zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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viernes, 31 de julio de 2015

Pedazos de palabras (por Roberto Juarroz)

Romper también las palabras,
como si fueran coartadas delante del abismo
o cristales burlados
por una conspiración de la luz y la sombra.

Y hablar entonces con los fragmentos,
hablar con pedazos de palabras,
ya que de poco o nada ha servido
hablar con las palabras enteras.

Reconquistar el olvidado balbuceo
que hacía juego en el origen con las cosas
y dejar que los pedazos se peguen después solos,
como se sueldan los huesos,
como se sueldan las ruinas.

A veces lo roto precede a lo entero,
los trozos de algo son anteriores a algo.
El aprendizaje de las unidades aún más humilde e incierto
que lo que sospechamos.
La verdad es tan poco segura (para el hombre)
como su negación.

jueves, 30 de julio de 2015

Arráncalo (por Ángel González)


¿Qué sabes tú de lo que fue mi vida?

Ahora sólo ves estos últimos años
que son como la empuñadura de un cuchillo
clavado hasta el final en mi costado.

Arráncalo de golpe y un borbotón de sueños
salpicará tu rostro.

Podría dejarte ciega. Ten cuidado.


miércoles, 29 de julio de 2015

Fatiga de ser amado (por Fernando Pessoa)


Sólo una vez he sido verdaderamente amado. Simpatías, las he tenido siempre, y de todos. Ni al más ocasional le ha sido fácil ser grosero, o ser brusco, o hasta ser frío para conmigo. Algunas simpatías he tenido que, con mi ayuda, podría -por lo menos una vez- haber convertido en amor o afecto. Nunca he tenido la paciencia o atención del espíritu para siquiera desear emplear ese esfuerzo.

Al principio de observar esto en mí, creí -tanto nos desconocemos- que había en este caso de mi alma una razón de timidez. Pero después descubrí que no la había; había un tedio de las emociones, diferente del tedio de la vida, una impaciencia de unirme a cualquier sentimiento continuo, sobre todo cuando hubiese que unirlo a un esfuerzo continuado. ¿Para qué?, pensaba en mí lo que no piensa. Tengo la suficiente sutileza, el suficiente tacto psicológico para saber el «cómo»; el «cómo del cómo» siempre se me ha escapado. Mi flaqueza de voluntad ha comenzado siempre por ser una flaqueza del deseo de tener voluntad. Así me ha sucedido con las emociones como me sucede con la inteligencia, y con la misma voluntad, y con todo cuanto es vida.

Pero aquella vez en que una malicia de la oportunidad me hizo creer que amaba, y comprobar de veras que era amado, me quedé, primero, aturdido y confuso, como si me hubiera tocado un premio gordo en moneda inconvertible. Me quedé, después porque nadie es humano sin serlo, ligeramente envanecido; esta emoción, sin embargo, que parecería la más natural, pasó rápidamente. Vino a continuación un sentimiento difícil de definir, pero en el que sobresalían incómodamente las sensaciones de tedio, de humillación y de fatiga.

De tedio, como si el Destino me hubiese impuesto una tarea en trabajos nocturnos desconocidos. De tedio, como si un nuevo deber -el de una horrorosa reciprocidad- me fuese impuesto por la ironía de un privilegio, que yo me tendría todavía que fastidiar agradeciéndoselo al Destino. De tedio, como si no me bastase la monotonía inconsciente de la vida, para que se le superpusiera ahora la monotonía obligatoria de un sentimiento definido.

Y de humillación, sí, de humillación. Tardé en darme cuenta de a qué venía un sentimiento aparentemente tan poco justificado por su causa. El amor a ser amado debería haber aparecido en mí. Debería haberme envanecido de que alguien se fijase atentamente en mi existencia como ser amable. Pero, aparte el breve momento de verdadero envanecimiento, en que todavía no sé si el asombro tuvo más parte que la propia vanidad, la humillación fue la sensación que recibí de mí. Sentí que me era dada una especie de premio destinado a otro -premio, sí, valioso para quien naturalmente lo mereciese.


Pero fatiga, sobre todo fatiga: la fatiga que sobrepasa al tedio. Comprendí entonces una frase de Chateaubriand que siempre me había confundido por falta de experiencia de mí mismo. Dice Chateaubriand, figurándose en René que «le cansaba que le amasen» -on le fatiguait en l’aimant. Conocí, asombrado, que esto representaba una experiencia idéntica a la mía, y cuya verdad yo no tenía, en consecuencia, el derecho a negar.

