zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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jueves, 30 de junio de 2016

Ya cruzas la puerta (por José Carlos Becerra)


Lo empiezas a saber,
tu amor va enseñando sus sales de baño, sus fiestas de guardar, sus cenas sin nadie;
a veces, el esqueleto de tu ángel de la guarda
baila en tus ojos,
ciertas avecillas silvestres amanecen temblando en tus manos,
ya el tufo de la crucifixión
no te hace taparte la nariz de niña “que no sabe nada”,
“que no entiende nada”.
Ya cruzas la puerta,
ya sabes que el dolor es un mensajero servil del infinito,
en tus ojos aquello que miras despierta en ti misma
como pequeños niños
que se sientan al borde de sus camas
esperando que vengan a vestirlos.
Ya asumes tu cuerpo, ya viajas en todo lo que te rodea,
a veces en tu sonrisa todavía aparece
aquella niña larguirucha “tan bien educada”,
pero tu esperanza enflaquece llamándote con voz cada vez más débil
cuando ya no te dignas escucharla.

Extrañamente hermosa eres ahora tu propio fantasma,
en tu alma han entrado la carne del mundo y la tuya
confundidas,
apiñadas por el mismo placer, revueltas por el mismo dolor.
Desnuda, la ropa que te acabas de quitar
ya no reaparece en tus ojos,
tu mirada y tu voz entonces también se quedan desnudas,
te quedas desnuda,
y por tu desnudez pasan los templos antiguos, las oraciones,
los heridos de guerra y los cánticos de guerra,
los mares lejanos y también la vida posible en otros planetas.
Ya tu cuerpo comprende lo que significa ser tu cuerpo,
lo que significa que tú seas él;
tu cuerpo extendido a lo largo de tu amor, a lo largo de tu alma,
y todos los barcos que zarpan de tu corazón llevan ahora
las luces apagadas.

Ya te has probado en ti
y un hombre no es el extraño invasor que conocías,
el esposo prudente, el hombrecito que cariñosamente
te mataba un momento
por unas cuantas caricias, por unas cuantas monedas.

Pero sabes también que no existe el triunfo que alguna vez deseaste,
por eso en tu mirada puede oírse
el ruido del mar golpeando las costas solitarias y a veces
el chillido de un pájaro detrás de la niebla o la llovizna pertinaz.
Ven aquí con tu colección de mariposas, con tus antiguos
juguetes que ya no existen
y que parecen burlarse de ti desde ciertos rincones,
ven aquí con tus segmentos de niña asombrada.

Ven a mirar mis osos polares.
Ven, ahora que sabes que también en los labios aparece
—sin que nos demos cuenta—
el beso monstruoso y bello
de aquello que todavía llamamos el alma.


miércoles, 29 de junio de 2016

Autorretrato (por Frank Báez)


Rodé al año y medio por las escaleras hasta el segundo piso. A los seis casi me ahogo en una piscina.

A los siete me arrastró la corriente de un río. Me golpearon con un palo, con la culata de un fusil,

con una tabla. Me propinaron un codazo en la cara y otro en el estómago, rodillazos, machetazos, foetazos.

El perro del vecino me mordió un brazo.

Me cortaron una oreja haciéndome el cerquillo. Noqueado. Abofeteado. Calumniado. Abucheado. Apedreado.

Perseguido por sargentos en motor. Por dos cobradores.

Por tres mormones en bicicleta.

Por muchachas de Herrera y del Trece.

Me han atracado treinta veces.

En carros públicos. Taxis. Voladoras. A pie.

Alguien me dio una bola y me dijo I am gay. Me robaron un televisor, un colchón,

seis pares de tenis, cuatro carteras,

un reloj, media biblioteca.

Se llevaron varios manuscritos y cometieron plagio.

(Con lo que me han robado pudieran abrir
una compraventa en Los Prados)

Me fracturé el brazo derecho, el anular, la cadera, el fémur y perdí cuatro dientes.

El hermano Abelardo me dio un cocotazo que todavía me duele.

