jueves, 16 de agosto de 2018

Y antes de arrojarlo (por Dalí Corona)


Lo levanté mucho más temprano que otros días

porque ahora la entrada es a las ocho.

Desayunamos fuerte;

le puse en la mochila varios lápices y gomas

y dos paquetes de colores, por si acaso.

Lo abrigué completamente

y le prohibí quitarse la chamarra

a pesar de que el sol ya comenzaba a calentarnos.


Con un cordón até a su cuello

un letrero que indicaba que ese niño

era el mío.


Lo acerqué a la puerta

y antes de arrojarlo a la soledad de la primaria

le dije que mi amor por él es infinito.

Se dirigió a la fila,

que es el patíbulo primero que recuerdo,

y vi cómo valientemente

caminó, sin voltear, hacia el salón.


5 comentarios:

  1. Mi primera fila escolar la corrí sobre una pista de escoria siderúrgica. Un caserón sin tabicar, una barraca de ladrillo, un galpón, una bodega... Lo curioso es que, en el recuerdo, aquella arqueología de la escuela me viene siempre acompañada de los sones de "Pompa y circunstancia", del ceremonioso Elgar.´
    A veces sueño que estoy en la ceremonia de los Nobel, que avanzo hacia el rey de Suecia y que me toca esa marcha una cobla venida de Terrassa.

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  2. Precioso poema. Nos recuerda "ese dia", para mí memorable, esperado por medio año, hasta que cumpliera la edad.
    Qué buen poeta.

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  3. A la porra los poetas altisonantes, verborreicos, grandilocuentes...

    ...los Verlaines, los Rimbauds, los Baudelaires, los Eliots, los Keats, los Yeats, los Ezra Pounds, los Góngoras, las Steins...

    ¡Timadores del oscurantismo y la vana palabrería!

    Como en verdad no tienen nada que decir,  encubren su vacío con sonoridad, pirotecnia verbal o rima calzada.

    Al cuerno con ellos, sus sofisticaciones y sus Parnasos.

    ¡Y viva, en cambio, la poesía sencilla!: los poemas sinceros, emotivos y humildes como éste. Vivan los pequeños poemas que llegan al corazón.

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  4. Perdón pido a la vida por aquel

    disparo con el que una mañana de verano,

    allá en mil novecientos quizá cincuenta y nueve,

    le arrebaté de golpe una oropéndola.



    Cayó precipitada entre las hojas

    ásperas y las gruesas ramas grises,

    con algo de elefante, de la higuera

    del Portal, donde, orondas de dulzura,

    relucían al sol, tentadoras, las brevas.



    Y quedó en la mañana

    un extraño silencio que olía a pólvora.



    Al cabo de los años, todavía

    a veces veo en mi mano

    aquella alhaja voladora, el velo

    con que la muerte iba empañando sus ojos,

    aquel rubí brotándole del pecho.



    Perdón pido a la vida ahora que el tiempo

    va expulsándome de ella,

    ahora que sé el valor de cada vuelo,

    de cada canto y cada nuevo día.



    Ojalá que estos versos tuvieran el poder

    de alzar en esta página unas ramas de higuera

    con sol y grandes brevas, y en ellas devolverle

    al mundo una oropéndola.



    (MIGUEL D' ORS)

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