zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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viernes, 30 de septiembre de 2011

La madre (por Dámaso Alonso)

No me digas
que estás llena de arrugas, que estás llena de sueño,
que se te han caído los dientes,
que ya no puedes con tus pobres remos hinchados,
deformados por el veneno del reúma.
No importa, madre, no importa.
Tú eres siempre joven,
eres una niña,
tienes once años.
Oh, sí, tú eres para mí eso: una candorosa niña.
Y verás que es verdad si te sumerges en esas lentas aguas,
en esas aguas poderosas,
que te han traído a esta ribera desolada.
Sumérgete, nada a contracorriente, cierra los ojos,
y cuando llegues, espera allí a tu hijo.
Porque yo también voy a sumergirme en mi niñez antigua,
pero las aguas que tengo que remontar hasta casi la fuente,
son mucho más poderosas, son aguas turbias, como teñidas
de sangre.
Óyelas, desde tu sueño, cómo rugen,
como quieren llevarse al pobre nadador.
¡Pobre del nadador que somorguja y bucea en ese mar
salobre de la memoria!
... Ya ves: ya hemos llegado.
¿No es una maravilla que los dos hayamos arribado a
esta prodigiosa ribera de nuestra infancia?
Sí, así es como a veces fondean un mismo día en el
puerto de Singapur dos naves,
y una viene de Nueva Zelanda, la otra de Brest.
Así hemos llegado los dos, ahora, juntos.
Y ésta es la única realidad, la única maravillosa realidad:
que tú eres una niña y que yo soy un niño.
¿Lo ves, madre?
No se te olvide nunca que todo lo demás es mentira,
que esto solo es verdad, la única verdad.
Verdad, tu trenza muy apretada, como la de esas niñas
acabaditas de peinar ahora,
tu trenza, en la que se marcan tan bien los brillantes
lóbulos del trenzado,
tu trenza, en cuyo extremo pende, inverosímil, un pequeño
lazo rojo;
verdad, tus medias azules, anilladas de blanco, y las puntillas
de los pantalones que te asoman por debajo de la falda;
verdad, tu carita alegre, un poco enrojecida, y la tristeza
de tus ojos.
(Ah, ¿por qué está siempre la tristeza en el fondo de
la alegría?)
¿Y adónde vas ahora? ¿Vas camino del colegio?

Ah, niña mía, madre,
yo, niño también, un poco mayor, iré a tu lado,
te serviré de guía,
te defenderé galantemente de todas las brutalidades de
mis compañeros,
te buscaré flores,
me subiré a las tapias para cogerte las moras más negras,
las más llenas de jugo,
te buscaré grillos reales, de esos cuyo cricrí es como un
choque de campanitas de plata.
¡Qué felices los dos, a orillas del río, ahora que va a
ser el verano!
A nuestro paso van saltando las ranas verdes,
van saltando, van saltando al agua las ranas verdes:
es como un hilo continuo de ranas verdes,
que fuera repulgando la orilla, hilvanando la orilla con
el río.
¡Oh qué felices los dos juntos, solos en esta mañana!
Ves: todavía hay rocío de la noche; llevamos los zapatos
llenos de deslumbrantes gotitas.

¿O es que prefieres que yo sea tu hermano menor?
Sí, lo prefieres.
Seré tu hermanito menor, niña mía, hermana mía, madre
mía.
¡Es tan fácil!
Nos pararemos un momento en medio del camino,
para que tú me subas los pantalones,
y para que me suenes las narices, que me hace mucha falta
(porque estoy llorando; sí, porque ahora estoy llorando).

