domingo, 26 de enero de 2020

Rey de ojos grises (por Anna Ajmátova)


¡Gloria a ti, dolor inconsolable!
Ayer murió el rey de ojos grises.

En la tarde otoñal, sofocante y púrpura,
mi esposo regresó, y con calma, dijo:

"¿Sabes?, lo trajeron de la cacería...
Encontraron su cuerpo junto a un viejo
roble.

¡Que pena me da la reina, la pobre, tan joven...!
En una sola noche han blanqueado sus cabellos".

Tomó su pipa de la chimenea
y salió a su trabajo nocturno.

Y yo fui, y desperté a mi hija
y miré en sus ojos grises.

Bajo mi ventana susurraba al álamo:
"Ya no pisa la tierra tu rey de ojos grises...".



5 comentarios:


  1. Hay algo que no se nos explica ni explicita y que nos impide entender bien el poema. No me parece bien. Un poema no debe ser nunca-nunca-nunca un jeroglífico.

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  2. Quizá el padre de la hija era el rey de ojos grises (relación adúltera?). En verdad hace mal en no decirlo

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  3. Simplemente me son indistintas las sonrisas del verano,
    y no busco ningún misterio en el invierno,
    pero he observado casi con seguridad
    tres otoños en cada año.

    El primero es un desorden de la fiesta
    a pesar del verano de ayer,
    vuelan las hojas como trozos de un cuaderno;
    todo es húmedo, abigarrado y claro.
    Los abetos son los primeros que entran en danza,
    echando sobre sí un transparente adorno,
    sacudiendo deprisa las lágrimas momentáneas
    a una vecina detrás de la cerca.

    Así sucede apenas comienza el relato...

    Un segundo, un minuto, y aquí
    viene el segundo, sin pasiones, como la conciencia,
    oscuro como un ataque de aviones.
    Todos en seguida parecen más pálidos y mayores.
    Está saqueada la comodidad del verano,
    y de las trompetas de oro las marchas lejanas
    entre una neblina olorosa flotan.

    Por las frías olas de su incienso
    está cerrada la alta bóveda;
    pero se esforzó el viento, se abrió el espacio y entonces
    se hizo comprensible a todos: termina el drama,
    y esto ya no es el tercer otoño, sino la muerte.



    (Anna Ajmátova)

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  4. Súbito vino un viento como un clarín;
    un estremecimiento corrió sobre la hierba,
    y un verde escalofrío sobre el calor
    pasó tan ominoso
    que atrancamos las ventanas y las puertas
    como ante un fantasma esmeralda;
    la eléctrica alpargata de la catástrofe
    en aquel instante pasaba.
    Extraño tumulto de convulsos árboles
    y de vallas volando
    y ríos con casas corriendo
    vieron los vivos aquel día.
    En la torre la campana enloquecida
    con lo que de pronto volaba
    hacía remolinos.
    ¡Cuánto puede venir,
    cuánto puede pasar,
    pero seguir el mundo!

    (EMILY DICKINSON)

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