zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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viernes, 31 de mayo de 2019

Desnuda (por Roque Dalton)


Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua
cuando entre sus paredes me sumerjo.

Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como a un niño perdido
que en ti dejara quieta su edad y sus preguntas.

Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que se nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a la sombras los deseos me ladran.

Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.

El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.



jueves, 30 de mayo de 2019

Instantes hechos de esperar tus manos (por Joan Margarit)


Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tanta veces.
Hemos de acostumbrarnos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.



miércoles, 29 de mayo de 2019

Canto a mí mismo (por Walt Whitman)


Yo me celebro y yo me canto,
y todo cuanto es mío también es tuyo,
porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.

Indolente y ocioso convido a mi alma,
me dejo estar y miro un tallo de hierba de verano.

Mi lengua, cada átomo de mi sangre, hechos con esta tierra, con este aire,
nacido aquí, de padres cuyos padres nacieron aquí, lo mismo que sus padres,
yo ahora, a los treinta y siete años de mi edad y con salud perfecta, comienzo,
y espero no cesar hasta mi muerte.

Me aparto de las escuelas y de las sectas, las dejo atrás;
me sirvieron, no las olvido;
soy puerto para el bien y para el mal, hablo sin cuidarme de riesgos,
naturaleza sin freno con elemental energía.

Creo en ti, mi alma, el otro que soy no se rebajará ante ti,
y tú no te rebajarás ante él.

Tiéndete en el pasto conmigo, desembaraza tu garganta,
no son palabras, ni música, ni versos lo que preciso, ni hábitos, ni
discursos ni aun los mejores,
sólo quiero el arrullo, el susurro de tu voz suave.

Recuerdo cómo nos acostamos una mañana transparente de estío,
cómo apoyaste la cabeza sobre mis caderas y la volviste a mí dulcemente,
y abriste mi camisa sobre el pecho y hundiste tu lengua hasta tocar mi corazón desnudo,
y te estiraste hasta tocarme la barba, y luego hasta tocarme los pies.

Velozmente se irguieron y me rodearon el conocimiento y la paz que
trascienden todas las discusiones de la tierra,
y desde entonces sé que la mano de Dios ha sido prometida a la mía,
y sé que el espíritu de Dios es hermano del mío,
y que todos los hombres que han nacido son mis hermanos, y las
mujeres mis hermanas y mis amantes,
y que el sostén de la creación es el amor,
y que son innumerables las hojas rígidas o que se curvan en los campos,
y las negras hormigas en las grietas bajo las hojas,

y las mohosas costras del seto, las piedras hacinadas, el saúco, la
candelaria y la cizaña.

Soy el poeta del Cuerpo y soy el poeta del Alma,
Los goces del cielo están conmigo y los tormentos del infierno están conmigo,
los primeros los injerto y los multiplico en mi ser, los últimos los
traduzco a un nuevo idioma.

Soy el poeta de la mujer no menos que el poeta del hombre,
y digo que es tan grande ser mujer como ser hombre,
y digo que nada es mayor que ser la madre de los hombres.
Entono el canto de la exaltación o de la soberbia,
ya estamos hartos de plegarias y de zalanderías,
muestro que el tamaño no es más que crecimiento.
¿Has dejado atrás a los otros? ¿Eres el presidente?
Es una bagatela, cada uno de los otros te alcanzará y seguirá adelante.
Soy el que camina con la tierra y creciente noche,
llamo a la tierra y al mar que abraza la noche.
Abrázame, noche de senos desnudos, abrázame, noche magnética y fecunda,
noche de los vientos del sur, noche de las estrellas grandes y escasas,
noche serena que me llama, loca y desnuda noche de estío.

Sonríe, tierra voluptuosa de fresco aliento,
tierra de los árboles dormidos y húmedos,
tierra del sol que ya se ha ido, tierra de las montañas de cumbre nebulosa,
tierra del cristalino fluir de la luna llena, apenas tocada de azul,
tierra del brillo y de la sombra manchando la corriente del río,
tierra del gris límpido de las nubes que resplandecen y se aclaran
para que yo no las vea,
tierra yacente y extendida, rica tierra de azahares,
sonríe, porque llega tu amante.

Pródiga me has dado tu amor, te doy pues mi amor,
mi apasionado amor indecible.

Walt Whitman, un cosmos, de Manhattan el hijo,
turbulento, carnal, sensual, comiendo, bebiendo, engendrando,
ni sentimental, ni sintiéndome superior a otros hombres y mujeres,
ni alejado de ellos,
no menos modesto que inmodesto.

¡Arrancad los cerrojos de las puertas!
¡Arrancad las puertas de los goznes!

El que degrada a otro me degrada,
y todo lo que se dice o se hace vuelve a mí al fin.
A través de mí surge y surge la voluntad creadora, a través de mí, el
torrente y el índice.
Digo el primordial santo y seña, hago el signo de la democracia,
¡por Dios! No aceptaré nada que no sea ofrecido a los demás
en iguales condiciones.

Muchas voces largo tiempo calladas brotan de mí,
voces de las interminables generaciones de prisioneros y de esclavos,

voces de los enfermos y de los inconsolables, de los ladrones y de los enanos,
voces de ciclos de preparación y de crecimiento,
de los hilos que unen a las estrellas, y de los vientres, y de la
simiente paterna,
y del derecho de aquellos a quienes oprimen los otros,
de los deformes, triviales, simples, tontos y despreciados,
de neblina en el aire, de escarabajos arrastrando bolas de estiércol.
Brotan de mí voces prohibidas,
voces del sexo y del apetito, voces veladas y yo aparto el velo,
voces indecentes clarificadas y transfiguradas por mí.
Yo me cubro la boca con la mano,
me conservo tan puro en las entrañas como en la cabeza y en el corazón,
la cópula no es para mí más vergonzosa que la muerte.

Creo en la carne y en los apetitos,
ver, oír, tocar, son milagros, y cada parte de mí es un milagro.

Divino soy por dentro y por fuera, y santifico todo lo que toco y me toca,
el aroma de estas axilas es más fino que las plegarias,
esta cabeza es más que las iglesias, las biblias y todos los credos.