No. No debo llorar, porque estamos en un bosque.
Tú ya conoces las delicias del bosque (las conoces por
los cuentos,
porque tú nunca has debido estar en un bosque,
o por lo menos no has estado nunca en esta deliciosa
soledad, con tu hermanito).
Mira, esa llama rubia que velocísimamente repiquetea
las ramas de los pinos,
esa llama que como un rayo se deja caer al suelo, y
que ahora de un bote salta a mi hombro,
no es fuego, no es llama, es una ardilla.
¡No toques, no toques ese joyel, no toques esos diamantes!
¡Qué luces de fuego dan, del verde más puro, del tristísimo
y virginal amarillo, del blanco creador, del más hiriente
blanco!
¡No, no lo toques!: es una tela de araña, cuajada de
gotas de rocío.
Y esa sensación que ahora tienes de una ausencia invisible,
como una bella tristeza, ese acompasado y ligerísimo
rumor de pies lejanos, ese vacío, ese presentimiento
súbito del bosque,
es la fuga de los corzos. ¿No has visto nunca corzos
en huida?
¡Las maravillas del bosque! Ah, son innumerables; nunca
te las podría enseñar todas, tendríamos para toda una
vida...
... para toda una vida. He mirado, de pronto, y he visto
tu bello rostro lleno de arrugas,
el torpor de tus queridas manos deformadas,
y tus cansados ojos llenos de lágrimas que tiemblan.
Madre mía, no llores: víveme siempre en sueño.
Vive, víveme siempre ausente de tus años, del sucio mundo
hostil, de mi egoísmo de hombre, de mis palabras
duras.
Duerme ligeramente en ese bosque prodigioso de tu
inocencia,
en ese bosque que crearon al par tu inocencia y mi llanto.
Oye, oye allí siempre cómo te silba las tonadas nuevas
tu hijo, tu hermanito, para arrullarte el sueño.
No tengas miedo, madre. Mira, un día ese tu sueño cándido
se te hará de repente más profundo y más nítido.
Siempre en el bosque de la primera mañana, siempre en
el bosque nuestro.
Pero ahora ya serán las ardillas, lindas, veloces llamas,
llamitas de verdad;
y las telas de araña, celestes pedrerías;
y la huida de corzas, la fuga secular de las estrellas a la
busca de Dios.
Y yo te seguiré arrullando el sueño oscuro, te seguiré
cantando.
Tú oirás la oculta música, la música que rige el universo.
Y allá en tu sueño, madre, tú creerás que es tu hijo quien
la envía. Tal vez sea verdad: que un corazón es lo que
mueve el mundo.
Madre, no temas. Dulcemente arrullada, dormirás en el
bosque el más profundo sueño.
Espérame en tu sueño. Espera allí a tu hijo, madre mía.

jueves, 29 de septiembre de 2011

El peor de los pecados (por Jorge Luis Borges)

He cometido el peor de los pecados
que un hombre puede cometer. No he sido
feliz. Que los glaciares del olvido
me arrastren y me pierdan, despiadados.

Mis padres me engendraron para el juego
arriesgado y hermoso de la vida,
para la tierra, el agua, el aire, el fuego.
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida

no fue su joven voluntad. Mi mente
se aplicó a las simétricas porfías
del arte, que entreteje naderías.

Me legaron valor. No fui valiente.
No me abandona. Siempre está a mi lado
la sombra de haber sido un desdichado.

En la hora del desamor (por María Mercedes Carranza)

Ahora en la hora del desamor
y sin la rosada levedad que da el deseo
flotan sus pasos y sus gestos.

Las sonrisas sonámbulas, casi sin boca,
aquellas palabras que no fueron posibles,
las preguntas que sólo zumbaron como moscas
y sus ojos, frío pedazo de carne azul.

Días perdidos en oficios de la imaginación,
como las cartas mentales al amanecer
o el recuerdo preciso y casi cierto
de encuentros en duermevela que fueron con nadie.
Los sueños, siempre los sueños.

¡Qué sucia es la luz de esta hora,
qué turbia la memoria de lo poco que queda
y qué mezquino el inminente olvido!

martes, 27 de septiembre de 2011

Vientos propicios (por Tilo Wenner)

La experiencia presenta su lado de aventura.
Lanzarse en las entrañas de la vida.
Gozar de todas las primicias.
Tocar, acariciar las partes dulces de las cosas,
perderse en las avenidas entre las multitudes.
Llenar el tiempo en conversaciones con desconocidos.
Hacer juramentos incumplibles.
¡Oh el pañuelo blanco en alto!
Ella, la de rostro fugitivo, se calza las sandalias.
Las flores de agua cantan entre las barcazas.
Latitudes y paralelos áureos.
Mitomanías erráticas.
Vorágine de pasiones presentidas.
A veces la vida es una erupción mágica,
cuando todo confluye en un latido
del corazón.
Llenarse los pulmones del aire enrarecido en las alturas,
con oxígeno de las
playas.
Días y noches de todos los países.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Adiós (por Luis Cernuda)

Muchachos
que nunca fuisteis compañeros de mi vida,
adiós.
Que no seréis nunca compañeros de mi vida,
adiós.
Mano de viejo mancha
el cuerpo juvenil si intenta acariciarlo.
Con solitaria dignidad el viejo debe
pasar de largo junto a la tentación tardía.
Qué dulce hubiera sido
en vuestra compañía vivir un tiempo:
Bañarse juntos en aguas de una playa caliente,
compartir bebida y alimento en una mesa,
sonreír, conversar, pasearse
mirando cerca, en vuestros ojos, esa luz y esa música.
Adiós, adiós, compañeros imposibles.

domingo, 25 de septiembre de 2011

Lo tiró todo al suelo (por Saiz de Marco)

