zUmO dE pOeSíA

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de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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domingo, 31 de marzo de 2019

Si hubo alguna vez una raíz (por Julieta Marchant)


quise construir una casa encima de tu casa
quisimos ciudades a destajo libros quizá destronando realidades o al revés
quise una isla encima de una hamaca
que meciera mi cuerpo hasta dejarme botada junto al resto en las veredas
tus cimientos son puro barro no hay manos suficientes
para crear siquiera la ficción de una patria

mi raíz se cierra a la tierra se enrosca no alcanza
todo lo que somos estrechándose y al otro lado
nadie o vestigios de los que estuvieron aguardando palabras

esperaste que esta casa a techo abierto fuera un hogar
pero quién dime quién podrá alguna vez soportar el viento
rasgando el cuerpo quién dime recordará
lo que se hizo en una pequeña esquina mientras allá afuera
escribían una historia o construían otras casas quién aguanta
su propio reflejo devolviéndose y diciendo no quién

si hubo alguna vez una raíz que saliera de mi cuerpo
agua siquiera o humedad si hubo hogar
es esto que destruyo al nombrarlo
los jardines tienen términos salidas túneles
entro acá y rehúyo dime quién se quedará
en la mitad de este jardín simulando que es más que un patio trasero
quién aguanta lo propio o soporta el silencio habitando
la memoria lo blanco haciendo sombras
la historia en el centro y palabras dispersas en lo que nadie ve


sábado, 30 de marzo de 2019

Debo fingir que hay otros (por Jorge Luis Borges)


Lunas, marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas y la línea de Durero,
las nueve cifras y el cambiante cero,
debo fingir que existen esas cosas.

Debo fingir que en el pasado fueron
Persépolis y Roma y que una arena
sutil midió la suerte de la almena
que los siglos de hierro deshicieron.

Debo fingir las armas y la pira
de la epopeya y los pesados mares
que roen de la tierra los pilares.

Debo fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo tú eres. Tú, mi desventura
y mi ventura, inagotable y pura.



viernes, 29 de marzo de 2019

La Cruz del Sur (por Julio Cortázar)


Extraño la Cruz del Sur
cuando la sed me hace alzar la cabeza
para beber tu vino negro medianoche.
Y extraño las esquinas con almacenes dormilones
donde el perfume de la yerba tiembla en la piel del aire.
Comprender que eso está siempre allá
como un bolsillo donde a cada rato
la mano busca una moneda el cortapluma el peine
la mano infatigable de una oscura memoria
que recuenta sus muertos.
La Cruz del Sur el mate amargo.
Y las voces de amigos
usándose con otros.



.....

(POST SCRIPTUM: Cuando escribí este poema todavía me quedaban amigos en mi tierra; después los mataron o se perdieron en un silencio burocrático o jubilatorio, se fueron silenciosos a vivir al Canadá o a Suecia o están desaparecidos y sus nombres son apenas nombres en la interminable lista. Los dos últimos versos del poema están limados por el presente: ya ni siquiera puedo imaginar las voces de esos amigos hablando con otras gentes. Ojalá fuera así. Pero ¿de qué estarán hablando, si hablan?) 


jueves, 28 de marzo de 2019

Reyes de bronce (por Carl Sandburg)


Caminé por las calles de una vieja ciudad, y eran flacas las calles como gargantas de pescados duros del mar, salados y guardados en barriles por muchos años.

¡Qué viejas, qué viejas, qué viejas somos!—seguían diciendo las paredes, arrimadas unas a otras como mujeres viejas del pueblo, como viejas comadres que están cansadas y que hacen lo indispensable.

Lo más grande que la ciudad podía ofrecerme a mí, un forastero, eran las estatuas de los reyes, en cada esquina bronces de reyes, viejos reyes barbudos que escribían libros y hablaban del amor de Dios para todos los pueblos, y reyes jóvenes que atravesaron con ejércitos las fronteras, rompiendo la cabeza de los contrarios y agrandando sus reinos.

Lo más extraño de todo para mí, un extraño en esta vieja ciudad, era el ruido del viento que serpeaba en las axilas y en los dedos de los reyes de bronce: ¿No hay evasión? ¿Esto durará para siempre?

Temprano, en una racha de nieve, uno de los reyes gritó: “Échenme abajo, donde no me puedan mirar las comadres cansadas; tiren el bronce mío a un fuego feroz, y fúndanme en collares para niños que bailan”.



miércoles, 27 de marzo de 2019

Tú no tienes derecho (por Miguel d' Ors)


Centinela del bosque, el arrendajo
advierte a toda la Naturaleza
tu llegada.

Ese grito,
que desgarra como una cuchillada
herrumbrosa el silencio, significa
que un intruso está entrando en este espacio puro.

Tú que no eres
puro, tú que no eres hermano de los robles,
de las piedras musgosas,
de las aves que pían en ramas ignoradas,
del agua que, secreta, halaga las raíces,
no mereces vivir en este mundo;
tú no tienes derecho a entrar a la armonía
mientras no haya armonía dentro de ti. Detente;
vuelve a tu vida; deja en ella todo
lo que crees saber; busca de nuevo
la infancia, aquella luz
del corazón.

Con ella, acaso un día
puedas volver al bosque
sin que se sobresalte el arrendajo.


martes, 26 de marzo de 2019

Utopía (por Wislawa Szymborska)


Una isla donde todo se aclara.
Allí se pisa la tierra firme
de las pruebas.

