zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

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martes, 31 de diciembre de 2013

De otra forma (por Saiz de Marco)

Escarba en la memoria

pone por escrito todos sus recuerdos

los nítidos

los borrosos

cronológicamente

detalladamente

sin omitir nada

sin dejar que huya ninguno


Ocupan muchas hojas

“He aquí el libro de todos mis pasos”


Y al terminar

rompe las hojas

rompe los pasos

rompe sus huellas

las echa al fuego


“Escribir todo es una forma”

piensa

“Permitir que las huellas se disipen

dejar que el viento haga su trabajo es

tal vez

otra forma mejor”

lunes, 30 de diciembre de 2013

Con qué amor podrá impedirse (por Ko Un)


Qué fuerza podrá impedir

que este legendario mundo de oriente caiga,

poco a poco o de repente.

Con qué amor

podrá impedirse

que la humanidad se hunda.

Sólo el torbellino perdura.

¡Ah, el último hechizo!

domingo, 29 de diciembre de 2013

Tu mano de luz (por Miguel Ángel Velasco)


Miro tu mano quieta

sobre mi pecho,

tan tímida que apenas se diría

que ha crepitado al roce

de una espuma nocturna, que muy dócil

se somete a esa música

precisa de la sangre, y que un arder

aún más de álgida fiebre ya le pulsa

su racha de coral en otra atmósfera.

Quién lo diría de este manso lirio,

que tu mano de luz se sueña estrella

abriéndose de noche, una bengala

en fuga del arrullo y la caricia.

sábado, 28 de diciembre de 2013

Aquel otro (por José Emilio Pacheco)


Hoy vino a verme el que no fui:
aquel otro
ya para siempre inexistencia pura.
Ardid verbal para el que “hubiera sido”,
forma atenuada de decir “no fue”.
Ahora lo entiendo:
quien no fui ha triunfado,
la realidad no lo manchó, no tuvo
que adaptarse a la eterna sordidez.
Jamás capituló ni vendió su alma
por una onza de supervivencia.
El que no fui se fue como si nada.
Ya nunca volverá, ya es imposible.
El que se va no vuelve aunque regrese.

viernes, 27 de diciembre de 2013

Cuántas sub-máscaras (por Fernando Pessoa)


¿Cuántas máscaras portamos, cuántas sub-máscaras

sobre nuestro rostro del alma, y cuando,

jugando consigo misma el alma se desenmascara,

conoce ella su propio rostro tras la última máscara?

La verdadera máscara no siente dentro de la máscara

pero ve más allá de la máscara a través de los ojos enmascarados.

Cualquier tarea que la conciencia empieza

con su aceptado uso enlaza al ensueño.

Como un niño asustado por sus rostros espejados,

nuestras almas que son niñas, siendo distraídas,

imponen otredad a sus muecas vistas

y obtienen un mundo entero causando su olvido;

y, cuando un pensamiento pudiera desenmascarar nuestra enmascarada alma,

no irá desenmascarado al desenmascaramiento.

jueves, 26 de diciembre de 2013

Fuertes, cínicos (por Malgorzatta Hillar)


Nosotros los de la segunda mitad del siglo XX

que rompemos los átomos
que conquistamos la luna
nos avergonzamos
de los gestos delicados
de las miradas tiernas
de las sonrisas cálidas

Cuando sufrimos
fruncimos desdeñosamente los labios

Cuando llega el amor
displicentemente
nos encogemos de hombros

Fuertes cínicos
con los ojos irónicamente entrecerrados

Sólo a altas horas de la noche
junto a las ventanas
herméticamente cerradas

nos mordemos las manos
morimos de amor.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

No volveré (por Ray Bradbury)


No me atrevo a ir. En la isla hay fantasmas

y en las costas, tormentas espectrales,

aguaceros que lloran su pérdida con lágrimas

hasta que al fin me ahogo en el pasado.

La última vez que anduve por las calles dublinesas

mi mirada era clara, el pulso fuerte.

Pero ahora que se me ha ido media vida o más,

no puedo enfrentarme a la triste aurora de Dublín.

Los libreros que entonces me atendieron

están grises y demacrados, ¿cómo es posible?

El personal del hotel ha desaparecido,

algunos sobreviven como espectros, los demás ya ni existen.

¿Los vendedores ambulantes, mendigos, camareras,

duermen bajo las sombras de Maynooth

como artistas de O’ Connell? Se fueron para permanecer

diseminados dentro de las colinas de Bray.

Sus felices rostros emergen y se propulsan

a través de mi vida para materializar cada sueño.

Por tanto, ¿a Irlanda? No, no volveré

a donde los fantasmas arden en tormentas de humo.

No volveré a pasear por Dublín,

no soporto esa lluvia angustiosa

que derrite a la juventud, la disuelve en el mar

y acaba con mi alma, con mi corazón, conmigo.

martes, 24 de diciembre de 2013

Como el vuelo (por Susana Benet)


¿Por qué tira de mí
como el vuelo de un ala la palabra?

¿Adónde me conduce si no sé
siquiera la intención,
ni presiento el destino que persigue?

