zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 29 de febrero de 2020

¿O era al amanecer? (por Mariano Rolando Andrade)


Se tambaleaba al final de sus días
que ignoraban casi todos
salvo el último amigo el único
que intentaba devolverlo
a los tiempos en que partían
al amanecer —¿o era al ocaso?—
desde Temperley a los bosques
en la pampa de Brandsen.

Hijo del ferrocarril, Pedernera.
Se tambaleaba y nadie lo veía
de su boca no salía queja
solo el silencio del cuerpo roto
que él conocía y también
su último, su único amigo,
y algunos otros vislumbraron
sin coraje para acompañar.

En la casa del pastizal sin ciruelo ya,
hijo del ferrocarril, Pedernera
saludó una tarde de verano
a esos que lo dejaron ir
antes de que realmente partiese,
y al ocaso —¿o era al amanecer?—
huyó de Temperley a la pampa
como si no hubiese muerte.


viernes, 28 de febrero de 2020

La colina de Zaman (por H.P. Lovecraft)


La gran colina crecía junto al antiguo pueblo,
un precipicio contra el final de la calle principal;
verde, alto y arbolado, mirando oscuramente
hacia el campanario en la curva de la carretera.
Durante doscientos años se oyeron rumores
sobre lo que sucedió en esa ladera rechazada por el hombre:
historias de un ciervo o un pájaro, extrañamente mutilado,
de niños perdidos cuyos familiares ya no esperaban encontrar.

Un día, el cartero no encontró ningún pueblo allí,
no se volvió a ver a su gente, ni a sus casas;
desde Aylesbury llegaron curiosos para mirar;
sin embargo, todos acusaron al cartero de loco
por decir que había visto los ojos voraces de la gran colina
y que sus fauces estaban abiertas.


jueves, 27 de febrero de 2020

Por qué estarían tan lejos (por Charles Bukowski)


era agradable ser niño en la oscuridad del cine,
resultaba mucho más fácil penetrar en aquel
sueño.
las que más me gustaban eran las películas sobre la legión extranjera
francesa, y daban muchas en aquella
época.

me encantaban los fuertes y la arena y los hombres
perdidos y desesperados.
eran hombres valientes, de ojos
hermosos.

nunca veía hombres como aquéllos
en el vecindario.
los hombres del barrio eran desgraciados y
cobardes, y andaban encorvados y
rabiosos.

pensaban alistarse en la legión extranjera francesa.

ocupaba mi asiento en la oscuridad del cine y era
uno de ellos.

llevábamos días luchando sin comida
y con muy poca
agua.

había muchísimas bajas.

nuestro fuerte estaba rodeado y sólo quedábamos
unos pocos.
apoyamos a nuestros camaradas muertos contra los muros, con
los rifles apuntando al
desierto,
para que los árabes pensaran que no habían
matado a muchos.
si no lo hubiéramos hecho así, nos habrían
arrollado.

íbamos de muerto en muerto
disparando los rifles,
a nuestro sargento lo habían herido
3 ó 4 veces pero
aún daba órdenes
a gritos.

luego murieron gallardamente algunos más, y ya
sólo quedábamos los dos últimos
(uno de ellos, el sargento), pero
seguimos luchando, hasta que se nos acabaron las
municiones; entonces los árabes empezaron a escalar
los muros. los derribamos
a culatazos, pero más y más seguían
trepando, eran
demasiados, estábamos
perdidos, no teníamos ninguna posibilidad. ¡entonces sonó una
CORNETA!
¡llegaban refuerzos!
¡frescos y descansados a lomos de caballos
atronadores!
cargaron en masa por la arena
cientos de ellos,
con sus uniformes brillantes, centelleantes,
y los árabes se desperdigaron muros abajo,
en pos de sus caballos y de sus
vidas,
aunque la mayoría estaban
condenados.

el sargento que sabía que habíamos vencido, agonizaba
en mis brazos:
"Chinaski", me dijo, "¡el fuerte es
nuestro!"
sonrió débilmente, inclinó la cabeza y
expiró.
luego volví a casa.
a mi habitación.
un tipo encorvado, desgraciado y rabioso
entró y dijo:
"sal y corta el césped.
¡sobresale una brizna de hierba!"

allí, en el jardín,
pasé repetidamente el cortacésped
por la brizna de hierba,
adelante y atrás,
adelante y atrás,
preguntándome por qué estarían tan lejos
aquellos valientes de hermosos ojos,
preguntándome si aún seguirían allí
cuando llegara.



miércoles, 26 de febrero de 2020

Preguntas (por Rafael Baldaya)


Si yo hubiera nacido en Indonesia

o en Haití
o en Egipto
¿sería yo?


