zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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sábado, 28 de febrero de 2015

Su viva imagen (por Benjamín Prado)


–Eres su viva imagen, Me decían
sin sospechar entonces que esas cuatro palabras
iban a ser ahora mi condena.

No tengo dónde huir, dónde esconderme:
sus ojos están dentro de mis ojos;
su apellido en el mío
como el nombre de un barco en el fondo del mar.
Lo que ayer fue mi casa,
es la guarida de los tiburones.

Tú estabas a mi lado
y me has visto nadar en ríos de veneno;
has visto lágrimas
que eran cristales rotos, una lluvia de espinas,
cicatrices de agua que cruzaba la piel.

Miro su alianza de oro en mi dedo
y su rostro tallado sobre el mío,
mientas la vida sigue,
el aire mueve
los árboles o el sol ilumina su casa
lo mismo que si no estuviera vacía.

El tiempo sólo cura aquello que se puede
sustituir y yo no siento nada
que no sintiese antes
cualquiera en cuyas venas ha bebido la muerte:
la grieta de la angustia,
la plaga de los verbos en pasado;
los recuerdos que buscan su lugar en la vida.

Es tan raro saber que no volveré a verla
y los demás
seguiremos entrando en restaurantes,
cines,
supermercados,
estaciones de tren...
Que no volveré a oír su voz pero a las nueve
será otra vez la hora de la cena,
los fines de semana iré al estadio,
mi coche rodará por la autopista
que ella escuchaba desde su jardín...

Pienso en su dios cruel, el dueño del dolor
y la mentira,
el cínico dice:
–Yo te destruyo para que descanses en paz.
Y ojalá fuese cierto lo que nunca he creído
y ella viera la soledad que deja,
cómo la echo de menos; cuánto me va a faltar;
lo que daría
por volverla a tener una vez más aquí,
un día más, tan sólo.

La mía es la tristeza del cobarde
que reúne para seguir en pie
el valor que no tuvo para ver la caída
de aquello que más quiso.

No tengo que explicártelo. Tú estabas con nosotros
y conoces
el dolor sin refugios,
las sábanas que acechan el cuerpo del herido;
conoces el enjambre feroz de las agujas,
las noches que no acaban cuando sale el sol.

Quien lo sabía todo de mí se ha llevado
el secreto a la tumba,
me he convertido en un desconocido:
el hombre que perdió el rastro de su sangre;
que se ha vuelto una sombra;
que no tiene a quién preguntar por él.

Ahora que mi madre ya no está –si eso es cierto,
si hoy no va a resolver un crucigrama,
ni a mirar los concursos de la televisión
como todas las tardes;
si ha caído en un sueño eterno del que nunca
vamos a despertar–,
guardaré sus palabras, custodiaré sus huellas;
y jamás voy a darla por perdida:
la memoria es el margen de error del olvido.

Le gustaban la nieve, los gatos, la familia;
el fuego,
cocinar,
los cumpleaños,
llorar con las películas románticas;
encender velas en las catedrales.
Le asustaban los médicos,
las llamadas nocturnas,
las tormentas,
el frío,
los reptiles...

Antes de las sirenas y las radiografías,
el miedo blanco de las ambulancias,
sus labios devorados
lentamente
por la carcoma de las oraciones.

Antes de los engaños piadosos,
el fuego amigo de las medicinas,
el esqueleto abriéndose paso hacia la luz.

Cómo puedo escribir lo inexplicable,
lo que no tiene nombre,
lo que todos callamos porque la vida sigue
y junto al cementerio hay tiendas y mercados,
jóvenes que adelantan con sus motocicletas
a los furgones fúnebres,
y avanzamos de espaldas a lo que nos espera
y llamamos silencio
a todo lo que nadie quiere oír.

Le gustaban las fiestas,
los océanos
y creer que su dios no le daba los golpes
sino la fuerza para soportarlos.
Temía la vejez y al abandono:
pensaba que la forma más triste de marcharse
es no tener a alguien que te diga adiós.

La imagino en la época en que yo no existía,
haciendo cosas
que nunca le vi hacer: enamorarse,
bailar, romper las reglas, ser feliz;
y a veces me pregunto
si fue siempre la misma mujer que conocíamos,
tuvo tan claras sus obligaciones,
dónde estaba su sitio,
de qué infiernos no era decente escapar.

Le gustaba que habláramos
de su salud,
del clima,
de su infancia en los años de la Guerra Civil.
Le asustaban los cambios y las banderas rojas,
la libertad y el paso de los días.

Antes de la morfina y el delirio,
de que fuera quedándose sin caminos de vuelta,
sin puentes que cruzar,
sin esperanza.
No sé cómo explicarlo:
los recuerdos te siguen; pero cuando te vuelves,
nunca están ahí.