Sólo sé que en la leve
presencia de este instante
tiembla bajo la piel, revolotea,
como un soplo apresado,
un impulso que pugna por brotar
y transformarse en canto.



lunes, 23 de diciembre de 2013

Te resistes (por Saiz de Marco)

Ellos creen que aún tú crees
en los reyes de enero
(compran furtivamente, escribís una carta,
el día antes, por la tarde, vais a verlos pasar)
y tú con tus seis años
no quieres, te resistes
a arrancar su ilusión.




FELIZ NAVIDAD A TODO/AS
(Durante la próxima semana dejamos entradas programadas.)

Acá está mi hijo (por Sylvia Plath)


¿Qué, quién nos arroja estas almas inocentes?
Miren, están exhaustas, consumidas
en sus cunas de lona, con sus nombres atados en las muñecas,
pequeños trofeos de plata por los que vinieron desde tan lejos.
Hay algunos con el pelo negro y duro, otros son pelados.
El color de su piel es rosado o amarillento, marrón o rojo;
están empezando a recordar sus diferencias.

Creo que están hechos de agua; no tienen expresión.
Sus rasgos duermen como la luz en el agua quieta.
Son los verdaderos monjes y monjas en sus atuendos idénticos.
Veo caer, derramados como estrellas en el mundo
-en India, África, América-, a estos milagros,
a estas puras, pequeñas imágenes. Huelen a leche.
Las plantas de sus pies están intactas. Han caminado por el aire.

¿Puede ser tan abundante la nada?
Acá está mi hijo.
Tiene los ojos de ese azul general, plano.
Se gira y me mira como una pequeña, ciega, radiante planta.
Un llanto. Es el gancho. Resisto.
Soy una colina cálida.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Un puente sobre el río del olvido (por Antonio Rivero Taravillo)


Que no caigan en manos enemigas.


Desmontando la casa de tus padres,

expurgas las carpetas, los papeles,

en un lento escrutinio de sus años

ya detenidos:

facturas y recibos, y también

las cartas, los carnets,

las esquelas que escuecen.


Ojalá hubieras sido analfabeto.


Triturada lo mismo que una fruta,

toda su vida, que se fue en un zumo

nunca más ácido, y que hoy apuráis

tú y la papelera.


Pedacitos pequeños como lágrimas,

cajones que desfondan los sollozos,

gomillas, fundas, clips, sobres, ficheros:


ojos, pilares que componen

un puente sobre el río del olvido,


un puente recorrido por vez última

que no caerá en manos enemigas.

sábado, 21 de diciembre de 2013

El sabor de tu boca (por Malgorzata Hillar)



En medio del día
que se dobla
por el perfume del heno
busco el sabor
de tu boca

Toco con los labios
las hojas de los árboles
el girasol
y la pared fría

Cuando llega la noche
la bebo en soledad
con los labios pesados de sed
como fresas maduras

viernes, 20 de diciembre de 2013

El prodigio era tuyo (por José Hierro)


La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.

Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)

Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes que todo se desvaneciese!»

Imagínate tú que hace siglos que has muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.

(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)

Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:

El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes.

El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.

jueves, 19 de diciembre de 2013

De barro y de maderas (por Isaac Felipe Azofeifa)


La casa de mi infancia es de barro del suelo a la teja,
y de maderas apenas descuajadas, 

que en otro tiempo obedecieron
hachas y azuelas en los cercanos bosques.
El gran filtro de piedra vierte en ella, tan grande,
su agua de fresca sombra.
Yo amo su silencio, que el fiel reloj del comedor vigila.
Me escondo en los muebles inmensos.
Abro la despensa para asustarme un poco
del tragaluz, que hace oscuros los rincones.
Corro aventuras inauditas cuando entro
en el huerto cerrado que me está prohibido.
En la penumbra de la tarde, que va cayendo lenta
sobre el mundo, el grillo del hogar canta de pronto,
y su estribillo triste riega en el aire quieto,
paz y sueño sabrosos.
Cuando venían las lluvias miraba los largos aguaceros
desde el ancho cajón de las ventanas.
Nunca huele a tierra tanto como esa tarde.
Se oye la lluvia primero en el aire venir como un gigante
que se demora, lento, se detiene y no llega,
y luego están ahí sus pies sobre las hojas, tamborileando,
rápidos, mojando,
y lavando sus manos de prisa, tan de prisa, los árboles,
el césped, los arroyos,
los alambres, los techos, las canoas.
Pero también su llanto desolado,
su sinrazón de ser triste, su acabarse de pronto,
sin objeto ni adiós,
para siempre en mi infancia, para siempre.
Llueve en mi alma ahora, como entonces.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

El olvido es un gran simulacro (por Mario Benedetti)