Antes de hacer nada mal
ya había perdido
así que cogió el tablero
las fichas
el dado
el juego
la partida
se cogió a sí mismo
lo tiró todo al suelo
y mientras se rompía
lo tiró todo al suelo
mientras se hacía pedazos
lo tiró todo al suelo
sintió que estaba haciendo
un acto de justicia.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Despojos de pupilas (por Miguel Labordeta)

Sed antigua abrasa mi corazón de lentitudes.
En música y llanto mi ubre roída de pastor.
Tumbas de aguas y sueño,
soledad, nube, mar.
Doncellas en flor, cementerio de estrellas,
cuadrúpedos hambrientos de paloma y de espiga,
en náusea y en fuga de amargos pobladores oscuros,
mineros desertores de la luz insaciable.
Cráteres de lluvia. Volcanes de tristeza y de hueso,
despojos de pupilas y hechizos desgajados.
«Me gustas como una muerte dulce...»
Arrebatado. Sido. Aurora y espanto de mí mismo.
Viejos valses con calavera de violín
en la cintura de capullo con sol ciego de ti.
«Pero me iré...
debo irme... pues el jardín no es leopardo aún
y tu caricia una onda vaga tan sola
en los suelos secretos del atardecer...»
Canes misteriosos devoran mi perdón.
Mi distancia se pierde en las columnas de tu abril jovencito.
Cero. Vorágine. Desistimiento.
Nueva generación de hormigas dulces cada agosto.
Viento y otoños por los puentes romanos derruidos.
Golpeo a puñetazos besos de miel y desesperanza
en pavesas radiantes de futuras abejas.
Veintisiete años agonizantes
sonríen largamente a lo lejos.
Buceo. Soles y órbitas indagando los cubos del olvido.
El misterio. Eso siempre.
El misterio a las doce en punto del día
y en su centro de asfalto
yo
impertérrito.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Si las cosas hablaran (por Wislawa Szymborska)

Si las cosas hablaran...
pero si hablaran, también podrían mentir.
Sobre todo las más corrientes y poco apreciadas,
para llamar finalmente la atención.
Da pánico pensar
qué me diría tu botón descosido,
y a ti, la llave de mi puerta,
esa vieja mitómana.

jueves, 22 de septiembre de 2011

La niña se fue al cementerio (por Carlos Fuentes)

La niña se fue al cementerio con la pistola de su papá que
la abusaba la pistola era más negra y más dura que la verga
del padre ojalá así lo entendiera él después de que la
niña se pegara un tiro en la cabeza y después
(igual que en las películas)
se levantara resucitada
(igual que el pato lucas el correcaminos el pájaro
loco y el gato tom que cae de un rascacielos se
estrella contra una montaña lo hacen acordeón
lo hacen tortilla lo hacen caca y siempre
resucita toma su forma de siempre persigue
persigue persigue al ratoncito jerry)
igual que en las películas
a decirle qué tal viejo jijo creías que no era capaz de
suicidarme suicidarme
mírame muerta y escarmienta papacito y no castigues a tu
niña porque rompió el florero y se colgó del toallero
y no se pelién más papá y mamá porque entonces papá entra
echando humo por las narices y babas por la boca a vengarse
conmigo del pleito con mamá
ya no se pelién porque juro que me tiro de lazotea
ya no me desesperen papimami
¿creen que soy de palo?
toco mi piel me pellizco siento ¿no saben que siento?
somos cuatrocientos niños suicidas cada año en la Rep[ública] Mex[icana]
¿a que no lo sabías?

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Fuerza desconocida (por Vicente Aleixandre)

Todo tú, fuerza desconocida que jamás te explicas.
Fuerza que a veces tentamos por un cabo del amor.
Allí tocamos un nudo. Tanto así es tentar un cuerpo,
un alma, y rodearla y decir: “Aquí está” y repasamos despaciosamente,
morosamente, complacidamente, los accidentes de una verdad que únicamente por ellos se nos denuncia.
Y aquí está la cabeza, y aquí el pecho, y aquí el talle y su huída,
y el engolfamiento repentino y la fuga, las dos largas piernas dulces que parecen infinitamente fluir, acallarse.
Y estrechamos un momento el bulto vivo.
Y hemos reconocido entonces la verdad en nuestros brazos, el cuerpo querido, el alma escuchada,
el alma avariciosamente aspirada.
¿Dónde la fuerza entonces del amor? ¿Dónde la réplica que nos diese un Dios respondiente,
un Dios que no se nos negase y que no se limitase a arrojarnos un cuerpo, un alma que por él nos acallase?
Lo mismo que un perro con el mendrugo en la boca calla y se obstina,
así nosotros, encarnizados con el duro resplandor, absorbidos
estrechamos aquello que una mano arrojara.
Pero ¿dónde tú, mano sola que haría
el don supremo de suavidad con tu piel infinita,
con tu sola verdad, única caricia que, en el jadeo, sin términos nos callase?
Alzamos unos ojos casi moribundos. Mendrugos,
panes, azotes, cólera, vida, muerte:
todo lo derramas como una compasión que nos dieras,
como una sombra que nos lanzaras, y entre los dientes nos brilla
un eco de un resplandor, el eco de un eco de un eco del resplandor,
y comemos.
Comemos sombra, y devoramos el sueño o su sombra, y callamos.
Y hasta admiramos: cantamos. El amor es su nombre.
Pero luego los grandes ojos húmedos se levantan. La mano
no está. Ni el roce
de un vestido se escucha.
Sólo el largo gemido, o el silencio apresado.
El silencio que sólo nos acompaña
cuando, en los dientes la sombra desvanecida,
famélicamente de nuevo echamos a andar.