Ahora que ya se ha ido,
sólo será posible querernos a escondidas,
fingir ante los otros que no me habla por dentro,
que todo ha terminado entre los dos.
Las cosas no se pierden cuando desaparecen,
sino cuando las dejas de buscar.

Miro su anillo;
miro sus fotos
y soy yo:
puedo ver nuestra cara, nuestras manos...
Y eso que era mi orgullo, ahora es mi condena:
ser hoy que ya no está su viva imagen,
ser su eco,
su huella
el fantasma
de María Ángeles Prado, la mujer de mi vida.

viernes, 27 de febrero de 2015

Mezclados la sonrisa y el llorar (por Juan Ramón Jiménez)


Después de la alegría

que tú, dulce sol de oro,

derramaste en la fronda misteriosa

de mi doliente corazón -¡tan solo!-,

arrullado de un pájaro ilusorio,

te ibas, en una gloria

de ocasos alegóricos,

volviendo la cabeza pensativa

que daba a lo imposible su trastorno,

mezclados la sonrisa, tristemente,

y el llorar, en tus labios y en tus ojos.

Se quedó el corazón sombrío y frío,

morado y húmedo en el fondo,

dorado rosamente en su alto éxtasis

de la ilusión de ti, divina como

una ilusión de sol en la hoja última

de un árbol de otoño.

jueves, 26 de febrero de 2015

Algo que ningún otro te deseará (por Philip Larkin)


Brote aún sin abrir,
te he deseado algo
que ningún otro te deseará:
no lo de siempre:
que seas hermosa,
o que seas un manantial
de inocencia y amor.
Eso te lo desearán todos,
y debería ser posible,
bueno, eres una chica con suerte.

Pero si no lo fueras, entonces
que seas del montón;
que tengas, como otras mujeres,
los talentos habituales:
que no seas fea, ni guapa,
nada fuera de lo corriente
que rompa el equilibrio,
nada que, inoperante en sí mismo,
impida que todo lo demás funcione.
De hecho, que seas sosa,
si así se llama a una manera hábil,
atenta, flexible,
discreta, fascinada
de alcanzar la felicidad.

miércoles, 25 de febrero de 2015

No hace falta decirlo (por Vicente Gallego)


La flor que sin un nombre

estalla en la cuneta

y nos pone perdidos de luz rara;

el sueño laborioso de la hormiga

que nos encuentra niños, boquiabiertos.

Todo este desafuero en el que bullen

como carbón los ojos,

no hace falta decirlo, aunque nos haga

tanta falta que suene.


martes, 24 de febrero de 2015

Balada del ausente (por Juan Carlos Onetti)


Entonces no me des un motivo por favor.
No le des conciencia a la nostalgia,
la desesperación y el juego.
Pensarte y no verte,
sufrir en ti y no alzar mi grito,
rumiar a solas, gracias a ti, por mi culpa,
en lo único que puede ser
enteramente pensado,
llamar sin voz porque Dios dispuso
que si Él tiene compromisos,
si Dios mismo le impide contestar
con dos dedos el saludo
cotidiano, nocturno, inevitable,
es necesario aceptar la soledad,
confortarse hermanado
con el olor a perro, en esos días húmedos del sur
en cualquier regreso,
en cualquier hora cambiable del crepúsculo,
tu silencio
y el paso indiferente de Dios que no ve ni saluda,
que no responde al sombrero enlutado,
golpeando las rodillas,
que teme a Dios y se preocupa
por lo que opine, condene, rezongue, imponga.
No me des conciencia, grito, necesidad ni orden.
Estoy desnudo y lejos, lo que me dejaron.
Giro hacia el mundo y su secreto de musgo,
hacia la claridad dolorosa del mundo
desnudo, solo, desarmado,
bamboleo mi cuerpo enmagrecido,
tropiezo y avanzo,
me acerco tal vez a una frontera,
a un odio inútil, a su creciente miseria,
y tampoco es consuelo
esa dulce ilusión de paz y de combate
porque la lejanía
no es ya, se disuelve en la espera
graciosa, incomprensible, de ayudarme
a vivir y esperar.
Ningún otro país y para siempre.
Mi pie izquierdo en la barra de bronce
fundido con ella.
El mozo que comprende, ayuda a esperar, cree lo que ignora.
Se aceptan todas las apuestas:
Eternidad, infierno, aventura, estupidez
Pero soy mayor,
ya ni siquiera creo
en romper espejos
en la noche
y lamerme la sangre de los dedos
como si la hubiera traído desde allí,
como si la salobre mentira se espesara,
como si la sangre, pequeño dolor filoso
me aproximara a lo que resta vivo, blando y ágil.
Muerto por la distancia y el tiempo
y yo la, lo pierdo, doy mi vida,
a cambio de vejeces y ambiciones ajenas
cada día más antiguas, suciamente deseosas y extrañas.
Volver y no lo haré, dejar y no puedo.
Apoyar el zapato en el barrote de bronce
y esperar sin prisa su vejez, su ajenidad, su diminuto no ser.
La paz y después, dichosamente, en seguida, nada.
Ahí estaré. El tiempo no tocará mi pelo, no inventará arrugas, no me inflará las mejillas.
Ahí estaré esperando una cita imposible, un encuentro que no se cumplirá.

lunes, 23 de febrero de 2015

De mi vino bebéis (por Dylan Thomas)

Este pan que parto ayer fue avena,
este vino en un árbol extranjero
se sumergió en su fruto;
de día el hombre o por la noche el viento
abatieron la mies, rompieron la dicha de la uva.

