zUmO dE pOeSíA

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jueves, 26 de diciembre de 2019



zUmO dE pOeSíA volverá a publicar entradas nuevas a partir de enero de 2020.


¡ Feliz 2020 a tod@s !

(y buena suerte también, para tod@s, en la década que empieza)

martes, 24 de diciembre de 2019

Natividad (por José Watanabe)


Ésta es tu patria, hijo mío,
un establo donde tu madre
ya duerme
de regreso a nuestra especie:
hasta ahora
ella era un animal mítico: el vientre
avanzado
y habitado
por Ti, entonces voraz nonato,
que le consumías hasta los huesos.

Tengo ya muchos años y he visto
de todo. Sin embargo,
me sobrecoge mirarte, mi recién nacido:
a pesar de las madres
todo niño está abandonado
sobre la vastedad de una tierra callada.

Tu madre,
muchacha todavía sorprendida
por Ti, no cantó
una canción de cuna. Mirándote
sólo murmuró inacabablemente:

-Es espantoso esperar de Él
lo que esperan.


lunes, 23 de diciembre de 2019

Nombres que revolotean (por Hamutal Bar Josef)


Nombres y más nombres multiplicados, triturados, melodiosos,
quien los pronuncia relincha como un caballo que llora en sueños.
Nombres de calles, compañeros de escuela y sus hermanas,
quien los pronuncia penetra en el espacio del clamor.
Nombres que revolotean por el aire y cantan con rara insistencia,
como preservando un sitio prohibido,
más allá de la risa y el llanto –
Así sonaban las conversaciones de mis padres con sus paisanos
acerca de lo que fue.


domingo, 22 de diciembre de 2019

Dentro de aquellos rostros (por Walt Whitman)


Observa a través de ti mismo y te verás igual a los demás,

a través de las risas, la danza, en el almuerzo, en la cena de la gente,

entre los vestidos y los adornos, dentro de aquellos rostros lavados y acicalados,

observa el silente secreto de repudio y desesperación.


Ni al esposo, ni a la esposa ni al amigo confiamos la confesión,

otro yo, un duplicado de cada quien, escondiéndose a hurtadillas discurre,

informe y desprovisto de palabra atraviesa las calles de la ciudad, culto y ecuánime en los salones,

en los vagones de ferrocarril, en los barcos a vapor, en la plaza pública,

hogar para las casas de hombres y mujeres, en la mesa, en la habitación, en todas partes,

vedlo sagazmente vestido, sonriendo solapadamente, muy erguido, con la muerte bajo el esternón, y el infierno bajo el cráneo,

bajo la capa y los guantes, bajo las cintas y las flores artificiales,

respetuoso de las costumbres, sin decir una palabra sobre sí mismo,

hablando de cualquier otra cosa salvo de sí mismo. 


sábado, 21 de diciembre de 2019

Trastero (por Mary Oliver)


Cuando me mudaba de una casa a otra

había muchas cosas para las que no tenía espacio.

¿Qué podía hacer? Alquilé un trastero.

Y lo llené. Los años pasaron.

De vez en cuando iba allí y miraba,

sin que nada ocurriera,

ni una sola punzada en el corazón.

Cuantos más años cumplía, las cosas que me importaban

eran cada vez menos, pero más importantes.

Así que un día rompí el candado

y llamé al basurero.

Se lo llevó todo.

Me sentí como el burrito

al que finalmente le quitan la carga de encima.

¡Cosas!

¡Quémalas, quémalas!

¡Haz un hermoso fuego!

¡Habrá más espacio en tu corazón para el amor,

para los árboles!

Para los pájaros que nada poseen,

que es la razón por la que pueden volar.


viernes, 20 de diciembre de 2019

Es abajo o arriba (por Raquel Jaduszliwer)


Me decías, siempre está amaneciendo, siempre está atardeciendo
hay una luz que avanza, que avanza y se retira
es que en su doble fondo ¿lo ves? de manera indistinta
es de noche o de día, es abajo o arriba, pero siempre
siempre, en su pliegue recóndito se agolparán los huérfanos.
Todo eso decías, hijo del castigado, padre de la desdicha
todo eso decías, todo eso decías: el esplendor humano
es de dolor y brilla.


jueves, 19 de diciembre de 2019

Y aún sigue siendo así (por Peter Handke)


Cuando el niño era niño
andaba con los brazos colgando,
quería que el arroyo fuera un río,
que el río fuera cascada,
y este charco el mar.