martes, 20 de septiembre de 2011

Preguntas de un obrero ante un libro (por Bertolt Brecht)

Tebas, la de las Siete Puertas, ¿quién la construyó?
En los libros figuran los nombres de los reyes.
¿Arrastraron los reyes los grandes bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces,
¿quién la volvió a contruir otras tantas?¿En qué casas
de la dorada Lima vivían los obreros que la construyeron?
La noche en que fue terminada la Muralla china,
¿adónde fueron los albañiles? Roma la Grande
está llena de arcos de triunfo. ¿Quién los erigió?
¿Sobre quiénes triunfaron los Césares? Bizancio, tan cantada,
¿tenía sólo palacios para sus habitantes? Hasta en la fabulosa Atlántida,
la noche en que el mar se la tragaba, los habitantes clamaban
pidiendo ayuda a sus esclavos.
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él sólo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II ganó la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la ganó, además?
Una victoria en cada página.
¿Quién cocinaba los banquetes de la victoria?
Un gran hombre cada diez años.
¿Quién paga sus gastos?

lunes, 19 de septiembre de 2011

Invictus (por W. E. Henley)

Desde la noche que sobre mí se cierne,
negra como su abismo insondable,
doy las gracias a los dioses, sean quienes sean,
por mi alma inconquistable.
Caído en las garras de las circunstancias
nadie me ha visto llorar ni pestañear.
Bajo los golpes del destino
mi cabeza ensangrentada sigue erguida.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
yacen los horrores de la sombra,
pero la amenaza de los años
me halla, y me hallará, sin miedo.
No importa lo estrecho que sea el camino,
lo cargada de castigo que esté la sentencia.
Soy el dueño de mi destino;
soy el capitán de mi alma.

domingo, 18 de septiembre de 2011

Correrá todo sin ti (por Fernando Pessoa)