¡La fatiga de ser amado, de ser amado de verdad! ¡La fatiga de ser el objeto del fardo de las emociones ajenas! Convertir a quien quisiera verse libre, siempre libre, en el mozo de cuerda de la responsabilidad de corresponder, de la decencia de no alejarse, para que no se suponga que se es príncipe en las emociones y se reniega lo máximo que un alma puede dar. ¡La fatiga de convertírsenos la existencia en algo absolutamente dependiente de una relación con un sentimiento ajeno! ¡La fatiga de, en todo caso, tener forzosamente que sentir, tener forzosamente, aunque sin reciprocidad, que amar también un poco!

Se fue de mí, como hasta mí vino, aquel episodio en la sombra. Hoy no queda nada de él, ni en mi inteligencia ni en mi emoción. No me trajo experiencia alguna que yo no pudiese haber deducido de las leyes de la vida humana cuyo conocimiento instintivo albergo en mí porque soy humano. No me dio ni un placer que recuerde con tristeza, ni un pesar que recuerde también con tristeza. Tengo la impresión de que fui una cosa que leí en algún sitio, un incidente acaecido a otro, novela de la que leí la mitad, y de la que faltó la otra mitad, sin que me importara que faltase, pues hasta donde la leía estaba bien y, aunque no tuviese sentido, tal era ya que no le podría dar sentido a la parte que faltaba, cualquiera fuese su enredo.

Me queda apenas una gratitud a quien me amó. Pero es una gratitud abstracta, asombrada, más de la inteligencia que de cualquier emoción. Siento pena de que alguien hubiese sentido pena por mi culpa; es de esto de lo que tengo pena, y no tengo pena de nada más.

No es natural que la vida me traiga otro encuentro con las emociones naturales. Casi deseo que aparezca para ver cómo siento esa segunda vez, después de haber pasado a través de todo un extenso análisis de la primera experiencia. Es posible que sienta menos; es también posible que sienta más. Si el Destino lo concede, que lo conceda. Por las emociones, siento curiosidad. Por los hechos, cualesquiera que vengan a ser, no siento curiosidad alguna.

martes, 28 de julio de 2015

Ignorar (por Philip Larkin)


Qué raro no saber nada, nunca estar seguro
de qué es cierto o acertado o real,
y verse obligado a puntualizar O eso creo,
o Bueno, eso parece,
seguro que alguien lo sabe.

Qué raro ignorar cómo van las cosas:
su talento para encontrar lo que necesitan,
su sentido de la forma, su puntual diseminación
de la semilla, y su disposición para cambiar;
sí, es raro

incluso vestir ese conocimiento pues nuestra carne
nos rodea con sus decisiones
y pasar sin embargo toda la vida en imprecisiones,
y así cuando empezamos a morir
no tenemos ni idea de por qué.



lunes, 27 de julio de 2015

Única manera (por Wislawa Szymborska)


Vida: única manera
de cubrirse de hojas,
tomar aliento en la arena,
alzar el vuelo con alas;

ser perro
o acariciar su cálido pelaje;

distinguir el dolor
de todo lo que no lo es;

tener sitio en los hechos,
meterse en las vistas,
buscar el menor de los errores.

Excepcional ocasión
para recordar por un momento
sobre qué se habló
con la lámpara apagada;

y para una vez al menos
tropezar con una piedra,
mojarse con alguna lluvia,
perder la llave en la hierba;

y dirigir la mirada tras una chispa en el viento;

y de continuo no saber
algo importante.


domingo, 26 de julio de 2015

En su alboroto (por Vicente Gallego)


A esta roja amapola que se ha hecho
dueña entera del mundo,
firme en su indignación,
puesta en su escándalo,
dan ganas de decirle
que lleva la razón en su alboroto,
que no hemos de dudar, que nos perdone.


sábado, 25 de julio de 2015

Como el fresno (por Patricio Emilio Torne)


Así como así,

lo que era transparencia

en la reverberación de la tarde

se oscurece.

El contorno de las cosas

y su etimología

se trastocan: la lisura es aspereza

y los frutos se descomponen sin madurar.

Entre el viento que no cesa

y la rama que ya no puede,

algo está por colapsar en el paisaje de la calle.

Tras el aire ceniciento,

al alcance de una pedrada,

el cartel del supermercado anuncia ofertas

como si fuera un bálsamo ante los ojos.

La vida se ha vuelto eso,

una suma de ínfimas posibilidades

con nombres de productos

que quieren satisfacerte.

Sabemos bien que las ofertas

no dan sombras, pero en ellas,

comprando las que se puedan, está

la posibilidad de ensombrecernos.

El cuerpo todo en su sensibilidad

presiente el filo

que habrá de vencer al árbol.