Cuando el niño era niño
no sabía que era un niño;
todo para él tenía alma
y todas las almas eran una.

Cuando el niño era niño
no tenía opiniones sobre nada,
no tenía costumbres,
se sentaba con las piernas cruzadas,
echaba a correr de repente,
tenía un remolino en el pelo
y no posaba cuando le hacían fotos.

Cuando el niño era niño
fue el tiempo de preguntas como estas:
¿Por qué soy yo y por qué no soy tú?
¿Por qué estoy aquí y por qué no allí?
¿Cuándo empezó el tiempo y dónde acaba el espacio?
¿No es esta vida bajo el sol un sueño?
Lo que veo y oigo y huelo,
¿no es la apariencia de un mundo que oculta otro mundo?
¿Existe realmente el mal, y gente
mala de verdad?
¿Cómo es posible que yo, el que soy,
no existiera antes de existir,
y que un día yo, el que soy,
deje de ser este que soy?

Cuando el niño era niño
le daban asco las espinacas, los guisantes, el arroz con leche
y la coliflor cocida,
pero ahora come todo eso y no por obligación.

Cuando el niño era niño
despertó un día en una cama extraña
y ahora le sucede a menudo,
muchas personas le parecían hermosas
y ahora es un hecho excepcional,
podía imaginarse claramente el paraíso
y ahora a lo sumo puede intuirlo,
no podía concebir la nada
y hoy tiembla ante ella.

Cuando el niño era niño
jugaba ensimismado,
y ahora se entrega a las cosas como entonces, pero solo
si esas cosas son su trabajo.

Cuando el niño era niño
se conformaba con una manzana y pan,
y aún sigue siendo así.

Cuando el niño era niño
las moras le caían en la mano como solo las moras caen
y así es todavía,
las nueces crudas le dejaban la lengua áspera
y así es todavía,
sentía en cada montaña
el deseo de una montaña cada vez más alta
y en cada ciudad
el deseo de una ciudad más grande,
y todavía es así,
cogía las cerezas de la copa del árbol emocionado
como hace hoy todavía,
sentía timidez ante los extraños
y la siente todavía,
esperaba la primera nevada
y la sigue esperando todavía.

Cuando el niño era niño
tiró un palo como si fuera una lanza contra el árbol;
y ahí está, vibrando todavía.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

Por qué no ahora (por Anna Ajmátova)


Vendrás de todos modos. ¿Por qué no ahora?
Cuánto he esperado. Vienen los malos tiempos.
He apagado la luz y abierto la puerta
para ti, porque eres mágica y sencilla.
Asume, por tanto, la forma que más te plazca,
apunta y dispárame un tiro envenenado,
o estrangúlame como un eficiente asesino,
o bien inféctame —el tifo sería mi suerte—,
o irrumpe del cuento de hadas que escribiste,
aquel que estamos cansados de oír día y noche,
en que los guardias azules trepan las escaleras
guiados por el conserje, pálido de miedo.
Todo me da lo mismo. El Yenisei se arremolina,
la Estrella del Norte brilla como brillará siempre,
y el destello azul de los ojos de mi amado
está oscurecido por el horror final.


martes, 17 de diciembre de 2019

"Nunca" es una medida sin medida (por Isidro Saiz de Marco)


muere mi padre y ya no vuelve Nunca

ya Nunca oigo la voz de la tía Emilia

Nunca más don José

Nunca más Santi

No me despierta Nunca la perra de mi infancia

Tras llevarlo al desguace no volví a conducir Nunca ese coche

Nunca más me pondré las botas de montaña que tanto me han servido y tiro al vertedero porque se desgastaron

no sabré Nunca lo que el velo oscurece, la verdad escondida detrás de la apariencia

(si alguien lee esto, que añada algunas de sus propias nunquidades)