Cada vez que nos dan clases de
amnesia
como si nunca hubieran existido
los combustibles ojos del alma
o los labios de la pena huérfana
cada vez que nos dan clases de
amnesia
y nos conminan a borrar
la ebriedad del sufrimiento
me convenzo de que mi región
no es la farándula de otros

en mi región hay calvarios de
ausencia
muñones de porvenir / arrabales
de duelo
pero también candores de
mosqueta
pianos que arrancan lágrimas
cadáveres que miran aún desde
sus huertos
nostalgias inmóviles en un pozo
de otoño
sentimientos insoportablemente
actuales
que se niegan a morir allá en lo
oscuro

el olvido está tan lleno de memoria
que a veces no caben las
remembranzas
y hay que tirar rencores por la
borda
en el fondo el olvido es un gran
simulacro
nadie sabe ni puede / aunque
quiera / olvidar
un gran simulacro repleto de
fantasmas
esos romeros que peregrinan por
el olvido
como si fuese el camino de
santiago

el día o la noche en que el olvido
estalle
salte en pedazos o crepite
los recuerdos atroces y de
maravilla
quebrarán los barrotes de fuego
arrastrarán por fin la verdad por
el mundo
y esa verdad será que no hay
olvido.

martes, 17 de diciembre de 2013

Me sorprendió tu voz (por Jana Putrle Srdić)

A los seis meses de tu muerte
llamé a tu casa,
nadie atendió el teléfono y
de repente en el contestador
me sorprendió tu voz.

Como si los cactus de la repisa
rodearan mi cama por la mañana.

Como si contestaras desde un cubo
rosado de gelatina.

Tu voz
es para mí conocida y extraña a la vez,
inusualmente resuelta como la voz
de un hombre de treinta años que nunca
está en casa y necesita un contestador,

porque acaba de volver de balonmano
y tiene prisa para llegar a las prácticas de tiro.
Como todos los tiradores, sabe que en el camino
hacia el campo de tiro debe fijar la mirada
a través de la ventana del autobús, siempre en el mismo punto,
en la luna del cielo del atardecer,

para que después, ante el blanco,
el corazón le empiece a latir en círculos blancos
hasta unirlos con su pulso en un punto,
y apretar entonces el gatillo.

Una voz
conocida de un hombre de treinta años en luna
de miel rumbo a Venecia con una cinta de Glenn Miller
en el coche. Un sombrero femenino con alas grandes.
Unos pantalones livianos de verano – al estilo de Gatsby –
que se deslizan por las rodillas al saltar
dos escalones a la vez en los puentes.
Canales que apestan, paredes húmedas,
palomas, le dice a ella, palomas por todas partes,
y ligeramente prende a la vez con su encendedor
sonrisas en los negativos.

Paso al lado de este alto hombre delgado
con una camisa clara de verano que no me reconoce
porque aún no existo.

Pienso: cuando grabemos encima de la cinta
del contestador y tu voz en mi cabeza
se haga borrosa, también yo voy a volverme
un poco más transparente.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Mi padre anuda mi corbata (por Ray Bradbury)



Mi padre, no yo, anuda mi corbata.

Una noche hace tiempo, en junio,

yo hacía un intento:

Mi primera corbata revuelta sobre el chaleco,

las manos torpes,

cuando de pronto, entró en escena lo inesperado:

algo terrible está por suceder.

Mi padre se acercó en silencio

y me observó y se puso detrás de mí.

No mires, dijo.

Mantente alejado de los espejos.

Que tus dedos aprendan

cómo se hace.

Su enseñanza perdura. Lo que dijo era cierto.

Con los ojos cerrados,

gracias a su ayuda (arriba, vuelta y abajo)

no sé cómo surgió un nudo milagroso.

No tiene nada, dijo mi padre.

Ahora tú, hijo. No, con los ojos cerrados.

Y con una última, cariñosa y ciega observación

enseñó a mis dedos inútiles

el arte de tejer. Entonces, se marchó.

Bueno, hasta hoy, ¿como podría presumir de nudos?

Imposible.

Invoco a ese fantasma de dulce aroma a tabaco, que se marchó hace tiempo,

para que me ayude.

Y lo hace:

En mi cuello su aliento, la fragancia de su último cigarrillo.

La muerte no existe, pues ayer por la tarde

sus dedos fantasmales vinieron y me ayudaron a anudar y enlazar.

Si esto es verdad (¡lo es!), no morirá nunca.

Mi padre, no yo, anuda mi corbata.

domingo, 15 de diciembre de 2013

En paz (por Vicente Gallego)


Esta tarde soy rico porque tengo

todo un cielo de plata para mí,

soy el dueño también de esta emoción

que es nostalgia a la vez de los días pasados

y una dulce alegría por haberlos vivido.

Cuanto ya me dejó me pertenece

transformado en tristeza, y lo que al fin intuyo

que no habré de alcanzar se ha convertido

en un grato caudal de conformismo.

Mi patrimonio aumenta a cada instante

con lo que voy perdiendo, porque el que vive pierde,

y perder significa haber tenido.

