La lluvia sobre el vendedor que anuda su corbata antes de subir a casa. La lluvia sobre la visera verde del taller donde unas chicas flirtean con el mecánico que de joven se tatuó un as de corazones en el brazo. La lluvia sobre el cabello moldeado de la vieja que a duras penas consigue alcanzar un autobús que está vacío. La lluvia sobre el carro de la compra, legumbres, tomate, porciones de merluza congelada. La lluvia sobre los cristales de la unidad de cuidados intensivos. La lluvia sobre los cristales progresivos de mi padre, que me llama por teléfono preocupado por mi situación laboral. La lluvia sobre el vendedor que conduce despacio su automóvil. Que sólo piensa en desaparecer, al menos, por un tiempo. Cambiar de ciudad, alquilar un pequeño apartamento. Comprar un teléfono móvil, empezar de nuevo.
jueves, 30 de noviembre de 2017
La lluvia (por Pablo García Casado)
La lluvia sobre el vendedor que anuda su corbata antes de subir a casa. La lluvia sobre la visera verde del taller donde unas chicas flirtean con el mecánico que de joven se tatuó un as de corazones en el brazo. La lluvia sobre el cabello moldeado de la vieja que a duras penas consigue alcanzar un autobús que está vacío. La lluvia sobre el carro de la compra, legumbres, tomate, porciones de merluza congelada. La lluvia sobre los cristales de la unidad de cuidados intensivos. La lluvia sobre los cristales progresivos de mi padre, que me llama por teléfono preocupado por mi situación laboral. La lluvia sobre el vendedor que conduce despacio su automóvil. Que sólo piensa en desaparecer, al menos, por un tiempo. Cambiar de ciudad, alquilar un pequeño apartamento. Comprar un teléfono móvil, empezar de nuevo.
miércoles, 29 de noviembre de 2017
Un barco en llamas me espera (por Almudena Guzmán)
Anclado en el horizonte,
como una palmera
que le ha nacido al mar,
un barco en llamas
que nunca se consume
me espera:
me lleva esperando
desde siempre.
Algún día soltaré el lastre
de este dolor tan firme
como la tierra
donde me hundo.
Algún día,
quizá alguna noche,
sabré descoser
los pespuntes de miedo
de mi vestido
y nadaré desnuda hasta él.
El sueño vencido
de las algas
en la guerra de las mareas
guiará mi camino.
El sueño rebelde
de la tripulación de mi deseo
me tenderá la escala
para trepar a cubierta.
martes, 28 de noviembre de 2017
Estas dos sillas que se han puesto de espaldas (por Anna Crowe)
me he acostumbrado a visitar esta habitación.
Me gusta su vacío, sus triunfos modestos,
la manera como se derrama el sol por las cortinas de gasa
para colocar un bloque de luz en el suelo desnudo.
Normal. Sin pretensión alguna. Una quietud
suficientemente grande para contener una habitación
que compartimos cuando niñas, de vacaciones en Talloires.
Un cuarto que huele a cera de abejas,
un temblor de agua de lago
y montañas que se asoman como el futuro.
Las cortinas de muselina ondean en sus pliegues,
floreadas como un camisón de noche,
y te imagino a ti, que siempre te vestías con cuidado,
deteniéndote para arreglarte la falda
frente a este alto espejo entre ventanas.
Dentro de su estrecho alcance
todo se ve dos veces más claro,
el sofá rayado, y el grabado en cuyo marco dorado
reluce el sol como en una trenza de pelo.
Estas dos sillas que se han puesto de espaldas
han acabado la conversación de una vida entera.
El sol subraya cómo ya carecen de importancia
mientras toca un respaldo curvado
con calidez y color.
Mejor fijarse en ese áspero pedazo
que el sol pone de manifiesto en el muro de enfrente.
¿Es una sombra, sucediendo como sucede la muerte,
una parte del mundo exterior del balcón,
o simplemente es que el yesero abandonó su trabajo?
Lo miro bien y saco coraje de esta desnudez,
de este yeso manchado con una grieta en su centro
como la confluencia de dos ríos.
De este fiel retrato de las cosas, tal como son de verdad.
lunes, 27 de noviembre de 2017
Detrás (por Saiz de Marco)
raramente asomándose
lo que piensas más atrás de lo que piensas
lo que sientes más atrás de lo que sientes
tu mirar más atrás de tu mirada
insonoras palabras detrás de las que dices
la membrana que albergas detrás de otras membranas
tu corazón latiendo detrás del corazón
domingo, 26 de noviembre de 2017
Cerrando el apartamento de la playa (por Joan Margarit)
Los armarios, cerrados, igual que las ventanas.
