miércoles, 4 de septiembre de 2019

Cuando el sol disuelve la lluvia (por Charlotte Perkins Gilman)


¡Otra vez!
¡Otro día de lluvia!
Ha llovido durante años.
Nunca se aclara.
Las nubes descienden tan bajas,
se arrastran y gotean
sobre cada colina, cada cima.
En lento progreso
soplan desde el mar
eternamente,
cuelgan pesadas
y luego retroceden;
y llueve y llueve y llueve,
entrando y saliendo de nuevo.
Bajan hacia el suelo
estas nubes, donde el suelo se eleva;
y, salvo que el diablo del clima se olvide
y deje un lugar escondido sin mojar,
la niebla asciende de nuevo al cielo.
Y todo nuestro asfalto de tablas y troncos
apesta con la lluvia y se empapa en las nieblas
hasta que el agua se eleva y se hunde y presiona
sus bonetes, zapatos y vestidos;
y cada pobre pringado que está ahí fuera
se empapa de mil formas.
¿Mojado?
Aquí es más húmedo que estar ahogado.
¿Oscuro?
Esa oscuridad nunca fue hallada
desde que se hizo la primera luz.
¿Y frío?
¡Ven a la tierra de las uvas y el oro,
de las frutas y las flores y el sol alegre,
cuando empieza la temporada de lluvias!
Y te dirán con calma que nunca,
nunca antes habían tenido tanta lluvia.
¿Qué dices? ¿Que salga?
¿Para qué? ¡Mira ese cielo!
¡Oh, qué mundo! ¡tan claro!, ¡tan alto!
Tan limpio y encantador está todo.
La luz del sol arde por completo,
y todo es sencillamente azul.
¡Y mira! El mundo entero vuelve a florecer
cuando el sol disuelve la lluvia en un minuto.
Cálido cielo, tierra que ahí abajo disfruta.
¿Es que alguna vez llovió?, me pregunto.


4 comentarios:

  1. No reverdecen,
    mojadas por la lluvia,
    las hojas secas.

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  2. Guardé no sé cuándo en el libro
    de Bécquer aquel de las oscuras golondrinas
    una rosa que al paso de las noches
    se hizo negra, negra oscura.

    Oscura como algunos pubis
    que a diferencia del mío, que es blanco
    y ralo, que fueron tupidos y de cierto
    (desierto) olor característico por desaseo
    -decía-, falto de jabón y agua

    Un día hube de abrir aquella página
    ya tonsurada por años y polilla,
    la abrí, la abrí, la abrí, y ahí
    estaba ese amor que no muere
    (porque al último muere el recuerdo
    con uno)

    Sí, ahí estabas de cuerpo presente, entero
    como un árbol o un soldado que espera
    descienda la bandera, en tarde tormentosa.

    (URIEL MARTÍNEZ)

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  3. Somos demasiado inteligentes para inventar nuevos dioses, pero somos reacios a renunciar a los antiguos.

    (RUTH HURMENGE GREEN)

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  4. Qué bonita es la familia
    hasta que llega el momento
    de las malditas herencias
    y el maldito testamento.

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