El fresno, a lo largo de su existencia,

hace lo imposible por resistir

las embestidas del viento,

la mala poda,

la intolerancia del hombre

y el desprecio natural

por todo aquello que no entra

en el decálogo mezquino de los intereses,

Siempre ha sabido

que su sombra vale menos

que el kilo de papas, así las cosas

horadando su simiente.

El corazón resiste todo engaño

del que es objeto hasta donde puede.

Agosto quiere dar el golpe final

y nada hay que pueda hacerse,

salvo no sucumbir ante la impotencia,

y como el fresno,

reverdecer en primavera,

saber que habremos de volvernos oro

cuando llegue el otoño, sin que ello

garantice que pasemos el invierno.

viernes, 24 de julio de 2015

Exento (por Saiz de Marco)


Te queremos,

cuadrúpedo,

compañero prehistórico,

inmerecido amigo (indignos de ti somos),

lobo fiel al erguido,


porque tú no has llegado

a la mentira,

al odio,

a la traición,

al mal,


a todo lo que anega,

lo que tizna y embarra nuestra simiesca mente.


Te queremos

-ser noble,

exento de perfidia,


libre de retorsión-


porque necesitamos que algo como tú

exista,

sea aún posible en el mundo.


Sí, Perro, te queremos

porque tienes aquello que nosotros perdimos

y careces de todo

cuanto nos hace turbios.

jueves, 23 de julio de 2015

Nadie me ve (por Linda Hogan)


Una luz polvorienta cae a través de ventanas

donde familias enteras viajan juntas, solas.

Las madres abren las persianas y sacuden el

mundo viejo

de los manteles de encaje.

Debajo de pañoletas floreadas

mujeres inmigrantes ponen su fe en los

autobuses de la ciudad.

Se refugian detrás de los vidrios,

apoyan las cabezas contra las ventanas.

Detrás de párpados azulados de venas,

viajan.

Bruselas, tal vez, su destino.

Donde mujeres más viejas tejen encajes,

envuelven lino alrededor de agujas

y el sol se acuesta sobre telas de araña.

En la calle

hojas invisibles de vidrio atadas

a los costados de un camión.

El mundo se ve a través de ellas,

lleno de gente, con caballos rojos

que se alejan sobre las calles.

Dentro de esa piel lenta de caballo

detrás de las anteojeras

los animales oscuros corren,

caballos sombríos,

caballos de luz

corriendo sobre colinas de América.

Todo es extraño aquí.

Nadie me ve.

Nadie ve a esta mujer que recorre calles de la

ciudad.

Nadie ve los animales que corren dentro de mi

piel,

la selva profunda de árboles sureños,

las abuelas oscuras que miran a través de mis ojos,

observándolo todo, viajando todavía.


miércoles, 22 de julio de 2015

Me abandono en tu mar (por Carmen Conde)


Porque siendo tú el mismo, eres distinto
y distante de todos los que miran
ese rosa de luz que viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo. 


Campo mío, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura 

en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.

He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de palmeras;
tus molinos de lienzos que salobres
me refrescan la sed de tanto tiempo.

Me abandono en tu mar, me dejo tuya
como darse hay que hacerlo para serte.
Si cerrara los ojos quedaría
hecha un ser y una voz: ahogada viva.

¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy...?; ¿qué otra criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo nunca?

martes, 21 de julio de 2015

Pero todos se van (por Roberto Juarroz)

Cada uno se va como puede,
unos con el pecho entreabierto,
otros con una sola mano,
unos con la cédula de identidad en el bolsillo,
otros en el alma,
unos con la luna atornillada en la sangre
y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos.

Cada uno se va aunque no pueda,
unos con el amor entre dientes,
otros cambiándose la piel,
unos con la vida y la muerte,
otros con la muerte y la vida,
unos con la mano en su hombro
y otros en el hombro de otro.

Cada uno se va porque se va,
unos con alguien trasnochado entre las cejas,
otros sin haberse cruzado con nadie,
unos por la puerta que da o parece dar sobre el camino,
otros por una puerta dibujada en la pared o tal vez en el aire,
unos sin haber empezado a vivir
y otros sin haber empezado a vivir.

Pero todos se van con los pies atados,
unos por el camino que hicieron,
otros por el que no hicieron
y todos por el que nunca harán.

lunes, 20 de julio de 2015

A la orilla (por Eduardo Galeano)

No consigo dormir.
Tengo una mujer atravesada entre los párpados.
Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta.
Arránqueme, Señora, la ropa y las dudas. Desnúdeme, desdúdeme.
Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo a la orilla de un abismo.

Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.


domingo, 19 de julio de 2015

Torturador y espejo (por Mario Benedetti)


Mirate
así

qué cangrejo monstruoso atenazó tu infancia
qué paliza paterna te generó cobarde
qué tristes sumisiones te hicieron despiadado
no escapes a tus ojos

mirate
así

dónde están las walkirias que no pudiste
la primera marmita de tus sañas
te metiste en crueldades de once varas
y ahora el odio te sigue como un buitre
no escapes a tus ojos

mirate
así

aunque nadie te mate
sos cadáver

aunque nadie te pudra
estás podrido

dios te ampare
o mejor
dios te reviente.

sábado, 18 de julio de 2015

Canción de la muerte resplandeciente (por Salvador Espriu)


Fortunas de mar

me llevarán consigo.

No podrás

orzar ni perder,

uno a uno, velero blanco,

todos los palos.

Por el engaño

de luz de mediodía,

eres súbito prisionero

de un viejo canto.

¿En qué puerto

se enroló, serviola,

este nuevo timonel

tan extraño?

Yo no sé

que caminos de mi sueño

lo han llevado al gobierno

de la nave.

Ásperas manos

nunca dejan la rueda,

y ya calmo se torna

mi tiempo.

Lejos, más allá

de palabras amargas,

encontré una muerte

resplandeciente.


viernes, 17 de julio de 2015

Todos los laberintos (por Sònia Moll Gamboa)


Sentarse con la espalda

apoyada en el muro.

Asumir los ciegos caminos,

las paredes altísimas,

la curva afilada de todos los rincones.

Respirar las dudas,

reflexionar las muertes.

Mirar hacia lo alto:

todos los laberintos tienen cielo,

e incluso algunos tienen terrazas

desde donde puede verse un trozo de mar. 


jueves, 16 de julio de 2015

Todo ha pasado (por Tom Kristensen)

Mira, por tercera vez el verdugo
limpia de sangre y de humedad su espada
y se encienden tres llamas rojas
en el trapo que ha usado;
pero yo no tengo cabeza y estoy muerto
cuando por sexta vez una llama
se alumbra, se alumbra
en el trapo del verdugo.

Nos arrodillamos, nosotros, veinte hombres,
con la cabeza estirada,
y tendré que ver la reluciente espada
cortar la cabeza a cinco;
pero la sexta, la sexta vez,
cuando el tiempo se va haciendo mortalmente largo,
el ojo se ha cerrado,
todo ha pasado.

Ahora por cuarta vez el verdugo
limpia su espada con el mismo trapo,
mientras el número cuatro se derrumba
y la sangre brota
y el verdugo se acerca más;
entreveo la empuñadura de su espada,
el ala de un dragón en
el anillo de la empuñadura.

Entonces vuelvo un poco la cabeza
y lo veo amenazador, grande y gris,
cabeza afeitada y coleta desnuda
contra el cielo azul.
Veo cada simple pelo que nace
en la nariz y cejas del verdugo.
Ahora veo y veo
cada vez más y más.

Ahora por quinta vez el verdugo
seca la sangre y humedad de su espada,
y la cabeza del número cinco
se ha detenido junto a su pie;
pero el tiempo se demora infinitamente
antes de la sexta vez, la sexta.
Ya no creo que
vaya a pasar nada más.

¿Se ha parado el mundo para siempre?
¿Está la espada llena de humedad?
¿Le estará sacando brillo el verdugo eternamente
para no tener que usarla jamás?
La nuca me duele sin parar y el dolor
me lanza una vertiginosa corona
a la carne del cuello.
¿Estaré quizá muerto?

No, el verdugo todavía está mirando
el cortante y resistente filo de la espada.
Entonces da el paso siguiente
y se detiene —mide— retrocede un poco.
Veo un escarabajo caminando confiado
con el verde metálico de su abovedada espalda,
va caminando hacia
un pie del verdugo.

miércoles, 15 de julio de 2015

Oda sobre la oda del viejo ruiseñor (por Andrés Neuman)


Sentado bajo el árbol que sustituye al árbol
donde John Keats oyó cantar al ruiseñor
me pregunto qué acordes hubieran sorprendido
al poeta una tarde del año 2006.
El oído es un ojo que lee como vive
y la vida presente se ha vuelto un pentagrama
caótico, crispado, cada vez más agudo.
Tampoco el ruiseñor sería el mismo pájaro:
antes era un milagro en medio del reposo,
melódico misterio en labios de la noche.
Pero hace ya tiempo que los seres alados
perdieron el reloj a través de las ramas
y un reflejo nervioso de vatios en cadena
los obliga a cantar torpemente a deshora.
Lo más probable hoy es que Keats no pudiese
oír a un ruiseñor ni distinguir su canto.