Nada al descuido encima de los muebles.
El dormitorio con la cama a punto,
la mesita de noche y el retrato
de la muchacha con los ojos
iluminados por una sonrisa.
Todo el invierno sola y escuchando el mar.
sábado, 25 de noviembre de 2017
Y la esperaba (por Sharon Olds)
Podía levantarme a cualquier hora,
a cualquier hora mirar por el pasillo,
siempre ahí, sentado, estaba mi padre,
su cabeza oscura hundida
entre las orejas del sillón.
Tan inmóvil que parecía un objeto,
la bata abierta, en las rodillas,
como si en el mundo no hubiera nada más
sino mirar la piscina amanecer. Él sabía
que su muerte había empezado, y la esperaba
como se espera un trabajo por hacer.
No se inmutaba cuando sentía mis pasos: tan suyo,
permanecer inmóvil dejándose mirar,
como una escultura queriendo sentir
la mirada que la acaricia. Esperaba
que el borde de mi camisón entrara en escena
y sólo entonces se dignaba mirarme,
sin mover la cabeza, esperando el beso
que iba hacia él, y no al revés,
el beso que borraba su soledad
mientras intentaba tragar una minúscula
gota de agua: ahí tenía a su hija
con la taza para escupir, su hija
para vaciarla. Pasaba el día entero
mirándolo dormir, mirándolo despertar.
Nada más caer la noche volvía a la cama
con su mujer. No volvería a estar solo
hasta la madrugada siguiente:
centinela del mundo nocturno,
guardián del agua, de la tierra informe,
de las sombras, sentado inmóvil,
como si lo único que esperaba
fuera a su hija.
viernes, 24 de noviembre de 2017
Enciéndeme (por Mario Luzi)
levanta la persiana
y he aquí que se colma
de oro y aire
opalescente el vaso
de la habitación. Oh mañana,
oh celeste arrogancia,
no me arrastres, no me agarres
a la fuerza, no estoy preparada aún-
piensa y al tiempo lo susurra
a su titubeante resistencia-
se te opone
lo arduo y la sombra
de mi opacidad
que no quemó la noche
ni alejó el despertar.
Te ruego, nuevo día,
ven, pero hazlo lentamente
entra lentamente en la sustancia,
enciéndeme lo mismo que una lámpara
así seré votiva
como debo y como quiero
a ti, a mis congéneres,
al ánima del mundo
que nos acoge, nos ofende
y no poco nos conforta, nosotros parte suya.
jueves, 23 de noviembre de 2017
Los inquilinos (por Federico Díaz-Granados)
No he sabido cuándo salen, cuándo entran,
en qué estación desconocida descansan sus miserias.
Las mujeres han salido de este cuerpo a los portazos
quejándose de mi tristeza,
en algunas temporadas se han quejado de humedad,
de mucho frío, de algún extraño moho en la alacena.
Se marchan siempre sin pagar los inquilinos de mi vida
y el patio queda nuevamente solo
en este hotel de paso donde siempre es de noche.
miércoles, 22 de noviembre de 2017
Las dos son una (por Emily Dickinson)
Morí por la Belleza, pero apenas acomodada en la tumba, uno que murió por la Verdad yacía en un cuarto contiguo Me preguntó en voz baja por qué morí. -Por la Belleza -repliqué- -Y yo por la Verdad. Las dos son una. Somos hermanos -dijo- Y así, como parientes, reunidos una noche hablamos de un cuarto a otro hasta que el musgo alcanzó nuestros labios y cubrió nuestros nombres |
martes, 21 de noviembre de 2017
Ídolos (por Gabriel Ferrater)
abrazados frente a la ventana
abierta a la ladera de olivos (dos
semillas desnudas dentro de un fruto que el verano
ha abierto violento, y que se llena
de aire), no teníamos recuerdos. Éramos
el recuerdo que tenemos ahora. Éramos
esta imagen. Los ídolos de nosotros,
para la sumisa fe de después.
lunes, 20 de noviembre de 2017
Tu ropa (por Ana Blandiana)
que mi cuerpo llena,
me asombro de lo bien que me sienta,
la ropa se asombra también
como si tú misma hubieras regresado.
Dulce confusión,
destinada a ocultar
la semilla que ha perdurado siglo tras siglo.
