zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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lunes, 29 de noviembre de 2010

Las fresas en mayo (por Batania)

Siempre le pedía fresas a mi madre
y mi madre me gritaba
las fresas en mayo
las fresas
en mayo.

Y cuando mayo
yo era un bosque de fresas
y en las piernas fresas
y en las muñecas
y en el puente de la risa.

Pero desde que la ingeniería genética
ha demostrado
que las fresas antiguas se equivocaban,
las tengo de enero a diciembre,
el lunes y el martes,
el miércoles
y el remiércoles
y también el treinta y siete
de abril.

Y ahora todo es
un cansancio de fresas
y un tres por dos
y un bah
y un dejadme en paz.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Te abrazaría (por José Hierro)

Inútilmente fui
recorriendo senderos
entre mármoles.

Luz
de prodigiosa hondura.
(Toda la noche había
llovido. Al clarear
cesó la lluvia. Nubes
navegaban el cielo;
nubes blancas.)

Inútil
fue recorrer senderos,
buscar tu nombre. Inútil:
no lo hallé.
Y recé una oración
por ti -¿por ti o por mí?-.
Después te olvidé. Sean
los muertos los que entierran a sus muertos



¡Estaba
tan olvidado todo!
Pero esta noche...

¿Por qué será imposible
verte de nuevo, hablarte,
escucharte, tocarte,
ir -con los mismos cuerpos
y almas que tuvimos,
pero con más amor-
uno al lado del otro...
(Ilusión descuajada
del espacio y del tiempo,
lo sé para mi daño.)

Yo te hablaría lo mismo que hablaría,
si yo fuese su dueño
mi verso: con palabras
de cada día, pero
bajo las que sonara
la corriente fluvial
de la ternura.
Como se hablan los hombres,
conteniendo las ganas
de llorar, de decirse
'te quiero'. Sin llorar
ni decirse 'te quiero',
que es cosa de mujeres.

Qué quedaría entonces
de ti, después de tantos
años bajo la tierra.
Dónde hallarte -pensé
aquel día-. No estamos
jamás donde morimos
definitivamente,
sino donde morimos
día a día.



Pero esta noche...

Te abrazaría, créeme,
te besaría,
te daría calor,
te adoraría. Haría
algo que es más difícil:
tratar de comprenderte.

Y te comprendería,
te comprendo ya, créelo.
Nos va enseñando tanto
la vida... Nos enseña
por qué un hombre ve rota
su voluntad, y sueña,
y vive solitario;
por qué va a la deriva
en el témpano errante
arrancado a la costa,
y se deja morir
mientras mira impasible
cómo se hunden los suyos,
la carne de su carne,
su hermoso mundo...



Son líneas sin sentido
éstas que trazo.
Yo mismo no comprendo
qué es lo que dejo en ellas.
Acaso sea música
de mi alma, arrancada
de modo misterioso
por tu mano de muerto.

Tu mano viva.
Yo pensé en ella, pero
era una mano muerta,
una mano enterrada
la que yo perseguía.

Inútilmente fui
buscando aquella mano.
Se estaba convirtiendo
en festín de las flores.
En vaho tibio para
empeñar las estrellas.
En luz malva y errante
que da su son al alba.
Estaría mezclándose
con la tierra materna.
Se hacía mano viva:
lo que es ahora.



Te abrazaría, créeme.
Te daría calor.
Te comprendo ya. Entonces
no era tiempo. Fue un día
de septiembre, en Ciriego,
-un cementerio que oye
la mar- el año mil
novecientos cincuenta.

Cuando vivías, eras
un extraño. Aquel día
entre mármoles, fui
buscándote, tratando
de comprenderte. Sólo
esta noche, de modo
inesperado, al fin
he comprendido.