Ya no tengo ambiciones, pero tengo

un proyecto ambicioso como nunca lo tuve:

aprender a vivir sin ambición,

en paz al fin conmigo y con el mundo.

sábado, 14 de diciembre de 2013

Como una puerta (por Miguel Ángel Bernat)


Me acuerdo que
mientras me moría
vi moverse muy lentamente
las ramas desnudas de los árboles
y el cielo encima,
como una puerta abierta
que me recibía feliz
y yo también estaba feliz.



viernes, 13 de diciembre de 2013

Un genio (por Charles Bukowski)


Hoy
conocí a un genio en el tren
como de seis años de edad;
...se sentó a mi lado y,
mientras el tren
corría por la costa,
llegamos al océano.
el niño me miró y me dijo:
el mar no es nada bonito.

fue la primera vez
que me di cuenta
de ello.



jueves, 12 de diciembre de 2013

El revés del mundo (por Czeslaw Milosz)


–Cuando muera, voy a ver el revés del mundo.

El otro lado, más allá de pájaro, montaña, puesta de sol.

El significado verdadero, listo para ser descifrado.

Lo que nunca sumó va a sumar,

lo que fue incomprensible será comprendido.


–¿Y si no hay revés del mundo?

¿Si un zorzal en la rama no es un signo,

sino sólo un zorzal en la rama? ¿Si noche y día

no tienen sentido persiguiéndose

y no hay nada en esta tierra excepto esta tierra?


–Aunque así sea, permanecerá

una palabra despertada por labios que perecen,

un mensajero incansable que corre y corre

a través de campos interestelares, de galaxias vertiginosas.

Y llama, protesta, grita.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El optimista (por Fayad Jamís)


El optimista se sentó a la mesa, miró a su alrededor

y se sirvió un poco de lo poco que halló. Le dijeron

que había demasiado nada (en realidad había pocomucho)

pero él devoró su ración sin hacer comentarios,

abrió el periódico, se fumó su café y acabó

de cenar en paz. Pensó: tengo derecho a comer con alegría

lo pocomucho que me gano mientras llega la abundancia.

Sin embargo seguían hablando de todo lo que no hay

no hay no hay no hay. No hay esto ni lo otro.

Pero el optimista se levantó en silencio

y otra vez recordó aquellos años en que sólo comió

lágrimas. No había nadie para decirle no hay sopa o bistec

o tome un pedazo de pan duro para el perro de su hambre,

pero jamás de sus dientes salieron discursos.

Y ahora estaba satisfecho de la cena frugal. El hombre

salió a la calle y echó a andar mientras silbaba.

Las luces eléctricas le recordaron el porvenir.

martes, 10 de diciembre de 2013

La inquieta sensación de trotamundos (por Carmen Cruz)


A golpe de corazón desorbitado
sin otra razón que la querencia
elijo mi camino en cada encrucijada
y ya no me pregunto si habré elegido bien,
cerebro y corazón no siempre están de acuerdo
y levantado el pie desestimo la duda del error.

He conocido pueblos distintos a los míos
y así me he conocido desde la piel adentro.
Con la prisa del aire volando la aventura, algunas veces
paso a paso,
con la calma del que sabe que no sólo a sí se pertenece,
otras
si no dejando huella,
sí arraigándome toda largas vidas
y siempre la inquieta sensación de trotamundos
que anhela recorrer los vericuetos de la tierra
y algunos entresijos de la propia mente.


Viajar… Con cuerpo y esencia de domingo,
atenta a los sentidos para henchirme absoluta,
emprender nuevo camino cada vez que presienta
que ya no aprendo nada,
aprehender la vida que nace entre sus piedras
y esculpirla, esculpirlas:


A cada paso y en cada pausa
hasta el fin del viaje
hasta el último hogar.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Queda tu nombre (por José Cereijo)


No todo lo he perdido. Queda tu nombre. Queda
la hondura del silencio después de pronunciarlo.

Queda lo que no pasa, ni puede pasar nunca:
lo que nunca ha pasado.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Poema al padre (por Sharon Olds)


De pronto te imaginé

de niño en aquella casa, habitaciones oscuras

y cálida chimenea con el hombre enfrente

callado. Te movías a través del grávido aire

con tu corpórea belleza, un chico de siete años,

indefenso, avispado, hubo cosas que el hombre

hizo cerca de ti, era tu padre,

el molde con el que fuiste creado. Abajo en el

sótano, los barriles de dulces manzanas,

cogidas del árbol en su momento álgido, se pudrieron

y descompusieron y por delante de la puerta del

sótano el arroyo corría y corría, y algo

no te fue dado, o algo te fue

robado, algo con lo que naciste, y hoy

incluso a tus 30 y 40 años te llevas

la oleosa medicina a tus labios

cada noche, ponzoña para ayudarte

a caer inconsciente. Siempre pensé que

la clave fue lo que nos hiciste

de adulto pero luego recordé a aquel niño

siendo moldeado frente al fuego, los

diminutos huesos de su alma

retorcidos y fracturados, los pequeños

tendones sujetando el corazón

partidos en dos. Y lo que ellos te hicieron

tú no me lo hiciste. Cuando ahora te amo,

me gusta pensar que estoy dando mi amor

directamente a ese chico de la habitación tórrida

como si ese amor pudiera alcanzarlo a tiempo.