Ayer en este vino de hoy, la sangre del verano
pujó en la carne que adornó la vid,
ayer en este pan
la avena estaba alegre bajo el viento;
el hombre rompió el sol, tiró el viento por tierra.

La carne que partís, la sangre que dejáis
ser desolación en las venas
fue la avena y la uva, nacidas
de la raíz sensual y de la savia.
De mi vino bebéis, partís mi pan.


domingo, 22 de febrero de 2015

Algo sobre el alma (por Wislawa Szymborska)


Alma se tiene a veces.


Nadie la posee sin pausa


y para siempre.

Día tras día,


años tras año


pueden transcurrir sin ella.

A veces sólo en el arrobo


y los miedos de la infancia


anida por más tiempo.


A veces nada más en el asombro


de haber envejecido.

Rara vez nos asiste


en las tareas pesadas,


como mover los muebles,


o recorrer caminos con zapatos apretados.

Cuando hay que cortar carne


o llenar solicitudes,


generalmente está de asueto.

De mil conversaciones


toma parte sólo en una


y no necesariamente,


pues prefiere el silencio.

Cuando el cuerpo nos empieza a doler y doler,


escapa sigilosamente de su hora de consulta.

Es algo quisquillosa:

con disgusto nos ve en la muchedumbre,


le repugna nuestra lucha por supuestas ventajas


y el rumor de los negocios.

La alegría y la tristeza


no son para ella sentimientos distintos.


Sólo cuando se unen


está presente en nosotros.

Podemos contar con ella


cuando no estamos seguros de nada


y tenemos curiosidad por todo.

De los objetos materiales


le gustan los relojes con péndulo


y los espejos que trabajan afanosos

aunque no mire nadie.

No dice de dónde viene


ni cuándo se irá de nuevo,


pero evidentemente espera esa pregunta.

Según parece,


así como ella a nosotros,


nosotros a ella


también le servimos de algo.

sábado, 21 de febrero de 2015

La cuarta puerta (por Eduardo García)


Al fondo de mí mismo hay cuatro puertas.
Desciendo por el pozo hacia los hondos
canales que me surcan. Pecho adentro
cruzo la oscuridad a ciegas. Voy
palpando las paredes. Ahora el aire
es más puro. Vislumbro el resplandor:

la puerta del jardín de los deseos,
la puerta del instante prodigioso,
la puerta de la infancia recobrada.

Huele a ausencia de pronto un viento frío.
Siento a mi espalda un hueco impenetrable:
por las hondas rendijas de tinieblas
mana un silencio atroz. Detengo el paso.

Mientras florezcan firmes mis deseos
y me aguarde el instante y el prodigio
y la luz en los patios de la infancia,
no cruzaré el umbral, la cuarta puerta,
no pisaré esa nada imponderable.


viernes, 20 de febrero de 2015

Iván y Arancha en Praga (por José Luis Piquero)


Si en la cena se hablaba de la noche
me apuntaba a los planes en que estuvieran ellos:
saberlos entre el grupo
era la vida en orden de una forma inconsciente.
Sus besos adornaban el verano.

Juro que los amé sin yo quererlo,
que no escogí el dolor ni la codicia
ni preguntarme cómo se querrían a solas
o qué significaba yo en sus vidas.

Hay una habitación en un lugar de Praga,
allí se oye un tranvía
y música que llega de los albergues próximos.
Yo pasé tantas horas fumando en ese cuarto,
luego, ¿a quién le interesan las vidas de los otros?

Pero a veces,
cuando el grupo importaba y el alcohol era bueno,
se podía querer sin ser culpables
pues tras cada cerveza sonreía
un confidente.
¡Inmensas,
fugaces amistades en los viajes de jóvenes!:
el amor es la copa que va de mano en mano.

Y ella, te acariciaban
sus ojos indefensos; junto al lago
tuve la quemadura de su brazo en los hombros
y un susurro de arbustos. En él todo
era la adolescencia, y esa voz
salvaje como un fruto o sudar o una isla.

¿Me entendéis? Los amaba
en el deseo inútil
de haber querido ser cualquiera de los dos
en vez de ser yo mismo: ese que mira
como un tonto los rostros, las ventanas,
ese extraño en el reino de su secreto mundo.