Tarde,
para mi daño.

sábado, 27 de noviembre de 2010

Les deseo buenas noches (por Ángel González)

Cuando estoy en Madrid,
las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las
noches.
La luz no las anima a salir de sus escondrijos,
y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por
mi dormitorio,
lugar hacia el que
-por oscuras razones-
se sienten irresistiblemente atraídas.
Ahora hablan de presentar un escrito de queja al presidente
de la república,
y yo me pregunto:
¿en qué país se creerán que viven?;
estas cucarachas no leen los periódicos.
Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache
y baile tangos hasta la madrugada,
para así practicar sin riesgo alguno
su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas
por las anchas baldosas de mi alcoba.
A veces las compadezco,
no porque tenga en cuenta sus deseos,
sino porque me siento irresistiblemente atraído,
por oscuras razones,
hacia ciertos lugares muy mal iluminados
en los que me demoro sin plan preconcebido
hasta que el sol naciente anuncia el nuevo día.
Ya de regreso en casa,
cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden
con torpeza y con miedo
hacia las grietas sombrías donde moran,
les deseo buenas noches a destiempo
-pero de corazón, sinceramente-,
reconociendo en mí su incertidumbre,
su inoportunidad,
su fotofobia,
y otras muchas tendencias y actitudes
que -lamento decirlo-
hablan poco en favor de esos ortópteros.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Que nunca se borre tu voz de mi mente (por Jorge Barco)

Sentir tu voz tan cerca, qué alegría,
saber que te me cruzas por la espalda
con cierta confianza pretendida,
con íntima amistad que me seduce.
Hace mucho que no hablamos.
Recuerdo que una vez te preocupaste
de hacerme sentir bien con tus palabras.
No importa que dijeras que me odias,
sabías que tu voz ya me bastaba.
Quisiera ser Bruce Lee para luchar
yo solo contra el mundo,
que mi cuerpo dispusiera de otro cuerpo de repuesto,
que mi mente se cansara de soñar.
Pero hace mucho que no hablamos.
Me fui huyendo de ti y no te olvidaba,
perdimos la amistad que nos unía,
y guardo tu presencia en mi presencia.
Que nunca se borre tu voz de mi mente,
dulce alegría.
Hace mucho que no hablamos.
Quizá ya ni recuerdes que te quise.
Y aunque hace mucho, mucho que no hablamos,
que no me das calor con esos gestos
que yo admiraba al margen del pecado,
hoy sólo sueño
con morir en un susurro de tus labios.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Acta de unión (por Seamus Heaney)

I

Esta noche, un primer movimiento, un pulso,
como si la lluvia se acumulase en el pantano
hasta romper y desbordarse: una presa que estalla,
un tajo abriendo la cama de helechos.
Tu espalda es una firme línea de costa del este
y brazos y piernas se prolongan
más allá de tus colinas graduales. Acaricio
la palpitante provincia donde creció nuestro pasado.
Soy el reino elevado por encima de tus hombros
al que no halagarías ni puedes ignorar.
La conquista es mentira. Envejezco
tolerando tu orilla semiindependiente
dentro de cuyos límites ahora mi legado
culmina inexorable.


II


Imperialmente soy varón todavía,
dejando para ti todo el dolor,
el proceso de rendición en la colonia,
el ariete, la barrera que explota desde dentro.
El acta germinó en una obstinada quinta columna
cuya postura crece de forma unilateral.
Su corazón bajo tu corazón es un tambor de guerra
que llama a filas a la fuerza. Sus parasitarios
e ignorantes puños pequeños
ya golpearon tus fronteras y sé que apuntan hacia mí
por encima del agua. No veo ningún tratado
que ponga a salvo por completo
tu cuerpo hollado y estirado, el gran dolor
que, como campo abierto, te deja en carne viva, una vez más.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Aquí en la noche terrestre (por Amanda Berenguer)

Urge el pensamiento conectando
¿se siente? ¿alguien entre líneas?
¿errata? ¿paréntesis? ¿qué signo?
¿escuchan?
(La claridad del lenguaje
tiene apenas
la intensidad ambigua del poniente)
Estamos aquí, lanzados a la noche
terrestre, apretujados,
aquí, en la noche terrestre, aquí
en la noche terrestre.
De nuevo el hilo
el cable roto, el deslumbrante
cortocircuito.
¿No oyen? ¿No se oye?
Palabras mías, insensatas,
hechas de furor y de locura,
cuantiosa tesitura negra
a borbotones desbordándose
hacia dentro, hacia
el fondo
interpolado de rígidas luciérnagas.