Nunca es Nunca

y es Nunca

y es Nunca Nunca Nunca

Nunca es pequeño como una hormiguita

Nunca es menos que algo

Nunca viene a ser nada

Nunca no se ve, Nunca no se toca, pero ninguna cosa es más larga que Nunca

el pasillo de Nunca no sabe de paredes

Nunca no tiene luego ni después

no hay horas ni minutos ni segundos de Nunca

para Nunca no hay siglos ni milenios

qué raro aplicar Nunca a seres de aquí abajo

Nunca es una medida sin medida

en vano imaginamos el tamaño de Nunca

Nunca no cabe en todo el universo


lunes, 16 de diciembre de 2019

En la noche (por Robert Desnos)


En la noche están naturalmente las siete maravillas del mundo y la grandeza
y lo trágico y el encanto.
Los bosques se tropiezan confusamente con las criaturas legendarias
escondidas en los matorrales.
Estás tú.
En la noche están los pasos del paseante y los del asesino y los del guardia urbano
y la luz del farol y la linterna del trapero.
Estás tú.
En la noche pasan los trenes y los barcos y el espejismo de los países donde es de día.
Los últimos alientos del crepúsculo y los primeros estremecimientos del alba.
Estás tú.
Un aire de piano, el estallido de una voz.
Un portazo. Un reloj.
Y no solamente los seres y las cosas y los ruidos materiales.
Sino también yo que me persigo o sin cesar me adelanto.
Estás tú la inmolada, tú la que espero.
A veces extrañas figuras nacen en el momento del sueño y desaparecen.
Cuando cierro los ojos, las floraciones fosforescentes aparecen y se marchitan
y renacen como fuego de artificios carnosos.
Países desconocidos que recorro en compañía de criaturas.
Estás tú sin duda, oh bella y discreta espía.
Y el alma palpable de la extensión.
Y los perfumes del cielo y de las estrellas y el canto del gallo de hace 2000 años
y el grito del pavo real en los parques en llamas y besos.
Manos que se aprietan siniestramente en una luz descolorida y ejes que chirrían
sobre los caminos de espanto.
Estás tú sin duda a quien no conozco, a quien conozco al contrario.
Pero que, presente en mis sueños, te obstinas en dejarte adivinar en ellos sin aparecer.
Tú que permaneces inasible en la realidad y en el sueño.
Tú que me perteneces por mi voluntad de poseerte en ilusión pero que no acercas tu rostro
sino cuando mis ojos se cierran tanto al sueño como a la realidad.
Tú que en despecho de una retórica fácil donde la ola muere en la playa,
donde la corneja vuela entre las fábricas en ruinas, donde la madera se pudre crujiendo
bajo un sol de plomo.
Tú que estás en la base de mis sueños y que sacudes mi alma llena de metamorfosis
y que me dejas tu guante cuando beso tu mano.
En la noche están las estrellas y el movimiento tenebroso del mar, de los ríos, de los bosques,
de las ciudades, de las hierbas, de los pulmones de millones y millones de seres.
En la noche están las maravillas del mundo.
En la noche no están los ángeles guardianes, pero está el sueño.
En la noche estás tú.
En el día también.


domingo, 15 de diciembre de 2019

Hay un tigre encerrado (por Eduardo Lizalde)


Hay un tigre en la casa
que desgarra por dentro al que lo mira.
Y sólo tiene zarpas para el que lo espía,
y sólo puede herir por dentro,
y es enorme:
más largo y más pesado
que otros gatos gordos
y carniceros pestíferos
de su especie,
y pierde la cabeza con facilidad,
huele la sangre aun a través del vidrio,
percibe el miedo desde la cocina
y a pesar de las puertas más robustas.

Suele crecer de noche:
coloca su cabeza de tiranosaurio
en una cama
y el hocico le cuelga
más allá de las colchas.
Su lomo, entonces, se aprieta en el pasillo,
de muro a muro,
y sólo alcanzo el baño a rastras, contra el techo,
como a través de un túnel
de lodo y miel.

No miro nunca la colmena solar,
los renegridos panales del crimen
de sus ojos,
los crisoles de saliva emponzoñada
de sus fauces.

Ni siquiera lo huelo,
para que no me mate.

Pero sé claramente
que hay un inmenso tigre encerrado
en todo esto.


sábado, 14 de diciembre de 2019

Qué extraña se ha vuelto la existencia (por Antonio Gamoneda)


Oigo tu llanto.

Subo a las habitaciones donde la sombra pesa en las maderas inmóviles, 

pero no estás: sólo están las sábanas que envolvieron tus sueños. 

¿Todo en mí es ya desaparición?