Vivir es cruzar ciegos ante puertas cerradas:
cansados de nosotros, muy cansados,
nos describe mejor todo lo que no somos,
y amar es rebelarse, ¡qué intento más idiota!

Adiós, adiós, Praga y los autopullmans,
adiós, besos, adiós, Puente de Carlos,
adiós, islas y ríos y cervezas de Pilsen,
adiós a cualquier brindis
y a todos los amantes del mundo, adiós, adiós.

Que yo me voy al sueño
de los libros que no conoceréis.

A la vuelta, dormidos con las cabezas juntas,
parecían las víctimas de un sangriento holocausto
de risas y jadeos.
Si algún día
me olvidase de todo, de eso no.

jueves, 19 de febrero de 2015

No tan lejos que no pueda escucharte (por José Luis García Martín)


Las noches más felices de mi vida

no fueron del amor ni tampoco del sueño,

sino de amable charla con los amigos,

siempre que fueras tú uno de ellos:


ninguno como tú

era capaz de detener el tiempo.


¿Recuerdas las veladas del verano,

el jardín de tu casa, las estrellas que abrían

más que nunca los ojos,

como todos nosotros por mejor escucharte?


Para no despertar a los que duermen

bajábamos la voz, y se calmaba el viento

y susurraba el mar, y a tu voz le ponía

callada música la exacta

mecánica celeste de las constelaciones.


Las noches más felices de mi vida

sólo con mi vida tendrán fin.


Los amigos se fueron, cada uno a su sueño,

y tú te fuiste más lejos que ninguno.

Pero no tan lejos que no pueda escucharte

repetir incansable historias siempre nuevas,

discurrir sobre Dios o el olvido o la nada

y reír como entonces espantando

las turbias aves que anidan en mi frente.


La Muerte que todo lo puede,

mientras yo tenga vida, contra tu voz no puede.

miércoles, 18 de febrero de 2015

Las velas parpadeaban (por Charles Simic)


¿Te acuerdas de aquel loco
que ponía velas en su sombrero
para poder pintar el mar de noche?
Solo, en esa playa vacía de Jersey,
forzaba la vista para mirar en la oscuridad
y blandía su pincel salvajemente.

Teresa dijo que había sacado esa estúpida idea
de una película que ella había visto.
Sin embargo, ahí estaba con barba y melena
como el mismísimo demonio
atiborrando oscuros colores uno sobre otro
mientras nosotros, a su alrededor, mirábamos.

Las velas parpadeaban en su cabeza
y luego iban, una a una, apagándose.


martes, 17 de febrero de 2015

Una sombra profunda (por Charles Wright)


Cada segundo la tierra es impactada

por dos mil gramos de luz solar.

Cada segundo.

Intenta imaginarlo.


No me extraña que el alma

anhele una sombra profunda,

y no, como solemos pensar,

la luz.


lunes, 16 de febrero de 2015

Permanecerán los pozos (por Fabio Pusterla)


La erosión
suprimirá los Alpes, primero cavando valles,
luego empinados barrancos, vacíos insanables
que preludian el colapso, remolinos. El crujido
será la señal de la fuga: este es el veredicto.
Permanecerán los pozos, los montículos casuales,
las pausas de reposo, las piedras rodantes,
las cavernas y las planicies pantanosas.
En el Nuevo Mundo permanecerán, caídos
principales y árboles sintácticos, dispersas
certezas y afirmaciones,
los paréntesis, los incisos y las interjecciones:
los palafitos del mañana.


domingo, 15 de febrero de 2015

Superponiéndonos (por Félix Francisco Casanova)

No hay instrumentos para esta música
ni un bello rostro que usar como careta,
hoy sentado entre dos sueños
soy como un secreto en el arcón.
El jinete se duerme en su caballo
que es a la vez un sueño del jinete,
los muñecos bostezan cada noche
y su aliento de fieltro dura un año.
¿Y qué significan esas lápidas
y estas partidas de nacimiento?
si somos velos transparentes
superponiéndonos,
una maleta llena de hojas
de mano en mano
por un largo corredor.

sábado, 14 de febrero de 2015

Esta luz (por Fernando Luis Chivite)


Veintinueve de noviembre por la mañana.
Solo, en el viejo camino de las huertas,
a eso de las once.

El ladrido de algún perro, el sonido
de algún coche lejano, algunos pájaros.
Y el sol, pálido y vulnerable en el aire frío.

Entonces me detengo. Me paro de repente
y digo para mí: voy a pararme un poco,
sólo para saber que puedo pararme cuando quiera.

Voy a pararme aquí, al lado de las huertas,
durante unos minutos. Quiero mirar despacio esta luz
de noviembre, la luz de esta mañana soleada.

