zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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lunes, 31 de octubre de 2016

Como cualquiera (por Joaquín Giannuzzi)


Pero vean qué manera de yacer

este cadáver de J.O.G.

La cosa parece de veras decisiva

y pueden creerle por esta vez.

Yo lo conocí bien, puedo decirlo;

este sujeto tenía una manera extraña

de enfrentar el mundo y sus calamidades:

hablaba todo el tiempo de eso.

Cuando vio que la muerte estaba encima

la barba crecida se le puso verde

y ya no habló. Buscó en el fondo

remoto de los años

alguna fe que lograra apuntalar

los escombros finales,

un ensayo ilusorio

de una cierta existencia con sentido.

Pero entendió que el mundo

sólo había esperado un cadáver, no un poema.

El amor, sin embargo,

había tenido mucha importancia en su vida,

de manera que, créanme,

valía tanto como cualquiera de nosotros.



domingo, 30 de octubre de 2016

Música y viento y hojas (por José Hierro)


Hemos visto, ¡alegría!, dar el viento
gloria final a las hojas doradas.
Arder, fundirse el monte en llamaradas
crepusculares, trágico y sangriento.

Gira, asciende, enloquece, pensamiento.
Hoy da el otoño suelta a sus manadas.
¿No sientes a lo lejos sus pisadas?
Pasan, dejando el campo amarillento.

Por esto, por sentirnos todavía
música y viento y hojas, ¡alegría!
Por el dolor que nos tiene cautivos,

por la sangre que mana de la herida
¡alegría en el nombre de la vida!
Somos alegres porque estamos vivos.


sábado, 29 de octubre de 2016

Flor de ciénaga (por Saiz de Marco)


¿qué fuerza te infundieron
los golpes recibidos?

¿qué hallazgo se debió
a tu ceguera?

¿a qué acierto llevaron
tus errores?

¿qué logro se fraguó en
tu descalabro?

¿cómo te hizo crecer
tu caída?

y

¿de qué te curó
tu enfermedad?



viernes, 28 de octubre de 2016

Vino el amor entonces (por Andrés Trapiello)


Y me senté por descansar del día
junto al gran ventanal
y estuve allí no sé qué largo rato.
Cansado estaba y triste y sin propósito
viendo correr el agua de la fuente.
Los del jardín eran colores foscos,
verdes que se enlutaban y unas rosas
al pie de una escalera por la lluvia
gastados. Y allí mismo, en un rincón,
bajo el naranjo agrio,
las viejas herramientas
que dejó el jardinero,
la esterilla de esparto y el hocino
de primitivo aspecto, curvo y negro.
Se deshacía el día en fino polvo
de oro, el agua por el canalillo
de barro apenas se atrevía al ruido
y a su torre volvían las palomas.
No era de noche aún, sino de azul,
de un azul muy intenso.
Vino el amor entonces
a mi lado a quedarse,
el amor de las cosas del huerto,
parte del cual estaba ya sembrado
y esperaba su fruto.
Pero de pronto una blanca lechuza
se desplomó del cielo
y me asustó su majestad al verla
detrás de unos laureles remontando;
hasta escuché sus fantasmales alas.
no era de noche aún,
el aire de azucenas perfumado,
y cerré la ventana
y ya no pude recorrer
mi corazón del todo.


jueves, 27 de octubre de 2016

La caja de zapatos (por Xavier Farré)


En el fondo de la maleta, la caja de zapatos.

Llena de papeles, recuerdos formando una pátina

de realidad que dejó de existir, arrinconada.

Como los objetos que recoges en viajes

para conservar una imagen borrosa, fotografías

que no encajan en ninguna pantalla, ningún programa

sabe leerlas, descifrar, despixelar. Se despliegan

después del mensaje de decodificación.

Solo colores, como el agua vertida de un jarrón

que ya no puede alimentar ninguna flor.


Las cajas de zapatos son nuestro refugio

al volver de un viaje. Abiertas a intervalos

cada vez más amplios, en fronteras

que ya no sé distinguir en ningún mapa.