En la fiesta de graduación me cayeron a trompadas y botellazos.

Luego publiqué un libro de poesía y una vecina lo leyó

y escéptica dijo que era capaz de escribir
mejores poemas en media hora, y lo hizo. Accidente con un burro en la carretera.

Intento de suicidio en Cabarete. Taquicardia. Hepatitis. Hígado jodido. Satanizado en Europa del este. Pateado por mexicanos en Chicago.

En Montecristi una mesera me amenazó de muerte

(ahora mismo, clava alfileres en un muñeco idéntico a mí).

Los vecinos sueñan conmigo baleado.

Los poetas con dedicarme elegías.

Otros con rociarme gasolina en la cabeza y arrojar un fósforo y ver mis rizos en llamas. Otras con llevarme a la cama. Y hace semanas un policía me detiene y me pregunta

si yo no era el poeta que había leído poesía aquella noche y le digo que sí y el policía dice que son buenos poemas y hace una reverencia o algo así.


martes, 28 de junio de 2016

Demasiado (por Vicente Gallego)


Ha venido a dormirse

un cabello de sol sobre el cristal.


En el vaso, el clavel

¿qué hondura le ve al agua?


Todo esto es demasiado a todas luces.


¿No veis que va a llevarnos

a alguna perdición?


lunes, 27 de junio de 2016

Las estaciones (por Henry Parland)


Habéis oído
la carcajada de las estaciones de ferrocarril
cuando al pasar vertiginoso el tren
les guiña el ojo:
¡Venid conmigo!

Las estaciones de ferrocarril jamás se van con él.
Reflexionan
sobre la gélida sonrisa de los horarios
y se carcajean
ante los desesperados intentos de los raíles
por alejarse a rastras de las traviesas.



domingo, 26 de junio de 2016

Una erupción de astillas (por Sara Mesa)


¿Qué hay en el espejo trizado, que en él me reconozco?

¿Son los fragmentos rotos, la ceniza,

este limo estrellado,

estas leves partículas briznadas,

el reflejo poliédrico, escarchado,

el eterno fractal inaprensible,

las limaduras, el serrín, los segmentos;

la descomposición,

es quizá más cercana a mi esencia

a mi alma

que toda la lisura y plenitud

de un espejo pulido?


Manto de hierba.

Soles movibles, fugaces, incompletos.

El mar está formado por un inabarcable movimiento de gotas, de mareas.

Mi saliva jamás destila igual,

nunca es la misma.

La metralla implacable de mis pies, de mis ojos,

reverbera en la noche:

un prisma de cristales, como agua infinita

que se ondula despacio con los flujos nocturnos.


Y soy yo, centelleo; somos todos brillando,

como pájaros de aire que surcan el espacio,

donde no tropezamos con estrellas rotundas,

donde solo hay migajas, ralladuras y polvo.


Mi rostro no se rompe; es elástico,

se recompone mil veces; humedades

distintas me modelan, soplos tibios

de vigor, de deseos, de temibles,

dulces, cambiantes, perecederas ansias

me conforman.


Una erupción de astillas me sostiene.

Soy débil y soy fuerte; ya mi cuerpo

que se alza soberbio y espejea

en añicos de azogue, con fulgores

propios, frescos, novísimos, nunca antes entrevistos;

ya mi forma transida se destapa

y soy yo y soy miles y soy yo siendo miles.


Sentada en una cumbre -visceral, no tangible,

imaginada siempre como refugio y roca-

contemplo el universo disgregado.

Y sé que estoy ahí y en cada cosa

y que el espejo roto me recoge con luces y con nombres

que yo aún desconozco

y que son míos.


sábado, 25 de junio de 2016

Para que no canten ellos (por Alejandra Pizarnik)


Son mis voces cantando

para que no canten ellos,

los amordazados grismente en el alba,

los vestidos de pájaro desolado en la lluvia.

Hay, en la espera,

un rumor a lila rompiéndose.

Y hay, cuando viene el día,

una partición del sol en pequeños soles negros.