Si te quieres matar, ¿por qué no te quieres matar?
¡Ah, aprovecha! Que yo, que tanto amo la muerte y la vida,
si osase matarme, también me mataría...
¡Ah, si te atreves a hacerlo, atrévete!
¿De qué te sirve el cuadro sucesivo de las imágenes externas
a las que llamamos mundo?
¿La cinematografía de las horas representadas por actores de convenciones
y poses determinadas, el circo polícromo de nuestro dinamismo sin fin?
¿De qué te sirve tu mundo interior que desconoces?
Tal vez, matándote, lo conozcas finalmente...
Y de cualquier forma, si te cansa el ser, ¡Ah, cánsate noblemente,
y no cantes, como yo, la vida, por ebriedad, no saludes como yo la muerte en literatura!
¿Haces falta? ¡Oh, sombra fútil llamada gente!
Nadie hace falta; no haces falta a nadie...
Sin ti, correrá todo sin ti.
Tal vez sea peor para todos tu existir que el que te mates...
Tal vez peses más durando que dejando de durar...
¿El dolor de los otros?...
¿Tienes remordimiento adelantado de que te lloren?
Descansa: poco te llorarán.
El impulso vital apaga las lágrimas poco a poco,
cuando no son por cosas nuestras,
cuando son por lo que les sucede a los otros, sobre todo la muerte,
porque es la cosa después de la cual nada sucede a los otros...
Primero es la angustia, la sorpresa de la venida del misterio y de la falta de tu vida hablada.
Después es el horror del féretro visible y material,
y los hombres de negro que ejercen la profesión de estar allí.
Después la familia para velar,
inconsolable y contando anécdotas lamentando la pena de que hayas muerto,
y tú, mera causa ocasional de aquella lamentación,
tú verdaderamente muerto, mucho más de lo que calculas...
Mucho más muerto aquí de lo que calculas aunque estés mucho más vivo más allá...
Después la trágica retirada para la sepultura o la fosa,
y después el principio de la muerte de tu memoria.
Hay primero en todos un alivio de la tragedia un poco inoportuna de que hayas muerto...
Después la conversación se aligera cotidianamente, y la vida de todos los días retorna a su día...
Después, lentamente te olvidan.
Sólo eres recordado en dos fechas anualmente:
cuando hace años que naciste, cuando hace años que moriste.
Nada más, nada más,
absolutamente nada más.
Dos veces al año piensan en ti.
Dos veces al año suspiran por ti los que te amaron,
y una u otra vez suspiran si acaso se habla de ti.
Encárate en frío, y encara en frío lo que somos...
Si quieres matarte, mátate.
¡No tengas escrúpulos morales, recelos de inteligencia!
¿Qué escrúpulos o recelos tiene la mecánica de la vida?
¿Qué escrúpulos químicos tiene el impulso que genera las savias,
y la circulación de la sangre, y el amor?
¿Qué memoria de los otros tiene el ritmo alegre de la vida?
Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre.
¿No ves que no tienes absolutamente ninguna importancia?
Eres importante para ti, porque es a ti que te sientes.
Eres todo para ti, porque para ti eres el universo,
y el propio universo y los otros satélites de tu subjetividad objetiva.
Eres importante para ti porque sólo tú eres importante para ti.
Y si eres así, oh mito, ¿no serán los otros así?
¿Tienes, como Hamlet, el pavor a lo desconocido?,
pero, ¿qué es lo conocido? ¿qué es lo que tú conoces, para que llames desconocido
a cualquier cosa en especial?
¿Tienes, como Falstaff, el amor aceitoso de la vida?
Si así la amas materialmente, ámala todavía más materialmente,
¡tórnate parte carnal de la tierra y de las cosas!
Dispérsate, sistema fisicoquímico de células nocturnamente conscientes por la nocturna
conciencia de la inconsciencia de los cuerpos,
por la gran manta no-cubre-nada de las apariencias,
por el césped y la hierba de la proliferación de los seres,
por la neblina atómica de las cosas, por las paredes remolineantes del vacío dinámico del mundo.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Conocidos (por José Luis Piquero)

Va a seguir, pero duda, y se detiene
a saludar mejor. Acaso entiende
que la frecuencia obliga a cierto aumento
en lo que atañe a tiempo y calidad.
Recuerdo que hace sólo unas semanas
nos cruzábamos y él me saludaba
con hastaluego y mínima sonrisa,
sencillez que también se agradecía
por cómoda y ausente de embarazo
(nunca he sido muy hábil en el trato social).
Luego, y aunque en esta ocasión
todo queda en las frases de rigor,
pienso en que se ha parado y ya lamento
de este engorro de siempre el nuevo ascenso.
Me inquieta no saber lo que pretende:
resultarme simpático, imponerse
a ese miedo trivial, escandaloso,
que tenemos los unos de los otros.

viernes, 16 de septiembre de 2011

La carrera (por Blanca Varela)

digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora.

jueves, 15 de septiembre de 2011

Un anciano (por Konstantinos Kavafis)

En el lado de adentro del bullicioso café
inclinado sobre la mesa, está sentado un anciano:
con un diario delante, sin compañía.
Y en el desmedro de la aciaga vejez
piensa qué poco gozó los años
en que tenía fuerza, y palabra, y apostura.
Sabe que ha envejecido mucho; lo siente, lo ve.
Y sin embargo el tiempo en que era joven parece
como ayer. Qué breve espacio, qué breve espacio.
Y medita cómo le engañó la Prudencia;
y cómo siempre confió en ella -¡qué locura!-,
la mentirosa que decía: "Mañana. Tienes mucho tiempo".
Recuerda los ímpetus que contenía; y cuánta
alegría sacrificada. Cada ocasión perdida
se burla ahora de su necia prudencia.
...Pero de tanto pensar y recordar
un vértigo le invade. Y se queda dormido
apoyado en la mesa del café.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Has vivido (por Julio Cortázar)

Has visto
verdaderamente has visto
la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa
Has tocado
de verdad has tocado
el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amás
Has vivido
como un golpe en la frente
el instante el jadeo la caída la fuga
Has sabido
con cada poro de la piel sabido
que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón
había que tirarlos
había que llorarlos
había que inventarlos otra vez

martes, 13 de septiembre de 2011

Y lo borra todo (por Jacques Prévert)

