Al fondo de mí mismo hay cuatro puertas.
Desciendo por el pozo hacia los hondos
canales que me surcan. Pecho adentro
cruzo la oscuridad a ciegas. Voy
palpando las paredes. Ahora el aire
es más puro. Vislumbro el resplandor:
la puerta del jardín de los deseos,
la puerta del instante prodigioso,
la puerta de la infancia recobrada.
Huele a ausencia de pronto un viento frío.
Siento a mi espalda un hueco impenetrable:
por las hondas rendijas de tinieblas
mana un silencio atroz. Detengo el paso.
Mientras florezcan firmes mis deseos
y me aguarde el instante y el prodigio
y la luz en los patios de la infancia,
no cruzaré el umbral, la cuarta puerta,
no pisaré esa nada imponderable.
3 comentarios:
La cuarta puerta está siempre ahí aunque no se vea. Como la cuarta pared del teatro, que es el telón cuando baja y se lleva las otras tres paredes.
La verdad sólo puede ser una. Los errores pueden ser infinitos.
Los hombres son los ratones,
las mujeres son el queso,
y el matrimonio es la trampa
que nos coge del pescuezo.
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