Si algo hay que yo venero más que las otras cosas, ese algo es la
extensión de mi cuerpo y cada una de sus partes,
traslúcida arcilla de mi cuerpo, ¡tú lo serás!
Sombreados bordes y bases, ¡vosotros lo seréis!
Firme reja viril, ¡tú lo serás!
Tú, mi rica sangre, tú líquido lechoso, pálido extracto de mi vida.
Pecho que oprimes otros pechos, ¡tú lo serás!
¡Cerebro serán tus circunvoluciones ocultas!
Raíz lavada del junco oloroso, becada medrosa, nido recatado de los
huevos gemelos, ¡vosotros lo seréis!
Heno mezclado y revuelto de la cabeza, barba, cejas, ¡vosotros lo seréis!
Savia que goteas del arce, fibra del noble trigo, ¡vosotros lo seréis!
Sol generoso, ¡tú lo serás!
Nubes que ilumináis y oscurecéis mi rostro, ¡vosotros lo seréis!
Sudorosos arroyos y rocíos, ¡vosotros lo seréis!
Vientos que me rozáis, frotando contra mí vuestros genitales,
¡vosotros lo seréis!
Amplios campos musculares, ramas de encina, amoroso holgazán de
mi sendero tortuoso ¡vosotros lo seréis!
Manos que he tomado, rostros que he besado, mortal a quien toqué
alguna vez, ¡vosotros lo seréis!

Estoy enamorado de mí, hay tantas cosas en mí que son tan deliciosas,
cada momento y todo lo que ocurre me llena de alegría,
no sé cómo se doblan mis tobillos, ni la causa del más leve de mis deseos,
ni de la amistad que suscito, ni de las amistades que me devuelven.

Al subir por las escaleras me detengo a reflexionar si no estoy soñando,
la madreselva en la ventana me satisface más que la metafísica de los libros.

¡Contemplar el amanecer!
La escasa luz que va borrando las sombras inmensas y diáfanas,
el sabor del aire es grato a mi paladar.

Retoños del cambiante mundo ascienden silenciosos en un juego
inocente, fresco sudor,
oblicuamente errando por todos lados.

Algo invisible está proyectando libidinosos dardos,
torrentes de brillante zumo inundan el cielo.

La tierra por el cielo invadida, la cotidiana consumación de su boda,
el desafío del oriente sobre mi cabeza,
la burla mordaz: ¡Ya veremos quién es el amo!

Creo que una hoja de hierba no es menos que el camino recorrido por las estrellas,
y que la hormiga es perfecta, y que también lo son el grano de
arena y el huevo del zorzal,
y que la rana es una obra maestra, digna de las más altas,
y que la zarzamora podría adornar los salones del cielo,
y que la menor articulación de mi mano puede humillar a todas las máquinas,
y que la vaca paciendo con la cabeza baja supera a todas las estatuas,
y que un ratón es un milagro capaz de confundir a millones de incrédulos.

Siento que en mi ser se incorporan el gneis, el carbón, el musgo de
largos filamentos, las frutas, los granos, las raíces comestibles,
y que estoy hecho de cuadrúpedos y de pájaros,
y que puedo recuperar cuanto he dejado atrás,
pero que puedo hacerlo volver cuando se me antoje.

En vano la timidez o la prisa,
en vano las rocas incandescentes arrojan sobre mí su antiguo calor,
en vano el mastodonte se oculta detrás del polvo de sus huesos,
en vano los objetos se alejan leguas y leguas y toman muchas formas,
en vano el mar se oculta en las cavernas donde tienen su guarida los monstruos,
en vano el buitre tiene por morada el cielo,
en vano la serpiente se desliza entre las lianas y los troncos,
en vano el alce busca las honduras recónditas de la selva,
en vano el cuervo marino tiende el vuelo hacia el norte,
hacia el Labrador,
lo sigo velozmente, trepo al nido que está en la grieta del peñasco.
¿Quién es este salvaje amistoso y gárrulo?
¿Espera la civilización, o la ha dejado atrás y la ha dominado?
¿Es un hombre del sudoeste y ha sido criado a la intemperie? ¿Es un canadiense?
¿Viene de las tierras del Mississippi, de Iowa, de Oregon, de California?
¿De la montaña, de las praderas, de los bosques, o un marino del mar?
Dondequiera que vaya, los hombres y las mujeres lo desean y lo aceptan,
quieren que los quiera, que los toque, que les hable, que se quede con ellos.

Obra sin ley, como los copos de nieve, sus palabras son simples
como la hierba, el pelo despeinado, risas e ingenuidad.
Lento el andar, comunes las facciones, emanando sencillez y modestia,
brotan de un modo nuevo desde las puntas de los dedos,
flotan en el aire con el olor de su cuerpo o de su aliento, salen de
la mirada de sus ojos.

Me ha tocado en suerte, lo sé, lo mejor del tiempo y del espacio;
nunca he sido medido y no seré medido jamás.

El viaje que emprendo es eterno (¡que todos me oigan!).
Mis signos son un capote contra la lluvia, fuertes zapatos y un
bastón cortado en el bosque,
en mi silla no sestean los amigos,
no tengo cátedra ni iglesia ni filosofía,
no llevo a ningún hombre a una mesa puesta, a la biblioteca, a la bolsa,
pero a cada uno de vosotros, hombre o mujer, lo llevo a una cumbre,
mi brazo izquierdo ciñe tu cintura,
mi derecha señala los continentes y el gran camino.

Ni yo ni ningún otro puede andar por ti ese camino,
eres tú quien debe andarlo.

No queda lejos, está a tu alcance,
quizá estabas en él desde que naciste y no lo has sabido,
quizá esté en todas partes, en mar y en tierra.

Échate tus prendas al hombro, hijo mío, y yo traeré las mías y apresurémonos;
ciudades prodigiosas y naciones libres nos saldrán al paso.

Si te cansas, dame las dos cargas y apoya tu mano en mi cadera,
y a su debido tiempo me devolverás el mismo servicio,
porque ya emprendida la marcha nunca descansaremos.

Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar el cielo poblado,
y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos, y el
conocimiento y el goce que encierran, ¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: No, una vez alcanzados esos mundos proseguiremos el camino.
Tú también me interrogas y yo te escucho,
Contesto que no puedo contestar, tú mismo debes encontrar la respuesta.

Siéntate un momento, hijo mío,
aquí tienes pan para comer y leche para que bebas,
pero después de haber dormido y haber cambiado de ropa te beso
con el beso del adiós y te abro la puerta para que salgas.

Demasiado tiempo has perdido en sueños deleznables,
ahora te quito la venda de los ojos,
debes acostumbrarte al brillo de la luz y de cada momento de tu vida.
Demasiado tiempo has vadeado, asido a una tabla en la orilla,
ahora quiero que seas un nadador, que te arrojes al mar, que
reaparezcas, que me hagas una seña, que grites y que agites el
agua con tus cabellos.