Hay un solo camino, el de la llegada.
Los encorvados arbustos se inclinan bajo el peso
de las respuestas.

Allí crece el árbol de la Hipótesis Adecuada
con las ramas desenredadas desde siempre.
El árbol de la Comprensión, deslumbrante, recto,
junto al manantial que susurra: “Es así.”
Cuanto más se interna uno en el bosque, más se abre
el Valle de la Obviedad.

Si una duda surge, la disipa el viento.
El eco, sin nadie pedírselo, toma la palabra
con decisión, y aclara los misterios del mundo.

A la derecha, una cueva donde hay sentido.
A la izquierda, el Lago de la Profunda Convicción.
La verdad se desprende del fondo y ya flota en la
superficie.

La Seguridad Intocable domina el Valle.
Desde su cumbre se contempla la esencia de las cosas.


A pesar de tantos atractivos, la isla está despoblada;
y las pequeñas huellas de los pies, reconocibles
en la orilla, se dirigen todas, sin excepción, al mar.

Como si se hubieran ido de allí
sólo para zambullirse de nuevo, sin remedio,
en un vivir inentendible.




lunes, 25 de marzo de 2019

Yo nunca tú (por Saiz de Marco)


no estaré en los alvéolos de tus pulmones
no estaré en tu misterio ni en tus sueños
no estaré en las retinas de tus ojos
no estaré en tu entresijo
no estaré en tus arterias ni en tus venas
no estaré en tu temblor
no estaré en tus heridas
no estaré en todo aquello que perdiste
no estaré en tu columna vertebral
no estaré en tus anhelos
no estaré en tu equilibrio ni en tu vértigo
no estaré en tu dolor ni en tu opresión
no estaré en tu creer ni en tu pensar
no estaré en tus aurículas ni en tus ventrículos
no estaré en tu extrañeza
no estaré en tus dos manos ni en tus dos pies
no estaré en qué recuerdas ni en qué imaginas
no estaré en tus declives
no estaré en tus tejidos ni en tus pliegues
nunca estaré en tus vísceras tus glándulas tus fibras interiores
nunca voy a ser tú nunca del todo

por mucho que lo busque
por mucho que yo quiera no se puede
nunca voy a saber
nunca voy a sentir cómo es ser tú



domingo, 24 de marzo de 2019

El sueño de tus árboles y el mío (por Jorge Luis Borges)


Recuerdo mío del jardín de casa: 
vida benigna de las plantas, 
vida cortés de misteriosa 
y lisonjeada por los hombres.

Palmera la más alta de aquel cielo
y conventillo de gorriones; 
parra firmamental de uva negra, 
los días del verano dormían a tu sombra.

Molino colorado: 
remota rueda laboriosa en el viento, 
honor de nuestra casa, porque a las otras 
iba el río bajo la campanita del aguatero.

Sótano circular de la base 
que hacías vertiginoso el jardín, 
daba miedo entrever por una hendija 
tu calabozo de agua sutil.

Jardín, frente a la verja cumplieron sus caminos 
los sufridos carreros 
y el charro carnaval aturdió 
con insolentes murgas.

El almacén, padrino del malevo, 
dominaba la esquina; 
pero tenías cañaverales para hacer lanzas 
y gorriones para la oración.

El sueño de tus árboles y el mío 
todavía en la noche se confunden 
y la devastación de la urraca 
dejó un antiguo miedo en mi sangre.

Tus contadas varas de fondo
se nos volvieron geografía; 
un alto era la montaña de tierra 
y una temeridad su declive.

Jardín, yo cortaré mi oración 
para seguir siempre acordándome: 
voluntad o azar de dar sombra 
fueron tus árboles.


sábado, 23 de marzo de 2019

A veces vuelves en la tarde (por Julio Cortázar)


Vuelvo a mentir con gracia,
me inclino respetuoso ante el espejo
que refleja mi cuello y mi corbata.
Creo que soy ese señor que sale
todos los días a las nueve.
Los dioses están muertos uno a uno en largas filas
de papel y cartón.
No extraño nada, ni siquiera a ti
te extraño. Siento un hueco, pero es fácil
un tambor: piel a los dos lados.
A veces vuelves en la tarde, cuando leo
cosas que tranquilizan: boletines,
el dólar y la libra, los debates
de Naciones Unidas. Me parece
que tu mano me peina. ¡No te extraño!
Sólo cosas menudas de repente me faltan
y quisiera buscarlas: el contento,
y la sonrisa, ese animalito furtivo
que ya no vive entre mis labios.


viernes, 22 de marzo de 2019

El azul los adopta (por Vicente Aleixandre)


No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.

Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
en tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?

Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.

¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan, revuelan, mientras ciega tú brillas.

No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.



jueves, 21 de marzo de 2019

Y menos noserá que todo el mar (por E. E. Cummings)


amor es mucho más espeso que olvídate
mucho más delgado que recuerda
más rara vez que una ola está mojada
más a menudo que desfallecer
mucho más loco es y lunarmente
y menos noserá
que todo el mar que sólo
es más profundo que el mar
amor es menos siempre que vencer
menos nunca que vivo
menos más grande que el menor comienzo
y menos más pequeño que perdona
es el más cuerdo y solarmente
y más no puede ya morir
que todo el cielo que sólo
es más alto que el cielo



miércoles, 20 de marzo de 2019

El viento llamó con golpecitos (por Emily Dickinson)


El viento llamó con golpecitos,

como un hombre cansado.