De haber sido engendrado yo un año antes
¿sería yo?


Si mi lengua materna fuese otra diferente
¿sería yo?


Si mi piel fuera de otro color distinto
¿sería yo -este mismo:

el de adentro-?

Si hubiera yo tenido que cultivar la tierra
desde los ocho años
¿este yo sería yo
-el mismo yo que soy,
el mismo que me aloja,
el mismo que en mí habita,


el que asumo,
el que ostento,

el que percibo-?

De haber crecido yo
-este propio fluir que se siente / me siento-
en otro alrededor
¿sería yo el yo que está haciendo 

estas preguntas?


martes, 25 de febrero de 2020

Empiezas (por Margaret Atwood)


Empiezas así:
esta es tu mano,
este es tu ojo,
esto es un pez, liso y azul
sobre el papel, casi
la forma de un ojo.
Esta es tu boca, esto es una O,
o la luna, lo que
prefieras. Esto es amarillo.

Al otro lado de la ventana
está la lluvia, verde
porque es verano, y más atrás
árboles y después el mundo,
que es redondo y tiene apenas
los tonos de estos nueve lápices de colores.

Este es el mundo, más completo
y difícil de aprender que lo que acabo de decir.
Tienes razón en borronearlo así
con rojo y arriba
naranja: el mundo está incendiándose.

Cuando te hayas aprendido estas palabras
aprenderás que hay más
palabras que las que puedes aprender.
La palabra mano flota encima de tu mano
como una nubecita sobre un lago.
La palabra mano ancla
tu mano a esta mesa,
tu mano es una piedra cálida
que sostengo entre dos palabras.

Esta es tu mano, estas son mis manos, este es el mundo,
que es redondo en vez de plano y tiene más colores
que los que podemos ver.

Comienza, tiene un fin,
eso es a lo que vas
a regresar, esta es tu mano.


lunes, 24 de febrero de 2020

En la víspera de mi cumpleaños 32 (por Gregory Corso)


Tengo 32 años
y finalmente los aparento, si no más.

¿Es bello un rostro que no es ya el de un muchacho?
Parece más relleno. Y mi pelo
no tiene más rizos. ¿Es grande mi nariz?
Los labios están iguales.
Y los ojos, ah, los ojos se ponen cada vez mejor.
32 y sin mujer, sin chicos, sin dolencias de chicos,
pero hay tiempo de sobra.
Ya no hago estupideces.
Y por eso tengo que escuchar a mis supuestos amigos:
“Estás cambiado. Eras tan delirante tan genial”.
No están cómodos conmigo cuando estoy serio.
Que se vayan al concierto del Radio City Music Hall.
32. Recorrí toda Europa, conocí un millón de gente;
para algunos fui genial, tremendo para otros.
Recuerdo que en mi cumpleaños 31 exclamé:
¡Pensar que acaso llegue a vivir 31 años más!
No me siento así en este cumpleaños.
Ahora querría ser un sabio de pelo blanco en una gran biblioteca
hundido en un sillón frente a la estufa.
Un año más sin robar nada.
¡8 años van sin robar ni una sola cosa!
¡Dejé de robar!
Aunque todavía miento a veces,
y sigo siendo un caradura pero se me cae la cara
cuando tengo que pedir dinero.
32 años y cuatro arduos sinceros divertidos tristes malos y
maravillosos
libros de poesía:
- el mundo me debe un millón de dólares.
Creo que han sido 32 años bastante raros.
Y no fueron a mi antojo, ni uno solo.
No hubo dos caminos para elegir; de lo contrario,
no dudo que habría elegido ambos.
Me gusta creer que el azar quiso que fuera el que repica las campanas.
La clave está quizá en mi insolente declaración:
“Soy un buen ejemplo de que existe esa cosa llamada alma”.
Amo la poesía porque me hace amar
y me muestra la vida.
Y de todos los fuegos que se extinguen en mí
hay uno que arde como el sol.
Puede que no ilumine mi vida personal,
mis vínculos con la gente,
ni mi conducta hacia la sociedad,
pero sí me dice que mi alma proyecta una sombra.