Dije que el alma no es más que el cuerpo,
y dije que el cuerpo no es más que el alma,
y que nada, ni Dios, es más que uno mismo,
quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral
envuelto en su propia mortaja;
y yo y tú, sin tener un centavo, podemos comprar lo más precioso de la tierra,
y la mirada de unos ojos o una arveja en su vaina confunden la
sabiduría de todos los tiempos,
Y no hay oficio ni profesión en los cuales el joven que los sigue no
pueda ser un héroe,
y no hay cosa tan frágil que no sea el eje de las ruedas del universo,

y digo a cualquier hombre o mujer: que tu alma esté serena y en
paz ante millones de universos.
Y digo a la Humanidad: No hagas preguntas sobre Dios,
porque yo que pregunto tantas cosas, no hago preguntas sobre Dios,
(No hay palabras capaces de expresar mi seguridad ante Dios y la muerte.)
Escucho y veo a Dios en cada cosa, pero no lo comprendo en lo más mínimo,
ni comprendo cómo pueda existir algo más prodigioso que yo mismo.
¿Por qué desearía yo ver a Dios mejor que en este día?
Algo veo de Dios en cada hora de las veinticuatro y en cada uno de sus minutos,
en el rostro de los hombres y de las mujeres veo a Dios, y en mi propio rostro en el espejo;
encuentro cartas de Dios tiradas por la calle y su firma en cada una,
y las dejo donde están porque sé que dondequiera que vaya,
otras llegarán puntualmente.


martes, 28 de mayo de 2019

Viajaré (por Saiz de Marco)


abandonaré el suelo
dejaré este entramado
las montañas
los valles
los océanos

la Tierra
lo que "el mundo" designa
los minutos
las horas sucediéndose siempre
me iré de la materia
me iré de la consciencia
partiré de mi adentro
de mi propio sentirme
romperé la membrana
desgarraré la cápsula

del recinto saldré por su única abertura
pasaré por regiones que jamás he cruzado
y a un allí 

o
un no-allí

alejado de todo
distante
extranjerísimo
a un sitio

a un in-sitio
sabiendo o sin saberlo viajaré




lunes, 27 de mayo de 2019

No hay nadie (por Idea Vilariño)


No estoy
no esperes más
hace tiempo me he ido
no busques
no preguntes
no llames que no hay nadie.
Es una loca brisa de otros días
que gime
es un pañuelo al viento
que remeda señales.
No llames
no destroces tu mano
golpeando
no grites no preguntes
que no hay nadie
no hay nadie.



domingo, 26 de mayo de 2019

Donde mi infancia juega (por Alhué Mora)


Un año de cinco estaciones, donde mi infancia juega, en el patio de atrás.

Me pregunto si quiere o no que la miren, que la observen con estos ojos cambiados por el tiempo (tornados de otros colores, siempre similares), o si prefiere que la dejen seguir jugando sola, en el difuso patio trasero. Cuando estoy solo y nadie me ve, la miro de reojo y siempre la encuentro diferente. Me cuestiono si seré un mal observador, de seguro mi percepción la altera; ella, de manera perpetua e inusitada, se muestra inmersa en un constante cambio, en incierto devenir eterno. Ciertas veces me guiña un ojo y es mi compañera durante un rato, otras veces me mira de mala manera, descontenta con mi presencia y mi presente, que irrumpe sus infinitos juegos.

Intento imitar sus gestos, hablar su idioma, jugar sus juegos, pero no logro con ello que abandone aquel patio, que ingrese, que haga en mí su morada eterna. Prefiere seguir afuera, disparatando. Yo espío sus sonidos, suerte de alimento mental, los cuales se convierten en grumos de tela y borbotones de viento, desanudando mis recuerdos. Por momentos, a modo de celebración, me regala una lejana alegría que se queda conmigo durante un rato y, ciertos días, en que me encuentro atareado o distraído, suelo escuchar su risa a la distancia, inundando mi casa de algo que creo propio y que, cuando quiero retenerlo, desaparece mansamente.



sábado, 25 de mayo de 2019

Como mirar tu sueño (por Jorge Luis Borges)


Ni la intimidad de tu frente clara como una fiesta
ni la costumbre de tu cuerpo, aún misterioso y tácito y de niña,
ni la sucesión de tu vida asumiendo palabras o silencios
serán favor tan misterioso
como el mirar tu sueño implicado
en la vigilia de mis brazos.
Virgen milagrosamente otra vez por la virtud absolutoria del sueño,
quieta y resplandeciente como una dicha que la memoria elige,
me darás esa orilla de tu vida que tú misma no tienes.
Arrojado a quietud
divisaré esa playa última de tu ser
y te veré por vez primera, quizá,
como Dios ha de verte,
desbaratada la ficción del Tiempo
sin el amor, sin mí.



viernes, 24 de mayo de 2019

Mi diario (por Laia Carbonell)


Escribía mi diario con los deditos
convencida de que mi padre no lo leía.
Era en el verano y entonces sólo importaba
que el camping tuviese piscina,
que no nos picasen demasiado los mosquitos,
que los padres no se peleasen,
que no me dejasen dos semanas en casa de mis padrinos en septiembre.
Es que la extrañeza me devoraba en casa de mis padrinos
en aquel valle de montañas resecas.
A mí me tocaba enjugar la tristeza
que chorreaba mejillas abajo de mi madrina
y caía sobre el delantal manchado de sangre de gallina
y de hijo.
Y de hijo tendido en el prado y ella como una pietà
aquellos septiembres secos en Pallars
de meriendas en El Cuco
y noches amedrentadas de suelos que crujían
de camino al lavabo;
de suelos que crujían y relojes descompuestos
marcando siempre la misma hora
y las lágrimas de la pietà con sangre de hijo en el delantal;
de hijo desangrándose en el regazo de la pietà
y el mundo congelado en el único instante del mundo.
Y yo enjugándole la tristeza de las mejillas.
Y la pietà de bata blanca en el hospital psiquiátrico
años más tarde.
Años más tarde, cuando los antidepresivos habían taponado
los grifos de la tristeza mejillas abajo,
de la tristeza del único instante del mundo
paseando por el hospital psiquiátrico en bata blanca.
«Esta falda que llevas te la podría haber hecho yo.
¿Ves esta semilla? Es de este árbol. Ten».
Y esa semilla en la bolsa de mi chaqueta
áspera y puntiaguda como las montañas
y la tristeza de la pietà
que ahora era un pantano de bata blanca
y las compuertas cerradas
paseando por el hospital.
Y el agua estancada
se volvió dolor en la espalda de la pietà
que ya no llevaba el delantal manchado de sangre;
se la habían limpiado,
le habían taponado la tristeza con antidepresivos
y ya no se veía,
y por eso no nos espantaba tanto.
Pero su mirada marcaba la hora
de todos los relojes descompuestos
en el único instante del mundo,
en medio del prado,
con el hijo manchándole el delantal.



