¡Oh, acuérdate de ti!
En un jardín cogías algunas fábulas.
Personas muy justas
hablaban del mundo y su caída.
Tú te decías: “¿Tiene usted un sobrenombre?”,
y te contestabas: “Me llamo
joya ahogada, fruta que se niega a abrirse,
infanta sin castillo”.
Te cogías de tu mano para no estar sola
entre las flores del aprendizaje.
La época era núbil.
Si esta tarde pasaras
ante la adolescente que fuiste,
¿te atreverías a reconocerte
y a invitarte a tomar el suspiro?
No tienes que acordarte de ti.
Si yo pasara ante el adolescente que fui, seguramente no me reconocería.
ResponderEliminarTus labios son una fresa
ResponderEliminary tus ojos son dos moras,
tus mejillas dos manzanas...
Tanta fruta me enamora.
ResponderEliminarVale más amigo en plaza que dinero en arca.
—Yo creo que te comprendo —dijo la Maga, acariciándole el pelo—. Vos buscás algo que no sabés lo que es. Yo también y tampoco sé lo que es. Pero son dos cosas diferentes.
ResponderEliminar(CORTÁZAR)
No, ese perro que ladra al sol caído, no ladra en el Monturrio de Moguer, ni cerca de Carmona de Sevilla, ni en la calle Torrijos de Madrid; ladra en Miami, Coral Gables, La Florida, y yo lo estoy oyendo allí, allí, no aquí, no aquí, allí, allí. ¡Qué vivo ladra siempre el perro al sol que huye!
ResponderEliminar(JUAN RAMÓN JIMÉNEZ)