No aún. Más allá del silencio,
oigo otra vez tu llanto.

Qué extraña se ha vuelto la existencia:

tú sonríes en el pasado

y yo sé que vivo porque te oigo llorar.


viernes, 13 de diciembre de 2019

Sótano de la casa principal (por Mariana Camelio)


hay zorros que viven debajo de esta casa
su asentamiento siempre ha sido radial y concéntrico
todo túnel me lo aprendí de memoria
el ejercicio de dibujar la isla boca abajo
hizo aparecer en el papel un trazado perfecto
de crujires soterrados nocturnos

allí aparecieron también
manchas de musgo que esconden quemaduras
zorros que duermen en esas manchas tibias
sueños de árboles corteza fotosensible
que imprime caras cuyos nombres
y genealogía no recuerdo

en el verano vimos pájaros de muchas especies
pero todos de un gris ceniciento
la laguna a medio congelar tiene unos surcos azules y otros verdes
nada entiendo yo de crujires pero con la lluvia
en cada uno de esos huecos
crecerían líquenes amarillos:
durante todos los tiempos en los barcos
se han visto fuegos en la punta de los mástiles
durante la tempestad se les ha considerado siempre
un signo de protección


jueves, 12 de diciembre de 2019

Mi patria (por Joaquín Sabina)


El moño, las pestañas, las pupilas,
el peroné, la tibia, las narices,
la frente, los tobillos, las axilas,
el menisco, la aorta, las varices.

La garganta, los párpados, las cejas,
las plantas de los pies, la comisura,
los cabellos, el coxis, las orejas,
los nervios, la matriz, la dentadura.

Las encías, las nalgas, los tendones,
la rabadilla, el vientre, las costillas,
los húmeros, el pubis, los talones.

La clavícula, el cráneo, la papada,
el clítoris, el alma, las cosquillas:
esa es mi patria, alrededor no hay nada.


miércoles, 11 de diciembre de 2019

Verme desde fuera (por Fernando Pessoa)


Siempre me ha preocupado, en esas horas ocasionales de desprendimiento en que tomamos conciencia de nosotros mismos como individuos de que somos otros para los demás, la imaginación de la figura que haré físicamente, y hasta moralmente, para aquellos que me contemplan y me hablan, o todos los días o por casualidad.

Estamos todos acostumbrados a considerarnos como primordialmente realidades mentales, y a los demás como directamente realidades físicas; vagamente nos consideramos como gente física, a efectos de los ojos de los demás; vagamente consideramos a los demás como realidades mentales, pero sólo en el amor o en el conflicto adquirimos verdadera conciencia de que los demás tienen sobre todo alma, como nosotros para nosotros.

Me pierdo, por eso, a veces en un imaginar fútil de qué especie de gente seré para quienes me ven, cómo es mi voz, qué tipo de figura dejo escrita en la memoria involuntaria de los demás, de qué manera mis gestos, mis palabras, mi vida aparente, se graban en las retinas de la interpretación ajena.

No he conseguido nunca verme desde fuera.

No hay espejo que nos dé a nosotros mismos como fueras, porque no hay espejo que nos saque de nosotros mismos.

Sería precisa otra alma, otra colocación de la mirada y del pensamiento.

Si yo fuese actor prolongado de cine o grabase en discos audibles mi voz alta, estoy seguro de que del mismo modo quedaría lejos de saber lo que soy del lado de allá, pues, quiera lo que quiera, grábese lo que de mí se grabe, estoy siempre aquí dentro, en la casa de muros altos de mi conciencia de mí.

No sé si los otros serán así, si la ciencia de la vida no consistirá esencialmente en ser tan ajeno a sí mismo que instintivamente se consiga un alejamiento y se pueda participar de la vida como extraño a la conciencia; o si los demás, más ensimismados que yo, no serán del todo la brutalidad de no ser más que ellos, viviendo exteriormente merced a ese milagro por el que las abejas forman sociedades más organizadas que cualquier nación, y las hormigas se comunican entre sí con un habla de antenas mínimas que excede en los resultados a nuestra compleja ausencia de entendernos.

La geografía de la conciencia de la realidad es de una gran complejidad de costas, accidentadísima de montañas y de lagos.