Dice no con la cabeza
pero dice sí con el corazón
dice sí a quienes quiere
dice no al profesor
está de pie le preguntan
le plantean todos los problemas
de pronto estalla en risas
y lo borra todo
los números y las palabras
los datos y los nombres
las frases y las trampas
y sin prestar atención al enfado del maestro
ni a los gritos de los niños-prodigio
con tizas de todos los colores
sobre la pizarra de la desgracia
dibuja la cara de la felicidad.

lunes, 12 de septiembre de 2011

A veces (por Saiz de Marco)

Entre los mecanismos los ejes las bisagras
a veces una flor
Entre las cañerías los grifos los desagües
a veces una flor
Una flor de esas plantas callejeras anónimas humildes imprevistas
de uno de aquellos brotes que sin licencia emergen en medio del asfalto
Entre los gastados adoquines de las calles
entre las marmóreas baldosas de las aceras
entre los áridos escalones de los días
a veces inesperadamente

una flor

domingo, 11 de septiembre de 2011

Mujer con alcuza (por Dámaso Alonso)

¿Adónde va esa mujer,
arrastrándose por la acera,
ahora que ya es casi de noche,
con la alcuza en la mano?


Acercaos: no nos ve.
Yo no sé qué es más gris,
si el acero frío de sus ojos,
si el gris desvaído de ese chal
con el que se envuelve el cuello y la cabeza,
o si el paisaje desolado de su alma.

Va despacio, arrastrando los pies,
desgastando suela, desgastando losa,
pero llevada
por un terror
oscuro,
por una voluntad
de esquivar algo horrible.

Sí, estamos equivocados.
Esta mujer no avanza por la acera
de esta ciudad,
esta mujer va por un campo yerto,
entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes,
y tristes caballones,
de humana dimensión, de tierra removida,
de tierra
que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,
entre abismales pozos sombríos,
y turbias simas súbitas,
llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.
Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren,
en un tren muy largo;
ha viajado durante muchos días
y durante muchas noches:
unas veces nevaba y hacía mucho frío,
otras veces lucía el sol y rejemía el viento
arbustos juveniles
en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.
Y ella ha viajado y ha viajado,
mareada por el ruido de la conversación,
por el traqueteo de las ruedas
y por el humo, por el olor a nicotina rancia.
¡Oh!:
noches y días,
días y noches,
noches y días,
días y noches,
y muchos, muchos días,
y muchas, muchas noches.

Pero el horrible tren ha ido parando
en tantas estaciones diferentes,
que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,
ni los sitios,
ni las épocas.

Ella
recuerda sólo
que en todas estaba oscuro, y que partir, al arrancar el tren
ha comprendido siempre
cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,
ha sentido siempre
una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,
como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,
como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,
blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo,
como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios
y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.
Pero las lúgubres estaciones se alejaban,
y ella se asomaba frenética a las ventanillas,
gritando y retorciéndose,
sólo
para ver alejarse en la infinita llanura
eso, una solitaria estación,
un lugar
señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico
por una cruz
bajo las estrellas.

Y por fin se ha dormido,
sí, ha dormitado en la sombra,
arrullada por un fondo de lejanas conversaciones,
por gritos ahogados y empañadas risas,
como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,
sólo rasgadas de improviso
por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,
o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,
... aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,
sí, muchos días,
y muchas noches.
Siempre parando en estaciones diferentes,
siempre con una ansia turbia, de bajar ella también,
de quedarse ella también,
ay,
para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada,
para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.

...No ha sabido cómo.
Su sueño era cada vez más profundo,
iban cesando,
casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:
sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,
algún cuchillo como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.
Y luego nada.
Sólo la velocidad,
sólo el traqueteo de maderas y hierro
del tren,
sólo el ruido del tren.

Y esta mujer se ha despertado en la noche,
y estaba sola,
y ha mirado a su alrededor,
y estaba sola,
y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,
a algún empleado,
a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,
y estaba sola,
y ha gritado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado en la oscuridad,
y estaba sola,
y ha preguntado
quién conducía,
quién movía aquel horrible tren.
Y no le ha contestado nadie,
porque estaba sola,
porque estaba sola.
Y ha seguido días y días,
loca, frenética,
en el enorme tren vacío,
donde no va nadie,
que no conduce nadie.

... Y esa es la terrible,
la estúpida fuerza sin pupilas,
que aún hace que esa mujer
avance y avance por la acera,
desgastando la suela de sus viejos zapatones,
desgastando las losas,
entre zanjas abiertas a un lado y otro,
entre caballones de tierra,
de dos metros de longitud,
con ese tamaño preciso
de nuestra ternura de cuerpos humanos.
Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,
o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.