Y cuando es de noche, siempre,

una tribu de palabras mutiladas

busca asilo en mi garganta,

para que no canten ellos,

los funestos, los dueños del silencio.

viernes, 24 de junio de 2016

Golpes sin manos (por Yamilka Noa)


Eran las doce de la noche.
Yo caminaba por Kentish Town.
El frío pesaba en mi nariz y en mis manos.
Mi frente aún reñía por tantos pensamientos confusos:
por eso la boina naranja,
el maquillaje clinique,
los pasos imprecisos.

Ya no recordaba de dónde venía.
Sabía que iba a asesinar a la memoria
-No en Kentish Town- me dije.

Llegué a mi casa, entré en mi cuarto, apagué las luces,
me recliné en la cama… (como siempre, sería yo la víctima).
Hubo una lucha, resistencia, golpes sin manos, y una voz que hacía de árbitro;
una voz miserable, ¿acaso ella procuró este juego?

Nadie ganó la pelea.
Vagué de nuevo, mientras clareaba, por Kentish Town;
esta vez sin boina (la memoria resfriada)
y en silencio.


jueves, 23 de junio de 2016

Éramos de ellos (por Sharon Olds)


Uno desde una dirección, otro
desde otra, un día vuelven, juntos,
y de pronto mi cuerpo cabe
en el aire que ocupa, y mi cerebro
entra en mi cráneo otra vez, y mi mente
en mi cerebro, y sobre los relieves anticlinales de mi
mente juega la luz. La semana anterior en la playa había visto
un ser que al principio no pude nombrar,
una criatura baja, erguida, con una cabeza
redonda y el cuerpo echado hacia atrás y unas
extremidades cortas que destellaban a los lados y debajo
como las puntas de una estrella, tanto que parecía brillar,
titilar en la arena -era un pequeño
primate, y detrás de él venía otro,
más pequeño y más primitivo,
un guiño deslumbrante, centelleante,
era un bebé-. Y ahora nuestra hija
duerme en el sillón, no siete kilos
seiscientos, sino más o menos de mi tamaño,
su cara maravillosa compleja delicada,
tranquila. Y nuestro hijo, anoche, miraba de cerca
a su enamorada mientras susurraban por un instante, qué tierna,
atenta mirada tenía. Los criamos
diariamente, quiero decir cada hora-cada minuto
éramos de ellos, ninguna hora pasaba en la que no estuviéramos
criándolos-llevándolos, soportándolos, alzándolos
en brazos, por placer, y para que pudieran ver,
más allá, lejos de nosotros.


miércoles, 22 de junio de 2016

Porque tu pena es única (por Olga Orozco)


Esa es tu pena.

Tiene la forma de un cristal de nieve que no podría existir si no existieras

y el perfume del viento que acarició el plumaje de los amaneceres que no vuelven.

Colócala a la altura de tus ojos

y mira cómo irradia con un fulgor azul de fondo de leyenda,

o rojizo, como vitral de insomnio ensangrentado por el adiós de los amantes,

o dorado, semejante a un letárgico brebaje que sorbieron los ángeles.

Si observas al trasluz verás pasar el mundo rodando en una lágrima.

Al respirar exhala la preciosa nostalgia que te envuelve,

un vaho entretejido de perdón y lamentos que te convierte en reina del reverso del cielo.

Cuando la soplas crece como si devorara la íntima sustancia de una llama

y se retrae como ciertas flores si la roza cualquier sombra extranjera.

No la dejes caer ni la sometas al hambre y al veneno;

sólo conseguirías la multiplicación, un erial, la bastarda maleza en vez de olvido.

Porque tu pena es única, indeleble y tiñe de imposible cuanto miras.

No hallarás otra igual, aunque te internes bajo un sol cruel entre columnas rotas,

aunque te asuma el mármol a las puertas de un nuevo paraíso prometido.

No permitas entonces que a solas la disuelva la costumbre, no la gastes con nadie.