Y todo me parece, si medito de más, una especie de mapa como el del «Pays du Tendré» o de los «Viajes de Gulliver», broma de exactitud inscrita en un libro irónico o fantasioso para gozo de entes superiores, que saben dónde es donde las tierras son tierras.

Todo es complejo para quien piensa, y sin duda el pensamiento lo torna más complejo por voluptuosidad propia.

Pero quien piensa tiene la necesidad de justificar su abdicación con un vasto programa de comprender, expuesto, como las razones de los que mienten, con todos los pormenores excesivos que descubren, con el esparcir de la tierra, la raíz de la mentira.



martes, 10 de diciembre de 2019

Quién conduce las dóciles esferas (por Emily Dickinson)


Tráeme el atardecer en una copa,
examina los frascos de la mañana
y dime cuánto rocío hay;
y dime hasta dónde se movió la mañana,
dime a qué hora duerme el tejedor
que urdió la amplitud del azul.

Consígname cuántas notas componen
el nuevo éxtasis del petirrojo
entre las ramas asombradas;
cuántos viajes emprende la tortuga;
cuántas copas comparten las abejas,
libertinas del rocío.

Y también, quién alzó los pilares del arco iris,
y quién conduce las dóciles esferas
con cuerdas de azul flexible.
Qué dedos sujetan las estalactitas;
quién lleva las cuentas de la noche,
para saber si alguno queda en deuda.

Quién construyó esta cabaña
y cerró sus ventanas de tal modo
que mi espíritu no es capaz de ver.
Quién me permitirá salir, algún día de fiesta,
breve pompa,
con aparejos de vuelo.


lunes, 9 de diciembre de 2019

Ansia de perderme (por César Vallejo)


Quiero perderme por falta de caminos. Siento el ansia de perderme definitivamente, no ya en el mundo ni en la moral, sino en la vida y por obra de la vida. Odio las calles y los senderos que no permiten perderse. La ciudad y el campo son así. No es posible en ellos la pérdida, que no la perdición, de un espíritu. En el campo y en la ciudad se está demasiado asistido de rutas, flechas y señales para poder perderse. Uno está allí indefectiblemente situado. Al revés de lo que le ocurrió a Wilde la mañana que iba a morir en París, a mí me ocurre en la ciudad amanecer siempre rodeado de todo, del peine, de la pastilla de jabón, de todo. Amanezco en el mundo y con el mundo, en mí mismo y conmigo mismo. Llamo e inevitablemente me contestan y se oye mi llamada. Salgo a la calle y hay calle. Me echo a pensar y hay pensamiento. Esto es desesperante.


domingo, 8 de diciembre de 2019

El sótano de la memoria (por Anna Ajmátova)


Es absurdo vivir angustiada

y acosada por los recuerdos.

No visito a menudo la memoria,

pero ella siempre viene a sorprenderme.

Si con una linterna bajo al sótano

me parece oír cómo retumba

un terremoto en la estrecha escalera.

La interna se apaga, no puedo volver,

y sé que voy directa al enemigo.

Pido clemencia… pero allí

todo está oscuro y quieto. Ya se acabó mi fiesta.

Hace treinta años que las damas despidieron

a aquel pillo que murió de viejo…

Lástima, he llegado tarde.

Se me ha prohibido aparecer en ningún sitio.

Pero toco las capas de pintura en la pared

y me caliento junto a la chimenea. Qué milagro.

A través del moho, del aire enrarecido y del hedor

brillan dos verdes esmeraldas.

Maúlla el gato. Vamos a casa.


Pero ¿dónde está mi casa y dónde mi razón?


sábado, 7 de diciembre de 2019

Aceptación (por Robert Frost)


Cuando el sol exhausto arroja sus rayos a las nubes
y se hunde ardiente en el golfo que hay debajo,
no se oye una voz de la naturaleza que lance un grito
ante ese suceso. Al menos los pájaros han de saber
que el firmamento se vuelve oscuro.
Murmurando algo quedo en su pecho
un pájaro empieza a cerrar los ojos descoloridos;
o sorprendido demasiado lejos de su nido,
apresurándose a poca altura de la arboleda, uno que andaba perdido
se precipita, justo a tiempo, al árbol que recuerda.
A lo sumo piensa o gorjea suavemente: "¡A salvo!
y que ahora la noche se me haga del todo negra.
Que la noche me resulte demasiado oscura para ver
el futuro. Que lo que haya de ser, sea".