domingo, 23 de febrero de 2020

Cada mañana es la primera (por Claudio Rodríguez)


Todo es nuevo quizá para nosotros.
El sol claroluciente, el sol de puesta,
muere; el que sale es más brillante y alto
cada vez, es distinto, es otra nueva
forma de luz, de creación sentida.
Así cada mañana es la primera.
Para que la vivamos tú y yo solos,
nada es igual ni se repite. Aquella
curva, de almendros florecidos suave,
¿tenía flor ayer? El ave aquella,
¿no vuela acaso en más abiertos círculos?
Después de haber nevado el cielo encuentra
resplandores que antes eran nubes.
Todo es nuevo quizá. Si no lo fuera,
si en medio de esta hora las imágenes
cobraran vida en otras, y con ellas
los recuerdos de un día ya pasado
volvieran ocultando el de hoy, volvieran
aclarándolo, sí, pero ocultando
su claridad naciente, ¿qué sorpresa
le daría a mi ser, qué devaneo,
qué nueva luz o qué labores nuevas?
Agua de río, agua de mar; estrella
fija o errante, estrella en el reposo
nocturno. Qué verdad, qué limpia escena
la del amor, que nunca ve en las cosas
la triste realidad de su apariencia.



sábado, 22 de febrero de 2020

La muerte de una rosa (por Katherine Mansfield)


Es una sensación que no puede olvidarse: sentarse en la soledad, en la penumbra, y observar la lenta, dulce y sombría muerte de una rosa.

Oh, ver que la perfección de los pétalos perfumados cambia levemente, como si una delgada llama hubiera besado a cada uno con un aliento cálido, y un color salvajemente intenso hay donde sangraron las heridas. Tengo delante una rosa así, en un cristal delgado y transparente, y tras ella un pequeño manto de hojas escarlatas. Ayer era hermosa, con una belleza virgen, serena, llorosa, fuerte y lozana; y su aroma era fresco y vigoroso.

Hoy ese olor es pesado, lánguido, con amores de mil cosas extrañas que vinieron en horas púrpuras atraídas por la luz dorada de las velas, las besaron ardientemente en la boca y las sorbieron con hermosos labios de apasionado deseo.

...Entonces ahora muere... Y yo escucho... porque debajo de cada pliegue de sus pétalos yace el fantasma de una melodía muerta, tan frágil y completa como un rayo de luz sobre un estanque en sombra. Oh, divina y dulce rosa. Oh, muerte exótica y esquiva y deliciosamente vaga.

De los tediosos sollozos y jadeos, de los gritos roncos y guturales y de los movimientos groseros y repulsivos del cuerpo del hombre moribundo me aparto; y sonriendo me inclino sobre ti y observo tu elegante, tu delicada muerte.


viernes, 21 de febrero de 2020

Una vida no basta (por Isidro Saiz de Marco)


Nos vamos inexpertos
casi todo ignorándolo
No es suficiente con una vida
una sola existencia
para entender las reglas
para hacer con soltura los ejercicios prácticos
para saber amar todo lo amable
para no incurrir más en extravíos
en tantos no-lo-hiciste y es-demasiado-tarde
para elegir a qué aplicas tu energía
para eludir errores
por encima saltarlos
para levantar velos
para corregir rumbos
para hallar tu camino entre tantos que cruzan
y confunden
No da tiempo a aprender de lo vivido
Una vida es muy corta para un saber tan largo
y tan enrevesado
Se requiere vivir varias vidas seguidas
pero bien recordadas
no el contador a cero
no la memoria en blanco después de cada una
Una vida es muy poco
una vida no basta para ese aprendizaje
El tiempo no da tiempo
¿Quién domina el trayecto
andándolo una vez
solo esta vez?
Llevaría varias vidas
puede que cuatro o cinco
aprender a vivir
Y por eso de aquí nos vamos ignorantes
con tantos cabos sueltos y heridas entreabiertas
sin haber aprendido
sabiendo casi nada



jueves, 20 de febrero de 2020

Oveja en la niebla (por Sylvia Plath)


Las colinas saltan hacia la blancura.
Gente o estrellas
me observan con tristeza, las decepciono.