jueves, 23 de mayo de 2019

Día y noche (por Eugenio Montale)


Hasta una pluma que vuela puede dibujar
tu figura, o el rayo que juega al escondite
entre los muebles, o el guiño del espejo
de un niño, desde los tejados. Sobre las murallas
jirones de vapor prolongan las agujas
de los álamos y, abajo, en la rueda se encrespa el loro
del afilador. Luego la noche agobiante
en la plazuela, y los pasos, y siempre esta dura
tarea de hundirse para resurgir iguales
de siglos, o de instantes, de íncubos que no logran
volver a dar con la luz de tus ojos en el antro
incandescente y aún los mismos gritos y los prolongados
llantos sobre la veranda
si retumba de pronto el golpe que te anuda
la garganta y quiebra las alas, oh inestable
anunciadora del alba,
y se despiertan los claustros y los hospitales
en un delirar de clarines.


miércoles, 22 de mayo de 2019

Sostenla (por Idea Vilariño)


El amor… ah, qué rosa.

Tenla, sostenla, súbele aguas dulces y puras,

vela la milagrosa ascensión del perfume

y esa niebla de fuego que se le dobla en

pétalos.

El amor… ah, qué rosa, qué rosa verdadera.

Ah, qué rosa total, voluptuosa, profunda,

de tallo ensimismado y raíces de angustia,

desde tierras terribles, intensas, de silencio,

pero rosa serena.

Tenla, sostenla, siéntela, y antes que se

derrumbe embriágate en su olor,

clávate en las espadas del amor, esa flor,

esa rosa, ilusión,

idea de la rosa,

de la rosa perfecta.



martes, 21 de mayo de 2019

Su trono soberano (por John Keats)


Melancolía hay en lo que es bello -lo que es bello y que muere-,
y en la alegría, que se lleva siempre la mano hasta sus labios
diciendo adiós; y al lado del doloroso gozo,
que se vuelve veneno al beber de él tu boca, como una abeja.

Ay, que en el mismo templo del deleite
oculta la melancolía su trono soberano,
no observado por nadie, salvo por quienes con sus lenguas vivaces
deshacen, contra el paladar, las uvas del placer.

Entonces saborean la tristeza del poder que ella tiene
y amplían su galería de oscuros trofeos.



lunes, 20 de mayo de 2019

El poeta como pescador (por Lawrence Ferlinghetti)


A medida que envejezco
percibo que la vida
tiene la cola en la boca
y otros poetas y otros pintores
ya no encarnan para mí
ningún tipo de competencia
El cielo es el desafío
el cielo
que aún debe ser descifrado
ese alto cielo
ante el que caen agobiados
los astrónomos
con sus grandes orejas electrónicas
ese cielo
que nos susurra constante
los secretos finales del universo
el mismo que respira
hacia adentro hacia afuera
como si fuera el interior de una boca
del cosmos
el mismo cielo
que es el borde de la tierra
y del mar también
el cielo
de voces múltiples y ningún dios
rodeando un océano de sonido
que devuelve ecos
como las olas
que estallan en el murallón
Poemas enteros
diccionarios completos
enrollándose
en la explosión de un trueno
Cada atardecer un cuadro instantáneo
cada nube un libro de sombras
a través de las que vuelan salvajes
las vocales de los pájaros
que llorarán repentinamente
Ese firmamento para el pescador
está despejado
a pesar de las nubes oscuras
Él lo observa
lo estima por lo que es:
el espejo del mar
a punto de precipitarse sobre él
en su bote de madera
al filo del horizonte oscuro
Nosotros lo imaginamos como un poeta
siempre cara a cara con la vieja realidad
donde los pájaros nunca vuelan
antes de la tormenta
No lo dudes
él sabe lo que caerá desde las alturas
antes de que amanezca
él es su propio vigía
en su embarcación
atento al sonido del universo
dando cuenta de las visiones
de la tierra de lo viviente
con su voz poderosa



domingo, 19 de mayo de 2019

Barrios mentales (por Robert Rivas)


digamos (¿para simplificar un poco?) que había un solo
libro. uno solo para tener, para comprar, para pedir prestado, para leer. uno solo.
digamos (¿para jugar un poco?) que ese libro se llamase
de una manera simple pero a la vez indescifrable si se intentase traducirlo
por ejemplo, que en inglés fuese algo como "there, there"
¿"ahí, ahí"?
¿"ahí ahí"?
¿"bueno, bueno"?
¿"algo así"?
el presunto lector de un solo libro
queda entre embrujado y atascado en el título
por más que lee y avanza las páginas, el título
vuelve a retraerlo al principio, como si cada intento de lectura fuese en realidad un intento de escapar del título que
lo mantiene maniatado
atrapado como un chicle pegado al cerebro (en lugar del
zapato... y ahí viene, claro: "pero qué... ¿tenés un zapato
en la cabeza?"
escucha decir a una de esas voces interiores que fueran de
otros y que sólo precisan de un leve empujón para soltar su
grabada y única cancioncilla
para después apagarse
en algunos casos para siempre; si no vuelve a surgir un
empujoncito, un toque preciso con el bordecito del taco,
en ese barrio de la mente
sí, la mente es como calles, con amplias secciones que
uno siente que por prevención o rechazo, no recorrerá
nunca
su superficie está siempre en ciernes
es una ciudad que en realidad no está todavía
y tal vez nunca

digamos que el lector de ese único libro
se siente
un poco más cerca del borde de la muerte
no de la muerte como al final del camino,
sino de la muerte como al costado del camino,
a los dos costados del camino
y arriba y abajo del camino, también
(como si el mármol gastado dejase ver su interior de carmesí)

cuando el vehículo ara al haber perdido la huella
en un camino de tierra
puede pasarse lo que queda de rosca
buscando esa huella
que tal vez no es que la haya 'perdido'
como creía,
sino que se terminó,
que no existe más

se había terminado esa huella y
entre como venía y la noche,
no había manera de darse cuenta
de que la huella en verdad
se había acabado
aca-ba-do

la noche árida
-noches, también, de terciopelo-
pero noche de yuyales ásperos
sólo habitados por indiferentes alimañas

el pulso, el pulsar
de esas páginas de vida
que corren como un guión invisible
que el viento hace pasar
las páginas, ¡cuidado! demasiado

deprisa
o bien hacia atrás
a raudales
o demasiado despacio
clavado en un párrafo
que no se llega a leer
por el idioma desconocido
o la letra borroneada
o el velo de las lágrimas

no, tampoco es la historia de tu vida
-que es un libreto inhallable

es el pasaje del mundo al mundo
el mundo pasa a través
tuyo
(y de los otros, claro)
pasa... sin cambiar de estado
el mundo, indiferente como los yuyales
y como sus alimañas
y como el resto de la noche
y las estrellas
y los olores y sonidos
que vuelven tan inocentemente creíbles
sus decorados

no, no es que estás solo
sino que sólo estás
cuando te das cuenta de esa soledad
de ese botón desabrochado
o faltante
que desata el raudal de la pérdida
la hemorragia de realidad
¡a la que no le interesa ni podría interesarle
si es o no fatal!