sábado, 7 de diciembre de 2013

Cnoso (por Luis Alberto de Cuenca)

Y, de pronto, mi madre, abanicándose,
se me aparece en Cnoso, y yo le sirvo
el enésimo vaso de agua, y se me muere
otra vez, y otra vez me entregan sus cenizas.
Y el capricho de Evans se transforma
en un improvisado sanatorio
donde sólo se escuchan los lamentos
de quienes no verán el nuevo dí­a,
en una especie de necrópolis cercada
por guerreros micénicos que ignoran la piedad.
Y, de pronto, me veo con mi madre
-o lo que fue mi madre- entre los brazos,
tratando de burlar el estricto bloqueo
para llegar al puerto. Y lo consigo.
Y vierto el contenido de la urna
en el azul de los frescos minoicos,
que es el inagotable azul del mar.

viernes, 6 de diciembre de 2013

Florecer y morir (por Antonio Carvajal)

Bocas de vidrio, esbozos de penumbras.
Adelantados o doblados
o pertinaces en su insomne palidez
de vientos como llamas, los narcisos
entregan su aroma, luna de invierno.

Florecer y morir, qué triste júbilo.
Su dispersa agrupación conmueve
el corazón del hombre, pues conoce
que la armonía existe, mas tenerla
sometida no puede a su dominio.

Todo es renuncia: de tanto aroma
nada se percibe, como en la muchedumbre
de los besos tantos pierden relieve,
sólo el beso inicial y el postrero
perduran.

Se han abierto en los días
cálidos de febrero, largamente esperados,
interludio suavísimo
entre la agria orquestación del otoño
y el ascenso difuso y orgiástico del polen.

Y se propagan y se ofrecen y su obsequio
es casi monacal, como si una vidriera
de ponientes áureos derramara
no sé qué olvido glorioso en el tocado
de la novicia, ella, tan nueva, entrada
en la sabiduría de la entrega.

En las columnas del incienso,
en el cavado resonar del órgano
suspenso, en el ilustre bisbiseo
latino de letanías, hay la misma floración
angustiosa de los narcisos,

algo intacto que pasa, y no relámpago;
algo que es luz y, al tiempo, materia deleznable;
algo que llena el pecho de veneno y promesas.
Algo como una nube que transita en silencio.

jueves, 5 de diciembre de 2013

La mirada final (por Hilario Barrero)



De todas las últimas miradas que hemos ido dejando por la vida

sin saber que lo eran

¿cómo será la última, la mirada final?

¿Se quedará pegada a la piel de los ojos?

¿Cuando se seque será raíz del llanto?

¿En que región oscura volverá a ser primera?

¿Tendrá fuego en su voz si la reconocemos

o será como agua si nos llega a traición?

¿Se hundirá el peso de su polvo en el aire

de la nueva mañana que nosotros, ya ciegos, no veremos?

Mirar es responder a preguntas vacías

en la primera noche sin respuestas.



miércoles, 4 de diciembre de 2013

Entrénate en perder (por Elizabeth Bishop)


El arte de perder se domina fácilmente;
tantas cosas parecen decididas a extraviarse
que su pérdida no es ningún desastre.

Pierde algo cada día. Acepta la angustia
de las llaves perdidas, de las horas derrochadas en vano.
El arte de perder se domina fácilmente.

Después entrénate en perder más lejos, en perder más rápido:
lugares y nombres, los sitios a los que pensabas viajar.
Ninguna de esas pérdidas ocasionará el desastre.

Perdí el reloj de mi madre. Y mira, se me fue
la última o la penúltima de mis tres casas amadas.
El arte de perder se domina fácilmente.

Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aun más:
algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente.
Los extraño, pero no fue un desastre.

Incluso al perderte (la voz bromista, el gesto
que amo) no habré mentido. Es indudable
que el arte de perder se domina fácilmente,
así parezca (¡escríbelo!) un desastre.

martes, 3 de diciembre de 2013

Partículas de albúmina y fibrina (por Joaquín Mª Bartrina)


¡Todo lo sé! Del mundo los arcanos


ya no son para mí

lo que llama misterios sobrehumanos

el vulgo baladí.

Sólo la ciencia a mi ansiedad responde

y por la ciencia sé

que no existe ese Dios que siempre esconde

el último porqué.

Sé que soy un mamífero bimano

(que no es poco saber)

y sé lo que es el átomo, ese arcano

del ser y del no ser.

Sé que el rubor que enciende las facciones

es sangre arterial;

que las lágrimas son las secreciones

del saco lacrimal;

que la virtud que al bien al hombre inclina

y el vicio, sólo son

partículas de albúmina y fibrina

en corta proporción.

Que el genio no es de Dios sagrado emblema,

no señores, no tal:

el genio es un producto del sistema

nervioso cerebral.

Y sus creaciones de sin par belleza

sólo están en razón

del fósforo que encierra la cabeza,

¡no de la inspiración!

Amor, misterio, bien indefinido,

sentimiento, placer…:

¡palabrotas vacías de sentido

y sin razón de ser!