El tren deja un trazo de aliento.
Oh lento
caballo del color de la herrumbre,

pezuñas, dolorosas campanas —
toda la mañana la
mañana ha estado ennegreciéndose,

una flor dejó de estar.
Mis huesos se serenan, los lejanos
campos ablandan mi corazón.

Amenazan
con llevarme a un cielo
sin estrellas ni padre, un agua oscura.


miércoles, 19 de febrero de 2020

Aquello que no fuimos (por Marcelo Rizzi)


Pero no se elige cualquier nube porque sí:
esos reflejos que las nimban, esa contorsión
ante las reminiscencias, deben tener una razón.
La noche parece acomodarse otra vez en su nido
con forma de féretro pequeño: renueva su viaje
cíclico no más allá de nuestros pies. Toda lectura
a oscuras guarda un parecido con la cegadora
ley de los ojos a la luz del día bien abiertos.
Dicho de otra manera: aquello que no fuimos
se vuelve parte de nuestra propia existencia,
habitamos solo el tiempo de nuestras creencias:
ojalá esos abrazos en la oscuridad hubieran sido ciertos.


martes, 18 de febrero de 2020

Sobre los impermeables (por Paolo Conte)


Mocambó
persianas bajas
lluvia sobre los letreros de las noches idas
debo pensarlo, debo pensarlo
no sé, dependerá dependerá
¿Qué historia quieres que te cuente?
¡Ah! No sé decir no,
no, no, no

y se reiniciará
como una cita

hablando bajo
entre nosotros dos.

Bajo a tomar un café,
perdona un momento
Pasa la mano por aquí, así
sobre mis moratones.
Pero qué bueno que llueve sobre los impermeables

ra ta ta ta ta

y no sobre el alma.


lunes, 17 de febrero de 2020

Algo se están diciendo (por Miguel d' Ors)



Algo se están diciendo aquí la roca,
el mar y el cielo.
En esta incandescencia
se está hablando un lenguaje
inaccesible al hombre.
Algo más grande
que nosotros se está diciendo: un mudo
clamor de luz se extiende
y nos envuelve como
una bóveda astral. El pasmo es
nuestro único saber. Sólo nos cabe
asistir al misterio desde este
lado del invisible
muro que nos separa, unir a él
nuestro mejor silencio
y provisionalmente resignarnos
a llamarlo belleza.



domingo, 16 de febrero de 2020

Una hoja (por Bronislaw Maj)


Una hoja, una de las últimas, cayó de una rama de arce,
va dando vueltas en el claro aire de Octubre, cae
sobre una pila de otras hojas, se vuelve quieta y oscura.
Nadie admiró su emocionante lucha con el viento,
nadie siguió su vuelo, nadie la distinguiría ahora
yaciendo entre otras hojas, nadie había visto
lo que yo vi, nadie, estoy
solo.


sábado, 15 de febrero de 2020

Con esa boca (por Olga Orozco)


No te pronunciaré jamás, verbo sagrado,
aunque me tiña las encías de color azul,
aunque ponga debajo de mi lengua una pepita de oro,
aunque derrame sobre mi corazón un caldero de estrellas
y pase por mi frente la corriente secreta de los grandes ríos.

Tal vez hayas huido hacia el costado de la noche del alma,
ese al que no es posible llegar desde ninguna lámpara,
y no hay sombra que guíe mi vuelo en el umbral,
ni memoria que venga de otro cielo para encarnar en esta dura nieve
donde sólo se inscribe el roce de la rama y el quejido del viento.

Y ni un solo temblor que haga sobresaltar las mudas piedras.
Hemos hablado demasiado del silencio,
lo hemos condecorado lo mismo que a un vigía en el arco final,
como si en él yaciera el esplendor después de la caída,
el triunfo del vocablo con la lengua cortada.

¡Ah, no se trata de la canción, tampoco del sollozo!
He dicho ya lo amado y lo perdido,
trabé con cada sílaba los bienes que más temí perder.
A lo largo del corredor suena, resuena la tenaz melodía,
retumban, se propagan como el trueno
unas pocas monedas caídas de visiones o arrebatadas a la oscuridad.
Nuestro largo combate fue también un combate a muerte con la muerte, poesía.