Tiembla y destella, hace señales,
todas son huellas de la eternidad,
enumeradas y prolijas,
cuernos de caza, al mundo
aullidos de perros, está el desierto,
toques de peligro, inútilmente,
pasos cambiados, ¿dónde?
campanas para niebla, una piel fosforescente,
pedidos de auxilio, y envenenada,
sirenas de patrulleros, llamando,
gritos de alarma, solo, solo, solo,
bocinas de ambulancias, se hace tarde,
quiero saber si se hace tarde.

Un código de emergencia,
un vaso de agua, un hueso
para la inteligencia,
un alfabeto de clave radioactiva,
o telepática, o nuclear,
o una sustancia de amor
para esta extrema ubicación,
25 de abril de 1963, otoño,
en mi casa, hemisferio austral,
aparentemente a la deriva.

martes, 23 de noviembre de 2010

Mi resumen (por Francisco Brines)

"Como si nada hubiera sucedido."
Es ese mi resumen
y está en él mi epitafio.
Habla mi nada al vivo.
Y él se asoma a un espejo
que no refleja a nadie.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Si esto es un umbral (por Wislawa Szymborska)

Cuántos de los que he conocido
(si de verdad los he conocido)
hombres, mujeres
(si esta división sigue vigente)
han atravesado este umbral
(si esto es un umbral)
han cruzado este puente
(si se puede llamar puente).
Cuántos después de una vida más corta o más larga
(si para ellos en eso sigue habiendo alguna diferencia)
buena porque ha acabado
mala porque ha acabado
(si no prefirieran decirlo al revés)
se han encontrado en la otra orilla
(si se han encontrado)
y si la otra orilla existe.
No me es dado saber
cuál fue su destino
(ni siquiera si se trata de un solo destino,
y si hay todavía destino).
Todo
(si con esta palabra no lo delimito)
ha terminado para ellos
(si no lo tienen por delante).
Cuántos han saltado del tiempo en marcha
y se pierden a lo lejos con una nostalgia cada vez
mayor
(si merece la pena creer en perspectivas).
Cuántos
(si la pregunta tiene algún sentido,
si se puede llegar a la suma final
antes de que el que cuenta se cuente a sí mismo)
han caído en el más profundo de los sueños
(si no hay otro más profundo).
Hasta la vista.
Hasta mañana.
Hasta la próxima.
Ya no quieren
(si es que no quieren) repetirlo.
Condenados a un interminable
(si no es otro) silencio.
Ocupados sólo con aquello
(si es sólo con aquello)
a lo que los obliga la ausencia.

domingo, 21 de noviembre de 2010

En la negra marmita (por Blanca Varela)

Es fría la luz de la memoria
lo apenas entrevisto brilla
con insistencia
gira buscando el casco de botella
o el charco de lluvia

tras cualquier puerta que se abre
está la luna
tan grande y plana
tan fuera de lugar
como si de un cuadro se tratara
óleo sobre papel
endurecido por el tiempo

así cayeron en la mente
formas y colores
casualidades
azar que anuda sombras
vuelcos en la negra marmita
donde a borbotones
se cuecen gozo y espanto

crece el yeso de un cielo
mil veces lastimado
mil veces blanqueado
se borra el mundo y se vuelve
a escribir
hasta el último aliento

sólo esto
eternidad aparente
mísera astilla de luz en
la entraña
del animal
que apenas estuvo

sábado, 20 de noviembre de 2010

Estas piedras (por Giorgios Seferis)

Dame tus manos, dame tus manos, dame tus manos.
He visto en medio de la noche
la puntiaguda cima de la montaña.
He visto más allá la llanura anegada
en la luz de una luna que brillaba escondiéndose.
Al volver la cabeza he visto
las negras piedras apretujadas
y mi vida en tensión como una cuerda,
principio y fin,
el instante postrero;
mis manos.
Se hunde el que sustenta las enormes rocas;
piedras que soporté mientras podía,
piedras que amé mientras podía,
estas piedras, mi destino.
Herido por mi propio consuelo,
tiranizado por mi propia túnica,
condenado por mis propios dioses,
estas piedras.