Y, como una anfitriona, yo

contesté resuelta "Entra".

Entró entonces en mi habitación.


Un veloz invitado, sin pies,

a quien ofrecer una silla

era tan imposible

como ofrecer un sofá al aire.


No tenía huesos que lo sostuvieran.

Su hablar era como la arremetida

de numerosos colibríes a la vez,

desde un fabuloso arbolillo.

Su apariencia, la de una ola.

Sus dedos, al pasar,

producían una música, como melodías

saliendo trémulas de un cristal.


Hizo la visita, también revoloteando;

dio de nuevo unos golpecitos, apresuradamente;

y yo me quedé sola.


martes, 19 de marzo de 2019

Y más abajo (por Alfonsina Storni)


Primero había una gran tela azúrea

de rosados dragones claveteada;

muy alta y desde lejos avanzando,

pero recién nacida y pudorosa.


Y más abajo grises continentes

de nubes separaban los azules;

y más abajo pájaros oscuros

bañábanse en los mares intermedios.


Y más abajo aún, ceñudo el bloque

de milenarios pinos susurraba

una canción primera de raíces.


Y estaban, más abajo todavía,

prendidos a la tierra los humanos

rechinando los dientes y herrumbrosos.



lunes, 18 de marzo de 2019

El país de la colcha (por Robert Louis Stevenson)



Cuando yo estaba enfermo y debía guardar cama

tenía dos almohadas a mi espalda

y colocaba al lado todos mis juguetes

para sentirme feliz todo el día.


Y a veces durante casi una hora

veía marchar mis soldados de plomo

con sus uniformes y artilugios

entre las sábanas, por las colinas;

o sacaba mis árboles y casas

y fundaba ciudades por todos lados.


Y yo era el enorme gigante quieto,

sentado sobre la almohada-colina,

que delante de sí ve, llano y montañoso,

el alegre país de la colcha.



domingo, 17 de marzo de 2019

Lecciones de Historia (por Miguel d' Ors)


En el nombre de Dios -ojo: no del Gran Todo,

no del Gran Manitú ni el Punto Omega

ni del dios (Dios me libre) deseado

y deseante de ciertos camarotes de seda-,

en el nombre del Padre que fizo toda cosa,

en el nombre del solo

Dios verdadero, el Dios de los profetas

hirsutos y los vastos patriarcas,

el de Inés y Cecilia,

sexo débil más fuerte que todas las legiones,

el Dios que sostenía la sonrisa

de Tomás Moro bajo el hacha negra,

el Dios de Louis Pasteur, el de Gaudí, de Chesterton,

de los analfabetos como yo,

el Dios de las amebas, de los Tronos

y las Dominaciones,

del simún y el Museo Británico, comienzo

esta declaración, esta memoria

del desolado tiempo que he vivido.

Que Él ponga en mis palabras una chispa de

Su innombrable fuerza.




I

La segunda mitad del siglo XX

era más pertinaz que una sequía

de los años 40.


Tenían -¿cómo no!- las Cinco Vías

de Tomás, el inmenso aventurero,

tenían los ocasos de Granada, el acorde

de octubre en los hayedos de Zuriza,

tenían a Audrey Hepburn (y a Raquel Welch), tenían

el Cervino, Florencia,

la Sexta Sinfonía de Beethoven,

el cielo azul -que es cielo y es azul-,

el silencioso grito de un minuto cualquiera

de la Madre Teresa de Calcuta...


Tropezaban con Dios en cada cosa:

un niño: Dios; una gaviota: Dios;

una mujer que dice -yo también-:

Dios; un buen verso: Dios. Pero eran ciegos,

sordos, inexplicables,

y negaron a Dios como quien niega

el mar o las manzanas.



II

La segunda mitad del siglo XX

no tuvo Dios ni dioses, ni siquiera

un poste de colores como Caballo Loco,

que ser menos salvaje que hombre blanco.


Y vino lo que vino:

si Dios no existe, el hombre es un fosfato

(un fosfato que vota, miren qué delicado).


Si Dios no existe -déjense de bromas-

no existen argumentos contra el horno

crematorio, el Gulag, la clínica asesina,

la bomba de neutrones, las Brigadas

Rojas, los Mao-Tse-Tung...

Si Dios no existe ¿quién me dice a mí

que no me cague en todos los restantes fosfatos?

Si Dios no existe, sálvese quien pueda.

Si Dios no existe, el Mandamiento Nuevo

es “jodeos los unos a los otros”.


Considerad, hermanos, con qué fidelidad

lo cumplió la segunda mitad del siglo XX.



III

La segunda mitad del siglo XX

la humanidad del hombre dimitió.


¿Para qué molestarse en decir no

con la palabra no? Mejor con metralleta,

John Kennedy, mejor con rifle, con pistola,

con granada de mano.

¿Por qué esperar al punto

final para acabar la discrepancia,

Bob Kennedy, pudiendo terminarla

con un tiro?


¿Por qué pedir justicia

con razones, pudiendo, Martin Luther,

pedirla con un kilo

de Goma-2?


¿Por qué perder el tiempo

en ser humanos, Aldo Moro, José María

Ryan, Manuel Expósito, almirante Carrero,

Anwar El Sadat, por qué, muertos y muertas

cuyos nombres se mezclan y confunden

en el olvido igual que las mandíbulas,

los zapatos, los trozos de chatarra, los dedos

en el súbito asfalto ensangrentado,

por qué perder el tiempo en ser humanos

pudiendo ser un cóctel Molotov,

un Cetme, una PO-3, un artilugio?