el raudal
rauda
se diría
si lo inorgánico fuese también un lenguaje
un lenguaje para apagar al fin
los destellos que arden, las fogatas
lejanas del cuerpo, los recuerdos crudos
y los cocinados
la batería completa de artilugios
para seguir pensando y creyendo
pensando y creyendo
que se existe
que hay algo, hay alguien
en lugar de la película muda
que rueda en un cine inexistente
de un barrio ilocalizable

sí, me tomo esto, me fumo esto otro
conversamos,
apaciguo, revierto, despejo
suelto al fin el botón
el tornillo la clave
el armisticio 'secreto'
el eco de la infancia
la tela que simula eficazmente
¡y cuánto!
ser un camino
una línea
dirigida
de trazos


sábado, 18 de mayo de 2019

Cierta clase de pérdida (por Ingeborg Bachmann)


De uso compartido: las épocas del año, los libros y algo de música.
Las llaves, las tazas de té, la cesta del pan, sábanas y una cama.
Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, usados, gastados.
Unas normas de casa respetadas. Dichas. Hechas. Y siempre tendida la mano.

Me enamoré del invierno, de un septeto vienés y del verano.
De mapas, de una cabaña en la montaña, de una playa y una cama.
Un culto hecho de fechas, de irrevocables promesas,
de adorar un poco y ser devoto ante nada,

(…los periódicos doblados, las cenizas frías, el trozo de papel con una nota a mano)
de religión intrépida, puesto que la iglesia era esta cama.

De la vista del lago surgió mi inagotable pintura.
Desde el balcón había que saludar a la gente, mis vecinos.
A salvo junto a la chimenea cobraba su color más intenso mi pelo.
Era el timbre de la puerta al sonar la alarma de mi alegría.

No es a ti a quien perdí,
sino al mundo.



viernes, 17 de mayo de 2019

Dame, noche (por Ida Vitale)


Dame, noche

las convenidas esperanzas,

dame no ya tu paz,

dame milagro,

dame al fin tu parcela,

porción del paraíso,

tu azul jardín cerrado,

tus pájaros sin canto.

Dame, en cuanto cierre

los ojos de la cara,

tus dos manos de sueño

que encaminan y hielan,

dame con qué encontrarme

dame, como una espada,

el camino que pasa

por el filo del miedo,

una luna sin sombra,

una música apenas oída

y ya aprendida,

dame, noche, verdad

para mí sola

tiempo para mí sola,

sobrevida.



jueves, 16 de mayo de 2019

Lo que no (por Rafael Baldaya)


Todo
lo que no aflora
lo que no ocurre
lo que no emerge
lo que no es
lo que no está
lo que no es hecho
lo que no irrumpe
lo que no llega
lo que no nace
lo que no brota
lo que no viene
lo que no existe

Todo
lo que nada
lo que nadie
lo que ninguno

Todo lo que nunca


Todo lo infactual
lo insucedido

Todo lo de fuera
¡tanto!
que jamás ingresó en la realidad

Todo lo que no


Todo eso que es
casi todo


miércoles, 15 de mayo de 2019

Las cosas (por Santiago Kovadloff)


Entro a casa a las tres de la tarde.
Yo no debía volver hasta la noche
pero un olvido me impuso el regreso.

No hay nadie aquí.
Camino a mi cuarto me golpea
la inmóvil contundencia de las cosas
y me siento un intruso en la casa vacía.

Las cosas son los habitantes de la casa.
Las cosas que salen a vivir
cuando no estamos
y un silencio quieto oprime todo
como un dios insidioso a su universo.

La extraña relevancia de un zapato,
la ropa inerte en la cama deshecha,
vasos a medio beber en la cocina,
prueban que a esta hora
la casa nos excluye,
que aquí, a esta hora, solo viven las cosas,
las cosas desprendidas de nosotros
que se extienden por la casa con un aliento ajeno,
con una fuerza que me empuja hacia la puerta,
que exige que me vaya, que olvide lo que busco,
que vuelva por la noche a una casa que no es ésta.



martes, 14 de mayo de 2019

Merece ser domingo (por Eloy Tizón)


En el silencio de la casa, en el silencio del mundo.

Me han dejado a propósito aquí solo, se han ido

todos. De excursión, creo. A la montaña, tal vez. O

no, a la playa. Es domingo o merece ser domingo.

La luz es de domingo y el azul del cielo es de

domingo y el periódico está abierto en la página

dominical, así que tanta insistencia empieza a

ser sospechosa. Hasta donde alcanza la vista es

domingo. Más tarde resolveré el jeroglífico. El

fulgor de la nieve percute con fuerza en la terraza,

sobre la mano verde de la enredadera, y arranca

remolinos de los sillones de mimbre. El picoteo

casi mudo de mi teclado, una música leve e inconstante,

signos que aparecen y desaparecen, un muro

de blancura en el horizonte que huye.

Domingo, nieve, domingo. De repente, de la

nada, cae volando un jersey. Las mangas revolotean

hasta posarse, supongo, en la acera. Ropa que cae

del cielo. Una lluvia de calcetines pantalones camisas

bufandas chaquetas bikinis pijamas. ¿A qué me

recuerda esto? A ropa muerta. Desaparecida.

A fantasmas textiles colgados de las perchas

con sonrisa de poliéster. A aquel jersey de lana

que tuve a los quince años, antes de alistarme en

el ejército. Jersey azul, de cuello alto, fragante. Era

el Jersey Perfecto. En el primer lavado encogió

tanto que ya no hubo forma de volver a ponérselo.

Se redujo a una cosa ridícula, un jersey para caniches.