Quiero mirar esta luz y quedarme con ella,
por si en los días futuros nos faltara.
Por si la oscuridad llegara a hacerse
demasiado terrible en los días futuros.


viernes, 13 de febrero de 2015

El temeroso amor (por Antón Arrufat)


La noche se abre sobre el cine.
Estamos juntos y te siento respirar.
Las oleadas últimas de sombra
corrompen las amarras ajenas.
Miramos aturdidos la pantalla,
sé que la miramos en busca del momento
en que la Bestia enseña sus dominios,
y agoniza en la yerba
para mostrar la forma de su amor.

Nos gustaba ese momento, esa frase.
Yo la repetía despacio en tu oído,
un poco inclinado sobre tu carne pálida.
Esa frase, la intensidad del gesto, la mirada
postrera del que sabe que pierde,
se unían a nuestro amor. Nos servíamos
de las cosas ajenas, de lo que otros soñaron,
tal vez, en la butaca de otro cine del mundo.

Te siento respirar, aletear levemente,
buscar en la sombra las pastillas del asma.
"Anoche dormí dos horas, con el pecho
oprimido."
Y tus manos fulguran y las acaricio calmado,
sin presión, para descubrir el nacimiento
del amor en mi pecho, en la sangre.

La aparición dolorosa del amor, el temeroso
amor, siempre jugando su partida,
siempre en el pavor de perderla.
Crece en mis venas. Parece
que tú entras en mí y yo salgo,
dejo reinar tu presencia oscura
y busco, en la penumbra de la sangre,
pasarme suavemente a tus venas.
El temeroso amor emprende el viaje,
y conoce, por su propia lucidez, el fin.
Tú quedarás indescifrable,
tu carne pálida por siempre ajena.
Yo quedaré en mi soledad, apartado,
en mi butaca sombría.
Pero no importa, el amor
juega su perenne partida.

Hablamos de tener ojos
en la punta de los dedos,
ojos que conocieran el color de tu carne,
el cambio de la luz en tu carne, fragmentos
del film, el resplandor de los candelabros
en la casa de la Bestia,
y no estos torpes dedos, que avanzan
sin mirar, percibiéndote apenas.

De pronto se encienden las luces
y queda blanca la pantalla.
Me pierdo solo en la calle.

jueves, 12 de febrero de 2015

¿Símbolos? (por Fernando Pessoa)


¿Símbolos? Estoy harto de símbolos...

Pero me dicen que todo es símbolo.

Todos me dicen nada.

¿Qué símbolos? Sueños.

Que el sol sea un símbolo, está bien...

Que la luna sea un símbolo, está bien...

Que la tierra sea un símbolo, está bien...

Pero, ¿quién repara en el sol salvo cuando la lluvia cesa

y él rompe las nubes y apunta más allá de las costas

hacia el azul del cielo?

Y ¿quién repara en la luna sino para encontrar

bella la luz que esparce, y no a ella?

Y ¿quién repara en la tierra que es lo que pisa?

Llama tierra a los campos, a los árboles, a los montes.

Lo hace por una disminución instintiva,

porque el mar también es tierra...


Está bien, vale, que todo eso sea símbolo...

Pero ¿qué símbolo es, no el sol, ni la luna, ni la tierra,

sino en este poniente precoz y azulándose

el sol entre finos harapos de nubes,

cuando la luna puede ya verse, mística, del otro lado,

y lo que resta de la luz del día

dora la cabeza de la costurera que se detiene vagamente en la esquina

donde en otro tiempo se demoraba con el enamorado que la abandonó?

¿Símbolos? No quiero símbolos.

Querría —¡pobre figura de miseria y desamparo!—

que el enamorado volviese para la costurera.

miércoles, 11 de febrero de 2015

Oración del retorno (por Esther Seligson)

Cautiva de tanto sueño contrariado
hoy quiero libre ofrecerles perdón
a final de cuentas sin duda recibí la parte de felicidad
que en este mundo me corresponde
A tus pies ofrendo Madre
la servidumbre de mis reproches
quémala
la carcoma de repetirme en la misma letanía de dolor
quémala
la turbia resaca de remordimientos
quémala
la viciosa costumbre de esperar lo improbable
quémala
la excusa del miedo que paraliza cobarde
quémala
la bastarda disculpa del amor rechazado
quémala
la mezquina astucia de apresar el tiempo
quémala
la distorsión que se juzga fiel certera
quémala
la calculada incapacidad de reparar el daño
quémala
quema las escorias que lazan mi vuelo
y bendice Madre lo que aún me queda por andar…

martes, 10 de febrero de 2015

Teorema (por Luis Buñuel)