Llevo tu ropa por las calles en las que tú has creído.
Hazme creer a mí también,
deja que tu luz me encienda.
Las prendas se mueven por sí solas
dejando entrever por las costuras
el resplandor de la semilla
que ha pasado de un siglo a otro.
domingo, 19 de noviembre de 2017
En bicicleta (por Uffe Harder)
fugaces penosamente fugaces evitando
cosas presentimientos ideas fijas delgados como
tubos de acero andamios silenciosos ruedas
silbantes radios caras petrificadas cascos
caras pálidas rumor de ruedas
y perdidos ya de vista pero posibles vislumbrados
en alguna parte del alba fría definiciones
palabras sensaciones tal vez certeza
eternamente evasiva dudosa certeza
el camino como una cinta ante ellos cemento
y rasgando el espacio afiladas figuras
silbantes fracciones de pensamiento de conocimiento una palabra
un presentimiento visiones una por una siempre una cosa
perdida a favor de la siguiente fracción de una imposible
imposible siempre inasible totalidad
de endebles transformaciones formas infrecuentes
cambiantes evasivas turbias formas atisbadas
en la niebla matinal en la lluvia tupida en la
bruma en el calor mariposeante el velo de humo
las lágrimas la rabia el sudor fugaces como espejismos
las chimeneas jirafas arrastradas por el viento
ahuyentadas venteadas por los campos
y los pies sujetos a los pedales
el camino tras ellos como una cinta
sábado, 18 de noviembre de 2017
Lo que la bala cantó (por Bret Harte)
¡Ser!
Oh, rapto, volar,
¡y ser libre!
Ser la batalla perdida o ganada.
Aunque su humo oculte al sol,
encontraré a mi amor, el único
nacido para mí.
Lo reconoceré de pie,
totalmente solo,
con el poder en sus manos
sin ser derrocado;
lo conoceré por su rostro,
por su frente divina y su gracia;
lo retendré por siempre,
¡Todo mío!
Es él. ¡Oh, mi amor!
¡Tan audaz!
Soy yo, todo tu amor.
¡Predicho!
Soy yo. ¡Oh, amor, qué felicidad!
¿Responderás a mi beso?
¡Oh, cariño! ¿Qué es esto
que yace tan frío?
viernes, 17 de noviembre de 2017
Esta entraña fértil (por Narcís Comadira)
Ni las grietas de la piedra calcárea
donde tienen las lagartijas su secreto imperio
y suben por la corteza del algarrobo,
siempre vibrantes,
ni esta cansada tierra, de campos abandonados,
donde abraza el cedro a la pesada higuera
y los almendros eternos posan su verde ácido
sobre el más inmutable, tranquilo, del olivo,
sino este corazón umbrío,
esta entraña fértil que conserva
todos los llantos del invierno, y los hace vida
latente. Por él
el verano angustiado de chicharras
que ve arder su piel mientras mira impasible
cómo envejecen los árboles, cómo se secan
ramas y campos anhelosos de arados, se hace tierno.
Por él, también,
toda otra sequedad se reconforta.
A pleno sol, en la noche más oscura,
tesoro de fresquísimos cristales,
reserva de memoria,
cueva de amor, aljibe...
jueves, 16 de noviembre de 2017
Después de 37 años mi madre se disculpa por mi niñez (por Sharon Olds)
Cuando te inclinaste hacia mí, con los brazos abiertos
como alguien tratando de caminar por un incendio,
cuando te balanceaste hacia mí gritando
que sentías mucho lo que me habías hecho,
tus ojos se llenaron de un líquido terrible
como bolitas de mercurio de un termómetro roto
derramándose en el suelo,
cuando gritaste ¿hacia dónde más pude girar? ¿a quién más tenía yo?
tus manos, la vajilla hecha pedazos, se mecían hacia mí,
el agua de tus ojos crujía como humedad de piedras bajo presión,
no podía ver qué podría hacer con mi vida.
El cielo parecía astillarse, como una ventana
que alguien quebrara hacia dentro y hacia fuera,
tu carita destellaba como si tuviera cristal en añicos, con verdadero arrepentimiento,
el arrepentimiento del cuerpo.
No podía ver cómo serían mis días con tus disculpas,
con el deseo de no haberlo hecho,
el cielo caía a mi alrededor,
sus fragmentos centelleaban en mis ojos,
tu viejo, blando cuerpo recaía en mí en horror,
te tomé en mis brazos y dije está bien,
no llores, está bien,
el aire se llenó con vidrio que volaba,
no supe qué decía
ni qué sería yo ahora que te había perdonado.
miércoles, 15 de noviembre de 2017
Regreso en el tren (por César Simón)
Suave
la noche.