Al verlo entraban ganas de ladrar. Hubo que

tirarlo. También –no sé por qué– pienso en Brni,

en Renata, en el viejo tendedero que sonaba, en los

días de mucho viento, como una gigantesca arpa

eólica, pienso en…

(sigue cayendo ropa; el tambor de la lavadora da

vueltas, gira y gira en la conciencia hasta completar

el ciclo, con su habitual y espesante chapoteo de

trapos enmarañados) …

en el disgusto que me llevé a los quince años

aquel viernes en que mi madre me planchó los

pantalones vaqueros. Con raya. Los pantalones

vaqueros no se planchan, mamá, voy a hacer

el ridículo, mira qué rayas, todo el mundo va a

reírse de mí, pareceré un payaso, el más tonto del

grupo. El temor a hacer el ridículo me maniató

durante toda la noche, me tuvo secuestrado sin

hablar ni participar en las conversaciones, mudo,

qué pensarían de mí aquellas cuatro chicas que

acabábamos de conocer, que era un zoquete, un

inútil, un impresentable, con razón, y yo ya no

puedo retroceder en el tiempo para defenderme y

decirles que no, que yo no era tan impresentable,

os lo juro, lo que pasa es que ese día mi madre me

había planchado los pantalones vaqueros con

raya.

Busco una cabina de teléfono con línea directa

al pasado. Si levanto el auricular, escucharé hablar

en latín. Durante un tiempo pensé que yo tenía

superpoderes. Que podía, si así lo deseaba, volar

sobre los edificios, resucitar a los muertos o detener

con el pecho una bala de cañón. Estaba tan

convencido de ello que solo esperaba la ocasión

para demostrarlo. La ocasión nunca se presentó o,

si se presentó, no estuve allí para aprovecharla.

Me pregunto si todo el mundo será así, igual

que yo.

No puedo cambiarme de ropa, no puedo volver

atrás en el tiempo. No tengo superpoderes, sino

solo una tendencia a enamorarme siempre de

chicas de aire solitario y sol en el pelo; y también

un poco vertiginosas. Las veo pasar, melenas al

viento, con sus carpetas y bolsos, camino de clase,

flotando en esa luz insurgente de los viernes a las

cuatro de la tarde. Visto vaqueros con rayas y esto

es un hecho objetivo, inapelable, mientras llueve

ropa del cielo y huele a domingo o lo merece. No

hay vestidores que permitan salirse del presente

y corregir los errores del pasado, ay. Lo verdaderamente

ridículo era temer al ridículo, pero yo eso

no lo sabía. Así que no bailé, ni intercambié una

sola palabra con ellas, con esas chicas del viernes.

Me acodé en la barra, soltero para siempre, con las

piernas embutidas en aquel par de rígidos tubos

azules que mi madre había planchado, sorprendido

en una pose estudiadamente famélica, infeliz

pero sin pasarse (como si alguien o yo mismo me

observase desde el futuro: hola, impostor), trasegando

un botellín de cerveza mientras oigo sus

risas alejándose, llevándose el sol con ellas, cada

vez más remotas, más rubias, más cervezas, me

bebí la soledad de un trago. La soledad me sorbió.

Y hasta ahora. No duele. Solo queda el espectro

de un pequeño arco ojival de espuma en el mostrador.

Se limpia sin esfuerzo con un paño, así. Ya está.

No deja huella. Y tiempo después me enteré

de que una de ellas se mató en un accidente de

tráfico. Y a las demás no volví a verlas nunca. Y eso

fue todo.



lunes, 13 de mayo de 2019

Cierta clase de pérdida (por Ingeborg Bachmann)


De uso compartido: las épocas del año, los libros y algo de música.
Las llaves, las tazas de té, la cesta del pan, sábanas y una cama.
Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, usados, gastados.
Unas normas de casa respetadas. Dichas. Hechas. Y siempre tendida la mano.

Me enamoré del invierno, de un septeto vienés y del verano.
De mapas, de una cabaña en la montaña, de una playa y una cama.
Un culto hecho de fechas, de irrevocables promesas,
de adorar un poco y ser devoto ante nada,

(…los periódicos doblados, las cenizas frías, el trozo de papel con una nota a mano)
de religión intrépida, puesto que la iglesia era esta cama.

De la vista del lago surgió mi inagotable pintura.
Desde el balcón había que saludar a la gente, mis vecinos.
A salvo junto a la chimenea cobraba su color más intenso mi pelo.
Era el timbre de la puerta al sonar la alarma de mi alegría.

No es a ti a quien perdí,
sino al mundo.


Carne viva (por Liliana Lukin)


Estaban aquí.
Reían hacían sombra
eran reconocidos
por sus pisadas
su voz despertaba
ecos
más o menos profundos
ahora
sus pasos
nunca más
desde el fondo
la incertidumbre
devora
lo que nos queda
de ellos
nombres ahora
sonoros
como una música
impensable
como una sal
lo que nos queda
de ellos
penetra en heridas
que no sangran ni cierran
ni hacen dolor
están ahí
donde ellos
sin sospechar
hacían sombra
reían
eran
reconocidos
encontrados
puestos a
desaparecer.



domingo, 12 de mayo de 2019

Ha llorado unas lágrimas humanas (por Jorge Luis Borges)


Sin que nadie lo sepa, ni el espejo,
ha llorado unas lágrimas humanas.
No puede sospechar que conmemoran
todas las cosas que merecen lágrimas:
la hermosura de Helena, que no ha visto,
el río irreparable de los años,
la mano de Jesús en el madero
de Roma, la ceniza de Cartago,
el ruiseñor del húngaro y
del persa,
la breve dicha y la ansiedad que aguarda,
de marfil y de música Virgilio,
que cantó los trabajos de la espada,
las configuraciones de las nubes
de cada nuevo y singular ocaso
y la mañana que será la tarde.
Del otro lado de la puerta un hombre
hecho de soledad, de amor, de tiempo,
acaba de llorar en Buenos Aires
todas las cosas.



sábado, 11 de mayo de 2019

Miss X (por Jaime Sabines)


Miss X, sí, la menuda Miss Equis,

llegó, por fin, a mi esperanza:

alrededor de sus ojos,

breve, infinita, sin saber nada.

Es ágil y limpia como el viento

tierno de la madrugada,

alegre y suave y honda

como la yerba bajo el agua.

Se pone triste a veces

con esa tristeza mural que en su cara

hace ídolos rápidos

y dibuja preocupados fantasmas.

Yo creo que es como una niña

preguntándole cosas a una anciana,

como un burrito atolondrado

entrando a una ciudad, lleno de paja.