Ella,
en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más,
se inclina,
va curvada como un signo de interrogación,
con la espina dorsal arqueada
sobre el suelo.
¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera,
como si se asomara por la ventanilla
de un tren,
al ver alejarse la estación anónima
en que se debía haber quedado?
¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro
sus recuerdos de tierra en putrefacción,
y se le tensan tirantes cables invisibles
desde sus tumbas diseminadas?
¿O es que como esos almendros
que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta,
conserva aún en el invierno el tierno vicio,
guarda aún el dulce álabe
de la cargazón y de la compañía,
en sus tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

sábado, 10 de septiembre de 2011

Plenitud de una ola (por Luis Rosales)

Es curioso saber que todo empieza en la transmigración de la saliva
y mis ojos dentro de poco van a cumplir dos años.
Lo cierto está tan cerca que el silencio me ha cortado los pies
y la sangre gotea sobre la alfombra
ya que no basta ver lo que se ve, es necesario adivinarlo.
Lo que se ve es un cuerpo en la penumbra,
un cuerpo que en la noche de amor tiene la plenitud de una
ola inmóvil,
que está siempre en su altura de dominio.
¿Nunca has pensado, amiga mía, que el cuerpo al desnudarse
está más junto?
y luego,
en el momento en que lo miras,
cobra su exactitud porque el mirar lo va configurando.
Todo consiste en la transmigración,
y hoy al verte he sabido
que el tacto es el recuerdo más antiguo que tiene el hombre,
y a veces puede aterrorizarnos
con su temblor de miel
lenta y originaria y envolvente.
El tacto es como el mar
y el cuerpo amado es de agua despacísima que no se mueve
sino hacia adentro,
desnaciéndose,
ya que la carne tiembla porque mira y al entregarse está
mirándonos.
Hay zonas de tu cuerpo que en la sombra relumbran
y tienen un calor reverberante
y un temblor desciñéndose que es la memoria de su origen,
y ya sabes que a veces
el cuerpo participa de la luz
pues el que toca lo cierto muere,
y noche adentro sientes que la profundidad del mar se hace
inmediata
con el roce más leve
pues lo profundo aterra: es desnacer,
y el agua de tu cuerpo está muy junta y muy temblada
ascendiendo de la sombra a la luz,
y nunca acaba su ascensión,
su encendimiento gradual,
y el pulso empieza en las estrellas,
y la creación del mundo se suspende hasta que ya en el mar
sólo queda una ola,
sólo cabe una ola que al llegar a la playa queda en vilo,
sabiendo
que no puede romper sino acabándose.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Alto viento (por Tomás Segovia)

Este alto viento helado
es eso que en el mundo
nunca podría corromperse
Así de transparente y fría
debe de ser la sangre de los ángeles niños
Este soplo nos llega desde claras montañas
sin más edad que su impecable altura
que nunca entraron en la historia
Y ahora corre por aquí a empellones
sin poder aguantar las ganas
de volver a empezarlo todo
Y su frío al asalto de tu cara
te prepara a encarar todas las ráfagas
a rostro descubierto
Y no permitirá ni un solo instante
que te distraigas de estar vivo.

jueves, 8 de septiembre de 2011

Esa sombra será la mía (por Alejandro Zambra)

Observo una de las cuatro paredes
Cuando alce una mano
esa sombra será mi sombra
Hace dos horas es tarde
También es tarde en la pared.

Tomo la posición de un cuerpo cansado
Decido que el viento golpea intensamente en la ventana
Decido la situación de mis ojos
Pienso en una fotografía
En la mesa hay un vaso con agua hasta la mitad
Beberlo es lo único que está pendiente.

Observo una de las cuatro paredes
Cuando pienso, esa sombra es sólo una sombra
con bordes exactos e inevitables
una imagen parecida a un cuerpo
Hace dos horas llegué a este cuarto
Al cerrar la puerta sentí el ruido
que hace algo al destruirse
Quizás era la última nuez
o una fotografía difícil
o los restos de un espejo.
Si abriera la puerta no miraría hacia el suelo.
Para qué.

Observo una de las cuatro paredes
Propongo las orillas de mi sombra
Mi sombra se refiere a la pared
Todo se refiere a la pared
En la pared es tarde
Hace dos horas el viento insiste contra la ventana
Traspaso papeles de una caja a otra
No son recuerdos, son fragmentos
que anticiparon esta hora equívoca.

Miro una fotografía
La oculto en un libro
Si alguien lo abriera
pensaría que marqué la página
en que dejé de leer
o que quise recordar ese poema,
este poema.

Puedo asegurar que no es así.
No es así.

No necesito mirar mis manos
Sé que las tengo cerradas
Miro, en cambio, hacia el lugar
donde está la mesa
Veo el vaso y no veo el agua
Veo el agua y no veo el vaso
Es como si pudiera jugar con las palabras.