Pero, ah, ¿y si pudiera? ¿Y si en este jardín
bajo el cielo de Hampstead quedara algún jirón
de silencio flotando? De ser así me temo
que esta tarde el poeta ya no habría envidiado
la estirpe voladora ni exclamado en un trance
de armónico furor: «¡Tú no naciste
para la muerte, pájaro inmortal!».
Se habría referido más bien a la extinción
de especies muscicápidas, al smog enredado
entre sus alas cortas o al tenso laberinto
de tendidos eléctricos que dificulta el vuelo.

Y pese a todo Keats, que cantaba mejor
que el cándido jilguero o la inconsciente flauta
al final suspiró: «No nos puede engañar
tan bien la fantasía», dudando si los sones
habían sido fruto de un sueño pasajero.
Quizás esa sospecha amarga y terrenal
(que en lugar de mancharlo eleva su poema)
nació del rumor rojo de las enfermedades,
de la sangre perdida por la boca que canta.
Al comprender temprano que su vida era breve
el ruiseñor John Keats intentó imaginar
una voz más constante durando en las alturas,
algún pájaro eterno a lo largo de siglos
unísonos, aéreos…

Y fue en aquel refugio,
resguardado a la sombra de este leve ciruelo
que no es el genuino y que me desprotege,
donde el joven cantor soñó la permanencia
hace doscientos años sin suponer que alguien
(yo mismo o cualquier otro: la historia nos transplanta)
pagaría un billete para probar su asiento
y saldría más tarde pensando en viejas odas,
en la remota cuerda de la tuberculosis,
oyendo un aletear de fugaces motores
(¿de dónde provendrán?, ¿adónde vuelan?)
y parando a comprar un frasco de jarabe
en la absurda farmacia llamada Keats, oh tiempo,
que han abierto a la vuelta de su jardín inmóvil. 


martes, 14 de julio de 2015

Todos los hombres matan lo que aman (por Oscar Wilde)


Sin embargo -¡Y escuchen bien todos!-
todos los hombres matan lo que aman:
unos con una mirada de odio,
otros con una palabra acariciadora;
el cobarde con un beso,
el valiente con la espada.
Unos matan su amor cuando son jóvenes,
otros cuando ya son viejos,
unos lo ahogan con las manos de la lujuria,
otros con las manos del oro;
los más compasivos se sirven de un cuchillo,
del cuchillo que mata sin agonía.
El amor de unos es demasiado corto,
demasiado largo el de otros;
unos venden y otros compran;
unos hacen lo que deben hacer con lágrimas,
otros sin un solo suspiro;
pues todos los hombres matan lo que aman,
aunque no todos deban morir por ello.


lunes, 13 de julio de 2015

En mi flor me he escondido (por Emily Dickinson)


En mi flor me he escondido
para que, si en el pecho me llevases,
sin tú sospecharlo también allí estuviera...
Y sabrán lo demás sólo los ángeles.

En mi flor me he escondido
para que, al deslizarme de tu vaso,
tú, sin saberlo, sientas
casi la soledad que te he dejado.



domingo, 12 de julio de 2015

La vida de la que has sido testigo (por Carl Dennis)


Debe ser inquietante para el dios que te ama
sopesar cuánto más feliz serías hoy
si hubieras podido avistar tus muchos futuros.
Debe ser doloroso para él verte los viernes por la noche
conduciendo a casa desde la oficina, satisfecho con tu semana
-tres buenas casas vendidas a familias dignas de ellas-
sabiendo como sabe perfectamente qué habría pasado
si hubieses ido a por tu segunda elección en la universidad,
conociendo el compañero de cuarto que se te habría asignado
cuyas ardientes opiniones sobre pintura y música
habrían prendido en ti una pasión de por vida.
Una vida treinta puntos por encima de la que vives
en cualquier escala de satisfacción. Y cada punto
una espina en el costado del dios que te ama.
No quieres eso, un hombre espiritual como tú
que intenta salvar a su esposa de las decepciones del día
para que pueda guardar su empatía hacia los niños.
¿Y querrías que este dios comparase a tu mujer
con la mujer que estabas predestinado a encontrar en el otro campus?
Te duele pensar en él tras la conversación
que habrías disfrutado allí valorándola mejor
que la conversación a la que estás acostumbrado.
Y piensa cómo este amante dios se sentiría
sabiendo que el siguiente hombre en la fila para tu mujer
la habría satisfecho mucho más de lo que tú no podrás nunca
ni siquiera en tus mejores días, cuando de verdad te esfuerzas.
¿Puedes dormir por las noches sabiendo que un dios así
recorre su habitación de nubes, atormentado por las posibilidades
de las que tú te libras por ignorancia? La diferencia entre lo que es
y lo que pudo ser permanecerá viva para él
incluso después de que dejes de existir, después de que cojas frío
al correr en la nevada a por el periódico de la mañana,
perdiendo once años que el dios que te ama
se sentirá obligado a imaginar escena por escena
a no ser que vengas al rescate imaginándole
no más sabio de lo que tú eres, para nada divino, sólo un amigo
no más cercano que el amigo real que hiciste en la universidad,
al que no has escrito desde hace meses. Siéntate esta noche
y escríbele sobre la vida a la que puedes referirte
con total autoridad, la vida de la que has sido testigo,
la que desde tu punto de vista has elegido.