Tiene también una mujer madura

que le asusta de pronto la mirada

y se le mueve dentro y le deshace

a mordidas de llanto las entrañas.

Miss X, sí, la que me ríe

y no quiere decir cómo se llama,

me ha dicho ahora, de pie sobre su sombra,

que me ama pero que no me ama.

Yo la dejo que mueva la cabeza

diciendo no y no, que así se cansa,

y mi beso en su mano le germina

bajo la piel en paz semilla de alas.

Ayer la luz estuvo

todo el día mojada,

y Miss X salió con una capa

sobre sus hombros, leve, enamorada.

Nunca ha sido tan niña, nunca

amante en el tiempo tan amada.

El pelo le cayó sobre la frente,

sobre sus ojos, mi alma.


La tomé de la mano, y anduvimos

toda la tarde de agua.


¡Ah, Miss X, Miss X, escondida

flor del alba!


Usted no la amará, señor, no sabe.

Yo la veré mañana.



viernes, 10 de mayo de 2019

Y el color de mis ojos que la miran (por Paul Éluard)


Ella vive de pie sobre mis párpados

Sus cabellos están entre los míos

Tiene la forma exacta de mis manos

y el color de mis ojos que la miran

Ella se hunde entre mi propia sombra

como una piedra en el azul del cielo

Ella tiene los ojos siempre abiertos

y me impide dormir con su mirada

A plena luz sus sueños luminosos

hacen evaporar todos los soles

Sus sueños me hacen sollozar reír

y hablar sin tener que decir nada...




jueves, 9 de mayo de 2019

La eléctrica alpargata de la catástrofe (por Emily Dickinson)


Súbito vino un viento como un clarín;
un estremecimiento corrió sobre la hierba,
y un verde escalofrío sobre el calor
pasó tan impetuoso
que atrancamos las ventanas y las puertas
como ante un fantasma esmeralda;
la eléctrica alpargata de la catástrofe
en aquel instante pasaba.


Extraño tumulto de convulsos árboles
y de vallas volando
y ríos con casas corriendo
vieron los vivos aquel día.

En la torre la campana, enloquecida,
con todo cuanto de pronto volaba
hacía remolinos.


¡Cuánto puede venir,
cuánto puede pasar,
pero seguir el mundo!


miércoles, 8 de mayo de 2019

Ni decir 4 kilos (por Saiz de Marco)


No te puedo contar como a las frutas,
las monedas,
los barcos…,
ni decir "cuatro kilos",
"dos botellas de ti me llevo a casa".
Nadie logra medirte como el largo de un puente
o lo ancho de esa calle
o la altura del techo
o los metros cuadrados de una pista de tenis.
No alcanzo a numerarte:
"siete con treinta y seis",
"quinientos dieciocho",
"veinticuatro millones de unidades de ti".
Ninguna cinta métrica,
ningún tacógrafo,
ningún guarismo,
ninguna báscula,
ningún reloj de cuerda
ni de cuarzo
ni atómico
de ti computan nada.
No dejas que te pesen ni te midan
(vete a saber por qué;
puede que porque todo cuanto se cifra es frío,
lo contable es pequeño,
lo medible es banal).
No dejas que te tallen ni te tasen.
El metálico dato no te interesó nunca.
Solamente permites ser sentida;
que se te sienta así, como hoy
te siento.


martes, 7 de mayo de 2019

Yo atravieso las calles desalmado (por Jorge Luis Borges)


Anuncios luminosos tironeando el cansancio.
Charras algarabías
entran a saco en la quietud del alma.
Colores impetuosos
escalan las atónitas fachadas.
De las plazas hendidas
rebosan ampliamente las distancias.
El ocaso arrasado
que se acurruca tras los arrabales
es escarnio de sombras despeñadas.
Yo atravieso las calles desalmado
por la insolencia de las luces falsas
y es tu recuerdo como un ascua viva
que nunca suelto
aunque me quema las manos.



lunes, 6 de mayo de 2019

Dirige tu camino (por Leonard Cohen)


Dirige tu camino a través de las ruinas del altar y el centro comercial

Dirige tu camino a través de las fábulas de la Creación y de la Caída

Dirige tu camino más allá de los palacios que se alzan por encima de la podredumbre

Año tras año

Mes a mes

Día a día

Pensamiento tras pensamiento

Dirige tu corazón más allá de la verdad en la que ayer creías

como la bondad fundamental y la sabiduría del camino

Dirige tu corazón, precioso corazón, más allá de las mujeres que compraste

Año tras año

Mes a mes

Día a día

Pensamiento tras pensamiento


Dirige tu camino a través del dolor que es mucho más real que tú

que aplastó el Modelo Cósmico, que cegó toda mirada

y, por favor, no me hagas ir allí, haya un Dios o no lo haya

Año tras año

Mes a mes

Día a día

Pensamiento tras pensamiento


Todavía susurran las antiguas piedras, las despuntadas montañas lloran

Como él murió para hacer santos a los hombres, muramos para hacer las cosas más baratas

y reza el Mea Culpa que probablemente olvidaste

Año tras año

Mes a mes

Día a día

Pensamiento tras pensamiento


Sigue tu camino, oh corazón mío, aunque no tengo derecho a preguntar

al único que estuvo a la altura de la tarea

que sabe que ha sido condenado, que sabe que será ejecutado

Año tras año

Mes a mes

Día a día

Pensamiento tras pensamiento


Todavía susurran las piedras heridas, las despuntadas montañas lloran

Como él murió para hacer santos a los hombres, muramos para hacer las cosas más baratas

Y reza el Mea Culpa que poco a poco olvidaste

Año tras año

Mes a mes

Día a día

Pensamiento tras pensamiento


domingo, 5 de mayo de 2019

Donde nuestras cabezas (por E. E. Cummings)


A pesar de todo
lo que respira y se mueve, pues el Destino
(con blancas y larguísimas manos
lavando cada pliegue)
ha de borrar del todo nuestra memoria


-antes de abandonar mi cuarto
me vuelvo y (parado
en mitad de la mañana) beso
esa almohada, amor mío,
donde nuestras cabezas vivieron y fueron.


sábado, 4 de mayo de 2019

El museo de la muerte (por Robert Rivas)


Una guerra que con la misma facilidad con que se me
había vuelto material y natural, ahora se me olvidaba a
grandes saltos

Ese lugar en el que habían acumulado
los muertos
Algunos cajones colgaban todavía de los garfios
con los que o bien los iban metiendo
o los habían estado arrancando de la tierra gris
que era imposible pensar que albergase algo

