maldad, es
indescriptible.
Nosotros no vamos al unísono. No somos sensatos
como las aves migratorias. Retrasados y tardíos,
nos imponemos repentina, forzadamente a los vientos,
y nos derrumbamos sobre un estanque indiferente.
Sabemos al mismo tiempo florecer y marchitarnos.
Y por algún lado andan todavía los leones y no saben,
mientras siguen siendo majestuosos, de ninguna impotencia.
Pero nosotros, cuando queremos una cosa, siempre,
ya estamos acariciando otra. La hostilidad
es en nosotros lo primero. ¿Acaso los amantes
no están siempre poniéndose límites, uno al otro,
ellos, que se prometían espacios, compañía, hogar?
Ahí, para un dibujo instantáneo, se elabora
penosamente un fondo de contradicciones, de modo
que lo veamos; pues somos demasiado claros,
no conocemos por dentro el contorno del sentimiento, sino
solamente lo que se forma por fuera. ¿Quién no se sentó
inquieto frente al telón de su corazón? El telón
se levantó: el escenario era de despedida. Fácil
de entender. El jardín conocido, y oscilaba un poco:
entonces apareció primero el bailarín. No éste. Basta.
Y aunque sea ligero al actuar, está disfrazado
y se convierte en un burgués, que cruza por su cocina,
entra a casa. No quiero estas máscaras a medio llenar,
prefiero la marioneta. Está llena. Quiero soportar
sobre mí su cáscara, el alambre, su rostro meramente
exterior. Aquí. Ya estoy adelante. Incluso si apagan
las luces, si me dicen: "Ya se acabó"; incluso si
del escenario llega el vacío con la gris ráfaga de aire;
incluso si ninguno de mis silenciosos ancestros continúa
sentado junto a mí, ninguna mujer, ni siquiera
el muchacho de los ojos bizcos, de color café: me quedo,
a pesar de todo. Siempre hay algo que ver.
¿No tengo razón? Tú, a quien en mí la vida
supo tan amarga, cuando probaste la mía, padre,
la primera infusión turbia de mi deber;
conforme yo crecí seguiste probándola y, todavía
ocupado en el regusto de un futuro tan extraño,
examinabas mi mirada empañada; tú, padre mío, desde
que estás muerto, dentro de mí, en mi esperanza,
con frecuencia tienes miedo, y me envías serenidad
-como la tienen los muertos, reinos de serenidad-
para mi pizca de destino, ¿no tengo razón? Y ustedes,
¿no tengo razón?, ustedes, las que me amaron
por el pequeño comienzo de amor hacia ustedes,
del que siempre me aparté, porque, para mí, el espacio
dentro de vuestros rostros, aunque lo amara,
se transformaba en un espacio cósmico
donde ustedes ya no estaban... ¿No tengo razón
en esperar, cuando me siento con ganas de esperar,
frente al teatro de títeres? ¿No la tengo, en mirarlo
tan intensamente, de modo que, para contrapesar
mi espectáculo, finalmente haya de venir un ángel,
a manera de actor, que ponga en pie los muñecos?
Ángel y marioneta: por fin hay espectáculo. Entonces
se une lo que nosotros siempre desgarramos con sólo
estar aquí. Sólo entonces surge de nuestros propios
cambios de estación el círculo de todo el cambio.
Encima de nosotros y más allá entonces actúa el ángel.
Mira, los moribundos, ¿no han de sospechar acaso cómo
todo lo que aquí realizamos es, completamente,
un pretexto? Ninguna cosa es ella misma. Ah, horas
de infancia, cuando detrás de las figuras había algo más
que el mero pasado, y delante de nosotros, ningún futuro.
Cierto, crecíamos, y a veces nos empeñábamos en hacernos
mayores demasiado rápido, en parte por amor a aquéllos
que ya no tenían otra cosa que el ser mayores.
Y sin embargo, cuando estábamos en nuestra soledad
nos divertíamos con la permanencia y perdurábamos ahí,
en la brecha entre el mundo y el juguete, en un lugar
que desde el principio se había establecido para
un acontecimiento puro.
¿Quién mostrará un niño, tal como existe? ¿Quién
lo colocará en la constelación y le dará en la mano
la medida de la distancia? ¿Quién hará la muerte niña
con pan gris, que se endurece? ¿O se la dejará ahí,
en la boca redonda, como en el corazón de una hermosa
manzana...? Los asesinos son fáciles de entender. Pero
esto: la muerte, la muerte total, aun antes de contener
la vida tan dulcemente, y sin haber alcanzado la maldad, es
indescriptible.
viernes, 18 de mayo de 2012
Fui lo que fui (por Nicanor Parra)
De estatura mediana,
con una voz ni delgada ni gruesa,
hijo mayor de un profesor primario
y de una modista de trastienda;
flaco de nacimiento
aunque devoto de la buena mesa;
de mejillas escuálidas
y de más bien abundantes orejas;
con un rostro cuadrado
en que los ojos se abren apenas
y una nariz de boxeador mulato
baja a la boca de ídolo azteca
-todo esto bañado
por una luz entre irónica y pérfida-
ni muy listro ni tonto de remate
fui lo que fui: una mezcla
de vinagre y de aceite de comer
¡un embutido de ángel y bestia!
con una voz ni delgada ni gruesa,
hijo mayor de un profesor primario
y de una modista de trastienda;
flaco de nacimiento
aunque devoto de la buena mesa;
de mejillas escuálidas
y de más bien abundantes orejas;
con un rostro cuadrado
en que los ojos se abren apenas
y una nariz de boxeador mulato
baja a la boca de ídolo azteca
-todo esto bañado
por una luz entre irónica y pérfida-
ni muy listro ni tonto de remate
fui lo que fui: una mezcla
de vinagre y de aceite de comer
¡un embutido de ángel y bestia!
jueves, 17 de mayo de 2012
Revendo laberintos (por Aurora Luque)
Vendo roca de Sísifo,
añeja, bien lustrada,
llevadera, limada por los siglos,
pura roca de infierno.