Meto en cajas los países, las ciudades, un paseo

a la vera de un río cualquiera, en el lugar Nada.

Me encajono a mí mismo, en mis objetos.

Cuando alguien abra la caja, pasados muchos años,

encontrará las suelas tronzadas, comidas,

liados los cordones, la lengüeta partida. 


miércoles, 26 de octubre de 2016

Y se mira su cuerpo (por Rafael Guillén)


Un hombre está tumbado bajo el cielo.
Se le ha apagado el tacto. Las hormigas
pueden subir el trigo por su cuello.
Esto es lo más terrible de los muertos:
que la vida los cubre y los absorbe.

Porque un hombre está muerto, y en la plaza
siguen jugando al tute los de siempre,
y se espera que grane la cosecha,
y hay barcos en los puertos, preparados
para zarpar al despuntar el alba.
Un muerto es la esperanza boca abajo.

Porque un hombre está muerto y todavía
es posible que tiene en los bolsillos
un paquete empezado de tabaco.
Y esto es lo más terrible de los muertos:
que se paran de pronto entre las cosas.

Ha muerto un hombre cuando se desdobla
y se mira su cuerpo, desde enfrente,
y se tiende la mano, y se despide.
Ha muerto un hombre, irremisiblemente,
cuando mueren los que lo recordaban.

Los muertos se resisten a estar muertos
y se defienden con su peso inerte,
y es terrible su grito cuando luchan
porque sólo se oye con los ojos.

Hay que amar a los muertos, comprenderlos.
Son como niños buenos enfadados.
Les han robado el aro y la cometa
y se han quedado tristes para siempre. 

martes, 25 de octubre de 2016

Como ella (por Juan Ramón Jiménez)


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!

Se me torna celeste la mano, me contagio de otra poesía

y las rosas de olor, que pongo como ella las ponía, exaltan su color;

y los bellos cojines, que pongo como ella los ponía, florecen sus jardines;

y si pongo mi mano -como ella la ponía- en el negro piano,

surge como en un piano muy lejano, más honda la diaria melodía.


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!

Me inclino a los cristales del balcón, con un gesto de ella,

y parece que el pobre corazón no está solo.

Miro al jardín de la tarde, como ella,

y el suspiro y la estrella se funden en romántica armonía.


¡Que goce triste este de hacer todas las cosas como ella las hacía!

Dolorido y con flores, voy, como un héroe de poesía mía.

Por los desiertos corredores que despertaba ella con su blanco paso,

y mis pies son de raso -¡oh Ausencia hueca y fría!-

y mis pisadas dejan resplandores.


lunes, 24 de octubre de 2016

Esa mirada incompleta (por Claudia Prado)


El muñeco preferido, de trapo

o de peluche, envejece. Los colores

más lavados, las costuras flojas,

se lo nota desganado en el abrazo.

Un día pierde un ojo. Es difícil

sostener esa mirada

incompleta. Si le faltase

una cosa singular como la boca

lo hubiesen aceptado diferente.

Pero todavía

conserva el brillo de una cuenta

de plástico, ahora sola,

y el otro lado de la cara liso.

El ojo que falta no aparece, no rodó

a ningún rincón, no está

debajo de la cama

donde comprueban,

de paso y con alivio, que no vive

ese espanto de mujer,

la del rostro oculto bajo el pelo.

No, no hay nada brillante

en los rincones, nada oscuro,

solo un poco de pelusa.


domingo, 23 de octubre de 2016

Llevarse de la vida (por Fernando Pessoa)


La persistencia instintiva de la vida a través de la apariencia de la inteligencia es para mí una de las contemplaciones más íntimas y más constantes. El disfraz irreal de la conciencia sirve tan sólo para ponerme de relieve a la inconsciencia que no disfraza.