sábado, 11 de julio de 2015

Lo que debe olvidarse (por Miguel Ángel Arcas)


Olvidar lo que debe olvidarse para seguir vivos, 

lo que no es tuyo y no te mejora.
Olvidar la limosna del tiempo, el cansancio, 
el hollín de la tristeza que atasca el engranaje, 
el hierro dulce de la lengua roja.

Olvidar las ideas que perdimos, 

los fantasmas, los sueños, 
las fieras que te gritan en el pecho y no te dejan.

Olvidar como quien se traga una llave.

Inventarse la nada
como quien sopla un fósforo en el tiempo.

viernes, 10 de julio de 2015

Sin saber quién los abraza (por Walt Whitman)


Veintiocho muchachos se bañan en el río.
Veintiocho muchachos, en cordial camaradería, se bañan en el río.
Y una mujer de veintiocho años, virgen y hermosa, vive solitaria.
Suya es la suntuosa mansión que se alza en la ribera,
y, espléndida y ricamente vestida, espía oculta tras las cortinas del balcón.

¿Cuál de aquellos muchachos le gusta más?
¡Todos le parecen hermosos!
¿Adónde vais, señora?
Aunque seguís fija en vuestra atalaya,
yo os veo ahora chapotear en el agua.
Danzando y riendo ha entrado en el río una hermosa bañista.
Ellos no la ven,
pero ella los ve y los siente henchida de amor.
Brilla el agua en las barbas mojadas de los hombres,
corre por los cabellos largos
y como pequeños arroyos
pasa acariciando los cuerpos.
Una mano invisible pasa también acariciando temblorosa las sienes y los lomos.
Los muchachos flotan boca arriba con el vientre blanco combado bajo el sol,
sin saber quién los abraza y los aprieta,
quién resopla y se inclina sobre ellos,
suspensa y encorvada como un arco,
ni a quién salpican al golpear el agua con los brazos.


jueves, 9 de julio de 2015

No vayamos más lejos (por Ida Vitale)

Quizás no se deba ir más lejos.
Aventurarse quizás apenas sea
desventurarse más,
alejarse un atroz infinito
del sueño al que accedemos
para irisar la vida,
como el juego de luces que encendía,
en la infancia,
el prisma de cristal,
el lago de tristeza, ciertas islas.
Sí, entre biseles citados los colores,
un fulgor anidaba sobre otro
-seda y deslumbramiento
el margen del espejo-
y aquello también era un espectro,
sabido, exacto. Centelleos ajenos
en un mundo apagado.
Como un canto sin un cuerpo visible,
un reflejo del sol creaba
una cascada un río una floresta
entre paredes áridas.
Sí, no vayamos más lejos,
quedemos junto al pájaro humilde
que tiene nido entre la buganvilla
y de cerca vigila.
Más allá sé que empieza lo sórdido,
la codicia, el estrago.

miércoles, 8 de julio de 2015

La carne dulce (por Braulio Ortiz)


A menudo ha irrumpido en tu memoria
ese campo al que escapabais los domingos,
ese campo
con un altivo eucalipto como guarda,
un caserón que jugaba con el eco
y unos perros que siempre tenían hambre.

Allí tu padre os mostraba con orgullo
la última variedad de algún naranjo
que habían incorporado a aquellas tierras.
Recuerdas con qué emoción pelaba aquella fruta
y os daba a probar su carne dulce,
recuerdas
que aunque pusierais cuidado en el empeño
el zumo os cubría la mandíbula.

A menudo te viene aquella imagen
y te preguntas
si tu padre, que no pudo jubilarse,
que renunció a sus sueños por vosotros,
sabía que esa naranja, esa simple naranja,
era en su pequeñez la plenitud,
era toda la verdad que escondía el mundo.

Quizá
esa sea la lección que trae el viento:
que en vez de fantasear con el futuro
hay que tomar la carne dulce, el jugo,
del momento que vives.


martes, 7 de julio de 2015

Barcas sigilosas (por Philip Larkin)


Esta ciudad tiene muelles a los que llegan barcas sigilosas;
dóciles y estrechos pasos, altos galpones, y el viajero ve
(mientras el maletín de muestras le golpea las rodillas)
y oye, todavía por debajo de las máquinas que amainan,
anunciar su llegada a la orilla matinal.