Hemos ganado. Hemos perdido,
porque ¿cómo nombrar con esa boca,
cómo nombrar en este mundo con esta sola boca en este mundo con esta sola boca?


viernes, 14 de febrero de 2020

Todas las mañanas cuando leo el periódico (por Gabriel Celaya)


Me asomo a mi agujero pequeñito.

Fuera suena el mundo, sus números, su prisa,

sus furias que dan a una su zumba y su lamento.

Y escucho. No lo entiendo.

Los hombres amarillos, los negros o los blancos,

la Bolsa, las escuadras, los partidos, la guerra:

largas filas de hombres cayendo de uno en uno.

Los cuento. No lo entiendo.

Levantan sus banderas, sus sonrisas, sus dientes,

sus tanques, su avaricia, sus cálculos, sus vientres


y una belleza ofrece su sexo a la violencia.

Lo veo. No lo creo.

Yo tengo mi agujero oscuro y calentito.

Si miro hacia lo alto, veo un poco de cielo.

Puedo dormir, comer, soñar con Dios, rascarme.

El resto no lo entiendo.


jueves, 13 de febrero de 2020

El lector es un fingidor (por Enrique García-Máiquez)


Cuento mi vida pero lees la tuya.
Nombro un paisaje de mi infancia y tú visitas
-tramposo- aquel camino de arena hacia la playa
por donde corre un niño feliz, que no soy yo.

Actúas siempre así, lo sé por experiencia.
¿Qué importa que yo tenga un nombre propio?
Tú lo expropias. Si hablo de mi pueblo,
es tu ciudad. Se transfigura en álamo
el pino de mi casa. Mis amigos
son mis desconocidos de repente.
Y hasta mi amada es ya tu amada.

Yo cuento sílabas, tú cantas, silbas
poniendo música a mis letras, musicando
al ritmo que te gusta.
De todo cuanto digo escuchas sólo
lo que a ti te interesa, quizá lo que no dije,
sin que haya forma así de no entendernos.

Te entiendes y me entiendo, porque al pasar la página
vuelves mis versos del revés, reversos
tuyos. Debí de sospechar
de ti, que no te ocultas,
que robas a la luz amable de una lámpara.

Yo soy el que me oculto. Cuando escribo,
tú vives y eso es todo. Como te dijo Bécquer:
Poesía eres tú.
Y yo el poema.


miércoles, 12 de febrero de 2020

Salvo mi corazón (por Eduardo Carranza)


Todo está bien: el verde en la pradera,
el aire con su silbo de diamante
y en el aire la rama dibujante
y por la luz arriba la palmera.

Todo está bien: la frente que me espera,
el azul con su cielo caminante,
el rojo húmedo en la boca amante
y el viento de la patria en la bandera.

Bien que sea entre sueños el infante,
que sea enero azul y que yo cante.
Bien la rosa en su claro palafrén.

Bien está que se viva y que se muera.
El Sol, la Luna, la creación entera:
salvo mi corazón, todo está bien.

martes, 11 de febrero de 2020

Pienso cada vez más que soy visible (por Eldrid Lunden)


Camino por una lenta tierra
azul con un aire suave sobre
las manos, la lluvia se abre y
se cierra silenciosamente.

Un signo blanco, el
silencioso
movimiento de un abrigo
claro que se volvió y
se metió lentamente en la playa.

Un signo blanco, el día
la mirada, no
tal vez no sería
nada,
pasó con tal
rapidez.

Yo soy Anna, tengo veintiocho
años, soy visible
en el portal de casa todas las mañanas, un abierto
movimiento en el aire.

Soy Anna, tengo veintiocho
años de edad. Pienso cada vez más
que soy visible en el portal
todas las mañanas, luego me siento en el coche.

Soy Anna, tengo
una mancha en la lengua
allí hay una palabra,
lo sé.

Gran silencio hay en el bosque
en otoño, la mirada de ella
una transparente gota sobre la piel.

Soy Anna, siento un aire
cada vez más pesado sobre
la cabeza, peso cada vez menos
por cada día que pasa.

Una mañana cuando salgo
el color del aire se ha acercado
un poco, en el instante en que me vuelvo
y cierro la puerta oigo,
tal vez, los frenos
de un coche.

Chorretones de humedad en la superficie, nuestra
pequeña humedad grisácea, en lo más exterior
de los poros.