Gozar es tener siempre electrizada

la médula espinal,

y en sí el placer es nada o casi nada:

un óxido, una sal.


¡Y aun dirán de la ciencia que es prosaica!

¿Hay nada, vive Dios,

bello como la fórmula algebraica

C = π r²?

¡Todo lo sé! Del mundo los arcanos

ya no son para mí

lo que llama misterios sobrehumanos

el vulgo baladí.

Mas, ¡ay!, que cuando exclamo satisfecho

“¡Todo, todo lo sé!”

siento aquí en mi interior, dentro del pecho

un algo…, ¡un no sé qué!…

lunes, 2 de diciembre de 2013

Y ellos y el tiempo juntos (por Wallace Stevens)

Adiós a una idea... El rostro de la madre,
el objetivo del poema, llenan el cuarto.
Están juntos aquí, y hace calor.

Sin la presciencia de los sueños incipientes
es al atardecer. La casa es atardecer, medio disuelta.
Sólo la mitad de lo que nunca poseerá permanece,

sigue estrellado. Es la madre que poseen,
quien otorga transparencia a su presente paz.
Ella hace todo más gentil de lo que pueda ser.

Y sin embargo, ella también se disuelve, es destruida.
Ella da transparencia. Pero ha envejecido.
Su collar es una talla, no un beso.

Las manos suaves son un movimiento, no un roce.
La casa se derrumbará, y los libros arderán,
ellos permanecen dichosos en un refugio de la mente.

Y la casa es de la mente y ellos y el tiempo
juntos, todos juntos. La noche boreal
parecerá una escarcha cuando se les acerque

a ellos y a la madre mientras se adormece.
y ellos digan, buenas noches, buenas noches. Arriba
las ventanas estarán iluminadas, no los cuartos.

Un viento diseminará su grandeza ventolera alrededor,
y golpeará la puerta como la culata de un rifle.
El viento les gobernará con sonido invencible.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Trotamundos (por Giuseppe Ungaretti)

En ninguna
parte
de la tierra
puedo
asentarme

En cada
nuevo
clima
que encuentro
descubro
con pena
que
alguna vez
me fue
conocido

Y me separo de él siempre
extranjero

Naciendo
de vuelta de épocas
demasiado vividas

Gozar un solo
minuto de vida
inicial

Busco un país
inocente

sábado, 30 de noviembre de 2013

Ciclo y surco (por Antonio Rivero Taravillo)


Lluvia:

árbol genealógico de la vida,

empapadas dinastías

del recuerdo que vuelve;


ciclo y surco, perímetro mojado

del horizonte curvo de una gota,

atmósfera atravesada

de un rocío que regresa

jornada tras jornada

siguiendo ese rotar

como una noria.


Cangilones, paraguas

hoy vueltos del revés,

arrojando disparos

a cubos llenos

en el revólver o tiovivo

de cachas grises y caballos

de crines húmedas

y relinchos de truenos,

detonaciones:


un ajuste de cuentas entre nubes

que se desangran grises.

viernes, 29 de noviembre de 2013

De aquel hombre fugaz (por Kevork Topalian)


Acaecido, justo después del sacro aguacero

–helada lluvia de todo aquello que no pudo ser–,

veo pasar la silueta de un hombre por mi lado,

doblar la siguiente esquina y perderse calle abajo.


Y de golpe me doy cuenta de mi propia nada.

La misma de aquel hombre fugaz, que pasaba

como el recuerdo de cierto actor, a quien de joven

hace demasiado tiempo en un cine demolido vi;

disperso negativo, secuencia, aleatorio segmento

cinematográfico a contraluz, celuloide

en su infinito rotar y proyectar la imagen.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Era un hombre desconocido (por Margaret Atwood)


Has oído al hombre al que amas

hablando consigo mismo en el cuarto de al lado.

No sabía que le escuchabas.

Pegaste el oído al muro

pero no conseguías captar las palabras,

sólo una especie de ruido sordo.

¿Estaba enfadado? ¿Estaba maldiciendo?

¿O era una especie de comentario

como una larga y críptica nota al pie en una página de versos?

¿O buscaba algo que había extraviado,

como las llaves del coche?

Entonces, de repente, se puso a cantar.

Te asustaste

porque era algo nuevo,

pero no abriste la puerta, no entraste,

y siguió cantando con su voz grave, desafinada,

densa y dura como el brezo.

La canción no era para ti, no te mencionaba.

Tenía otra fuente de contento,

nada que ver contigo en absoluto,

era un hombre desconocido, que canta en su cuarto, solo.

¿Por qué te sentiste tan dolida, y tan curiosa,

y al mismo tiempo tan feliz,

y también tan libre?

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Y tú vienes a herirnos (por Jaime Gil de Biedma)


¿A qué vienes ahora,
juventud,
encanto descarado de la vida?
¿Qué te trae a la playa?
Estábamos tranquilos los mayores
y tú vienes a herirnos, reviviendo
los más temibles sueños imposibles,
tú vienes para hurgarnos las imaginaciones.