Si por un punto fuera de una recta trazamos una paralela a ella obtendremos una soleada tarde de otoño.
En efecto.
El cielo todo ojos azules refleja el sueño sin peces de los estanques y éstos a su vez bañan tibiamente la pereza de la tarde.
Los árboles ciegos pasan en lenta procesión y en sus más altas ramas pía oro alguna hoja rezagada.
Las calles en masa quieren salirse a pasear al campo pero tan lentamente que pronto los viandantes se las dejan atrás todas estremecidas al sol.
Campos amarillentos trepan por colinas y alcores y allí se tienden, con las piernas abiertas, en espera de la noche. Sólo unos chopos, siempre inquietos, telegrafían un «morse» sin hojas.
Un seno duerme runruneando al sol.
La torre de la iglesia, como un índice, señala la última nubecilla blanca.
Después de un bordoneo un silencio y luego pasa Cristo vendiendo voces.
Las golondrinas besan el pico de las siete.
Una descarga cerrada de veletas por el aire.
Las orejas de aquel mulo –él no se apercibe- reabsorben la tarde.
Se extingue la luz en mis solapas.
Es la hora en que comienza el solitario parto de las farolas.
Alguien da media vuelta al interruptor de las estrellas.
Que es lo que no nos habíamos propuesto demostrar.

lunes, 9 de febrero de 2015

Por última vez (por Jorge Luis Borges)

Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar,
hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
la muerte me desgasta, incesante.

domingo, 8 de febrero de 2015

Cuánta esperanza entre mis pies ahora (por Saiz de Marco)


Hoy he tirado mis zapatos viejos

llenos de polvo

barro del camino y

sobre todo

sucios de pasado


Voy a calzarme los nuevos zapatos

sin arena en las suelas

ni en el suelo

sin manchas de las calles que pisaron


Todos los pasos que a partir de ahora dé

serán pasos nuevos

pasos gráciles


¿Por dónde voy

zapatos

a marchar

-tan intactos de huellas y de roces

tan ligeros

tan libres de pasado

tan limpios de trasiego como estáis-?


Me los he puesto

me ato los cordones

Cuánta esperanza entre mis pies ahora


El espejo me refleja alegre

casi como un niño con zapatos nuevos

sábado, 7 de febrero de 2015

Seguías adelante (por Mark Strand)

Nada pudo pararte.
No el mejor de los días. No la calma. No el océano meciéndose.
Seguiste adelante con tu muerte.
No los árboles
bajo los que paseabas, no los árboles que te daban su sombra.
No el médico
que te advirtió, el joven médico de pelo blanco que una vez te salvó.
Seguiste adelante con tu muerte.
Nada pudo pararte. No tu hijo. No tu hija
que te alimentaba y que volvió a convertirte en un niño.
No tu hijo que pensaba que vivirías para siempre.
No el viento que agitó tus solapas.
No la quietud que se ofreció a tus movimientos.
No tus zapatos que se volvieron más pesados.
No tus ojos que se negaron a mirar hacia delante.
Nada pudo pararte.
Te sentaste en tu cuarto mirando a la ciudad
y seguiste adelante con tu muerte.
Ibas al trabajo y dejabas que el frío se colase en tu ropa.
Dejaste que la sangre empapase tus calcetines.
Tu rostro se volvió blanco.
Tu voz se rompió en dos.
Te inclinaste sobre tu bastón.
Pero nada pudo pararte.
No tus amigos que te daban consejo.
No tu hijo. No tu hija que vio cómo menguabas.
No la fatiga que habitaba en tus suspiros.
No tus pulmones que acabarían llenándose de agua.
No tus mangas que arrastraban el dolor de tus brazos.
Nada pudo pararte.
Seguiste adelante con tu muerte.
Cuando jugabas con niños seguías adelante con tu muerte.
Cuando te sentabas a comer,
cuando te despertabas por la noche, bañado en lágrimas, tu cuerpo sollozando,
seguías adelante con tu muerte.
Nada pudo pararte.
No el pasado.
No el futuro con su clima benigno.
No la vista desde tu ventana, la vista del cementerio.
No la ciudad. No la terrible ciudad con sus edificios de madera.
No la derrota. No el éxito.
No hiciste nada salvo seguir adelante con tu muerte.
Acercaste el reloj a tu oído.
Sentías cómo te ibas yendo.
Te tumbaste en la cama.
Cruzaste los brazos sobre tu pecho y soñaste con un mundo sin ti.
Con el espacio bajo los árboles,
con el espacio en tu cuarto,
con los espacios que ahora estarían vacíos de ti,
y seguiste adelante con tu muerte.
Nada pudo pararte.
No tu respiración. No tu vida.
No la vida que quisiste.
No la vida que tuviste.
Nada pudo pararte.

viernes, 6 de febrero de 2015

Por qué se rompió (por Rabindranth Tagore)

¿Por qué se apagó la lámpara?

La protegí del viento con mi manto; por eso la lámpara se apagó.

¿Por qué se mustió la flor?

La estreché, inquieto y amoroso, contra mi corazón; por eso se mustió la flor.