Hay muchas brillantes
contradicciones en el mar, hoy
son las líneas paralelas.

Soy Anna, veo
hierba amarillenta cerca de las riberas, y pájaros
blancos contra la tormenta.

Desciendo flotando por la carretera y la luz,
algo ingrávido vino con la luz como una
ráfaga contra una balanza, luego abro
mis ropas y la luz sale a borbotones
de mi cuerpo.

Estoy en la carretera, con
el viento frágilmente a lo largo de
mí, así de sencillo.


lunes, 10 de febrero de 2020

La mujer hace las paces con su defectuoso corazón (por Margaret Atwood)


No era tu ritmo contrahecho
lo que no te podía perdonar, ni esa cabeza roja
de buitre despellejado

sino todo lo que ocultaste:
cinco palabras y el anillo de oro
que perdí, y la taza azul tan linda
que dijiste que se había roto,
esa pila de caras, grises
y dobladas, que asegurabas
que los dos habíamos olvidado,
los otros corazones que te comiste,
y todo ese tiempo tirado que me ocultaste
diciendo que nunca pasó.

Eso, y que no te dejaras
atrapar,
hábil pájaro desplumado, oronda ave rapaz
con esa canción ronca y desinflada,
tus garras y ese ojo ávido
al acecho en lo alto, en el cielo encendido
del atardecer, bajo la tela de mi pecho izquierdo
para saltarle encima a los extraños.

¿Cuántas veces te lo dije?
El mundo civilizado es un zoológico,
no una jungla, quédate en tu jaula.
Y después los gritos
de sangre, la furia al arrojarte
contra mis costillas.

Por mi parte, contenta te habría
estrangulado con ambas manos,
te habría estrujado hasta cerrarte, con
tus aullidos de alegría y todo.
La vida es más tranquila sin corazón,
sin ese emblema haragán,
ese león pulguiento, urraca, águila
caníbal, escorpión lleno de trucos metálicos
de odio, esa magia vulgar,
ese órgano del tamaño y color
de una rata escaldada,
ese fénix chamuscado.

Pero me empujaste hasta aquí,
viejo bobo, y estamos atados
el uno al otro como conspiradores, que es
lo que somos, e igual de desconfiados.
Los dos sabemos que, salvo imprevistos,
a la larga uno
traicionará al otro; cuando eso pase,
a mí me toca la urna, a ti un frasco.
Hasta entonces, esta es una frágil tregua
de honor entre criminales.


sábado, 8 de febrero de 2020

Así de frugal (por Emily Dickinson)


No hay fragata como un libro
para alejarnos de la tierra,
ni caballo que dé brincos
como una página de poesía.

El más pobre hará este viaje
sin aduanas en que pagar.
Así de frugal es el carro
que transporta un alma.


viernes, 7 de febrero de 2020

En la que fue mi casa (por Isidro Saiz de Marco)


He vuelto brevemente a la que fue mi casa.
Cuando me trasladé la vendí a una pareja,
parientes de un amigo.
Por eso he vuelto a ella.
Solamente una hora de paso, de visita,
nada más que un almuerzo con mi amigo y sus primos
en la que fue mi casa pero ya no lo es.
Todo en ella es distinto.
La pared que era blanca, ahora es azul.
Donde estuvo mi cama es su cuarto de estar.
Mi salón ha pasado a ser su dormitorio.
Todo ha sido cambiado:
las lámparas, los muebles, los cuadros, las cortinas…
Me costaba asumir que allí estuvo mi casa.
A mi triste pasillo y a sus baldosas frías
los arropa una alfombra con un dibujo alegre.
Mis oscuros rincones están llenos de luz.
Es todo más bonito y más acogedor
que cuando un año antes fue mi casa.
De los mismos tabiques y las mismas estancias
han hecho ellos un sitio mucho más agradable.
Y entonces he pensado que,
igual que de mi casa ellos han hecho otra
más hermosa y más cálida,
también con este cuerpo
-con mis piernas, mis brazos,

mi corazón, mis ojos-,
con este mismo ser y esta vida -mi vida-,
si hubieran sido suyos,
habrían sabido hacer
algo mejor.