Desde el nacimiento hasta la muerte, el hombre vive como siervo de la propia exterioridad de sí mismo que tienen los animales. No vive toda la vida, sino que vegeta en mayor grado y de manera más compleja. Se guía por normas que no sabe que existen, ni que por ellas se guía, y sus ideas, sus sentimientos, sus actos, son todos inconscientes —no porque en ellos falte la conciencia, sino porque no hay en ellos dos conciencias-.

Vislumbres de tener la ilusión —tanto, y no más, tiene el más grande de los hombres-.

Sigo, en un pensamiento divagatorio, la historia vulgar de las vidas vulgares. Veo cómo en todo son siervos del temperamento subconsciente, de circunstancias externas ajenas, de los impulsos de familiaridad y falta de ella que en él, por él y con él, se incuban como cosa de poco.

Cuántas veces les he oído decir la misma frase que simboliza todo lo absurdo, toda la nada, toda la ignorancia hablada de sus vidas. Es esa frase que dicen a propósito de cualquier placer material: «es lo que uno se lleva de esta vida»… ¿A dónde se lo lleva? ¿Para dónde se lo lleva? ¿Para qué se lo lleva? Sería triste despertarlos de la sombra con una pregunta como éstas… Habla así un materialista, porque todo hombre que habla así es, aunque subconscientemente, materialista. ¿Qué es lo que piensa llevarse de la vida, y de qué manera? ¿A dónde se lleva las chuletas de cerdo y el vino tinto y la chica casual? ¿A qué cielo en el que no cree? ¿A qué tierra a la que no se lleva sino la podredumbre que toda su vida ha sido a escondidas? No conozco frase más trágica ni más plenamente reveladora de la humanidad humana. Así dirían de sus placeres sonámbulos los animales inferiores al hombre en la expresión de sí mismos. Y quién sabe si, yo que hablo, al escribir estas palabras con una vaga impresión de que podrán durar, no creo también que la memoria de haberlas escrito es lo que «me llevo de esta vida».

Y, como el inútil cadáver del vulgar a la tierra común, baja al olvido común el cadáver igualmente inútil de mi prosa hecha atendiendo. ¿Las chuletas de cerdo, el vino, la chica del otro? ¿Por qué me burlo yo de ellos? Hermanos en la común ignorancia, maneras diferentes de la misma sangre, formas diferentes de la misma herencia —¿quién de nosotros podrá renegar del otro?-.

sábado, 22 de octubre de 2016

Y tú aquí (por José Luis Parra)


Cómo se arrugan, sigilosas,

imperceptiblemente,

las peras, las manzanas,

en el cristal imperturbable; cómo

se mancha y ennegrece el amarillo

de los plátanos

y se ablanda

la pulpa, el fulgor de las cerezas…

Si fueran más agudos tus sentidos

sin duda escucharías,

en esta quieta noche de verano,

el incesante juego de la muerte

incluso en la aparente consistencia

del frutero.

Y tú aquí, sudoroso,

medio desnudo,

fumando sin sosiego en la cocina;

tú aquí, presa rendida, ya atrapado

por los feroces lebreles del tiempo;

tú aquí,

coronando sin gloria esta sombría

naturaleza muerta.


viernes, 21 de octubre de 2016

Todo nos sobrevivirá (por Massimo Gezzi)


Esta tierra está cargada de memoria:
desde los edificios de la costa se cuentan
los claros perfiles de las colinas, hacia el oeste,
y los años que fluyen no cambian
el paisaje, la retina permanece fatigada
por la luz o por el medio cono de sombra
observados desde siempre —cambian por estación
las voces de los pájaros; por años las luces
que esclarecen la concha semioscura
entre la casa y el paseo marítimo, corredor
de nieves balcánicas y de albas.
Hay sabiduría en esta
duración de la tierra, en la muda decisión
de las cosas que quedan. Hasta en el peso
que envejece las facciones, hay sabiduría:
pasan los hombres, se rinden ante el espacio,
en el hacerlo se convencen
de que pasar es su único motivo
para estar en el mundo. Es increíble que todo
nos sobrevivirá: la tierra trabajada
perderá cualquier apariencia y será
otra vez maleza, como el automóvil del abuelo,
que se quedó a la intemperie, en los faros escondía
dos nidos de avispas, y las orugas
llegadas desde el huerto le entrelazaban
las ruedas en el claro,
la reclamaban para ellos.


jueves, 20 de octubre de 2016

Pero no ignores que se irá (por Darío Jaramillo)


Posees el gozo de su risa

pero debes saber que partirá.