Para tediosos y desesperados,
amantes del absurdo
o para culturistas metafísicos.
Almohadilla de pluma para el hombro
sin coste adicional.
Vendo una isla de segunda mano.
No la puedo atender.
Perfecto estado: arenas y ensenadas,
olas, acantilados,
arboledas, delfines.
Instalación de sueños casi intacta.
Vendo toro de Dédalo.
Discreción. Quince días
de frenético ensayo.
Se entrega a domicilio.
Se adapta a todo tipo de orificios.
Revendo laberintos
usados, muy confusos.
Se garantiza pérdida total
por siete u ocho años.
Si no queda contento,
reembolsamos el hilo de Ariadna.
La vida es una empresa laboriosa:
veinte segundos de ficción en pie
y una tenue canción desesperada.
Somos microrrelatos que caminan:
Soy No-fui, No-seré, No-soy cansado.
Vivir es patinar breve jornada.
Sólo soy los anuncios que he tragado.
Alquilo alas de Ícaro
adaptables, elásticas.
Imprescindible curso de suicida,
máster de soñador
o currículum roto de antemano.
añeja, bien lustrada,
llevadera, limada por los siglos,
pura roca de infierno.
Para tediosos y desesperados,
amantes del absurdo
o para culturistas metafísicos.
Almohadilla de pluma para el hombro
sin coste adicional.
Vendo una isla de segunda mano.
No la puedo atender.
Perfecto estado: arenas y ensenadas,
olas, acantilados,
arboledas, delfines.
Instalación de sueños casi intacta.
Vendo toro de Dédalo.
Discreción. Quince días
de frenético ensayo.
Se entrega a domicilio.
Se adapta a todo tipo de orificios.
Revendo laberintos
usados, muy confusos.
Se garantiza pérdida total
por siete u ocho años.
Si no queda contento,
reembolsamos el hilo de Ariadna.
La vida es una empresa laboriosa:
veinte segundos de ficción en pie
y una tenue canción desesperada.
Somos microrrelatos que caminan:
Soy No-fui, No-seré, No-soy cansado.
Vivir es patinar breve jornada.
Sólo soy los anuncios que he tragado.
Alquilo alas de Ícaro
adaptables, elásticas.
Imprescindible curso de suicida,
máster de soñador
o currículum roto de antemano.
miércoles, 16 de mayo de 2012
Pero una bala vieja (por Sebastiana)
Preguntabas por qué me iba…
que dónde había estado.
Yo quería decirte que andaba en la comodidad de todas las cosas,
en el olor a pan de la infancia,
en los rodeos de toros y caballos
o buscando los restos de un naufragio.
Allí donde hallé la pechera que protegió al capitán de la vara oscura
me encontré con cuchillos dispuestos a atravesar su sombra de fantasma marino.
Allí donde hallé el tesoro de cuatro perlas fisuradas
que colgaron del cuello de la princesa,
hallé también mi propia asfixia,
el destrone de mi sonrisa.
Y habiéndome perdido tanto tiempo
en la aventura de la carcajada,
en la ilusión del abrazo,
donde no volví a verme entera y certera,
sino hermosa y constituida,
redonda, finita, terminada,
tan ritualmente esculpida,
no pude oír cuando caía sobre mis brazos
la ira incontenida de las endebles vigas
que lograron mutilar con precisión
los brazos que se proyectaban a la superficie.
No se deja de ser hondo,
no se deja fácilmente lo profundo,
se vuelve a ahogar la cabeza bajo las olas
tan lejos de la costa que asegura el salvamento.
No se puede más ser sirena
sin ser antes y después mutilada por el deseo,
sin ser agredida por los borrachos de la taberna,
sin ser meada de vino y de calumnias.
Saco la cabeza del mar medio segundo,
puedo ver la costa y su verdor,
pero una bala vieja que me ha comido la carne de la ternura
me empuja de una vez por todas
hasta el fondo profundo
del mar en donde habito.
que dónde había estado.
Yo quería decirte que andaba en la comodidad de todas las cosas,
en el olor a pan de la infancia,
en los rodeos de toros y caballos
o buscando los restos de un naufragio.
Allí donde hallé la pechera que protegió al capitán de la vara oscura
me encontré con cuchillos dispuestos a atravesar su sombra de fantasma marino.
Allí donde hallé el tesoro de cuatro perlas fisuradas
que colgaron del cuello de la princesa,
hallé también mi propia asfixia,
el destrone de mi sonrisa.
Y habiéndome perdido tanto tiempo
en la aventura de la carcajada,
en la ilusión del abrazo,
donde no volví a verme entera y certera,
sino hermosa y constituida,
redonda, finita, terminada,
tan ritualmente esculpida,
no pude oír cuando caía sobre mis brazos
la ira incontenida de las endebles vigas
que lograron mutilar con precisión
los brazos que se proyectaban a la superficie.
No se deja de ser hondo,
no se deja fácilmente lo profundo,
se vuelve a ahogar la cabeza bajo las olas
tan lejos de la costa que asegura el salvamento.
No se puede más ser sirena
sin ser antes y después mutilada por el deseo,
sin ser agredida por los borrachos de la taberna,
sin ser meada de vino y de calumnias.
Saco la cabeza del mar medio segundo,
puedo ver la costa y su verdor,
pero una bala vieja que me ha comido la carne de la ternura
me empuja de una vez por todas
hasta el fondo profundo
del mar en donde habito.
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