De las ondas surgida,
toda brillos, fulgor, sensación pura
y ondulaciones de animal latente,
hacia la orilla avanzas
con sonrosados pechos diminutos,
con nalgas maliciosas lo mismo que sonrisas,
oh diosa esbelta de tobillos gruesos,
y con la insinuación
(tan propiamente tuya)
del vientre dando paso al nacimiento
de los muslos: belleza delicada,
precisa e indecisa,
donde posar la frente derramando lágrimas.

Y te vemos llegar: figuración
de un fabuloso espacio ribereño
con toros, caracolas y delfines,
sobre la arena blanda, entre la mar y el cielo,
aún trémula de gotas,
deslumbrada de sol y sonriendo.

Nos anuncias el reino de la vida,
el sueño de otra vida, más intensa y más libre,
sin deseo enconado como un remordimiento
-sin deseo de ti, sofisticada
bestezuela infantil, en quien coinciden
la directa belleza de la starlet
y la graciosa timidez del príncipe.

Aunque de pronto frunzas
la frente que atormenta un pensamiento
conmovedor y obtuso,
y volviendo hacia el mar tu rostro donde brilla
entre mojadas mechas rubias
la expresión melancólica de Antínoos,
oh bella indiferente,
por la playa caminas como si no supieses
que te siguen los hombres y los perros,
los dioses y los ángeles
y los arcángeles,
los tronos, las abominaciones...

martes, 26 de noviembre de 2013

Regreso al protonúcleo (por Pilar Iglesias de la Torre)


Rasgar las entretelas como se rasga,
piel de arpegio mudo....Romper el folio
segundos antes de morir....Después, la desnudez
y el calcio solitario de los árboles
cuando dibujan
el intrínseco ingrediente del silencio,
ese punto equidistante de la desolación del ámbar
o del cenit axial de la fractura. También la desmemoria
en el olvido sinfónico que significa el invierno
al agostar las venas, su hemorragia.
Ya no espero el desbordarse la conciencia
ni el testimonio del crepúsculo
como premonición de ese después en los gradientes.
Tampoco, el ánfora fenicia
en su travesía lunar de rompeolas.
Es el final del diccionario aquél de Ítacas,
hilado poco a poco, en la meiosis. Alguna vez la ruina,
habría de deshabitar el universo
desencriptando jeroglíficos, para encefalograma plano.
Confieso, sin embargo, el dolor de los epígrafes
en su descenso abisal hacia la umbría,
y la resistencia extrasistólica, a la negación del yo.
Me parece regresar, al protonúcleo de esa estrella
que un día, en alquiler, fijó mi residencia,
y desandar los pasos, dejando el labio impreso
en el hueso innominado de los troncos
como aroma a evaporarse,
en su ardiente explicación, de la energía oscura.
Acaso, el último diseño, de una mueca extinta
abriendo nuevos horizontes, para otra radiofrecuencia.

Por nuestros no paseos (por Marina Tsvietáieva)


Me gusta que Usted no esté enfermo por mí

y que yo tampoco me enferme por Usted,

que nunca el pesado globo de la tierra

se escurra bajo nuestros pies.

Me gusta que pueda ser ridícula, perversa

y buscar palabras adecuadas

y no ponerme roja con ola sofocante

si apenas nuestras mangas se rozaran.


Me gusta que delante de mí Usted pueda abrazar

tranquilamente a otra mujer,

no me condeno a arder en el infierno

por no besarle a Usted.

Y que mi cariñoso nombre, mi Cariño

no recuerde ni en la noche ni en el día…

que nunca sobre nosotros, en el silencio de la catedral,

cantarán el Aleluya.


Gracias a Usted -con mi mano sobre el corazón-

que no sabe lo mucho que me ama:

por mis noches tranquilas,

por los encuentros de las crepusculares horas,

por nuestros no paseos bajo la luna,

por el sol que no existe encima de nosotros,

por el dolor que no siente, lamentablemente, Usted por mí,

por el dolor que yo no siento, lamentablemente, por Usted.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La ventana de Keats (por Andrés Trapiello)