IV

La segunda mitad del siglo XX

llevó la compasión a un grado alejandrino.


Para ayudar al viejo de lentos sufrimientos,

nada tan tierno como asesinarlo.


Para que no haya niños de mirada famélica,

eliminar los niños.


Durante la segunda mitad del siglo XX

el crimen fue la forma más sublime

de la filantropía.



V

La segunda mitad del siglo XX

proclamó la bandera de la paz y la vida:

la vida de Mick Jagger,

la vida de Alí Agca, la de Charles

Manson, la de Bokassa,

la de José Rodríguez, son sagradas;

la vida de las focas y la de las sequoias

y hasta la vida de los vietnamitas

son sagradas, etcétera...

Muy bien, señores,

pero mientras el Universo se llenaba

de palomitas rosas, mientras todos ustedes

hacían el amor y no la guerra,

en cada útero un Auschwitz, un Dachau, un Stalin,

un Führer, un Vietnam, un Paracuellos,

un negro y fiero y ciego bombardeo.

Todo legal, no sufra, todo a cargo

de la Seguridad Social, naturalmente.


Cinco, veinte, sesenta millones, ochocientos

millones de personas -Dios lleva cuenta exacta-

asfixiadas, quemadas, trituradas

(con absoluta higiene y música ambiental

para que nadie diga).

Yo he escuchado sus llantos diminutos,

he visto sus milímetros de espanto,

sus deditos de leche desvalida

moviéndose en el cubo funerario.


Yo levanto estos versos como un volcán de rabia

y grito a las estrellas

que el mayor genocidio de este planeta fue

la segunda mitad del siglo XX.



VI

La segunda mitad del siglo XX

fue una escena de cama

de dimensiones cósmicas.


El Arte fue la cópula,

la Cultura la cópula,

la Diversión la cópula

y la Revolución también la cópula.


Allí todo fue copula-copulae... Todo menos

la cópula, que fue

durante la segunda mitad del siglo XX

sodomita, enfundada, interrupta, egocéntrica,

auricular, estéril, solitaria,

informática, teledirigida,

only for women, multitudinaria,

etcétera, etcétera, etcétera...

De todas las maneras

inferior a los perros.



VII

La segunda mitad del siglo XX

se propuso llegar al Paraíso

ahorrándose el viaje.


Ser Agustín sin recorrer de bruces

todo el dolor que media

entre el robo de peras y la visión beatífica;

ser Francisco de Asís sin merecerlo

por el hambre y el no y el parecido

con los lirios del campo;

ser -ay- Juan de la Cruz sin noche oscura

ni cadenas voraces ni dolencia de amor;

ser María Goretti, pero llegando a un trato.

Ver a Dios sin limpiarse el corazón.


Para volar tan alto,

tan alto, les vendieron un atajo:

pastillas, sobrecillos, jeringuillas,

perfectos sucedáneos -pensaban- de la ascética.

Ascética sintética.


Una fumata, tío, y el éxtasis. Un sorbo

de este rollo y las ínsulas extrañas.

Un pinchacillo aquí y escuchas en diez pistas

el hosanna de oro de los coros angélicos.


Lo malo es que el atajo era mentira.

Lo malo es que aquel cielo era mentira.

Lo malo es que la puerta que Ferlinghetti & Dylan,

Limited (very limited) cantaban

los condujo -mentira, “Lasciate ogni speranza”-

al Horror infinito.



VIII

La segunda mitad del siglo XX

fue amiga de los ríos y los quebrantahuesos,

de la ballena azul y los otoños,

de la gentiana Clusii y el Yosemite Valley.


Muy bien. Me apunto a todos esos bosques,

a las corrientes aguas

puras, al Aconcagua, a las aves ligeras;

me apunto a todo locus más o menos amoenus;

al lupus homini homo, si esto le hace feliz.


A lo que no me apunto es a después

de tanta historia con Mamá Natura

asesinar 1.000 niños ustedes ya me entienden.


A lo que no me apunto es a morir,

igual que Jimi Hendrix,

con catorce pinchazos diz que de paraíso

debajo de la lengua.

A lo que no me apunto ni borracho

es a clamar por la Naturaleza

con un dispositivo en la vagina,

una funda de plástico ya saben,

un kilo de pastillas en el alma

y millones de hermanos que no llegan

a especie protegida.



IX

La segunda mitad del siglo XX

dijo que la Verdad no era verdad,

que cada cual con su opinión, y todos

a ser homini lupus en paz y compañía.


No es verdad que hoy es martes,

no es verdad esta lluvia, no es verdad Paraguay

ni mi bigote ni sus estornudos

ni dos y dos son cuatro: todo son opiniones.

Usted hoy se ha comido un plato de opiniones

-perdón, una opinión

de opiniones (tampoco voy a imponerle el plato)-;

a usted, cuando se sienta,

le pica esa opinión que le ha salido

en toda la opinión.


Pero ¿qué digo usted!

Usted es solamente

una opinión. Yo soy una opinión.

Esto es sencillamente

una conversación entre opiniones.



X

La segunda mitad del siglo XX

atinó con la Llave

de la Sabiduría: un hombre, un voto.