Apriétala contra tu corazón igual que a una reliquia salvada del naufragio:

sepúltala en tu pecho hasta el final, hasta la empuñadura.

martes, 21 de junio de 2016

A ambos lados (por Antonio Deltoro)


A ambos lados de las doce,
del punto cero de las sombras,
las sombras equidistantes y enemigas
de la mañana y la tarde,
simétricas como la cosa y su imagen,
distintas y gemelas,
una al poniente del objeto,
otra al oriente,
la una fresca, la otra tocada por la muerte,
dibujan los dos brazos
de una balanza de sombras.



lunes, 20 de junio de 2016

Sutura cicatrices (por José Luis Morante)


Eres punto de luz tras el eclipse.
Al despoblar la sombra,
que retornes envuelta
en un aire de víspera
y prodigues abrazos.
Que rompas, trecho a trecho, la costumbre.
Sutura cicatrices,
encrucijadas, miedos.
Deberán confundirse nuestros pasos
en otra orilla, donde duerme el sol.
El beso de la escarcha
no roce tu epidermis con sus labios.
Que tu miedo y tu furia
-falsos techos de niebla-
sean leve rumor desdibujado
que se gestó una noche.
Nunca fue fácil conciliar el sueño.


domingo, 19 de junio de 2016

Prólogo de la comedia (por Wislawa Szymborska)


Se hizo un violín de cristal porque quería ver la música. Arrastró su barca hasta la cima de una montaña y esperó a que el mar llegara hasta allí. Por las noches estudiaba el “Horario de trenes”; las estaciones de destino le sacaban lágrimas de emoción. Criaba rosas con dos erres. Escribió un poema para el crecimiento del cabello y otro para lo mismo. Estropeó el reloj del ayuntamiento para detener de una vez por todas la caída de las hojas de los árboles. En una maceta donde vio crecer la hierbabuena quiso hacer excavaciones para encontrar una ciudad. Anduvo con la Tierra a sus pies, sonriente, despacito, como dos y dos son dos: feliz. Cuando le dijeron que no existía, al no poder morir de pena, tuvo que nacer. Ya anda viviendo por ahí; parpadea y crece. ¡Justo a tiempo! ¡En un buen momento! A Nuestra Señora del Amor Hermoso, la Dulce Máquina de la Prudencia, pronto le irá bien un bufón para la honesta diversión y la inocente alegría.

sábado, 18 de junio de 2016

De noche (por Olga Bernad)


Todas las noches son como esta noche,

todas las noches fueron como ésta;

cuando el mundo nació, ya era de noche.

Y en la excesiva noche de los tiempos

alguien soñó que nada pasaría.

Si te dejas caer hoy por mi sueño,

prometo protegerte de esa nada.

Seguros hacia dentro de la noche,

arrastraré hasta el fondo tus demonios;

al fondo de la noche, donde el tiempo

se convierte despacio en otra cosa. 

viernes, 17 de junio de 2016

El desnudo (por Vicente Aleixandre)

Basta, basta.


Tanto amor en las aves,

en esos papeles fugitivos que en la tierra se buscan,

en ese cristal indefenso que siente el beso de la luz,

en la gigante lámpara que bajo tierra solloza

iluminando el agua subterránea que espera,


Tú, corazón clamante que en medio de las nubes

o en las plumas del ave,

o en el secreto tuétano del hueso de los tigres,

o en la piedra en que apoya su cabeza la sombra.


Tú, corazón que dondequiera existes como existe la muerte,

como la muerte es esa contracción de la cintura

que siente que la abarca una secreta mano,

mientras en el oído fulgura un secreto previsto.


Di, qué palabra impasible como la esmeralda

deslumbra unos ojos con su signo durísimo,

mientras sobre los hombros todas, todas las plumas

resbalan tenuemente como solo memoria.


Di, qué manto pretende envolver nuestro desnudo,

qué calor nos halaga mientras la luz dice nombres,

mientras escuchamos unas letras que pasan,

palomas hacia un seno que, herido, a sí se ignora.