Te inunda su alegría

te ilumina su rotunda carcajada

con una luz muy dulce,

pero no ignores que se irá.

Ella fluye,

ella es un líquido que detesta estancarse

ella es un pájaro que anida y emigra,

ella se irá.

Ella se irá y te dejará una marca de amor

que solamente curarás con su regreso efímero.

Entonces la verás de paso

y será como tropezar con el sol de la mañana

descubrir de nuevo su alegría,

nadar en ella

plácido

hasta un próximo encuentro inesperado.


miércoles, 19 de octubre de 2016

Igual que nosotros (por Yves Bonnefoy)


Aquí yace un dios que no habrá comprendido
mejor que nosotros. Que no habrá amado
como puede hacerlo un niño. Que era torpe,
que fue violento, falto de las palabras que clarifican.

Y que murió sin haber hecho uso
de sus poderes, igual que nosotros en esto.
Uno que no dejó de asombrarse de ser
como lo hacemos nosotros, en nuestros últimos días.

¿Fue un hijo? Sí, pero rebelde,
un hijo que insultó a su padre y decidió
morir, por desorden de su orgullo.

Pero que habría querido, al menos una hora, vivir,
tomando de la mano al niño que él no pudo
ser, aunque tantas veces con las mismas lágrimas.

martes, 18 de octubre de 2016

Todo lo que quedó (por Bronislaw Maj)


En un bosque de noche un fuego: un ondeante círculo
de luz, más allá de él no hay nada
porque estamos aquí, en el medio:
emocionados gritos, cantos, risas...
Ahora la leña se ha terminado, las llamas
expiran. Y nosotros también decimos: el hombre
expira. Y todavía hay algo de fuego
ahí. Después nada: la oscuridad y vemos claramente todo
lo que quedó: nuestros rostros de pronto todos tan
diferentes, curvados sobre este lugar, negros
contornos de árboles, un cielo de algún modo más brillante,
frías estrellas. Y nadie sabe por qué
permanecemos tanto tiempo en silencio
y luego hablamos
en susurros.


lunes, 17 de octubre de 2016

Busca (por Adam Zagajewski)


Volví a la ciudad
donde fui niño
y adolescente y un viejo de treinta años.
La ciudad me recibió con indiferencia,
los megáfonos de sus calles murmuraban:
¿no ves que el fuego todavía arde?,
¿no oyes el estrépito de las llamas?
Vete.
Busca en otro lugar.
Busca.
Busca la verdadera patria.


domingo, 16 de octubre de 2016

El niño toma al hombre de la mano (por Joan Margarit)


Le gusta caminar a solas por las calles,

sin prisas, con las manos a la espalda,

contemplando el bullicio matinal.

Responsable, aquel niño

debió de obedecer toda su vida.

Hoy sale de detrás de lo que, tantos años,

era su disfraz de hombre.

Algunas cosas no han cambiado: cosas

breves y suaves, como las ausencias

que las primeras luces encienden al crepúsculo.

Recuerda cuando al niño que ha vuelto le decían

que los muertos estaban en el cielo

un cielo que es a veces tan azul,

tan frío al alejarse de la tierra,

tan negro al encenderse las estrellas.

El niño toma al hombre de la mano.

