Éramos cinco a la mesa de juego
sin contar al croupier
y su ayudante. El hombre
de junto a mí tenía los dados
en la mano.
Se sopló los dedos, dijo:
¡Vamos, pequeños! Y se inclinó
sobre la mesa para tirar.
En ese momento, una sangre roja brotó
de su nariz, salpicando
el verde paño de fieltro. Soltó
los dados. Se echó hacia atrás pasmado.
Y luego aterrorizado cuando la sangre
corrió por su camisa abajo. ¡Dios mío!
¿qué me está pasando?
gritó. Se agarró a mi brazo.
Oí funcionar los motores de la Muerte.
Pero en aquella época yo era joven,
y estaba borracho, y quería jugar.
No tenía por qué escuchar.
Así que me largué. No me volví ni siquiera,
ni encontré esto dentro de mi cabeza, hasta hoy.
para variar, me gusta
ResponderEliminarNos alegramos, Irene. También tú puedes enviarnos tus sugerencias poéticas.
ResponderEliminarEMILIA ALARCÓN
En la guerra que peleo
ResponderEliminarsiento mi ser contra sí.
Pues yo mismo me guerreo,
defiéndame Dios de mí.
Para unos es trabajo lo que para otros es descanso. Y viceversa.
ResponderEliminarAlgo tendrá el queso, pa' venderlo al peso.
ResponderEliminarMejor que ver cosas y preguntarse por qué, es soñar cosas y preguntarse ¿por qué no?
ResponderEliminar(SHAW)
Hay una forma de saber si un hombre es honesto: preguntárselo. Si responde que sí, entonces es un sinvergüenza.
ResponderEliminar(GROUCHO)
ResponderEliminarDespués de leer La dama del perrito, Maxim Gorki escribió lo siguiente:
"En comparación, la obra de otros autores me parece tosca, escrita con un palo, no con una pluma".
ResponderEliminarTengo un novio carretero
que es la mar de divertido
y quiere hacer muchas cosas
antes de ser mi marido.