La muerte es el vestido.

Es la acumulación de los siglos que nunca se olvidan,

es la memoria de los hombres sobre un cuerpo único,

trapo palpable sobre el que un pecho solloza

mientras busca imposible un amor o el desnudo.


jueves, 16 de junio de 2016

Aún no ha tocado el suelo (por Frank Báez)


— La pelota que lancé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo—

Siempre quise ser el primer dominicano en la NBA.

Para entonces poner un dominicano en la NBA

era tan difícil como poner un dominicano en la luna.


Practiqué tiros libres, corrí, hice marineros,

sentadillas y lagartijas.

Parodié ganchos, donqueos.

Jugué veinticinco quintetos al día.

Mandé hacer una franela

con el número veintitrés y lloré

cuando Magic Johnson anunció que tenía sida.


Un día toqué la malla de un salto.

Luego toqué el tablero. Nunca llegué a tocar el aro.


Conseguí esas pesas

que se amarran en los tobillos

y que incrementan el salto.

Pero no funcionaron y me las cambiaron

por unos Converse Magic con aire comprimido

que me robaron mientras jugaba bajo

un transformador en San Carlos.


Compré unos Reebook Pump

y me expulsaron del equipo nacional

de minibasket.

Me faltaba estatura, alegaron.

Ni empinado era lo suficientemente alto.


Dormí trece, catorce, quince horas al día

para acelerar mi crecimiento.

Comencé a comprar jarabes,

vitaminas, minerales, suplementos.

Luego de once meses

creo me estaba encogiendo.


Hice barras.

Ejercicios de estiramiento.

Le pedí a Jesús, a la Virgen

y al hombre elástico

unas míseras pulgadas de más.


Ya tengo treinta años y todavía necesito

dos pulgadas para alcanzar los seis pies.

En vez de llegar a la NBA me mudé de barrio

y ahora juego dominó

en donde da lo mismo si eres enano.

También escribo poemas

y se los dedico a quien se me ocurra.


Por ejemplo este, que dedico a los que ya no se quitan

la camiseta al jugar básquetbol

porque les ha crecido pelo en la espalda.


Espero que lo gocen y que aplaudan.


miércoles, 15 de junio de 2016

El de la brocha (por Saiz de Marco)


Olvidar es higiénico,

es un limpiador mágico:


lava heridas profundas,

arranca viejas costras,

borra manchas mugrientas,

retira los escombros,

lleva el hierro oxidado a plantas de residuos,

saca restos de hollín,

desfonda pozos ciegos,

desatasca desagües,


te remoza,

te aclara,


deja correr el aire donde había sólo trastos…


Olvidar es fantástico,

raya en lo milagroso:


lo que una vez pasó no pasó nunca.


(Como esas pesadillas

que llegan pero luego se van sin dejar rastro;

por obra del olvido se esfuman,

se disuelven en medio de la noche.)


Olvidar es salvífico.

Sin su ayuda eficaz, sin su lograda técnica,

¿cómo resistiríamos?


¿Quién podría caminar entre tejas caídas,

desvencijadas losas,

astillas que se clavan,

vidrios rotos,

cascotes…?


Sea siempre bienvenido el ilustre fregón,

el hábil fontanero,

el pintor que recubre de cal las mohosas piedras.


-Eh oiga, el del mono blanco

(sí, usted: el de la brocha y la escalera al hombro):

¿enluciría usted estas sucias paredes?,

¿vertería sobre ellas una capa

de olvido?


martes, 14 de junio de 2016

Momento (por Juan Eduardo Cirlot)


Mi cuerpo se pasea por una habitación llena de libros y de espadas y con dos cruces góticas;

sobre mi mesa están Art of the European Iron Age y The Age of Plantagenets and Valois, aparte de un resumen de la Ars Magna de Lulio.

Las fotografías de Bronwyn están en sus carpetas, como tantas otras cosas que guardo (versos, ideas, citas, fotos).