Y nosotros, todavía medio dormidos,
percibimos el mugido de las llegadas a una triste distancia:
una vez más peliagudos dilemas en la puerta.
Ya verás cómo te equivocas, gritan, ya verás cómo te equivocas;
y nos levantamos. Por la noche suenan otra vez

llamando ahora al viajero que se marcha:
No por mucho tiempo, gritan, no por mucho tiempo.
Nos sacan a empujones de la comodidad, y nunca sabemos
con qué tranquilidad podríamos ignorar sus sirenas,
ni si, esta noche, la felicidad también se marcha.


lunes, 6 de julio de 2015

Juan, I, 14 (por Jorge Luis Borges)

No será menos un enigma esta hoja
que la de Mis libros sagrados
ni aquellas otras que repiten
las bocas ignorantes,
creyéndolas de un hombre, no espejos
oscuros del Espíritu.
Yo que soy el Es, el Fue y el Será,
vuelvo a condescender al lenguaje,
que es tiempo sucesivo y emblema.
Quien juega con un niño juega con algo
cercano y misterioso;
yo quise jugar con Mis hijos.
Estuve entre ellos con asombro y ternura.
Por obra de una magia
nací curiosamente de un vientre.
Viví hechizado, encarcelado en un cuerpo
y en la humildad de un alma.
Conocí la memoria,
esa moneda que no es nunca la misma.
Conocí la esperanza y el temor,
esos dos rostros del incierto futuro.
Conocí la vigilia, el sueño, los sueños,
la ignorancia, la carne,
los torpes laberintos de la razón,
la amistad de los hombres,
la misteriosa devoción de los perros.
Fui amado, comprendido, alabado y pendí de una cruz.
Bebí la copa hasta las heces.
Vi por Mis ojos lo que nunca había visto:
la noche y sus estrellas.
Conocí lo pulido, lo arenoso, lo desparejo, lo áspero,
el sabor de la miel y de la manzana,
el agua en la garganta de la sed,
el peso de un metal en la palma,
la voz humana, el rumor de unos pasos sobre la hierba,
el olor de la lluvia en Galilea,
el alto grito de los pájaros.
Conocí también la amargura.
He encomendado esta escritura a un hombre cualquiera;
no será nunca lo que quiero decir,
no dejará de ser su reflejo.
Desde Mi eternidad caen estos signos.
Que otro, no el que es ahora su amanuense, escriba el poema.
Mañana seré un tigre entre los tigres
y predicaré Mi ley a su selva,
o un gran árbol en Asia.
A veces pienso con nostalgia
en el olor de esa carpintería.

domingo, 5 de julio de 2015

Por las palabras que no hemos dicho (por Corrado Benigni)


Por las palabras seremos juzgados,

por las palabras que no hemos dicho

seremos juzgados

por una voz precedente.

Aténganse a los hechos, aclaren los indicios

de sus coartadas, pues poco es lo que queda.

Dentro de un círculo la razón

busca su gozne extraviado, la verdad

que no tiene nombres,

sombras que el árbol de Judas proyecta

sobre esta tierra que dicen prometida

donde nadie osa volverse, culpable o inocente,

pero cada desaparición deja

la huella de un despertar.

sábado, 4 de julio de 2015

En ese patio (por Miyó Vestrini)


En el patio de Anaïs Nin

dilapido mi muerte.


Perdida pero obstinada, lleno el vaso de agua para

el sudor de la madrugada y estiro la colcha viendo la

arañita quieta en el techo, siempre con el frío de la

noche anterior, siempre lo mismo,


y de ese patio, recuerdo sobre todo el olor,

aquel encuentro que nadie tomó en cuenta,

porque el día era muy gris

y temíamos

que la gente amaneciera triste.


Había lo imprevisible en ese patio.

La estatua del niño de mirada inconmovible,

toquecitos de cielo, lluvia y palomas.

Un viajero que mentía para no llegar a su destino.

Un extraño transeúnte de abril.

Un asesino desencantado por la brisa

que decía no tengas miedo, son ruidos

de madera de algún vecino melancólico,

de algún aparecido. Y seguía rondando,

miraba y medía la niebla, casi pasaba

a otro tiempo, tiempo para que no

empezara nada nuevo.


En el patio de Anaïs Nin,

despiertan a veces los días malos

despiertan el agua y las campanas y las

palabras rigurosas y el furor ciego de los

solitarios y el golpe sobre los ojos y los

que te ven, como si nada pasara. Todo un

enojo de graznidos, bullas, desazones,

confusiones, monotonías, hasta la quietud

de la muerte, cuando será inútil ya agitarse.