Blanca
la espuma, a flor
de labios. Tu cabeza
tronchada, cómo pende
del hombro.
Noche. Las estaciones
del trenecillo suburbano.
Acacias, bugambillas,
nísperos, tras de verjas, los caminos
entre acequias corruptas, de aguas negras
y brillantes. Bultos de moreras,
ásperas cañas de maíz
en dirección al mar. La Malvarrosa.
Ancho vagón de polvo y papelillos.
Cierras los ojos. Sientes
tu cuerpo joven, derrumbado, quieto,
pero germinativo y oloroso
como el estiércol. Sientes
cómo viene el azahar de oscuras fuentes,
cómo se emboscan las barracas
-girasoles, higueras-,
cómo ladran los perros a distancia,
cómo canta la vida desde el fondo
del barro.
Ya viene el mar, ya hueles
su frescor y su sal, su oscura mole
fragorosa. Ya caminas, ya sigues
al lado de las tapias. La Cadena,
el manantial de Sellarim, jardines
rotos, perdidos, de azulejos,
de fuentes y de bancos de azulejos.
Estrellas. Lejos los silbidos
del tren. Oh madreselva,
verdad, oh dispersión confusa,
aquí amaron tal vez -ficus enormes-,
aquí venían en calesa -blancos trajes
de seda cruda, gasas y sombreros
al viento, al mar-, aquí tomaron
zarzaparrilla, helados. Aquí urdieron
entrevistas nocturnas. Tantas cosas
que ignoras, tantos nombres
que ignoras, tanta dicha,
tanta pasión, que tú nunca sabrás.
Y ahora estos jardines
que pasaron de moda, estos solares,
estos faroles rotos, estas tapias
de bambú, de jazmines, de mojadas
pasioneras.
Oh noche, cómo es frágil
tu paso, cómo es joven
tu ropa descolgada y polvorienta;
cómo están secas estas manos
vacías, que te duelen, entre tanta
facilidad. Mas cómo es grande y pura
la ligereza, el temple con que bebes
lo que te dan: la vida misteriosa,
la densidad oscura, informe, vaga;
este total, lejano desvarío
de tus pasos, en medio del perfume
de los huertos, este ir a casa mudo,
prieto, febril, dichoso, ebrio de muerte.
martes, 14 de noviembre de 2017
Una cita (por Luzmaría Jiménez Faro)
Sé que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo de tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría,
su aroma resbalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Será muy puntual. Siempre lo ha sido.
Usted perdonará si me entretengo
y acaricio mis libros con ternura.
Comprenda usted: ¡son tantas horas juntos!
que así, partir, tan fríamente,
no me parece bien. Se quedan solos...
Quiero que sepa que sé que ha de venir
para llevarme con usted,
y créame si digo que estoy lista.
He tratado de aprovechar mi tiempo:
Amar. Vivir. Vivir y amar.
No puede imaginarse el equipaje
que llevo en la memoria...
Usted ¡qué culpa tiene!
Sólo es usted el ángel de la muerte
y usted y yo tenemos una cita.
lunes, 13 de noviembre de 2017
¿Hace mucho o ayer? (por Henry Van Dyke)
(¿fue hace mucho o sólo ayer?)
Suaves heridas se abrieron ante su melodía,
bajando a lo hondo de mi corazón.
Una canción de entrañable consuelo
que desde entonces me acompaña
en las horas más calmas y silenciosas,
como un agudo, dulce sonido que no morirá nunca.
Hace mucho, mucho tiempo, vi una pequeña flor.
(¿fue hace mucho o sólo ayer?)
tan hermosa en su fragancia de largas horas,
que parecía querer revelarme sus secretos:
un pensamiento de alegría brotó en su ser
sin jamás pronunciar palabra; y ahora a menudo veo
que esa amigable, tierna flor, nunca se marchitará.
Hace mucho, mucho tiempo, tuvimos un niño pequeño.
(¿pasó hace mucho o sólo ayer?).
Hacia los ojos de su madre y los míos sonrió
todo su flujo de amor inconsciente,
y cobijado en nuestros brazos se durmió.
¡Un ángel convocado! No pudimos retenerlo.
Sin embargo, en secreto nuestros brazos
siguieron acunándolo.