Los dos van alejándose hasta ser

una mota en el cielo. Aves de paso.

sábado, 15 de octubre de 2016

Me pruebo su traje (por Charles Bukowski)


él me daba a entender a veces que yo era un bastardo y yo

le decía a él que escuchara a Brahms, y yo le decía a él que

aprendiera a pintar y beber y a no ser dominado por las mujeres

y los dólares pero él me gritaba, por el amor de Dios recuerda a

tu madre, recuerda a tu patria,

nos vas a matar a todos…!


me desplazo por la casa de mi padre (de la cual aún debe 8000 dólares

después de 20 años en el mismo empleo) y miro sus zapatos muertos,

la forma en que sus pies combaron el cuero, como si estuviera

furioso plantando rosas, y lo estaba, y miro su cigarrillo muerto, su

último cigarrillo y la última cama en la que durmió esa noche, y siento que

debería rehacerla pero no puedo, pues un padre es siempre tu amo aún

cuando se ha ido; supongo que estas cosas han sucedido una y otra vez

pero no puedo dejar

de pensar:


morir sobre el suelo de la cocina a las 7 de la mañana

mientras otra gente está friendo huevos

no es tan duro

a menos que te suceda a ti.


salgo y cojo una naranja y le quito la piel luminosa;

las cosas están todavía vivas: el césped crece bastante bien,

el sol envía sus rayos circundados por un satélite ruso, un perro

ladra sin sentido en algún lugar, los vecinos espían desde detrás

de las persianas.

soy un extranjero aquí, y he sido (supongo) en cierto modo el granuja,

no dudo de que él me pintara bastante bien (el viejo

y yo peleábamos como leones de montaña) y dicen que dejó

todo a alguna mujer en Duarte pero me importa un bledo —puede quedárselo:

era mi viejo

y ha muerto.


dentro, me pruebo su traje azul claro

mucho mejor que cualquier cosa que haya llevado nunca

y agito los brazos como un espantapájaros al viento

pero de nada sirve:

no puedo mantenerlo vivo

no importa lo mucho que nos odiamos el uno al otro.


parecíamos exactamente iguales, pudimos haber sido gemelos

el viejo y yo: eso es lo que decían.

él tenía los bulbos sobre la rejilla

listos para ser plantados

mientras yo estaba acostado con una puta de la calle

tercera.


muy bien. concedámonos este momento: de pie delante del

espejo con el traje de mi padre muerto

esperando también

a morir.

viernes, 14 de octubre de 2016

Partes blandas (por Agustín Fernández Mallo)


Esta noche he estado trabajado en la siguiente idea, que extraje de un libro del paleontólogo Stephen Jay Gould: su profesión se enfrenta a una frustración irremediable, los registros fósiles siempre son sólidos, principalmente huesos y dientes que nada informan de las partes blandas de los cuerpos, sujetas a descomposición. Así, los paleontólogos deben inferir esas otras partes, o fiarse de relatos orales o dibujos en caso de existir. Creí entender entonces que no sólo la paleontología sino todas las reconstrucciones del pasado, ya sea remoto o reciente, se hacen a través de esquemas ciertos (residuos sólidos) y material inventado (partes blandas). Así la historiografía, así las religiones, así las ideologías, así los noticiarios. Hallamos hechos como se hallan dientes y huesos, estructuras sólidas a las que cada generación añade órganos de innumerables formas hasta conformar su propia idea de cuerpo vivo y muerto al mismo tiempo.


jueves, 13 de octubre de 2016

Mi madre (por Roberto Juarroz)


Ahora tan sólo,
en este pobre rostro en que te caes,
he visto el rostro de la niña que fuiste
y te he sentido varias veces mi madre.
Me he sentido el hijo de tus juegos,
del mundo que creabas y esperabas
como un tibio regalo de cumpleaños.
Y también de los sueños que nunca confesaste
para que nadie más sufriera por ellos.

Me he sentido el hijo de tus primeros gestos de mujer,
esos que también hubieras querido ocultar y hasta ocultarte,
para abreviar en el mundo la irrealidad del asombro.

Me he sentido el hijo
de los movimientos que me preparaban
como a un antepasado de la muerte,
dibujo obsesionado
por la inserción de sus escamas.

Y te he sentido luego
la circunferencia de mi trébol pasmado,
el ángulo del compás que se abría,
el mapa de mis fiebres confundidas con viajes,
la caracola de mis ecos de hombre.