Sé que no saben, pero yo
que seguí tantas veces
la ruta que conduce del asesino a la víctima,
desde la víctima al castigo
y del castigo al otro crimen,
palpando
la inextinguible púrpura,
la tarde aquella del retorno
cuando las furias empezaban a silbar
entre la hierba rala,
he visto las serpientes cruzadas con las víboras,
entrelazadas en generación maldita;
nuestro destino.

Voces que vienen de la piedra, del sueño,
más profundas aquí, en donde se oscurece el mundo
memoria del esfuerzo enraizado en el ritmo
que golpea la tierra
con pies ya en el olvido,
cuerpos engullidos en los cimientos
de otra era, desnudos. Ojos
tercamente clavados en un punto
que no distinguirás por más que quieras;
el alma
que lucha por volverse tu alma.
Ya no te pertenece ni siquiera el silencio,
aquí donde las piedras de molino detuvieron
su marcha.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Yo no entiendo la vida (por Miguel Ángel Velasco)

Diré de la alegría, aunque regresen
esas noches sin fe en las que apuramos
en vino de rencor; aquellas horas
de hosco abatimiento en que uno envidia
la vida de las bestias.

A pesar
de la anciana palabra, no hecha acaso
para decir la dicha.

Aunque después
la traicionemos siempre.

Aunque al final
siempre haya que pagarla: no se es
feliz impunemente.

Yo no entiendo la vida, pero algo
en mi pecho la entiende cuando veo
al sol hacerse música en la yerba,
cada nota de oro titilando
en el frescor del rocío, cuando irisa
el ala de la abeja; si respiro
el olor de una rosa y un establo;
si el pino sangra oro de su herida;
en la luz de la miel y del aceite;
en la rosa de espuma que florece
del manatial contra la oscura piedra;
en el negro abejorro que se encorva
sobre la flor con trémula impaciencia;
si me embriago en compañía cierta
y entonces recupero la memoria.

jueves, 18 de noviembre de 2010

No acudiste a la cita (por José Ángel Valente)

De tu anegado corazón, me llega, como antes tu voz, el vaho oscuro de la muerte. Habítame con ella. Ni siquiera la muerte pueda de mí arrebatarme. La hora puntual. No acudiste a la cita. Ausente. Forma final de tu esperanza ciega: el vuelo roto de la tarde y la explosión al fin de tanta sombra.

Sobre la arena trazo con mis dedos una doble línea interminable como señal de la infinita duración de este sueño. Lentamente. Del otro lado. Yo apenas podía ahora oír tu voz.

En mis ojos se agolpa repentina la luz. Como si tú, de pronto, volvieras a la vida. Cuerpo de un desconocido. Levantamiento de tu cuerpo en el atardecer anónimo. Ya no quedaba en ti señal alguna que te hiciera nuestro.

Ni la palabra ni el silencio. Nada pudo servirme para que tú vivieras.

Me parecía ahora como si quedase en suspenso el amor. Y no era eso. Tan sólo tú no volverías nunca.

Paisaje sumergido. Entré en ti. En ti entréme lentamente. Entré con pie descalzo y no te hallé. Tú, sin embargo, estabas. No me viste. No teníamos ya señal con que decirnos nuestra mutua presencia. Transparencia absoluta de la proximidad.

Tarde final. Declina pálida la luz. Yo fluyo desde la herida abierta en mi costado hacia el endurecido río de tus venas.

Convergencia. La hoja cae sobre la hoja. La lluvia en la extensión total del llanto. Yo creí que sabía un nombre tuyo para hacerte venir. No sé o no lo encuentro. Soy yo quien está muerto y ha olvidado, me digo, tu secreto.

Un hombre lleva las cenizas de un muerto en su pequeño atadijo bajo el brazo. Llueve. No hay nadie. Anda como si pudiera llevar su paquete a algún destino.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Como una sacudida que deshace (por José Mateos)

Dicen que en la oquedad de algunos pozos,
entre sus grietas, donde crece el musgo,
hace su nido a veces algún pájaro
y entona desde allí su canto incierto.

