viernes, 7 de abril de 2017

Él tenía que gritar (por Simon Armitage)


Salimos

al patio de la escuela juntos, yo y el chico

cuyo nombre y cara


no recuerdo. Estábamos probando el rango

de la voz humana:

él tenía que gritar por todo lo que valía,


yo tenía que levantar un brazo

para hacer señales de un lado al otro de la divisoria

de que el sonido se había oído.


Llamó desde el parque —levanté un brazo.

Desde fuera de los límites,

gritó desde el final del camino,


desde el pie de la colina,

desde más allá del puesto de vigilancia de Fretwell’s Farm

—levanté un brazo.


Desapareció de la vista, pasó a llevar veinte años muerto

con un agujero de disparo

en el techo de la boca, en Australia Occidental.


Chico con el nombre y la cara que no recuerdo,

puedes dejar de gritar ahora, todavía puedo oírte.



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