El manejo es sencillo:

un drogadicto, un voto; un premio Nobel,

un voto; dos maricas, dos votos; un apóstol,

un voto; un loco, un voto; un cuerdo, un voto;

William Shakespeare, un voto; Pedro Pérez, un voto;

Santa Teresa, un voto; Charles Manson, un voto;

Platón, un voto; Claudia Cardinale,

un voto; usted, un voto.


Acto seguido

una rápida suma, y miren qué sencillo

fue para la segunda mitad del siglo XX

el Wahrheitserkenntnisweg.



XI

La segunda mitad del siglo XX

funcionó por razones

que la Raison jamás conocerá.


Pero yo sí conozco algunos casos,

frères humains qui après nous vivez:

Andrés se hizo fascista por profundos

motivos de peinado,

Yvonne marxista porque las milongas

de los Quilapayún, Pedro bakuninista

por Margarita, Plácido católico

por afición al órgano (en el mejor sentido),

Giambattista se hizo socialista

dicen que por la rima, Doña Pura

testigo de Jehová por una minipímer,

Juan y Pedro mormones por razones

de estricta sastrería.


Insondables abismos del organismo humano:

durante la segunda mitad del siglo XX

nadie fue calvinista por Calvino,

ni sartriano por Sartre, ni budista por Buda,

sino que por, o sea, que sentían

un no sé qué, que quedan balbuciendo

aquellos antropoides.



XII

La segunda mitad del siglo XX

fue mediocre también en la herejía.


Pensemos en los grandes

clásicos del error, profesionales

como Pelagio, Arrio,

Lutero, Hus, Calvino: arduos años en trato

con la Biblia y los Padres de la Iglesia,

orando en penumbras temblorosas,

pasando doctorados, sínodos, conclusiones...

De repente una idea infernal: el filioque,

la sustancia, distingo, de humanitate Christi...

Advertencia, Tractatus, advertencia, concilio,

más advertencia, insumisión, condena

y el final conocido:

pregonero, tambores, las calles agolpadas

y una fogata multitudinaria

cuyos fulgores crepitaban años

y años en las memorias campesinas

y se perpetuaban en trovos y consejas.


Durante la segunda mitad del siglo XX

todo fue más chapuza: el padre Van der Buden

a base de ir en cueros entre los tulipanes

dijo no sé qué cosa (ni él tampoco

debió saberlo mucho). A Don Hans Kraus

le bastó con algunas mugres tercermundistas

de Der Spiegel. A Paqui Rodríguez, peluquera

de Mula (Murcia, España), se le ocurrió su cisma

bajándose el tirante del bikini

al borde de un cubata perezoso.


También incompetentes

para el mal. Ni siquiera merecían

el honor de una hoguera.



XIII

La segunda mitad del siglo XX

dio pasos de gigante.


Hubo no obstante algunos reaccionarios,

gentes que se negaron a avanzar con su tiempo

-una monja ruinosa de Calcuta, unos papas,

Escrivá, Solzhenitsyn, Lech Walesa,

Jérome Lejeune y otros,

sin olvidar los pérez con sus codos gastados

en el amargo roce de los lunes y martes

y unos pocos millares de silencios postrados

bajo la lucecita latiente del Sagrario-,

gentes insolidarias, no cabe duda,

gentes

reacias a vivir a cuatro patas

y a dar aquellos pasos de gigante

camino de la nada.


Nadie lo supo, y ellos sostenían

la máquina del mundo.

Luminosos rebeldes, ellos fueron

el rumbo de la Historia

durante la segunda mitad del siglo XX.



SALMO FINAL

Grandes son Tus hazañas, Señor, fuerte Tu brazo:

Tú salvaste a Tu pueblo de la lluvia de napalm,

de los tanques del Pacto de Varsovia,

de Nixon, de Jomeini, de Fernández Ordóñez.


Señor, Tú nos libraste de los que nos traían

la libertad en sus cañones, Tú

has sacado a Tu pueblo intacto de las fauces

de Kruschev, de la CIA, de Playboy, de Alí Agca.


Tu fuerza no la vencen los missiles

ni L’ Être et le Néant

ni Gaddafi ni la Trilateral.


Tu amor no tiene fin, Señor: Tu pueblo,

que atravesó el desierto y el Mar Rojo,

también logró pasar -mayor prodigio-

la segunda mitad del siglo XX.



sábado, 16 de marzo de 2019

¿De dónde te ha llegado? (por Mukaghali Makatayev)


Mi pobre cuñada que da leche y yogur si pides agua
parece haber envejecido mucho.
Dime, ¿por qué resurges como jota de picas
con los ojos tan fuera de sus órbitas?

Oh, Dios mío, ¡qué fría es su mirada!
Ya mira por encima de los hombres
como un palo de guardia mostrándonos la senda
para inspeccionar sus conductas con estrecho bigote.

Oh, querida cuñada, ¿aún recuerdas a nuestro honesto tío?
Ambos respetábamos la vida familiar.
Maldita sea la guerra sangrienta.
Pobre cuñada mía, ¿quién habrá alterado tu sosiego apacible?

¿Dónde está tu resuelta risa?
¿Por qué tienes el rostro así de ceñudo?
Eras rebelde, nadie te atraparía con un lazo,
¿quién hizo que cambiaras tu habitual rebeldía?

Súbitamente te has visto sometida.
Recibiste dolor en lugar de alborozo.
Eras mujer de buen gusto,
¿cómo te has enganchado a esos bigotes negros?