Dudas y cantas: ésa es tu creencia.
Salvar un poco de ese instante único
que llega a ti como un deslumbramiento,
como una sacudida que deshace
y diluye fronteras, cotos, límites...
Porque también el tiempo, cuando quiere
y se detiene en medio de dos cifras,
es un peso que eleva, es como un bálsamo
que alivia el daño de vivir sin rumbo,
de estar perdido en donde nada es nada
y todo cambia de sustancia y forma.

Vive y alégrate. Muerde la fruta
que es ser y respirar hoy todavía
aunque, al comerla, su sabor amargue.
Entra sin miedo hasta un lugar más hondo:
no hay caminos que salgan de este bosque.

Vuela a tu lado el cuervo y sientes frío.
Tus manos palpan una puerta, un muro.
Se oye a lo lejos un rumor de agua.
Te cercan voces, pasos de otra vida.
Y tu casa está aquí: en esta niebla.

martes, 16 de noviembre de 2010

Sueños en la memoria (por Gil de Biedma)

Hermosa vida que pasó y parece
ya no pasar...
Desde este instante, ahondo
sueños en la memoria: se estremece
la eternidad del tiempo allá en el fondo.
Y de repente un remolino crece
que me arrastra sorbido hacia un trasfondo
de sima, donde va, precipitado,
para siempre sumiéndose el pasado.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Sólo en sueños (por Jaime Sabines)

Sólo en sueños,
sólo en el otro mundo del sueño te consigo,
a ciertas horas, cuando cierro puertas
detrás de mí.
¡Con qué desprecio he visto a los que sueñan,
y ahora estoy preso en su sortilegio,
atrapado en su red!
¡Con qué morboso deleite te introduzco
en la casa abandonada, y te amo mil veces
de la misma manera distinta!
Esos sitios que tú y yo conocemos
nos esperan todas las noches
como una vieja cama
y hay cosas en lo oscuro que nos sonríen.
Me gusta decirte lo de siempre
y mis manos adoran tu pelo
y te estrecho, poco a poco, hasta mi sangre.
Pequeña y dulce, te abrazas a mi abrazo,
y con mi mano en tu boca, te busco y te busco.
A veces lo recuerdo. A veces
sólo el cuerpo cansado me lo dice.
Al duro amanecer estás desvaneciéndote
y entre mis brazos sólo queda tu sombra.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Oh muerte mía (por Alí Chumacero)

Si acaso el ángel desplegara
la sábana final de mi agonía
y levantara el sueño que me diste, oh vida,
un sueño como ave perdida entre la niebla,
igual al pez que no comprende
la ola en que navega
o el peligro cercano con las redes;
si acaso el ángel frente a mí dijera
la ultima palabra,
la decisión mortal de mi destino
y plegando las alas junto a mi cuerpo hablara,
como cuando el rocío desciende lento hacia la rosa
al dar el primer paso la mañana,
ya miraría en mi sangre
el negro navegar, la noche incierta,
el pájaro que sufre sin sus alas
y la más grave lentitud: la muerte.
Aun cerca de la íntima agonía
estás, oh muerte, clara como espejo;
más abierta que el mar,
más segura que el aire que entró por la ventana,
más mía y más ajena
por mi sangre y mis brazos
en esta soledad.
Estás tan fértil como niño
que, angustiado, llora antes de ser,
entre la sangre siendo
y por la piel más vivo que la piel;
te llevo como árbol, tierra y cauce,
y eres la savia pura,
la flor, la espuma y la sonrisa,
eres el ser que por mi sangre es
como la estrella última del cielo.

Si acaso el ángel sigiloso
abriera la ventana
te miraría salir interminablemente
como un tiempo cansado
hacia su sombra vuelto,
como quien frente al mundo se pregunta:
"¿En qué lugar está mi soledad?"