Si ahora fuera a morir, en esta tarde (son las 6) de finales de mayo de 1971, y lo supiera de antemano,
no me conmovería mucho, ni siquiera a causa del poema «La Quête de Bronwyn» que está en imprenta.

En rigor, no creo en la «otra vida», ni en la reencarnación, ni tengo la dicha (menos aún) de creer
que se puede renacer hacia atrás, por ejemplo, en el siglo XI.

Sé que me espera la nada, y como la nada es inexperimentable, me espera algo no sé dónde ni cómo,
posiblemente ser en cualquier existente como ahora soy en Juan-Eduardo Cirlot.

Mi cuerpo me estorbaría y desearía la muerte −¡ah, cómo la desearía!− si pudiera
creer que el alma es algo en sí que se puede alejar e ir hacia los bosques donde el triángulo invertido de los ojos y boca de Rosemary Forsyth

me lanzaría de nuevo a la tierra de los hombres, porque en esta vida no he sabido o no he podido
trascender la condición humana, y el amor ha sido mi elemento,
aunque fuese un amor hecho de nada, para la nada y donde nunca.

Estoy oyendo Khamma de Debussy, que, sin ser uno de mis músicos favoritos (éstos son Scriabin, Schönberg y otros)
no deja de ayudarme cuando estoy triste, que es casi siempre.

Mi tristeza proviene de que me acuerdo demasiado de Roma y de mis campañas con Lúculo, Pompeyo o Sila,
y de que recuerdo también el brillo dorado de mis mallas doradas en los tiempos románicos,
y proviene de que nunca pude encontrar a Bronwyn cuando, entonces, en el siglo XI,
regresé de la capital de Brabante y fui a Frisia en su busca.

Pero, pensándolo bien, mi tristeza es anterior a todo esto, pues cuando fui en Egipto vendedor de caballos,
ya era un hombre conocido por «el triste».

Y es que el ángel, en mí, siempre está a punto de rasgar el velo del cuerpo,
y el ángel que no se rebeló y luchó contra Lucifer, pero más tarde
cedió a las hijas de los hombres y se hizo hombre,
ese ángel es el peor de los dragones.


lunes, 13 de junio de 2016

He dicho asombro (por Jorge Luis Borges)


Mi callejero no hacer nada vive y se suelta por la variedad de la noche.
La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo:
He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
He cantado lo eterno: la clara luna volvedora y las mejillas que apetece el querer.
He santificado con versos la ciudad que me ciñe: la infinitud del arrabal, los solares.
En pos del horizonte de las calles he soltado mis salmos y traen sabor de lejanía.
He dicho asombro de vivir, donde otros dicen solamente costumbre.
Frente a la canción de los tibios, encendí en ponientes mi voz, en todo amor y en el horror de la muerte.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mi espíritu sacrifiqué con versos.
He sido y soy.
He trabado en fuertes palabras ese mi pensativo sentir, que pudo haberse disipado en sola ternura.
El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón. 

Como el caballo muerto que la marea inflige a la playa, vuelve a mi corazón.
Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna. 
El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi soledad me perdona?


domingo, 12 de junio de 2016

No cierro (por Joan Margarit)


Han llamado a la puerta pero al abrir no hay nadie.
Pienso en los que amo y no vendrán. No cierro.
No es posible ninguna bienvenida.
Espero con la mano sobre el marco.
La vida se ha afianzado en el dolor
como una casa sobre los cimientos.
Sé por quién me demoro
dejando el haz de luz hospitalario
en la desierta calle.



sábado, 11 de junio de 2016

Y di con un mundo (por Emily Dickinson)


Sentí un funeral en mi cerebro,
los deudos iban y venían
arrastrándose -arrastrándose- hasta que pareció
que el sentido se quebraba definitivamente

y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor
comenzó a temblar -a batir- hasta que pensé
que mi mente enmudecía,

y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma.
Con los mismos zapatos de plomo, de nuevo,
el espacio comenzó a repicar,

como si todos los cielos fueran campanas
y existir, sólo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna raza extraña,
náufraga, solitaria, aquí

y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí
y di con un mundo, en cada zambullida,
y terminé sabiendo -entonces-.