Orgullosa de ti estaba la familia,
calzándote las botas en los pies.
A muchos otros hombres ignorabas,
y a tantos los pisaste...

Ya has envejecido, pobre cuñada mía.
Tú que casi nunca te rendías al dolor,
¿de dónde te ha llegado?
¿O será, amiga mía, que echas de menos
aquella juventud que murió entre la guerra?



viernes, 15 de marzo de 2019

Un guijarro de cuarzo (por Ted Kooser)


Junto a la puntera de mi bota

un guijarro de cuarzo,

una gota de la leche de la tierra,

sucia y fría.

Lo coloqué al trasluz

y a través de él casi vi

la gran explicación.

Déjalo dónde estaba, me dijo algo,

déjalo dónde estaba y sigue tu camino.



jueves, 14 de marzo de 2019

Esa piedra (por Rafael Baldaya)


La piedra,
esa piedra con que
tropiezo
y
tropiezo
y
tropiezo muchas veces
en ella,
en la misma,

la piedra en la que caigo 

recaigo
y
rerrecaigo,
esa piedra es
-o sea,
soy-
la piedra yo.



miércoles, 13 de marzo de 2019

La Recoleta (por Jorge Luis Borges)


Aquí es pundonorosa la muerte,
aquí es la recatada muerte porteña,
la consanguínea de la duradera luz venturosa
del atrio del Socorro
y de la ceniza minuciosa de los braseros
y del fino dulce de leche de los cumpleaños
y de las hondas dinastías de los patios.
Se acuerdan bien con ella
esas viejas dulzuras y también los viejos rigores.

Tu frente es el pórtico valeroso
y la generosidad de ciego del árbol
y la dicción de pájaros que aluden, sin saberla, a la muerte
y el redoble, endiosador de pechos, de los tambores
en los entierros militares;
tu espalda, los tácitos conventillos del norte
y el paredón de las ejecuciones de Rosas.

Crece en disolución bajo los sufragios de mármol
la nación irrepresentable de los muertos
que se deshumanizaron en tu tiniebla
desde que María de los Dolores Maciel, niña del Uruguay
-simiente de tu jardín para el cielo-
se durmió, tan poca cosa, en tu descampado.

Pero yo quiero demorarme en el pensamiento
de las livianas flores que son tu comentario piadoso
-suelo amarillo bajo las acacias de tu costado,
flores izadas a conmemoración en tus mausoleos-
y el porqué de su vivir gracioso y dormido
junto a las terribles reliquias de los que amamos.

Dije el enigma y diré también su palabra:
siempre las flores vigilaron la muerte,
porque siempre los hombres incomprensiblemente supimos
que su existir dormido y gracioso
es el que mejor puede acompañar a los que murieron
sin ofenderlos con soberbia de vida,
sin ser más vida que ellos. 


martes, 12 de marzo de 2019

Yo conozco las estrellas (por Sara Teasdale)


Yo conozco las estrellas por sus nombres,
Aldebarán, Altair,
y conozco el camino que recorren
por la amplia escalera azul del cielo.

Yo conozco los secretos de los hombres
por el aspecto de sus ojos;
sus pensamientos grises, sus pensamientos extraños,
me entristecen y vuelven sabia.

Pero tus ojos son oscuros para mí,
aunque parecen llamar y llamar.
No puedo decir si me amas
o no me amas en absoluto.

Yo conozco muchas cosas,
pero los años vienen y van,
y moriré desconociendo
la única cosa que anhelo saber.



lunes, 11 de marzo de 2019

Ellos (por Uriel Martínez)


Los veo en la calle, cualquier calle,
a cualquier hora y a todas horas;
en su mirada no llevan domicilio
ni remitente, por lo mismo, nadie
habrá que los reclame, a quien
hagan falta, quien los extrañe.
Ellos tampoco, quizá de un momento
a otro se asumieron como son:
libres como un guante o un paraguas
olvidado; acaso una sábana
de algodón sin su par,
sin su correspondiente envés,
como una cicatriz que va sin
rostro, abierta, indolora.



domingo, 10 de marzo de 2019

Trescientos escalones (por Francisca Aguirre)


Estaba todo quieto en la casa apagada.
Hasta el día siguiente, hasta sabe Dios cuándo
el silencio reinaba como un ídolo antiguo.
No funcionaban las leyes del tráfico,
esas imprescindibles ordenanzas
que hay que acatar para transitar el pasillo.
Es como si la noche propusiera una tregua,
como si al apagar la luz se apagara el peligro.
Escucho. Nada. Todos callan unánimes.
Mirar la oscuridad es profesar de muerto:
los ojos van de lo negro que nos habita
a lo negro que nos envuelve.
Somos los apagados, los ausentes,
los que gavillan tiempo en sus muñecas,
somos los auditores del silencio
y ese silencio es como un túnel por el que solo avanza el tiempo.
No ver, no estando ciegos, es hundirse en el tiempo.

El armario, con su puerta entreabierta, da a las costas de Francia.
Oigo los barcos que salen o entran por el puerto del Havre.
Veo tres niñas muy contentas, en Barcelona,
porque se iban de viaje:
se acababan los bombardeos,
ya no tendrían que esconderse debajo de aquella escalerita
que conducía a las habitaciones superiores
mientras oían, espantadas, el agudo silbido de las bombas.
Nos íbamos, nos íbamos a Francia.
Y así llegamos a Bañolas:
nosotras contentísimas de ver el lago,
papá, mamá y la abuela
arrastrando su corazón, empujándolo a la frontera.
París fue para mí, durante mucho tiempo, un gato.
Había un gato en aquella pobre pensión en que vivimos,
un gato que dormía al lado de una estufa.
Yo nunca vi París: tan solo vi ese gato.