Nuestro pequeño niño nunca desaparecerá.
¿Hace mucho, mucho tiempo? ¡Ah, memoria, aclárate!
(no fue hace mucho, sino ayer).
Tan pequeña, indefensa y amada,
no dejes que la canción muera, que la flor se marchite.
Su voz, sus ojos al despertar, su gentil reposar:
las pequeñas cosas están a salvo en tu memoria;
Deja que nuestro ángel habite allí para siempre.
domingo, 12 de noviembre de 2017
A ti que no pedías (por Ángel González)
Te llamábamos
a veces por tu nombre
para decirte lo que nos dolía,
para pedirte cosas,
para quejarnos
del frío
-como si fueras responsable del invierno-
para preguntarte, suspicaces,
en dónde habías guardado esto o lo otro.
Pero
¿qué te dimos realmente?
¿Qué hubiéramos podido haberte dado a ti,
que no pedías,
que parecías no necesitar nada
más que estuviéramos allí, llamándote
a veces por tu nombre,
para pedirte siempre:
-danos, danos?
que parecías no necesitar nada
más que estuviéramos allí, llamándote
a veces por tu nombre,
para pedirte siempre:
-danos, danos?
Acaso amor,
esa palabra impronunciable, impura.
Porque lo extraño es que tal vez te amábamos.
Pienso que te amábamos.
¡Ah, sí, cómo te amábamos!
esa palabra impronunciable, impura.
Porque lo extraño es que tal vez te amábamos.
Pienso que te amábamos.
¡Ah, sí, cómo te amábamos!
Presenciamos inmóviles tu vida
y ahora, frente a tu muerte,
se nos vienen de pronto todas esas palabras
que no escucharás nunca.
sábado, 11 de noviembre de 2017
Deja entrar (por Emily Dickinson)
Retira tus barrotes, Muerte
Deja entrar los rebaños agotados
cuyos balidos dejan de repetirse
cuya errancia acabó
Tuya es la noche más serena
Tuyo el redil seguro
Demasiado cercana para quienes te buscan
y demasiado tierna, para ser dicha
viernes, 10 de noviembre de 2017
Aprende (por Rafael Baldaya)
-seas quien seas,
o seas lo que seas-:
Doy a mi perro
afecto,
protección,
acogida,
confianza.
Le doy un sitio cálido
libre de hostilidad.
Sin yo haberlo creado,
sin yo haberlo traído a la existencia
doy a mi perro
seguridad,
certeza,
sosiego,
no-zozobra,
no-miedo a mí (su dios),
no-miedo al mundo.
Fíjate en esto,
arquitecto del Todo.
Mira y aprende.
Doy a mi perro lo que más necesita.
Doy a mi perro aquello que nos niegas.
Le doy lo que no nos proporcionas.
Doy a mi perro todo cuanto en tus planos
no dispusiste tú para nosotros.
sin yo haberlo traído a la existencia
doy a mi perro
seguridad,
certeza,
sosiego,
no-zozobra,
no-miedo a mí (su dios),
no-miedo al mundo.
Fíjate en esto,
arquitecto del Todo.
Mira y aprende.
Doy a mi perro lo que más necesita.
Doy a mi perro aquello que nos niegas.
Le doy lo que no nos proporcionas.
Doy a mi perro todo cuanto en tus planos
no dispusiste tú para nosotros.
jueves, 9 de noviembre de 2017
En la playa brumosa (por Kenneth Rexroth)
I
En solo un minuto nos diremos adiós
yo me alejaré conduciendo y te veré
cruzar el boulevard por el retrovisor
tal vez tú distingas la parte de atrás de mi cabeza
perdiéndose en el tráfico
y después no nos veremos uno al otro nunca más
Esto va a pasar ahora, en solo un minuto
II
Calle Willow
calle de hojas amargas
tres generaciones de putas en las ventanas
madre hija nieta
de quién eres zorra
la zorra de nadie yo soy una zorra sola
una zorra negra sola una sola triste zorra
una zorra triste esa soy
la mejor de la calle Willow
está muerta Helen está muerta Dolores está muerta
la calle Willow es nada más que una bahía
en una vivienda pública de diez pisos
la calle Willow se fue con
la calle de los chicos malos la calle de las chicas malas
la calle donde el corazón descansa
dejarán aunque sea una callejuela
para ponerle mi nombre
III
Charla en una habitación oscura
los pájaros vuelan hacia el espejo empañado
y nunca vuelven
el espejo se desgasta
IV
Durante mucho tiempo
he estado detrás de una vid negra
no puedo encontrar la raíz
no puedo encontrar la punta
hay un alto muro de espinas
hay un grueso muro de espinas
que rodea un castillo desconocido
las espinas están cubiertas de flores
cada flor es distinta
pero su olor es el perfume
de un cuerpo que perdí
V
Miles de pétalos blancos
esparcidos sobre el agua de las horas
a la luz de la luna música que surge del mar
sentimientos banales
desengaños y besos
voces que cantan y voces
lejos en la playa brumosa
junto a las fogatas
cantando para siempre para siempre
miércoles, 8 de noviembre de 2017
Dos perros (por Charles Simic)
Un perro viejo, temeroso
de su propia sombra
en un pueblo del sur.