¿Por qué se secó el río?

Hice un dique para retener el agua para mí; por eso el río se secó.

¿Por qué se rompió la cuerda del arpa?

Quise dar una nota por encima de ella; por eso la cuerda del arpa se rompió.


jueves, 5 de febrero de 2015

Ese paréntesis (por Mario Benedetti)

Cuando el no ser queda en suspenso
se abre la vida ese paréntesis
con un vagido universal de hambre

somos hambrientos desde el vamos
y lo seremos hasta el vámonos
después de mucho descubrir
y brevemente amar y acostumbrarnos
a la fallida eternidad

la vida se clausura en vida
la vida ese paréntesis
también se cierra incurre
en un vagido universal
el último

y entonces sólo entonces
el no ser sigue para siempre

miércoles, 4 de febrero de 2015

Todas las ventanas son ajenas (por Richard Jackson)

A veces sólo espero que el camino llegue aquí.
A veces pienso que existo en un mundo paralelo, como esta
mañana en este particular domingo de septiembre en Nueva York.
El modo en que se sintió Confucio al comenzar su carrera como inspector
de maíz. Sólo tienes que encontrar algo en que ocupar tu tiempo.
Como esta historia en el periódico sobre los peces: El mero
nace hembra para convertirse luego en macho. ¿Acaso no nos dice
esto algo sobre nuestra confusión sexual? No la mía, claro.
Es como Tiresias, que primero hace de uno, luego de otro.
Es como la manera en que ahora cuentan que el universo va
rebotando de Big Bang en Big Bang. Toda la teoría se parece al grafiti que alguien pintó en Bowery Street.
No importa, todavía puedes oír a la luna frotándose
la espalda contra las estrellas. En alguna garganta están atascados
todos los significados. Una cría de petirrojo ingiere 4 metros
de lombrices de tierra al día. Eso me hace pensar en –
bueno, no estoy seguro, pero si lo he escrito aquí debe de ser
importante. ¿No lo ves? Todas las ventanas son ajenas.
Estoy escuchando la guitarra de jazz de Kenny Burrell deslizándose hacia
cada esquina de la habitación. El aire se descuelga. Las paredes se desploman.
Me pregunto si Tomaz estará en la cena después de la lectura.
Algunos dicen que camina sobre el aire. Otros, que es un ser alado.
Hace mucho tiempo que yo mismo no camino sobre las aguas.
Es posible que esté soñando con Tiepolo, su favorito, o con Fra Angelico.
Yo prefiero a Caravaggio y a todas las víctimas que pintó como santos y
profetas. Él debió de haber sido la nube que se cernía sobre sus cabezas
mientras suplicaban. 300 millones de células mueren en el cuerpo
cada minuto sin ayuda de nadie. “Manténganse firmes”
dijo Paul Watson en la sala el otro día, pero ¿“mantenerse”? ¿y
de qué? No del cielo que continúa desenrollándose como un torno
hasta convertirse en mi techo. Lo cual no significa que esté más cerca.
El cielo está sólo a un pecado de distancia, la vieja canción de Kendall.
O a un susurro, según otra versión. Y qué. Tampoco nadie
sabe lo que Jesús escribió en la tierra. La pica es una enfermedad
que te hace comer tierra. La sexomnia es una enfermedad en la que
se practica sexo durante el sueño. Con eso se ahorra mucho tiempo.
Todos los relojes de Pulp Fiction marcan las 4:20. Las comadrejas
reinan en los bosques detrás de mi casa en Tennessee. Tienen
los ojos nublados y serían feroces si no fueran tan estúpidas
y se dieran cuenta de lo afilados que están sus colmillos y sus garras.
El ojo del avestruz es mayor que su cerebro. Se parece
a los cerebros de Wall Street que se encogen con cada rumor.
Un avestruz te puede dar una patada mortal pero tú puedes volar más lejos.
No como mi perrita Maggie, que incluso le teme al viento.
Si tienes suficiente entretenimiento o un buen asesor de imagen,
no tienes por qué confrontar la verdad. De ahí, este poema.
Y quién ha de comprobar jamás qué significa todo esto -como
que el río subterráneo que pasa por debajo del Nilo es seis veces
mayor. Testificar significaba originalmente jurar sujetándose
los testículos. Sólo hay dos cosas inventadas
en este poema, pero la verdad es que sólo el futuro las podrá revelar.
El futuro es el halcón que escuché pero no pude ver en lo alto de
los árboles abrumado por los cuervos que defendían sus nidos.
El pasado es una sierra eléctrica. No hay temor que no pueda ser
traducido a alguna forma de amor. El 21% de las ranas de las afueras de
Connecticut se han vuelto hermafroditas. Beben demasiados
herbicidas, retardantes del fuego y pesticidas, como nosotros.
Las aceitunas negras, ésas son mis favoritas. Son estrellas que
se han extinguido. A veces las farolas están alineadas
de tal modo que tienes dos sombras. Tienes que mirar a la otra
para no perderte. Una quimera es una persona que tiene dos
cadenas de ADN. Nunca sé por dónde anda mi mitad o qué es lo que
dice ella. Algunos de mis alumnos creen que soy Marvin Bell
pero no entiendo por qué no ven que Marvin es realmente yo.
Una estrella de mar puede volverse del revés y esconder sus sentimientos.
¿Qué son estas palabras sino la piel mudada de alguna serpiente
que se ha calentado toda la tarde en la roca de un desierto?
Ése es Marvin, el que nos acaba de llevar al desierto, no yo.
La luz del sol que pega en la tierra a cada momento pesa
tanto como un transoceánico. Me pregunto si Terri y Kari regresarán
antes de que me tenga que ir. Esperaré. En reposo generamos
100 vatios de electricidad, pero si los utilizáramos seríamos
víctimas de combustión espontánea. No hay razón por la que
no podamos estar en dos lugares al mismo tiempo. Todo se parece
como a un recuerdo de escaparates tapiados con tablas. Justo ahora, la guitarra
de Kenny Burrell alcanza el clímax antes de sosegarse en un Soul Lament.
Puedo grabarte este CD. Su música es como una fotografía.
El mundo sigue clavándose en su retina. Parece que todo se detenga.
Cuando las galaxias dejan de girar pierden el equilibrio como ruedas averiadas.
Estas palabras son como las ranas de Borneo, que no tienen pulmones.
La polilla emperador puede oler a la hembra a 7 millas.
Siempre sabe cuándo el fin está cerca. Una pared de grafiti
se pinta siempre sobre otra. Quizás no haya final.
Podríamos continuar así eternamente. Pero ya están todos allí.
Es posible que lleguemos tarde a la lectura, pero el poema tiene que
terminar, como un camión de basura cargado de excusas, camino al vertedero.