Y nos fuimos al Havre para tomar un barco.
Nosotras con dos muñecos y un monito,
papá con su caja de pinturas y un sueño acorralado,
un sueño convertido en pesadilla,
un sueño multitudinario
arrastrado como único equipaje
por una inmensa procesión de solos.
Pero aquel barco no llegó a su puerto:
esperamos, mientras mamá, para alumbrarnos,
cantaba algunos días El niño judío: "De España vengo, soy española".

No llegó el barco. Llegaron aviones alemanes.
Hubo que caminar a gatas por las habitaciones del hotel,
que estaba frente al puerto.
Aquel hotel tenía un nombre,
se llamaba La Rotonde de la Gare.
Papá pintaba. Y, como Modigliani,
iba a ofrecer sus cuadros a las gentes. Tampoco a él le compraban.
Nosotras aprendimos francés en dos semanas.

El reloj de La Gare ha dado un cuarto,
papá me dice que levante la cara un poco más,
dos o tres pinceladas y termina el retrato.
Mi padre, no sé bien por qué, me pintó de japonesa.
Para siempre quedé con mi abanico,
con los ojos ligeramente oblicuos y asombrados,
en una edad más bien indefinida
y con una diadema de pensamientos sobre el pelo.

Papá, vamos al puerto, vamos al puerto ahora que hay tiempo
y luego vámonos corriendo a ver el Bois del Hallates,
vamos, que se perdió tu cuadro y ya solo podré verlo contigo y para siempre.

Papá, perdimos tantas cosas
además de la infancia y los trescientos escalones que tú pintaste
nunca he sabido si para decirnos que había que subirlos o bajarlos.
Y ahora pienso, desde tu mano que me ayudaba a recorrerlos,
que tal vez me dijiste entonces
que había que subirlos y bajarlos
y para eso los pintaste
y para eso pasaste días enteros
pintando una escalera interminable,
una hermosa escalera rodeada de árboles y árboles,
llena de luz y amor,
una escalera para mí,
una escalera para que pudiera subir,
vivir,
y una escalera para descender,
callar,
y sentarme a tu lado como entonces.

Me he levantado para cerrar la puerta del armario.
Está mi casa sosegada,
apenas en el aire zumba tenue la remota sirena de un barco.
Los que más amo duermen:
mi hija arropada en sus nueve años
y Félix indefenso ante sus treinta y ocho.
Al fin se extingue el eco de los barcos.
Vuelvo a la cama.
—Buenas noches, papá. Hasta mañana si Dios quiere. Que descanses.


sábado, 9 de marzo de 2019

En metáfora (por Nicolae Prelipceanu)


Sabes que unos amigos míos un poco más jóvenes al regresar de Atenas

(es bueno que los jóvenes viajen)

me han recordado que la palabra metáfora allí

significa tranvía o metro o incluso tren

esto es coges una metáfora

y te encuentras al otro lado de Grecia

por ejemplo subes a la metáfora y te vas

dejas toda tristeza y alegría

y otros sentimientos contradictorios-contrarios

que te atormentaban allí donde estabas desde hacía mucho tiempo

todo el mundo se va a la oficina en metáfora

todo el mundo se evade (para ir al campo) en metáfora

todo el mundo tiene una sola idea (fija)

cuando se alegra o se entristece

y esta se llama metáfora

te compras un billete para la metáfora

y te vas de viaje sin cuidado

pero a ellos se les olvidó decirme

qué haces cuando la metáfora está de huelga

tal vez pones pies en polvorosa o lo cortas por lo sano (andando) simplemente como antes

cuando la metáfora no significaba transporte en común sino tu transporte

a solas

de soledad en soledad.



viernes, 8 de marzo de 2019

Una ventana donde asomarse (por Andrée Chedid)


Yo no creo en los naufragios.

Hay una máscara azul al fondo de los pozos.

Las portadoras de pan se suceden,

las vidas se acuerdan de otras vidas.

Siempre quedará una ventana donde asomarse,

promesas por mantener,

un árbol donde apoyarse.

En algún sitio existe el rostro de nuestra tierra,

¿quién nos dirá su nombre?



jueves, 7 de marzo de 2019

Intactos (por Víctor Botas)


No me preguntes cómo pasa el tiempo.
El caso es que ya estoy un poco sordo
y el pelo me blanquea. Sin embargo,
aún siento un no sé qué, algo muy tenue
(como un temblor de luna en un estanque),
aquí, justo en la boca del estómago,
cada vez que te miro. Qué curioso,
qué curioso, ¿verdad? Qué raro: el tiempo,
que en Babilonia destruyó las rosas,
que terminó con Júpiter y a polvo
redujo los imperios y las caras
(que todo se lo lleva por delante
como un rinoceronte enloquecido),
me parece que hoy se va a dejar
los dientes (por lo menos), en su inútil
empeño de ir borrándote esos ojos
que intactos yo lo quiero aquí se quedan.



miércoles, 6 de marzo de 2019

Como si volviera (por Miltiadis Malakasis)


¡Ah! Cómo palpita a veces este corazón y tiembla despacio,
ahora, en mi vejez.
Como un joven, me regocijo con la noche y el día, con la claridad
de las estrellas, con los ocasos, con los amaneceres.