La historia me la cuenta
una mujer casi ciega,
una cálida noche de verano
mientras las sombras
del bosque de New Hampshire
se deslizan bajo nosotros:
una calle extensa, un perro inquieto,
un par de gallinas polvorientas
y aquel sol cayendo a plomo
en un pueblo sin nombre del sur.
Me hizo recordar a los alemanes
desfilando ante nuestra casa en 1944.
El modo en que todos nos quedamos en la acera
mirándolos con el rabillo del ojo,
el temblor de la tierra, el paso de la muerte…
Un perrito blanco corrió hasta el asfalto
y se enredó en los pies de los soldados.
Una patada lo hizo volar como si hubiera
tenido alas. Esto es lo que ahora veo.
La noche cayendo lentamente.
Un perro con alas.
martes, 7 de noviembre de 2017
Felicidad (por Robert Hass)
Porque ayer por la mañana desde la ventana empañada
vimos una pareja de zorros rojos al otro lado del arroyo
comiendo, bajo la lluvia, las últimas manzanas caídas
—alzaron la vista para mirarnos con sus ojos verdes
el tiempo suficiente como para simbolizar la alerta de las cosas vivas
y después siguieron atendiendo a su comida—
y porque esta mañana cuando ella se marchó al cenador con su bolígrafo negro y su bloc amarillo
a sonsacarle un alma inquisitiva
a lo que ella consideraba la reticencia de la materia,
conduje hasta la ciudad a beber té en la cafetería
y escribir notas en un diario —la niebla se levantaba de la bahía
como el luminoso e indefinido aspecto de un propósito,
y una pequeña bandada de cisnes chicos
por segundo invierno consecutivo se alimentaba de brotes
en los campos empapados; simbolizan misterio, supongo,
también se les llama cisnes silbones, son muy blancos,
y sus ojos son negros—
y porque el té humeaba delante de mí,
y el cuaderno, en una nueva página,
estaba en blanco excepto por una tenue idea azul de orden,
escribí: “¡felicidad! estamos en diciembre, hace mucho frío,
nos despertamos pronto esta mañana,
y nos quedamos en la cama besándonos,
nuestros ojos entornados cual murciélagos”.
a sonsacarle un alma inquisitiva
a lo que ella consideraba la reticencia de la materia,
conduje hasta la ciudad a beber té en la cafetería
y escribir notas en un diario —la niebla se levantaba de la bahía
como el luminoso e indefinido aspecto de un propósito,
y una pequeña bandada de cisnes chicos
por segundo invierno consecutivo se alimentaba de brotes
en los campos empapados; simbolizan misterio, supongo,
también se les llama cisnes silbones, son muy blancos,
y sus ojos son negros—
y porque el té humeaba delante de mí,
y el cuaderno, en una nueva página,
estaba en blanco excepto por una tenue idea azul de orden,
escribí: “¡felicidad! estamos en diciembre, hace mucho frío,
nos despertamos pronto esta mañana,
y nos quedamos en la cama besándonos,
nuestros ojos entornados cual murciélagos”.
lunes, 6 de noviembre de 2017
Cómo negarme a montar (por Roberto Bolaño)
A veces sueño que Mario Santiago
viene a buscarme con su moto negra.
Y dejamos atrás la ciudad y a medida
que las luces van desapareciendo
Mario Santiago me dice que se trata
de una moto robada, la última moto
robada para viajar por las pobres tierras
del norte, en dirección a Texas,
persiguiendo un sueño innombrable,
inclasificable, el sueño de nuestra juventud,
es decir el sueño más valiente de todos
nuestros sueños. Y de tal manera
cómo negarme a montar la veloz moto negra
del norte y salir rajados por aquellos caminos
que antaño recorrieran los santos de México,
los poetas mendicantes de México,
las sanguijuelas taciturnas de Tepito
o la Colonia Guerrero, todos en la misma senda,
donde se confunden y mezclan los tiempos:
verbales y físicos, el ayer y la afasia.