En el patio de Anaïs Nin,

los tragos son dulces y demoníacos


dan vueltas y más vueltas,

aplauden a mi amado


el más amado de los lunáticos.


En el patio de Anaïs Nin,

no se aceptan extraños

y menos aquellos que vengan de coléricas comarcas.


En el alto techo, habrá tiempo para tu cuerpo y el mío.


Nada diré de tu bienaventuranza, de tus

mañanas de jazmín, de tus insoportables

desastres. Correrás bajo el paso rápido

de las nubes y darás el santo y seña junto

a la fuente.


En el patio de Anaïs Nin,

cuando duermes y me amas,

es ahora el día de todas las furias juntas.

viernes, 3 de julio de 2015

Auschwitz (por León Felipe)


Estos poetas infernales,
Dante, Blake, Rimbaud
que hablen más bajo…
que toquen más bajo…
¡Que se callen!
Hoy
cualquier habitante de la tierra
sabe mucho más del infierno
que esos tres poetas juntos.
Ya sé que Dante toca muy bien el violín…
¡Oh, el gran virtuoso!
Pero que no pretenda ahora
con sus tercetos maravillosos
y sus endecasílabos perfectos
asustar a ese niño judío
que está ahí, desgajado de sus padres…
Y solo.
¡Solo!
aguardando su turno
en los hornos crematorios de Auschwitz.
Dante… tú bajaste a los infiernos
con Virgilio de la mano
(Virgilio, «gran cicerone»)
y aquello vuestro de la Divina Comedia
fue una aventura divertida
de música y turismo.
Esto es otra cosa… otra cosa…
¿Cómo te explicaré?
¡Si no tienes imaginación!
Tú… no tienes imaginación,
Acuérdate que en tu «Infierno»
no hay un niño siquiera…
Y ese que ves ahí…
está solo
¡Solo! Sin cicerone…
esperando que se abran las puertas de un infierno que tú, ¡pobre florentino!,
no pudiste siquiera imaginar.
Esto es otra cosa… ¿cómo te diré?
¡Mira! Éste es un lugar donde no se puede tocar el violín.
Aquí se rompen las cuerdas de todos los violines del mundo.
¿Me habéis entendido poetas infernales?
Virgilio, Dante, Blake, Rimbaud…
¡Hablad más bajo!
¡Tocad más bajo! ¡Chist!
¡¡Callaos!!
Yo también soy un gran violinista…
y he tocado en el infierno muchas veces…
Pero ahora, aquí…
rompo mi violín… y me callo.

jueves, 2 de julio de 2015

Caminan viejas botas (por Antonio Rivero Taravillo)

Una curva entre el cárdeno y la verde
extensión de la hierba: los brezales.
La guedeja férrea del tren
va por esa región deshabitada,
los brillantes raíles que la lluvia
bruñe junto a los cardos a su vera.

Por las Tierras Altas de Escocia
y aquel agosto joven de otro siglo
caminan viejas botas y unos pies
que aún no conocían asperezas,
cuando no tenía tampoco
encallecida el alma.

Recuerdo aquel recodo; y si bajase
–menos duro de oído y sin mareos
por tantas cervicales machacadas–
ahora la cabeza, escucharía
una locomotora y sus vagones
de mercancías del pasado

más cerca, cada vez más cerca.
Pastor o montañero,
por la ruta cerrada en ocasiones
alguien sorprende a mi fantasma.
De su misma especie, las nubes
van y vienen. Pasan. Regresan.


miércoles, 1 de julio de 2015

Y entonces cantó un gallo (por Saiz de Marco)

En el 2500 no son los hombres-máquinas propensos a emociones.
Aun así un hombre-máquina ha leído ese pasaje
en que en tres ocasiones Pedro niega haber sido amigo de Jesús.
Entonces canta un gallo y las lágrimas ruedan por la cara de Pedro.

“Y lloró amargamente”
(lo dice así el relato,
puede que “lloró” a secas no describiera bien).

Y aunque los hombres-máquinas son fríos y circunspectos,
al leer ese episodio se alteran o saturan sus conexiones híbridas.

Las veces que fue amado y no devolvió amor.

Las veces que no estuvo al nivel de sí mismo.

Las veces que fue infiel,
que engañó o traicionó.

Culpas y deslealtades del siglo 26...

No llora el hombre-máquina
(no tiene el cibercuerpo glándulas lacrimales)

pero algo se revuelve,
quiere ser derramado de esos visores que hay
en el hueco donde antes se insertaban los ojos.