Si acaso el ángel me mirara,
abierta ya la niebla de mi carne,
sin nubes, sin estrellas,
sin tiempo en que mecer la luz de mi agonía,
encontraría tan sólo a ti, oh muerte,
llevándome a tu lado, fiel;
te encontraría tan sola a ti, sin mí,
ya sin cuerpo ni voz,
sin angustia ni sueños,
te hallara entonces pura, oh muerte mía.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Reunidos (por Saiz de Marco)

Coincidieron en el mundo a la vez
así que podrían haberse reunido
y Machado diría
-yo soy triste desde que murió mi mujer
de tuberculosis con 18 años
y Kafka explicaría
-yo soy triste a causa de mi padre
era tan despótico y despreciativo
y Proust por su parte
-yo creo que soy triste por culpa del asma
y entonces Pessoa
-pues yo no soy triste por nada en concreto
nací triste, eso es todo
Y luego se habrían despedido
-adiós, Fernando
-Marcel, buenas noches
-hasta más ver, Franz
-fue un placer, Antonio
se habría marchado cada uno a su hotel
y en la soledad, con una hoja en blanco
se aplicarían a escribir
sin reparar en sus ojos de pronto encendidos
sin atisbar ese extraño rictus de alegría
sin entrever su propia
felicidad

viernes, 12 de noviembre de 2010

No me faltes (por Orlando Cova)

De territorios regresamos.
¡Que exista un compañero y creeremos en todo!

¡Que venga aquí y parta pan,
que escancie vino, rutas, pasiones,
que se ejecute el milagro de un himno!

Si es capaz, que nos indique una luna,
que se desvanezca en mil muertes,
que nos enseñe despedidas y luces.

Deseo irme de este cansancio que soy.
Toda mi fe está en ti, amigo.
No me faltes.
No te fallo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

miércoles, 10 de noviembre de 2010

También se quiebra el jade (por José Emilio Pacheco)

No tenemos raíces en la tierra.
No estaremos en ella para siempre:
sólo un instante breve. También se quiebra el jade
y rompe el oro
y hasta el plumaje de quetzal se desgarra.
No tendremos la vida para siempre:
sólo un instante breve.


En el libro del mundo Dios escribe
con flores a los hombres
y con cantos
les da luz y tinieblas.
Después los va borrando:
guerreros, príncipes,
con tinta negra los revierte a la sombra
No somos reyes:
somos figuras en un libro de estampas.


Dios no fincó su hogar en parte alguna.
Solo, en el fondo de su cielo hueco,
está Dios inventando la palabra.
¿Alguien lo vio en la tierra?
Aquí se hastía,
no es amigo de nadie.
Todos llegamos al lugar del misterio.


De cuatro en cuatro nos iremos muriendo
aquí sobre la tierra.
Somos como pinturas que se borran,
flores secas, plumajes apagados.
Ahora entiendo este misterio, este enigma:
el poder y la gloria no son nada:
con el jade y el oro bajaremos
al lugar de los muertos.
De lo que ven mis ojos desde el trono
no quedará ni el polvo en esta tierra.

martes, 9 de noviembre de 2010

Todos nuestros ayeres (por Jorge Luis Borges)

Quiero saber de quién es mi pasado.
¿De cuál de los que fui? ¿Del ginebrino
que trazó algún hexámetro latino
que los lustrales años han borrado?
¿Es de aquel niño que buscó en la entera
biblioteca del padre las puntuales
curvaturas del mapa y las ferales
formas que son el tigre y la pantera?
¿O de aquel otro que empujó una puerta
detrás de la que un hombre se moría
para siempre, y besó en el blanco día
la cara que se va y la cara muerta?
Soy los que ya no son. Inútilmente
soy en la tarde esa perdida gente.

lunes, 8 de noviembre de 2010

La mano perdió contra el guante (por Wislawa Szymborska)

Hay platos, pero no apetito.
Hay anillos, pero no amor correspondido,
desde hace al menos tres siglos.
Hay un abanico, pero ¿qué fue del arrebol?
Hay espadas, pero ¿qué fue de la ira?
Y el laúd no suena entre dos luces.
Donde no hay eternidad se acumulan
diez mil antigüedades muy antiguas.
Un polvoriento portero dulcemente dormita
con el bigote pegado al cristal de su garita.
Metales, arcilla y una pluma de ave
vencen al tiempo con su quietud suave.
El broche de una egipcia alocada
ríe por nada.
La corona duró más que la cabeza.
La mano perdió contra el guante.
El zapato derecho venció sobre el pie.
¿Qué decir de mí? De morirme, ni hablar.
Contra mi traje lucho en incruenta contienda.
¡Qué aguante tiene la prenda!
¡Qué tenaz afán de durar más que yo!