viernes, 6 de diciembre de 2019

Nunca desayunaré en Tiffany (por Manuel Vázquez Montalbán)


Nunca desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
nunca
aunque sepa los caminos
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
una fotografía, quizá
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
el juke-box
donde late el último Modugno ad
un attimo d'amore che mai piu ritornerá...
y quizá todo sea mejor así, esperando
porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.


jueves, 5 de diciembre de 2019

Llámame ayer (por Abelardo Linares)


Pues mañana no existe y todo es noche,
llámame ayer.
Camareros de punta en blanco,
agilísimos,
recorren la tierra
como si fuera una gran, única sala
y llegan hasta mí para decirme
en Bogotá o Los Ángeles
que tú estás al teléfono,
no ahora,
sino hace un mes o un siglo,
buscándome hacia atrás,
hacia lo más adentro de todas las edades
y que me esperas
en un ayer, que es ya, de tan lejano,
la aurora del mundo.
Lo que escucho,
mezclados con tu voz,
no son interferencias o ruidos de la línea
sino cercanos
bramidos de dinosaurios,
que nos hacen tan jóvenes,
tan jóvenes,
que nuestro futuro es regresar al mar,
que nos nazcan aletas en el cuerpo,
con nostalgia de brazos,
y que el sabor salino de mis labios
no sea el de tus lágrimas
sino el del agua
salada en la que naceremos.
Hacia atrás, hacia atrás,
hasta fundirnos en la primera célula.

Y sea ese final
nuevo principio que dé razón del mundo.



miércoles, 4 de diciembre de 2019

PO-8761-BJ (por Miguel d' Ors)


Ya no puedes más… Llegó
la hora de la despedida.
«Cómo se pasa la vida…»
Pronto caeré también yo.

Pero ahora que tú te quedas,
unos trozos de mi historia
-kilómetros de memoria-
quedan también en tus ruedas

No voy a olvidarte. Espero
que no se ofenda el Buen Dios
si al entregarte al desguace,

incansable compañero,
acompaño yo mi adiós
con un Requiescat in pace.


martes, 3 de diciembre de 2019

Yo araño las heladas paredes de tu ausencia (por José Ángel Valente)


Tú duermes en tu noche sumergido. 
Estás en paz. 
Yo araño las heladas paredes de tu ausencia, 
los muros no agrietados por el tiempo 
que no puede durar bajo tus párpados. 
Ceniza tú. Yo sangre. 
Leve hoja tu voz. Pétreo este canto. 
Tú ya no eres ni siquiera tú. 
Yo, tu vacío. 
Memoria yo de ti, tenue, lejano, 
que no podrás ya nunca recordarme.


lunes, 2 de diciembre de 2019

Busquémolos (por Isidro Saiz de Marco)


Puede que haya gomas para borrar la memoria dañina

lo sucio

lo nocivo

la bruma en la mirada

los laberintos sin techo ni paredes

Puede que haya zapatos de pisar el pasado que irrumpe

que quiere a toda costa seguir siendo presente

la traición a ti mismo

las autocárceles

la ubicua y persistente piedra en que tropezar

Puede que haya escobas de barrer lo inhóspito de dentro

los suelos quebradizos

las cuentas insaldables

lo que muerde y remuerde y rerremuerde

Puede que haya tijeras de cortar y podar lo que nos sobra

Busquémolos

busquémolas

porque puede que sí

puede que en algún sitio haya de eso


domingo, 1 de diciembre de 2019

Amapolas en julio (por Sylvia Plath)


Pequeñas amapolas, llamitas del infierno,
¿no causáis daño?

Parpadeáis. No puedo tocaros.
Pongo las manos entre las llamas. Nada arde.

Y me agota miraros
parpadear así, arrugadas, rojo claro, como la piel
de una boca.

Una boca recién ensangrentada.
¡Pequeñas malditas faldas!

Hay vahos que no puedo tocar.
¿Dónde están vuestros opios, vuestras cápsulas
nauseabundas?

¡Si yo pudiera sangrar o dormir!
¡Si mi boca pudiera casarse con una herida como ésa!

o vuestros licores se filtrasen en mí, en esta cápsula
de vidrio,
para dejarme abotargada y quieta.

Pero descolorida. Descolorida.