Observo una de las cuatro paredes
Si alzo una mano esa sombra será la mía
Si hago el menor movimiento
ocurrirá la sombra de alguien
que toma un vaso de agua
y piensa en sí mismo
como en un extraño.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Perros románticos (por Roberto Bolaño)

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.

martes, 6 de septiembre de 2011

Como joya de carne (por Juan Ramón Jiménez)

Como joya de carne, como rosa de vida,
desnuda te sentabas encima de mis piernas.
Eras como una rosa abierta en un ciprés,
como una mariposa en una calavera.
Dios creaba de nuevo el paraíso
si tu risa de oro y plata bordaba mi tristeza.
Yo venía del mundo de los muertos, tan sólo
por tenerte en mis manos temblorosas y ciegas.
Después la brisa que eras tú se fue cantando…
Se apagó el sol. Ya nunca volvió el alba a la tierra.
Y en la sombra constante te perseguí, llorando
como un niño, de cima en cima, en las estrellas.

El que más ame (por W.H. Auden)


Mirando las estrellas, sé muy bien
qué poco les importa que me vaya al infierno,

pero la indiferencia del ser humano o de la bestia
es lo que menos deberíamos temer en este mundo.


¿Nos gustaría acaso que las estrellas se incendiaran

con una pasión hacia nosotros que no pudiéramos corresponder?

Si no es posible que entre nosotros haya igual afecto,

dejen que sea yo el que más ame.


Por muy admirador que yo imagine ser
de las estrellas, a las que esto tiene sin cuidado,
no puedo afirmar, al mirarlas ahora,

que durante todo un día eché de menos a ninguna.


Si todas las estrellas desaparecieran o murieran,

yo debería aprender a contemplar un firmamento vacío

y a sentir que esa absoluta oscuridad es sublime,

pero lograrlo podría llevarme cierto tiempo.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Salir de mí (por Octavio Paz)

La vida, ¿cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuándo somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos,
nunca somos a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos la vida
—pan de sol para los otros, los otros todos que nosotros somos—,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Paréntesis (por Mario Benedetti)

Acompáñenme a entrar en el paréntesis
que alguien abrió cuando parió mi madre
y permanece aún en los otroras
y en los ahoras y en los puede ser
lo llaman vida si no tiene herrumbre
yo manejo el deseo con mis riendas
mientras trato de construir un río
en sus nubes los pájaros se esconden
no es posible viajar bajo sus alas
lo mejor es abrir el corazón
y llenar el paréntesis con sueños
los pájaros escapan como amores
y como amores vuelven a encontrarnos
son sencillos como las soledades
y repetidos como los insomnios
busco mis cómplices en la frontera
que media entre tu piel y mi pellejo
me oriento hacia el amor sin heroísmo
sin esperanzas pero con memoria
por ahora el paréntesis prosigue
abierto y taciturno como un túnel.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Muros (por Konstantinos Kavafis)

Sin consideración ni piedad ni vergüenza
alzaron muros a mi alrededor: gruesos y altos.
Y ahora me encuentro aquí, tan desesperado.
No puedo pensar en otra cosa: esta suerte roe mi cerebro...
Y es que ¡ tenía tanto que hacer ahí fuera !
¿Cómo pude no darme cuenta cuando alzaban los muros?
Pero nunca oí a los constructores. Ni un ruido.
Desde fuera imperceptiblemente me encerraron.

viernes, 2 de septiembre de 2011

El guardián del hielo (por José Watanabe)

Y coincidimos en el terral
el heladero con su carretilla averiada
y yo
que corría tras los pájaros huidos del fuego
de la zafra.
También coincidió el sol.
En esa situación cómo negarse a un favor llano:
el heladero me pidió cuidar su efímero hielo.
Oh cuidar lo fugaz bajo el sol…
El hielo empezó a derretirse
bajo mi sombra, tan desesperada
como inútil.
Diluyéndose
dibujaba seres esbeltos y primordiales
que sólo un instante tenían firmeza de cristal de cuarzo
y enseguida eran formas puras
como de montaña o planeta
que se devasta.
No se puede amar lo que tan rápido fuga.
Ama rápido, me dijo el sol.
Y así aprendí, en su ardiente y perverso reino,
a cumplir con la vida:
yo soy el guardián del hielo.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Misteriosamente feliz (por Joan Margarit)

La escucho y cae la lluvia,
y pienso en aquel perro solitario
que iba detras del ataúd de Mozart.
Le sigo en los compases de este piano
y en los caminos que dibuja el agua
al irse deslizando en los cristales.
Voy, misteriosamente feliz, siguiendo a un perro
hecho a la vez de música y de lluvia.