jueves, 6 de febrero de 2020

Lo que tenemos de parecido (por Mercedes Luna Fuentes)


los troncos muestran sus venas de brasa

observo lo que ya conocemos
veo resquebrajarse
un brazo de árbol

para que la llamarada surja
algo se rompe algo cede

y la chimenea no funciona
y en la sala
un paisaje de humo se extiende entre los sillones

el fuego es una mujer que cubre con la mano
su propio rostro
para que la oscuridad no llegue

contemplo la fogata
sin prisa
porque se mira el fuego
se observa cómo los troncos se deshacen
y caen desfallecidos
unos sobre otros

se mira arder
así
con detenimiento
con paciencia
lo que tenemos de parecido

adentro


miércoles, 5 de febrero de 2020

Los viejos relojes (por Rolf Jacobsen)


Los viejos relojes tienen rostros alentadores.
Son como esos granjeros en los grandes bosques o en las montañas
cuya entera existencia contiene cierta calma aceptación
como si pertenecieran a otra raza distinta de la nuestra.
Una raza que ha luchado a través del tiempo para llegar aquí
y ha visto su infelicidad encogerse como el pasto
durante el período anterior cuando la Tierra era tierra.
Son invitados con nosotros esta vez y asienten en sintonía con nuestra aflicción
junto a nuestra cama con su leve sabiduría: está bien,
oh sí, oh sí,
está bien, está bien.


martes, 4 de febrero de 2020

No podrá abrazar (por Pedro M. Martínez)


Me asomé a la ventana y sentada en un alféizar vi a una chica que no tenía brazos.
Sonreía, ella.
No recuerdo cuándo fue, si ayer o en otro tiempo.

Pensé: “Pobre niña, no podrá abrazar a quien ama”.

Los días pasaron mientras ondulaban mis manos al paso de los trenes -los que jamás paraban- mientras de los árboles del jardín caían hojas amarillas y ella, otra, aquella, no volvía.

Pensé: “Pobre de mí, no puedo abrazar a quien amo”.


lunes, 3 de febrero de 2020

Sé que no lo sabré (por Jorge Luis Borges)


De las regiones de la hermosa tierra
que mi carne y su sombra han fatigado
eres la más remota y la más íntima,
Última Thule, Islandia de las naves,
del terco arado y del constante remo,
de las tendidas redes marineras,
de esa curiosa luz de tarde inmóvil
que efunde el vago cielo desde el alba
y del viento que busca los perdidos
velámenes del viking. Tierra sacra
que fuiste la memoria de Germania
y rescataste su mitología
de una selva de hierro y de su lobo
y de la nave que los dioses temen,
labrada con las uñas de los muertos.
Islandia, te he soñado largamente
desde aquella mañana en que mi padre
le dio al niño que he sido y que no ha muerto
una versión de la Völsunga Saga
que ahora está descifrando mi penumbra
con la ayuda del lento diccionario.
Cuando el cuerpo se cansa de su hombre,
cuando el fuego declina y ya es ceniza,
bien está el resignado aprendizaje
de una empresa infinita; yo he elegido
el de tu lengua, ese latín del Norte
que abarcó las estepas y los mares
de un hemisferio y resonó en Bizancio
y en las márgenes vírgenes de América.
Sé que no lo sabré, pero me esperan
los eventuales dones de la busca,
no el fruto sabiamente inalcanzable.
Lo mismo sentirán quienes indagan
los astros o la serie de los números...
Sólo el amor, el ignorante amor, Islandia.


domingo, 2 de febrero de 2020

Vanidad (por Giuseppe Ungaretti)


De pronto
está, alto,
sobre las ruinas
el limpio
estupor
de la inmensidad

Y el hombre
encorvado
sobre el agua
sorprendida
por el sol
se descubre como
una sombra

mecida y
lentamente
rota



sábado, 1 de febrero de 2020

Llegan las voces (por Circe Maia)


La puerta quedó abierta

y desde el comedor llegan las voces.


Suben por la escalera

y la casa respira.

Respira la madera de sus pisos,

las baldosas, el vidrio en las ventanas.


Y como por descuido se abren otras puertas

como a golpes de viento

y nada impide entonces que se escuchen las voces

desde todos los cuartos.


No importa lo que dicen.

Conversan: se oye una,

después se oye otra.

Son voces juveniles,

claras.


Suben

peldaños de madera

y mientras ellas suenan

—mientras suenen—

sigue viva la casa.