Y te he sentido aún más,
te he sentido llegar a ser dos veces mi madre
para que yo pudiera dejar de sentirte
y saltar hacia tu dios o hacia mis manos,
que tal vez no sean mías ni de nadie.
Y ahora, al remontar mi salto,
para saltar de nuevo
o quizá para aprender a andarlo paso a paso,
te reencuentro o te encuentro mi madre,
aunque ya lo seas sólo tuya.

He demorado mucho,
he demorado todas las mujeres
y también todos los hombres,
he demorado el tiempo interminablemente largo
de la vida interminablemente breve,
para llegar a ser varias veces tu hijo.


miércoles, 12 de octubre de 2016

Soy como una historia que alguien hubiera contado (por Fernando Pessoa)


En las vagas sombras de luz por terminar antes que la tarde sea pronto noche, disfruto de errar sin pensar entre lo que la ciudad se vuelve, y ando como si nada tuviese remedio. Me agrada, más a la imaginación que a los sentidos, la tristeza dispersa que está conmigo. Vago, y hojeo en mí, sin leerlo, un libro intersperso de
imágenes rápidas, del que voy formándome indolentemente una idea que nunca se completa.

Hay quien lee con la misma rapidez con que mira, y concluye sin haberlo visto todo. Así saco del libro que se me hojea en el alma una historia vaga por contar, memorias de otro yo vagabundo, con avenidas de parques en medio, y figuras de seda varias, pasando, pasando.

Indiscrimino con tedio y otro. Sigo, simultáneamente, por la calle, por la tarde y por la lectura soñada, y los caminos son verdaderamente recorridos. Emigro y descanso, como si estuviese a bordo con el navío ya en altamar.

Súbitamente, los faroles muertos coinciden luces en las prolongaciones dobles de una calle larga y curva. Como un batacazo, mi tristeza aumenta. Es que se ha terminado el libro. Hay tan sólo, en la viscosidad aérea de la calle abstracta, un hilo exterior de sentimiento, como la baba del Destino idiota, goteando en la conciencia del alma.

Otra vida de la ciudad que anochece. Otra alma la de quien mira a la noche.

Sigo inseguro y alegórico, irrealmente sintiente. Soy como una historia que alguien hubiera contado y, de tan bien contada, anduviese carnal, pero no mucho, en este mundo novela, en el principio de un capítulo: «En este momento, se podía ver a un hombre avanzar lentamente por la calle de…»

¿Qué tengo yo que ver con la vida?


martes, 11 de octubre de 2016

Como si no me perteneciera (por Joan Payeras)


Nada añoro

andamos todo el día entre el silencio

porque el sonido del viento

o de las botas hundiéndose en el barro

son nuestro silencio

los gritos de los oficiales

los gemidos y las canciones

son nuestro silencio

y no hay ruido

que estorbe lo que pensamos

y yo recuerdo las horas de colegio

cómo lo hacíamos en el coche de mi padre

o el color exacto del mar

de Es Trenc cuando tú lo miras

puedo recordarlo todo

pero como si no me perteneciera


como si no me quedase deseo

ni añoranza.

lunes, 10 de octubre de 2016

Fruto arruinado (por James Yates)


Las manos españolas son jóvenes, dolientes.
Capturadas por hombres conspicuos y seguros,
en sus propias granjas
abatidas se mantienen firmes. La hombría
no se ha hecho aún dueña de su joven materia,
y en sus formas
se muestra la dificultad de la tierra duramente abierta.
Serán fusilados. Los fusiles apuntan a los ojos sin blanco
que oscurecen recuerdos. Cada estación terrena
que tenía su signo en las manos
y los frutos terrenos convertidos en fútiles.
Aquellos grupos cándidos sin trueques, los muros y los árboles de su paisaje habitual
no habrán de dar testimonio de su muerte.
La pala arrojada al suelo, herramientas del campo
a diario colegas de sus manos, apartadas;
y cogiendo instrumentos
de otras especies y con otro empleo,
se alzaron contra el ansia sin nombre de la muerte,
moviéndose como los inviernos que cruzarán su tierra,
para volverse ellos mismos devastada cosecha
y fruto arruinado:
sabiendo que en el curso de los años
para ellos no vendrán otros momentos,
la armonía de su vida y su verano, ponderada entre ramas fusiles.



domingo, 9 de octubre de 2016

Milagros (por Walt Whitman)


¿Por qué tanto alboroto por un milagro?