Como si volviera de la clase enmohecida a casa de mis padres
con tres días de vacaciones
y me fuera a Galatá y a la inmortal montaña
con su tranquila ladera.

Como si me esperaran allí mis fieles pastores de cabras
y mis compañeros, los pastores de ovejas,
para entrar con unos en los bosques mientras los demás corren
desde la cima visible hasta la fiesta de mi boda.

E, incluso, como si estuvieran preparados el queso, el requesón,
la carne, el dulce de Ios,
el kokoretzi caliente sobre las hojas de los plátanos
y el aguardiente eliótico.

Y, después, como si me llevaran al baile con sus pañuelos de seda
las pastoras y sus hijos
y, allí, donde me balanceo y me inclino y me retuerzo y me deslizo,
me gritaran: ¡Vamos, vamos!...

¡Ay! Cómo palpita a veces este corazón y tiembla despacio,
y cómo me sube la sangre,
como si estuviera allí cantando con el acompañamiento del caramillo:
"Lo dicen los ruiseñores en los desfiladeros...".


martes, 5 de marzo de 2019

Ni tú ni yo (por Josefina de la Torre)


Altas ventanas abiertas
dejaron sombras de luces
disparadas en la arena.
El camino estaba quieto,
muerto del blanco preciso
con doce heridas de invierno.
En las ramas de los pinos
el pensamiento giraba
las brisas de los olivos.
Una vez cerca. El espacio
vacío, libre, perdido
a lo largo de los brazos.
Y qué lejos el momento,
cuatro paredes baratas
imágenes del espejo.
Ni tú ni yo. Las ventanas
altas, abiertas, desnudas,
suicidas de madrugada.



lunes, 4 de marzo de 2019

Inventario (por Jorge Luis Borges)


Hay que arrimar una escalera para subir. Un tramo le falta.
¿Qué podemos buscar en el altillo
sino lo que amontona el desorden?
Hay olor a humedad.
El atardecer entra por la pieza de plancha.
Las vigas del cielo raso están cerca y el piso está vencido.
Nadie se atreve a poner el pie.
Hay un catre de tijera desvencijado.
Hay unas herramientas inútiles.
Está el sillón de ruedas del muerto.
Hay un pie de lámpara.
Hay una hamaca paraguaya con borlas, deshilachada.
Hay aparejos y papeles.
Hay una lámina del estado mayor de Aparicio Saravia.
Hay una vieja plancha a carbón.
Hay un reloj de tiempo detenido, con el péndulo roto.
Hay un marco desdorado, sin tela.
Hay un tablero de cartón y unas piezas descabaladas.
Hay un brasero de dos patas.
Hay una petaca de cuero.
Hay un ejemplar enmohecido del Libro de los Mártires de Foxe, en intrincada letra gótica.
Hay una fotografía que ya puede ser de cualquiera.
Hay una piel gastada que fue de tigre.
Hay una llave que ha perdido su puerta.
¿Qué podemos buscar en el altillo
sino lo que amontona el desorden?
Al olvido, a las cosas del olvido, acabo de erigir este monumento,
sin duda menos perdurable que el bronce y que se confunde con ellas.



domingo, 3 de marzo de 2019

El espantapájaros (por Walter de la Mare)


Durante todo el invierno inclino la cabeza
bajo la lluvia torrencial;
el viento del norte me rocía con nieve
y otra vez me golpea;
a medianoche, bajo un laberinto de estrellas,
ardo con brillante resplandor,
y me incorporo sobre el rastrojo, rígido,
como el correo de la mañana.

Pero cuando ese niño llamado Primavera
y toda su hueste de amigos vienen,
esparciendo sus capullos y gotas
sobre estos acres de mi hogar,
una agitación se despierta en mis harapos;
levanto los ojos vacíos y observo
los cielos en busca de cuervos,
esos enemigos voraces de mi amo: el Hombre.

Lo observo caminar detrás de sus herramientas,
y sé que pronto el trigo
se balanceará sobre los campos,
antes cubiertos por un estéril blanco;
pronto miraré a través de un mar
de granos engendrados por el sol,
que mi estrecha vigilia ha custodiado
para que otra vez haya cosecha.



sábado, 2 de marzo de 2019

Ella (por Rafael Baldaya)


tras lo inventado o fabulado
después de lo narrado
de lo representado
después del sueño o del ensueño
luego del trance
de la pasión
del clímax
terminado el delirio
tras la embriaguez
luego de la lectura justo al cerrar el libro
en cuanto acaba el cine y las luces se encienden
ido el breve respiro
tras la tregua o paréntesis
vuelve otra vez la terca
vuelve la agazapada
alerta y al acecho perseguidora
vuelve ella

la insistente
vuelve la infatigable
sitiadora
rodeante
siempre a lomos del suelo
en sus tres dimensiones vuelve
la cosa esta



viernes, 1 de marzo de 2019

Fue risa y destreza (por Emily Dickinson)


Este tranquilo polvo fue caballeros y damas,
y muchachos y chicas;
fue risa y destreza y jadeos
y trajes y rizos.

Este estático lugar, una agitada casona de verano
donde flores y abejas
completaron su circuito oriental,
para cesar ellas también.