domingo, 7 de noviembre de 2010

Están muy cerca ya (por José Luis García Martín)

A veces, raras veces, siento la fatiga
de una travesía demasiado larga.
Se me cierran los ojos, llego a puerto.
¡Tantos queridos rostros me sonríen!
Es de nuevo la casa de la infancia,
el patio, el río, mi madre que me llama,
el verano en París, el cuarto diminuto
donde por primera vez no estuve solo
y luego, por primera vez, estuve solo.
Cierro los ojos. En la sombra el mundo
y a una nueva luz todas las cosas
que alguna vez amé, que tuve y que perdí.
Todas me esperan al final de todo.
Están muy cerca ya. ¿No se divisa
la tierra firme tras de aquellas nubes?
Miro la lenta estela de mi vida,
incesante se borra frente a mí.
El pasado, el futuro, espuma blanca,
monótona escritura que no acierto
a descifrar. Sueño en llegar a casa,
en acabar un viaje demasiado largo,
sin ilusiones ya, con agua apenas.
Estoy listo, adiós, adiós, la maleta
rebosa de impaciencia y de regalos.
Sueño en los rostros que me aguardan
-otra vez juntos tras de tanto tiempo!-
allá, en el puerto, bajo tierra leve.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Como las mías (por Antonio Cisneros)

La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,
tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías
y tiene mal humor y puede ser grosera como yo
y tiene un sexo y una hembra -o macho, es difícil
saberlo en las arañas- y dos o tres amigos,
desde hace algunos años
almuerza todo lo que se enreda en su tela
y su apetito es casi como el mío, aunque yo pelo
los animales antes de morderlos y soy desordenado,
la araña cuelga demasiado lejos de la tierra
y ha de morir en su redonda casa de saliva,
y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra
pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente
unos cuantos kilómetros sobre los gordos pastos
antes de que me entierren,
y ésa será mi habilidad.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Y tendrá tus ojos (por Cesare Pavese)

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos
esta muerte que nos acompaña
desde el alba a la noche, insomne,
sorda, como un viejo remordimiento
o un absurdo defecto. Tus ojos
serán una palabra inútil,
un grito callado, un silencio.
Así los ves cada mañana
cuando sola te inclinas
ante el espejo. Oh, amada esperanza,
aquel día sabremos, también,
que eres la vida y eres la nada.

Para todos tiene la muerte una mirada.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos.
Será como dejar un vicio,
como ver en el espejo
asomar un rostro muerto,
como escuchar un labio ya cerrado.
Mudos, descenderemos al abismo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Aniversario (por Fernando Pessoa)

En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
yo era feliz y nadie había muerto.
En la casa antigua, incluso mi cumpleaños era una tradición de siglos,
y la alegría de todos, y la mía, estaba asegurada con una religión cualquiera.
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,
tenía yo la gran salud de no entender cosa alguna,
de ser inteligente en medio de la familia,
y de no tener las esperanzas que los demás tenían por mí.
Cuando llegué a tener esperanzas ya no supe tener esperanzas.
Cuando llegué a mirar la vida, perdí el sentido de la vida.
Sí, lo que supuse que fui para mí,
lo que fui de corazón y parentesco,
lo que fui de atardeceres de media provincia,
lo que fui de que me amaran y ser yo el niño.
Lo que fui —¡Ay, Dios mío!—, lo que sólo hoy sé que fui…
¡Qué lejos!...
(Ni lo encuentro…)
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!
Lo que hoy soy es como la humedad en el corredor al final de la casa,
que mancha las paredes…
lo que hoy soy (y la casa de quienes me amaron tiembla a través de mis lágrimas),
lo que soy hoy es que hayan vendido la casa.
Es que hayan muerto todos,
es que haya sobrevivido yo a mí mismo como un fósforo frío…
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…
¡Qué amor mío, como una persona, ese tiempo!
Deseo físico del alma de encontrarse allí otra vez,
por un viaje metafísico y carnal,
con una dualidad de mí para mí…
¡Comer el pasado como a pan con hambre, sin tiempo para mantequilla en los dientes!
Veo todo de nuevo con una nitidez que me ciega para cuanto hay aquí…
La mesa dispuesta con más lugares, con mejores dibujos en la loza, con más copas,
el aparador con muchas cosas —dulces, frutas, el resto en la sombra bajo lo elevado—,
las tías viejas, los primos diferentes, y todo por causa mía,
en el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…
¡Detente, corazón mío!
¡No pienses! ¡Deja el pensar en la cabeza!
¡Oh Dios mío, mi Dios, Dios mío!
Ya hoy no cumplo años.
Perduro.
Se me suman días.
Seré viejo cuando lo sea.
Y nada más.
¡Rabia de no haberme traído el pasado robado en la mochila!...
¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Habrá siempre un vaso mal lavado (por Adelia Prado)