Sólo conozco milagros, da igual que ande por las calles de Manhattan,

o mire hacia el cielo por encima de los tejados,

o camine por la playa al borde del mar,

o permanezca de pie bajo los árboles del bosque…

U observe a las abejas volando en torno a la colmena en verano,

o a los animales que pastan en las praderas,

o a las aves,

o a los fascinantes insectos que vuelan por el aire,

o la maravilla del atardecer

o de las estrellas que brillan en la noche, mudas y resplandecientes,

o la exquisita curva delgada de la luna nueva en primavera.

Estos y los demás, todos, son milagros para mí.

Todo está vinculado y, sin embargo, cada cosa es diferente y ocupa su propio lugar.

Para mí, cada hora de luz y oscuridad es un milagro,

cada centímetro cúbico de espacio es un milagro,

cada metro cuadrado de superficie de la tierra contiene lo mismo;

cada fragmento de su interior bulle con lo mismo.

Para mí el mar es un continuo milagro, los peces que nadan,

las rocas, el movimiento de las olas, los barcos y sus navegantes.

¿Hay acaso milagros más raros?



sábado, 8 de octubre de 2016

Remedio contra el insomnio (por Vera Pavlova)


No cuentes ovejas bajando la colina

ni las grietas del techo:

cuenta a los que amaste,

a los antiguos inquilinos

de los sueños que te mantenían despierta,

a los que una vez fueron tu mundo,

a los que te acunaban en sus brazos,

a los que te amaron...


Caerás, entonces, dormida al amanecer... Llorando.



viernes, 7 de octubre de 2016

Gruta tierna (por Tomás Segovia)


Quisiera haber nacido de tu vientre,

haber vivido alguna vez dentro de ti,

desde que te conozco soy más huérfano.

¡Oh gruta tierna,

rojo edén caluroso.

Qué alegría haber sido esa ceguera!

Quisiera que tu carne se acordara

de haberme aprisionado,

que cuando me miraras

algo se te encogiese en las entrañas,

que sintieras orgullo al recordar

la generosidad sin par con que tu carne

desanudaste para hacerme libre.

Por ti he empezado a descifrar

los signos de la vida,

de ti quisiera haberla recibido.



jueves, 6 de octubre de 2016

La puerta (por Robert Graves)


Cuando ella entró de improviso,

pareció que la puerta no volvería a cerrarse,

ni siquiera ella la cerró –ella, ella-:

la habitación quedó abierta a un mar visitante

al que no podía detener puerta alguna.


Pero, cuando al fin sonrió, ladeando la cara

para despedirse de mí,

donde había sonreído, en su lugar,

había una puerta oscura que sin cesar se cerraba

y se retiraron las olas.



miércoles, 5 de octubre de 2016

A mi modo (por Manuel Mejía Vallejo)


Todos me dicen que viva

de esta o de otra manera,

todos me dicen que muera

hacia abajo o hacia arriba,

todos dicen en qué estriba

la brega que yo asumí

desde el día en que nací,

para jugarme del todo,

dejen que viva a mi modo,

nadie morirá por mí.


martes, 4 de octubre de 2016

Tanta ceniza (por Joan Payeras)


¿Y qué haremos con tanta ceniza? Como si un sol negro se fundiese sobre nuestras cabezas, como una lluvia negra y caliente en nuestros labios, una lluvia pesada que nunca termina, una agua negra y caliente que no moja, mientras nuestra lengua seca parece una piedra de sal, y nos miramos las manos llenas de sol negro, de lluvia caliente, de mundo que se va, que se ahoga.