martes, 3 de febrero de 2015

La muerte del instante (por Rosario Geselj)

Ella seguía el latir de las agujas repitiendo
“cada segundo que pasa no vuelve”.
La aterraba lo perecedero del momento
la muerte del instante
el miedo con que cada vida
va hacia donde se agota
sin pausas, sin remedio
con la muerte como único horizonte
como cuando los ojos corren hacia atrás
y llenan su forma de cualquier aire
de cualquier viento que atraviese su
recorrido de cada imagen que dé a su cuerpo,
aquél que no se reconoce
más que por antítesis de otros,
aquél que no florecía
más que con aullidos
y se encuentra en espejos rotos
en esos que recubren la piel por dentro
y se temen.
Ella seguía el latir de las agujas
el tiempo la espantaba
porque le corría por encima de la mente
la dejaba bajo el suelo de lo que arde
y en su fuego no se halla
más que vacío
construyéndose de memorias suyas
que eran de otro
como mías
como propias
como un pánico de saber
que todo está del otro lado
pánico de no Ser.
Y entre cielo e infierno
entre el Uno y el Otro
en el centro donde el equilibrio se sostiene
ella duerme profundo
con un costado despierto
intacta, intocable
como si los camiones de los segundos
jamás le hubieran arrollado el alma
y nadie más marcara el latir de las agujas.

lunes, 2 de febrero de 2015

Como un pájaro roto (por Marie-Françoise Prager)

Actuaré como en un sueño raro
rengueando como un pájaro roto
aullando un nombre una y otra vez como una hiena
restallando un ala abierta como un abanico contra una luna medio comida
eligiendo un grano de la arena de tus labios cerrados
y desandando mis pasos y siempre
volviendo en medias sombras
maldecida por el ala que he dejado
yo soy el signo que te nombra.


domingo, 1 de febrero de 2015

Un instante de la guerra (por Laurie Lee)


Es de noche como si se corriera
un trapo rojo ante la vida.

La carne está sujeta amargamente
a la desesperante vigilia.

La sangre tartamudea ante el miedo.

¡Alabada sea la seguridad de los gusanos
en las frías migajas del suelo
y loada sea la oculta savia,
las estériles huevas de los peces!

Las manos se funden lentamente
al contacto ardiente de las armas,

el cuerpo se funde lastimoso,

la cara alerta para las heridas,
el perfume y el beso del dolor final.

¡Envidia a la paz de las mujeres
que paren y aman como juguetes
en las manos del hombre!

La boca pronuncia pequeñas blasfemias,

se revuelven las entrañas como nido de ratas

y quisiera el pie extenderse
despacio como la hierba.

¡Oh Cristo y María!

Pero las sombras se te abren como una navaja
y te marca el latido de tu cerebro

aislándote

y tu aliento,

tu aliento es el detonante, la bala
y el cielo final.