Lo difícil de mi cara brota de un corazón
alérgico a la nada.
Desde que me apropié de aquel atardecer que
nunca tuvo algo que ver con las estrellas
duermo con una grieta incómoda entre los brazos
y el alma anudada a relojes detenidos.
Aún hoy, por momentos, soy un pozo por donde
se siguen yendo mis cosas.
Pero permanezco erguida entre la fuerza
del horizonte claro: me falta saber cuál es
la mirada de ojos cerrados, pisar el tramo superior
de la escalera de incendios, y vivir esa transmutación de lo imposible en posible
que el mismísimo amor
ha reservado para nombrarme.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias por vuestra maravillosa selección diaria!
ResponderEliminarDe nada, amigo o amiga. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarEs difícil encontrar más vacuidad, pirueteo verbal y palabrería hueca que los que hay en toda crítica o reseña de un libro de poesía.
ResponderEliminar(MARIMAR AGUAYO)