En el día de mi boda me quedé muy afligida.
Tomamos cerveza tibia con empanadas de masa hojaldre.
Tuve hijos con dolores.
Ayer, imprecisamente, a las nueve y media de la noche,
yo sacaba de la bolsa un kilo de arroz.
Ya no lucho más de aquel modo histérico,
entendí que todo es polvo que sobre todo se posa y recubre
y, a su modo, pacifica.
Las naranjas freudianamente me remiten a una rodaja de sueño.
Mi apetito se agudiza, hago estallar las costuras de buena
impaciencia.
¿quiénes somos entre el laxante y el somnífero?
Habrá siempre una marca de polvo sobre las camas,
un vaso mal lavado. ¿Pero qué importa?
¿qué importan las cenizas
si convertidos en su materia ingrata,
hay también ojos que sobre mí se estremecieron de amor?
Este valle es de lágrimas.
Si dijera otra cosa mentiría.
Hoy parece mayo, un día espléndido,
los que vamos a morir iremos a los mercados,
¿qué hay en este exilio que nos mueve?
Digan no a las legumbres llevadas en los brazos
y a esta elegía.
Lo que escribí, lo escribí
porque estaba alegre.

martes, 2 de noviembre de 2010

Andar sobre las aguas (por Ana Pérez Cañamares)

La que yo era se ahogó en el mar
de las infinitas posibilidades.

No las extraño. La vida empezó
cuando aposté y perdí.

En ese momento el agua se tensa
y se convierte en camino.

lunes, 1 de noviembre de 2010

También yo me levanto (por Mª Ángeles Pérez López)

El mamut que conoce su extinción
se rasca y se despeina sin cuidado,
se lame los rasguños y sonríe
por si el día está lleno de alboroto,
e igual sale a buscar cada mañana
el musgo, el junco tierno y sensitivo
con que vencer al hambre o al glaciar.
Después duerme despacio sobre el suelo
y sueña con los hombres que dibujan
su lomo atravesado en una cueva.
Entonces siente miedo, se cobija
en un pliegue dorado por la tarde
y olvida cualquier sombra de dolor
al llegar la mañana, el apetito.
A ratos, omitido de la especie,
como uno más de entre los animales,
aguarda y se trastorna, se incomoda,
sonríe con cariño, tiene crías
y canta contra el miedo en las tormentas.
También yo me levanto, me persigno
y me abrocho la luz contra la boca
para salir al mundo y entenderlo
si mueren las violetas por el frío
y alguien queda tendido en la memoria
del llanto, su columna vertebral.
También yo me acomodo bajo el sol
y sueño con los hombres que dibujan
las lanzas para el lomo del mamut,
la herida de su sangre transparente
manchando las paredes de la cueva
como si yo sangrase junto a él
y al hombre muerto en la comisaría
sobre una piedra roja y encerada.
Pero después el día trae el deseo
y vienen la alegría y el antojo,
las hojas diminutas de coraje
y su apetencia hervíbora y feliz
para rumiar el tiempo y digerirlo.