Los que nos esperaban, se han cansado,
y sin saber que íbamos a venir, murieron;
han cruzado sus brazos, sin poder abrazarnos
y en lugar de recuerdos, dejan remordimientos.
Las oraciones, las flores, el gesto más tierno
llegan muy tarde para que Dios los bendiga.
Los vivos no se hacen oír por los muertos;
la muerte, cuando viene, junta sin unir.
No conocemos la serenidad de las tumbas.
Tarde ya, damos gritos que cansan, retumban,
penetran sin eco la sorda eternidad;
y los muertos desdeñosos u obligados a callar,
en el umbral oscuro del misterio, no oyen
llorar por un amor que no fue nunca.