Nadie mojaba el aire
tanto como mis ojos.
Me decías: "¿Trabajas?"
Me decías: "¿Ya es la hora del té?"
Y yo no te decía: "Te amo";
no te decía:
"Eres todo lo que tengo";
no te decía:
"Eres la única rosa en la que caben
todas las primaveras".
Me decías:
"Adiós, hasta mañana".
O me decías:
"¿Necesitas algo?".
Y yo no te decía:
"Me estoy muriendo
de amor... me estoy muriendo".
Nadie mojaba el aire
como yo.
Miguel Hernández
ResponderEliminarjamás oyó a Serrat
cantar sus versos.
( CUQUI COVALEDA)
La testa es un potiño
ResponderEliminaren el que cada uno
hierve su caldiño.
¿De quién la hogaza? De quien la amasa.
ResponderEliminarLa insensibilidad hace monstruos.
ResponderEliminarEn Sevilla está una ermita
ResponderEliminarcual dicen de San Simón,
adonde todas las damas
iban a hacer oración.
Allá va la mi señora,
sobre todas la mejor,
saya lleva sobre saya,
mantillo de un tornasol,
en la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor,
en la su cara muy blanca
lleva un poco de color,
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol,
a la entrada de la ermita
relumbrando como el sol.
El abad que dice misa,
no la puede decir, non,
monaguillos que le ayudan,
no aciertan responder, non:
por decir “amén, amén”,
decían “amor, amor”.