Y a veces sueño que Mario Santiago
viene a buscarme, o es un poeta sin rostro,
una cabeza sin ojos, ni boca, ni nariz,
sólo piel y voluntad, y yo sin preguntar nada
me subo a la moto y partimos
por los caminos del norte, la cabeza y yo,
extraños tripulantes embarcados en una ruta
miserable, caminos borrados por el polvo y la lluvia,
tierra de moscas y lagartijas, matorrales resecos
y ventiscas de arena, el único teatro concebible
para nuestra poesía.
Y a veces sueño que el camino
que nuestra moto o nuestro anhelo recorre
no empieza en mi sueño sino en el sueño
de otros: los inocentes, los bienaventurados,
los mansos, los que para nuestra desgracia
ya no están aquí. Y así Mario Santiago y yo
salimos de Ciudad de México que es la prolongación
de tantos sueños, la materialización de tantas
pesadillas, y remontamos los estados
siempre hacia el norte, siempre por el camino
de los coyotes, y nuestra moto entonces
es del color de la noche. Nuestra moto
es un burro negro que viaja sin prisa
por las tierras de la Curiosidad. Un burro negro
que se desplaza por la humanidad y la geometría
de estos pobres paisajes desolados.
Y la risa de Mario o de la cabeza
saluda a los fantasmas de nuestra juventud,
el sueño innombrable e inútil
de la valentía.
Y a veces creo ver una moto negra
como un burro negro alejándose por los caminos
de tierra de Zacatecas y Coahuila, en los límites
del sueño, y sin alcanzar a comprender
su sentido, su significado último,
comprendo no obstante su música:
una alegre canción de despedida.
Y acaso son los gestos de valor los que
nos dicen adiós, sin resentimiento, ni amargura,
en paz con su gratuidad absoluta y con nosotros mismos.
Son los pequeños desafíos inútiles -o que
los años y la costumbre consintieron
que creyéramos inútiles- los que nos saludan,
los que nos hacen señales enigmáticas con las manos,
en medio de la noche, a un lado de la carretera,
como nuestros hijos queridos y abandonados,
criados solos en estos desiertos calcáreos,
como el resplandor que un día nos atravesó
y que habíamos olvidado.
Y a veces sueño que Mario llega
con su moto negra en medio de la pesadilla
y partimos rumbo al norte,
rumbo a los pueblos fantasmas donde moran
las lagartijas y las moscas.
Y mientras el sueño me transporta
de un continente a otro
a través de una ducha de estrellas frías e indoloras,
veo a la moto negra, como un burro de otro planeta,
partir en dos las tierras de Coahuila.
Un burro de otro planeta
que es el anhelo desbocado de nuestra ignorancia,
pero que también es nuestra esperanza
y nuestro valor
Un valor innombrable e inútil, bien cierto,
pero reencontrado en los márgenes
del sueño más remoto,
en las particiones del sueño final,
en la senda confusa y magnética
de los burros y de los poetas.
domingo, 5 de noviembre de 2017
Un mes más tarde (por Kirmen Uribe)
Mi hermana y yo
hemos vuelto al hospital un mes más tarde.
Al entrar al hospital
mirábamos nerviosos a uno y otro lado,
como los peces rojos
que llevan los niños en bolsas de plástico.
A la izquierda, la sala en que esperamos durante la operación.
Allí pasamos también la última noche,
junto a la familia que esperaba un niño.
Al final del pasillo, el ascensor.
Durante dos meses, dos veces al día, subíamos al quinto piso,
a la sala de cuidados intensivos,
cada día con miedo de lo que hallaríamos,
cada día en busca de buenas noticias.
Después de firmar los últimos informes,
y a punto de salir,
le he dicho a mi hermana, al ver el ascensor:
"¿Por qué no subimos?
Igual todavía está allí, en su cama, esperándonos".
Mi hermana me ha mirado fijamente.
Tiene los ojos llorosos, pequeños
como las fresas silvestres.
sábado, 4 de noviembre de 2017
Como el sol y como el agua (por Fernando Pessoa)
Si muero muy joven, oíd esto:
Nunca fui más que un niño que jugaba.
Fui pagano como el sol y como el agua,
de una religión universal que solamente los hombres no poseen.
