Sólo resta el desencanto
irrefrenable de tantos años.
Una casa, una habitación y una cama
que se comparten irremediablemente
con la furia agazapada.
Algunos sueños adobados por décadas.
Esos granizos que sueltas a menudo,
pese a que ya no me intimidan.
El permanente reclamo
por la falta de fósforos
y las bolsas para la basura.
El silencio circundante,
las ideas que me reprochan
en el pesado quehacer de las mañanas.
Y alguna que otra vez
nuestras prendas interiores
que coinciden en la cuerda para colgar la ropa.
La experiencia es de gran utilidad. Sirve para reconocer un error cada vez que vuelves a cometerlo.
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