La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo: He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
He cantado lo eterno: clara luna volvedora y las mejillas que apetece el amor.
He conmemorado con versos la ciudad que me ciñe y los arrabales que me desgarran.
He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mis sueños he exaltado y cantado.
He sido y soy.
He trabado en firmes palabras mi sentimiento que pudo haberse disipado en ternura.
El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón. Como el caballo muerto que la marea inflige en la playa, vuelve a mi corazón.
Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.
El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona?
"Siempre que me confieso, me doy la absolución"
ResponderEliminarEl perdón bien entendido empieza por uno mismo.
ResponderEliminarSeguramente muchas cosas
ResponderEliminarbuscan ser cantadas por mí:
lo que retumba sin palabras,
lo que afila la piedra en lo oscuro,
lo que a través del humo irrumpe.
Aún no tengo hechas mis cuentas
con el fuego, el viento y el agua;
así sucede que en mis sueños,
de pronto, se abren anchas puertas
ordenándome que siga el rastro
de la estrella de la mañana.
(Anna Ajmátova)