Fui feliz porque no pedí cosa ninguna,
ni procuré encontrar nada,
ni creí que hubiera más explicación
que el que la palabra explicación no tenga ningún
significado.
No deseé más que estar bajo el sol o la lluvia,
al sol cuando había sol
y bajo la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca al contrario),
sentir calor y frío y viento,
y no ir más lejos.
Una vez amé, juzgué que me amarían,
pero no fui amado.
No fui amado por la única gran razón:
porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
y sentándome otra vez a la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son
amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.
viernes, 3 de noviembre de 2017
Calendario de pared para el año 1973 (por Wislawa Szymborska)
¿Y por qué no dedicarle algunas palabras a ese calendario de pared al que le vamos arrancando las hojas? No deja de ser un libro, después de todo, y bastante gordo, ya que no puede tener menos de 365 páginas. Llega a los kioscos en una edición que alcanza 3.300.000 ejemplares, por lo que se convierte en el mayor best-seller. Exige a sus editores una puntualidad absoluta, dado que su aparición en el mundo editorial no puede retrasarse un año o año y medio. Requiere una perfección profesional de sus correctores, puesto que el más mínimo error podría remover la conciencia del público lector. Da miedo imaginar una semana con dos miércoles, o que el día de San Jorge usurpe la fiesta de San José. El calendario no es como una obra científica a la que pueda añadírsele una fe de erratas. Tampoco es un volumen de poesía en que los errores del corrector pasan como un capricho de la inspiración. Toda esta argumentación nos lleva a concluir que tenemos entre manos una rareza editorial. Pero no es todo. El destino del calendario no es más que su progresiva liquidación al ir arrancándole las hojas. Millones de libros nos sobrevivirán y, entre ellos, habrá muchos que serán ridículos, desfasados o mal escritos. El calendario es el único que no se propone sobrevivir a nuestra muerte, no reclama ser mantenido en el estante de una biblioteca y su vida es necesariamente breve. En su modestia, ni siquiera sueña con ser leído concienzudamente hoja a hoja, y sus páginas sólo incluyen el preciado texto por si acaso. Hay en él un poco de todo: aniversarios históricos que caen en un determinado día, rimas, grandes frases, chistes (los típicos de los calendarios, por supuesto), informaciones estadísticas, adivinanzas, advertencias contra el tabaco y consejos varios para combatir los insectos domésticos. Una extraordinaria maraña de materias y enormes disonancias: la más excelsa historia junto a la trivialidad del día a día; sentencias de filósofos rivalizando con pronósticos del tiempo rimados; biografías de héroes acariciando benévolamente los prácticos consejos de la tía Clementina…Los habrá que se escandalicen por ello; pero a nosotros, que vivimos en Cracovia (y, por tanto, en las proximidades de las tumbas reales), nos conmueve la ambigüedad del calendario. He llegado incluso, a percibir en él algún tipo de semejanza secreta con las grandes novelas universales, como si el calendario fuera un pariente de la epopeya, un hijo legítimo suyo…Y cuando he tropezado con algún fragmento de un poema mío debajo de una fecha determinada (¡una próspera, espero!), he aceptado el hecho con melancólica humildad. En el reverso estaba la receta del pastel de queso vienés: medio kilo de queso, una cucharada de fécula de patata, una taza de azúcar, seis cucharadas de mantequilla, cuatro huevos, especias y pasas. Y, para finalizar, aprovecho esas pasas para desear Feliz Año Nuevo a mis magnánimos lectores.
jueves, 2 de noviembre de 2017
Único (por Denise Levertov)
Todo aquello que por ser
llama y canción, y concedernos alegría,
creímos que volveríamos a ser, a hacer, a visitar,
resulta que fue lo que fue
esa única vez. Cada iniciación
no es el comienzo
de una serie, de una construcción: lo maravilloso
aconteció en nuestra vida, nuestra historia
no se opaca con su ausencia: pero no
esperes volver a buscar más.
Lo que tenga que ser va a ser
único, como fue único aquello. Trata
de reconocer la próxima
canción por su aura en llamas como un
presente absoluto, como un ahora o nunca.
miércoles, 1 de noviembre de 2017
Esas naranjas (por Julio Martínez Mesanza)
La lluvia que ha lavado las naranjas,
las últimas naranjas perezosas,
la limpia, la que viene ya sin barro.
Y esas naranjas que la merecían
sólo por esperar hasta el invierno,
como merecen todos los que esperan.
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