viernes, 10 de junio de 2016

La tierra empapada de olvidos (por José Manuel Rivas)


Es sábado y otoño,
del día y la estación se presiente
el leve dibujo de las sombras,
la esférica pronunciación de la lluvia,
el cielo cerrado y gris,
la tierra empapada de olvidos,
los pasos que se alejan,
la mirada altiva y débil que desfallece,
la luz y la simiente entre ruinas,
el vuelo y la memoria que se pierden
y el tenue silencio de las horas
que todo acosa y derriba.

Es sábado y otoño
y octubre,
y llueve sobre el asfalto.


jueves, 9 de junio de 2016

A oler mi tierra iré (por Natalia Toledo)


De mis manos crecieron flores rojas
largas y hermosas,
cómo olvidar el miedo con que fui despojada de toda certeza.
Caminé con las manos
y metí mi cuerpo donde había lodo
mis ojos se llenaron de arena fina.
Me llamaron la niña de los nenúfares
porque mi raíz era la superficie del agua.
Pero también fui mordida por una culebra apareándose en el estero
y quedé ciega, fui Tiresias que recorrió sin báculo su historia.
¿Cuáles son las raíces que prenden, qué ramas brotan de estos cascajos?
Tal vez soy la última rama que hablará zapoteco
mis hijos tendrán que silbar su idioma
y serán aves sin casa en la jungla del olvido.
En todas las estaciones estoy en el sur
barco herrumbrado que sueñan mis ojos de jicaco negro:
a oler mi tierra iré, a bailar un son bajo una enramada sin gente,
a comer dos cosas iré.
Cruzaré la plaza, el Norte no me detendrá,
llegaré a tiempo para abrazar a mi abuela antes que caiga la última estrella.
Volveré a ser la niña que porta en su párpado derecho un pétalo amarillo,
la niña que llora leche de flores
a sanar mis ojos iré.


miércoles, 8 de junio de 2016

Sin existir existen (por Fernando Pessoa)


Hay dolencias peores que las dolencias,
hay dolores que no duelen, ni en el alma
pero que son dolorosos más que los otros.
Hay angustias soñadas más reales
que las que la vida nos trae, hay sensaciones
sentidas sólo con imaginarlas
que son más nuestras que la misma vida.
Hay tantas cosas que, sin existir,
existen, existen demoradamente,
y demoradamente son nuestras y nosotros...
Por sobre el verde turbio del ancho río
los circunflejos blancos de las gaviotas...
Por sobre el alma el aleteo inútil
de lo que no fue, ni puede ser, y es todo.


martes, 7 de junio de 2016

Tercera sombra (por Agustín Fernández Mallo)


Vuelven las mariposas monarca, milagro de la navegación,

una vez al año.


Hay dos clases de sombra, la que viaja en contacto con el objeto

y la que se proyecta a distancia —vuela un avión y la ves correr

allí abajo sobre campos como el caudal de un río liso—.

De la primera habló Rosalía de Castro, de la segunda

Lucrecio y los astrónomos en general.


Hay una tercera sombra, nunca citada, efervesce

en el interior de los cuerpos, donde no llega la luz y el cielo

es un mar completamente aplanado.

Delirio de la eficiencia energética, hoy sólo

una mariposa monarca ha regresado.


Nos han encerrado afuera. No podemos

entrar en la casa.


lunes, 6 de junio de 2016

Por dentro (por Laura Giordani)


Bajo la piel hay alforjas

para guardar las noches

lentas, ojeras ocaso

donde se ponen

fulgores y encallan los soles

hasta hacerse crónica

nocturna, pliegue

del desvelo.


Marsupiales

cargan sus penas párvulas:

ese modo

tan humano de llorar

por dentro, de penar

por dentro hasta convertir

en piedra lunar

el llanto.