¿Y qué haremos con tanta ceniza?


lunes, 3 de octubre de 2016

Cayendo nota a nota (por Angelina Gatell)


Qué inaudita tu voz, qué misteriosa

la reverberación de sus metales,

el rastro que dejaba en la arboleda

apócrifa del aire.

Era como

un suavísimo adorno

de la tarde inclinada sobre el río,

cayendo nota a nota en el acero

intranquilo del agua.


Y yo como naciendo en una

dimensión ignorada de mí misma,

todo lo más augurio, nebulosa,

girando en el espacio, extraviada

en el dulce dominio del asombro,

respirando palabras como flores

confusamente abiertas

y en los parterres de la tarde.


(Amor, no entiendo lo que dices.

Sólo sé que me duele…)



domingo, 2 de octubre de 2016

Y el efecto, al irse, nos descubre las causas (por Alfred de Musset)


Muchas cosas nos deben gustar en este mundo
si queremos saber cuál de ellas preferimos:
los dulces, el Océano, el juego, el cielo azul,
las mujeres, los potros, los laureles, las rosas.
Debemos pisar flores que están recién abiertas,
debemos llorar mucho, decir muchos adioses.
Y cae el corazón en la cuenta de que es viejo,
y el efecto, al irse, nos descubre las causas.
De esos bienes fugaces que se prueban a medias,
el mejor que nos queda es algún viejo amigo.
Reñimos, nos rehuimos. Con que un azar nos junte,
nos reunimos, reímos, nuestras manos se tocan,
y entonces recordamos que juntos caminábamos,
que el alma es inmortal y que ayer es mañana.



sábado, 1 de octubre de 2016

Al puente de Brooklyn (por Hart Crane)


Cuántos amaneceres el agitado río que en ondas descansa,
las alas de las gaviotas se hundirán atravesándolo,
esparciendo blancos círculos de rumor, erigiendo
sobre la encadenada bahía las aguas de la libertad.

Después su inclinación invisible olvida nuestros ojos,
como una visión de veleros que caminan sobre
alguna página del cuaderno de bitácora,
hasta que los ascensores nos depositen en nuestro día...

Pienso en las salas de cine, artificios panorámicos,
gente embelesada ante una escena que seduce
ocultando el sentido, a la que regresas siempre
intuida por otros ojos en la misma pantalla.

Y atraviesas el puerto a paso de plata,
como si el sol caminara sobre ti, y aun así dejara
algo de movimiento sin prodigarse en el tránsito:
implícita vive en ti tu libertad.

Desde alguna escotilla subterránea, buhardilla o celda,
un demente se apresura hacia tus parapetos
aturdido por momentos, el aire infla su camisa,
la burla se percibe en la enmudecida caravana.

Wall Street abajo desde las vigas a la calle gotea el mediodía,
un diente arrancado del cielo de acetileno.
Por la tarde las grúas arrastran las nubes...
Tus cables respiran la quietud del Atlántico norte.

Oscuro como aquel cielo de los judíos
tu galardón. Se te rinden honores
de anonimato, que el tiempo no puede enmendar:
vibrante indulgencia y perdón muestras.

Oh arpa y altar fundidos en furia.
Cómo pudo el esfuerzo alinear el canto de tu cordaje,
terrorífico umbral de la visión del profeta,
de la oración del paria y del gemido del amante.

De nuevo las luces del tráfico rozan tu ágil,
indestructible idioma, inmaculado suspiro de estrellas
bordando tu destino, condensada eternidad:
vemos a la noche arrullarse en tus brazos.

Bajo tu sombra esperé en los muelles,
sólo en la oscuridad se aclara tu sombra.
Las ardientes parcelas de la ciudad tiemblan
cuando la nieve sumerge un año metálico...

Oh, insomne como el río a tus pies
hinchando el mar, el sueño de las llanuras
hacia nosotros mísero fluye, desciende,
y desde las ondas ofrece un mito a Dios.