Con sogas gruesas y peludas, las maderas hinchadas
y curvadas por la humedad
como si todos los muertos hubiesen engordado
en sus cajones

Era una escena de perpetuidad
porque allí nadie trabajaba ni había
personal alguno en las garitas u oficinas
sin puertas ni ventanas
abandonadas

Pero al acercarnos pudimos apreciar que eran muy pocos
los 'afortunados' que todavía ocupaban un cajón
o lo que quedaba de él -como si éstos tuviesen al menos algo-
mientras que todo el terreno de por sí completamente
desparejo
estaba sembrado de cuerpos cuya rigidez, cuya
variedad de posiciones de la muerte
convertía este museo en una obra
de arte involuntaria, la mayor que hayamos
visto y, salvo por algún prodigio de la naturaleza,
la mayor que veríamos en el resto de nuestras vidas

Todos esos cadáveres parecían formar parte
de un conjunto -como si se dijera:
"el real museo de la muerte y de sus alrededores"

porque muchos de ellos se notaba, a pesar
de que casi todos estaban desnudos parcial o totalmente,
que no eran soldados ni ninguna clase de combatientes,
tampoco estaban en filas o apilados en cualquier orden

Era un enjambre de cuerpos en algunos lugares
y, en otros, cuerpos sueltos, como si se hubiesen
caído al ser transportados en alguna clase de vehículo
para transportar cadáveres,
cuerpos más largos, cuerpos de niños

no hablamos aquí de los sonidos
-que merecerían un interminable relato, porque
había diversas maneras del ulular, de sordísimas sirenas,
el sonido de la niebla y del humo mojado,
de los vacíos de los sonidos-
ni mucho menos de los olores
o del resto de las sensaciones
que se entremezclan a la vez que se desgarran
y cuya parálisis
parecía afectarlo todo excepto la facultad
de pispear apenas
que adquiere el ojo humano
cuando lo mirado supera
-amplia, muy ampliamente-
la capacidad de absorción
del material visual

Y por cierto cundían los desniveles del terreno,
los fosos amplios
se alternaban con los frustros
sin terminar
como si en determinado momento
se hubiese interrumpido toda la compleja operación
de traer y enterrar
y como si hubiese dejado
de importar no sólo
cómo se llevaba a cabo esa operación
sino que también su propósito general
se hubiese extraviado
en medio de tanto extravío

Y la gran quietud que se había instalado
antes de que llegásemos nosotros
-no había pájaros, ni gatos, ni perros,
ninguna traza de humanidad-
logró permanecer
y los únicos movimientos correspondían
a las ratas
y al invisible pero cierto
trabajo de moscas, polillas, escarabajos,
avispas, hormigas y gusanos

que mucho después supe que un científico
había bautizado como "las escuadrillas de la muerte"

(no había por dónde entrar a ese espacio,
no había tampoco por dónde salir,
se podía acercarse o alejarse
cuando se podía
porque este museo también convoca
a ciertos estados de la mente
destinados
por cierto
justamente
a aislarnos del exceso de realidad)

Ahora pienso:
¿qué clase de luz ilumina un lugar como ése?,
¿qué clase particular de pasos se dan en un territorio
tomado por cadáveres?

Promesas, anhelos, rencores, aflicciones,
placeres, ideas, deberes...

Ninguna vana reflexión abría sus alas

Tal vez hubiese resultado siniestro su aleteo-

Yacen sobre ciudades hundidas
y son los cimientos de ciudades por venir
El porvenir, en efecto, ¿con qué hilos no deja de tejerse?
¿Con qué otros hilos podría contar
que con los hilos de la muerte prometida,
que son los hilos de la vida misma?

Allí era muy difícil conservar
la idea por tanto tiempo acariciada
de la muerte como alivio, por ejemplo

como fin de las penas y del amplio abanico
de los sufrimientos humanos

No, el museo de la muerte semejaba la refutación
definitiva de esa idea
así como de muchas muchas otras
que habíamos tenido
o que nos habían enseñado a tener

Hay, probablemente, que atesorar
los sueños mientras se puede tenerlos
(se susurra sin darse cuenta)

Lo que resultaba monstruoso
en ese ámbito
era precisamente lo que nos sostenía
en el otro (tentación de decir,
absurdamente, 'el nuestro'):
las caricias
en todas sus formas,
su señal

el lenguaje cargado al máximo
de inanidad
y de sentido
de las caricias

y solamente
eso



viernes, 3 de mayo de 2019

La vida de un hombre (por Walt Whitman)


Tras leer el libro, la biografía famosa:
“¿Eso es lo que el autor llama la vida de un hombre?”, dije yo,
“¿Y así, cuando yo esté muerto, habrá quien escriba acerca de mi vida?”
(Como si hubiera alguien que de verdad supiera algo sobre mi vida,
cuando yo mismo muchas veces sé poco y nada de mi propia vida real.
Sólo algunos indicios, un puñado de pistas difusas e indirectas
que intento, para mi propia información, trazar aquí).



jueves, 2 de mayo de 2019

Gracias por la compañía (por Emilio Coco)



Gracias, Señor,

por la criatura

que, sacudiéndose la lluvia de las alas,

se aproxima a saltitos circunspectos

a picotear del pan una migaja,

casi bajo mi pie,

mientras espero sentado en una banca

el autobús que me devuelva a casa,

luego de una noche insomne en hospital.

Gracias desde el alma por la compañía.

Gracias por no asustarla.



miércoles, 1 de mayo de 2019

En el largo viaje de salida del yo (por Theodore Roethke)


En el largo viaje de salida del yo

hay muchos rodeos, tramos interrumpidos sin asfaltar

donde la roca resbala peligrosamente

y las ruedas traseras casi cuelgan sobre el abismo

al virar de pronto, el momento de dar la curva.

Mejor mantenerse pegado, cauteloso con los cascotes y las piedras

que caen.

El arroyo que agrieta la carretera, las colinas mordidas por el viento,

los cañones,

los torrentes crecidos en pleno verano por las repentinas inundaciones

que rugen dentro del estrecho valle.

Las cañas completamente abatidas por el viento y la lluvia

grises del largo invierno, quemadas hasta la raíz al final del verano.

—O el sendero que se estrecha

y sube serpenteando hacia la corriente de afiladas piedras,

las tierras altas de alisos y abedules,

a través de la ciénaga viva de arenas movedizas,

el camino finalmente bloqueado por un abeto caído,

los matorrales que se oscurecen,

los inquietantes barrancos.