Dos criaturas de lomo púrpura

abrevan la luz

convaleciente

en nuestros ojos.


domingo, 5 de junio de 2016

Para Marilyn M. (por Charles Bukowski)


deslizándose profundamente en luminosas cenizas,

objetivo de lágrimas de vainilla

tu firme cuerpo encendió velas para los hombres

en las noches oscuras,

y ahora tu noche es más oscura

que el alcance de la vela

y te olvidaremos, de alguna manera,

y eso no es amable

pero los cuerpos reales están más cerca

y como los gusanos suspiran por tus huesos,

me gustaría contarte

que esto les sucede a osos y a elefantes

a tiranos y a héroes y a hormigas

y a las ranas,

aún así, nos entregaste algo,

alguna clase de pequeña victoria,

y por esto digo: bien

y dejemos de apenarnos;

como una flor se seca y se tira,

olvidamos, recordamos,

esperamos. niña, niña, niña,

levanto mi copa un minuto entero

y sonrío.


sábado, 4 de junio de 2016

El malecón (por Eloy Sánchez Rosillo)


Apártate de todo esta mañana
y adéntrate en ti mismo al tiempo que te adentras
en la insólita paz de este olvidado
retiro silencioso.
No hay nadie. Quedan lejos
la ciudad y sus gentes, los trabajos
tan tristes de los hombres. Es tu amigo
el buen sol de febrero, que acaricia
con mucho amor las cosas y derrama
su milagro en tu piel. Vivir deseas
con la antigua inocencia este momento
y ser de nuevo aquel adolescente
que aquí solía venir cuando necesitaba
estar solo y soñar.
Pero detente. Mira.
¿Recuerdas? Puedes verlo. En un banco de piedra
está sentado. Tiene
un cuaderno en las manos, y unos libros
hay junto a él. Quién sabe
en qué estará pensando. Ignora tantas cosas
que te enseñó la vida y que quisieras
no saber.
Déjalo. Nada le digas.
Tiempo habrá de que el tiempo
lo acerque a ti y te alcance.
Pasa a su lado y sigue. No destruyas
el encanto. Silencio. Sed dichosos
bajo esta luz bendita.
Entre las ramas
de los naranjos cantan los jilgueros.


viernes, 3 de junio de 2016

Sólo el tiempo (por Miguel d´ Ors)


Mi vida: tantos días
que no estuve en El Cuzco
ni en Siena ni en Grenoble,
tantos aviones rubricando el cielo
en los que yo no iba, tantas voces
cuyo calor jamás
tocó mi corazón.
Sólo el tiempo, vacío,
sólo el tiempo, esta estepa
desesperada, sólo
ver los martes, los miércoles, los jueves,
ver cómo se suceden, implacables,
los tubos de Colgate.



jueves, 2 de junio de 2016

Para encender la sombra (por Roberto Juarroz)


Cuando se apaga la última lámpara
no sólo se apaga algo mayor que la luz:
también se enciende la sombra.

Debería haber sin embargo lámparas
que sirvieran exclusivamente
para encender la sombra.
¿No hay acaso miradas para no ver,
vidas nada más que para morir
y amores sólo para el olvido?

Hay por lo menos ciertas tinieblas predilectas
que merecen su propia lámpara de oscuridad.



miércoles, 1 de junio de 2016

Su hogar (por Wallace Stevens)


Allí estaba, palabra por palabra,

el poema que tomó el lugar de una montaña.


Él respiraba ese oxígeno,

aun cuando el libro yaciera boca abajo sobre la mesa polvorienta.


Eso le recordaba cuánto había necesitado

un lugar al que ir, siguiendo su propia dirección,


cómo había recompuesto los pinos,

desplazado las rocas y elegido su camino entre las nubes,


para alcanzar la perspectiva correcta,

aquella que lo hiciera sentirse completo, en una culminación inexplicable:


la roca exacta donde su inexactitud

pudiera descubrir, al menos, el panorama hacia el cual se aproximaba,


donde poder echarse y, contemplando el mar,

reconocer su hogar, solitario y único.