miércoles, 3 de abril de 2013

El centinela (por Jorge Luis Borges)

Entra la luz y me recuerdo; ahí está.
Empieza por decirme su nombre, que es (ya se entiende) el mío.
Vuelvo a la esclavitud que ha durado más de siete veces diez años.
Me impone su memoria.
Me impone las miserias de cada día, la condición humana.
Soy su viejo enfermero; me obliga a que le lave los pies.
Me acecha en los espejos, en la caoba, en los cristales de las tiendas.
Una u otra mujer lo ha rechazado y debo compartir su congoja.
Me dicta ahora este poema, que no me gusta.
Me exige el nebuloso aprendizaje del terco anglosajón.
Me ha convertido al culto idolátrico de militares muertos, con los que acaso no podría cambiar una sola palabra.
En el último tramo de la escalera siento que está a mi lado.
Está en mis pasos, en mi voz.
Minuciosamente lo odio.
Advierto con fruición que casi no ve.
Estoy en una celda circular y el infinito muro se estrecha.
Ninguno de los dos engaña al otro, pero los dos mentimos.
Nos conocemos demasiado, inseparable hermano.
Bebes el agua de mi copa y devoras mi pan.
La puerta del suicida está abierta, pero los teólogos afirman
que en la sombra ulterior del otro reino estaré yo, esperándome.

5 comentarios:


  1. Antes de armas tomar, todo se ha de intentar.

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  2. Tan asaeteado estoy,
    que me pueden defender
    las que me tiraste ayer
    de las que me tiras hoy.

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  3. A menudo el capricho es más duradero que la pasión.

    (WILDE)

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  4. Entre dos valvas,
    como almejas de tierra
    son los pistachos.

    (CUQUI COVALEDA)

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  5. La costumbre es una forastera
    que suplanta a nuestra razón,
    una vieja ama de casa que se instala en el hogar.
    Es discreta, humilde y leal.
    Conoce todos los rincones.
    Nunca nos ocupamos de ella
    porque sus atenciones son invisibles.

    Conduce los pasos del hombre
    por el camino que él hubiera elegido.
    Sabe los fines que este persigue
    sin que él haya de señalárselos,
    y con voz queda le dice: «Por aquí. »

    Trabajando en silencio para nosotros
    con gesto seguro y siempre idéntico,
    tiene la vigilancia en la mirada
    y la dulzura del sueño en los labios.
    ¡Pero imprudente aquel
    que se abandone a su yugo, una vez conocido!

    Esta vieja de paso monótono
    va adormeciendo la joven libertad,
    y todos los que, insensiblemente,
    se han dejado ganar por su fuerza oscura
    son hombres por la fisonomía,
    pero son cosas por los movimientos.

    (SULLY PRUDHOMME)


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