Apartado de todo, vuelto a mí
en silencio egoísta, en soledad
de campos y de encinas y callejas
que el otoño volvió más taciturnas;
asilado a esta sombra y sin más patria
que una vieja edición de tus poemas;
sentado en berroqueña piedra gris
y leyendo tus versos, oigo cómo
de pronto un ruiseñor se eleva y canta.
Todo lo dejo entonces, mi lectura,
mis leves pensamientos, mi silencio.
Todo por escucharle. Es él, él mismo.
El dulce ruiseñor que tú supiste
distinguir entre todas las demás
criaturas, por ser no melodioso,
que lo era, sino por ser el tuyo,
el a ti destinado desde siempre,
desde el día en que Dios de mansas fieras
ocupó el Paraíso y dijo: «hágase
también el ruiseñor, para que Keats,
en la umbría Inglaterra, al escucharlo
embelesado, alcance esta verdad:
que el canto es sólo uno, siempre el mismo,
y que la rama cambia y cambia el pájaro,
mas no la melodía. Esta será
de país a país siempre la misma,
de un continente a otro y desde un siglo
a otro siglo, la misma melodía,
igual que en el estanque van las ondas
cuando alguien en él escribió un nombre».
Pues bien. Conmigo está, frente a este Gredos,
el ruiseñor menudo de tus versos,
frente a ese abstracto Gredos, calmo y duro
y hecho de pura abstracta lejanía.
y están también los prados y colinas
por los que tú anduviste. Están conmigo
ahora, aquí. Y las viejas mansiones
que el campo inglés conoce, venerables,
cubiertas por la yedra, iluminadas
con quinqués y bujías cuya luz
llenaba las ventanas de dorada
quietud e invitación al sueño,
de modo que de lejos, si pasaba
un viajero, se decía: «¡Quién
pudiera estar allí, junto a esa lámpara,
dentro de aquella casa, allí sentado
en cómodo sillón leyendo un libro
o bebiendo los vinos de Madeira
y escuchando un piano, o ni siquiera,
sólo como esa sombra que es el tiempo!
¡Sólo como la sombra de aquel hombre
que se asoma al balcón para mirarme!
¡Quién pudiera quedarse en esa casa
y no tener, cerrada ya la noche,
que andar por estos fúnebres caminos
y exponerse a morir en soledades
que harían de la muerte algo aún más triste»...
Eso diría el viajero errante,
eso mismo diría al contemplar
la vieja casa solitaria y grande.
Y luego seguiría su camino
sin dejar de mirar de vez en cuando
atrás, hasta perder aquella luz,
aquel temblor de oro entre las ramas
oscuras de los tejos, sin haber
siquiera sospechado que eras tú,
John Keats, la sombra.

Y que le viste
llegar por el camino, y que dijiste:
«Al Sur marcha ese hombre.
¡Quién pudiera con él perderse lejos!
Ahora mismo. Sin equipaje alguno.
¡Cómo envidio su suerte y qué tristeza
languidecer aquí llevando una
vida que ni siquiera de infeliz
puedo calificarla! Mira, parte
de nuevo, se va. Empieza ya la luna
a vadear el río. ¡Cuánto debe
compadecer mis años!»...

Y que luego,
para apagar la sed de tu acedía,
tomaste una vez más un papel nuevo
sin dejar de pensar en aquel hombre
que viste peregrino. Quizás ese
fue el día en que escribiste aquel poema
que empieza así: «Feliz es Inglaterra..."
¿Quién podría saberlo? Ahora otra vez
lo leo en este viejo libro tuyo,
y al leer me parece que tu otoño
es este otoño mío y que también
es mío el ruiseñor que ya ha callado,
y me confundo y creo
que aquellos claros ríos entre hayales
son nuestro pedregal, cuna de víboras.
Y así, miro estos bíblicos olivos
y alcornoques ascéticos, la tierra
de la que brotan zarzas sólo, ortigas,
pestilente cenizo o amargas hierbas,
y ebrio de gratitud, no siento ya
ni abrasador el sol ni amargo el aire
ni severos los pardos y los negros,
que son colores nuestros metafísicos,
sino que cierro el libro y miro lejos,
porque tus versos hacen que yo vea
este lugar como lugar del alma,
y vuelto a mí, comienzo a recorrer
de nuevo este paisaje silencioso
y a verlo de otro modo y a sentirlo
y a desear también la dulce muerte,
hermana zarza, hermanos alcornoques,
ortigas, alimañas, sequedades.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Una mujer sentada (por Alan Brownjohn)


En esta ciudad, quizá una calle.
En esta calle, quizá una casa.
En esta casa, quizá un cuarto,
y en este cuarto, una mujer sentada.
Sentada en la oscuridad, sentada y llorando
por alguien que acaba de salir por esa puerta
y acaba de apagar la luz
olvidándose que estaba allí sentada.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Cuando el amor tan sólo (por May Swenson)


Cuando no sea el dolor
sino la dicha
de mirarse dos rostros
dulcemente
y no haya cordilleras de cemento
sino la paz menuda de la higuera,
cuando no tengamos que inventar esquinas
donde los besos crezcan,
cuando no pague impuestos ningún sueño
ni haya séptimos pisos para amarse...
entonces,
cuando el amor tan sólo,
será todo más fácil.



viernes, 22 de noviembre de 2013

Pensando en ti (por Idea Vilariño)


Estás lejos y al sur
allí no son las cuatro.

Recostado en tu silla
apoyado en la mesa del café
de tu cuarto
tirado en una cama
la tuya o la de alguien
que quisiera borrar
-estoy pensando en ti no en quienes buscan
a tu lado lo mismo que yo quiero-.
Estoy pensando en ti ya hace una hora
tal vez media
no sé.

Cuando la luz se acabe
sabré que son las nueve
estiraré la colcha
me pondré el traje negro
y me pasaré el peine.

Iré a cenar
es claro.

Pero en algún momento
me volveré a este cuarto
me tiraré en la cama
y entonces tu recuerdo
qué digo
mi deseo de verte
que me mires
tu presencia de hombre que me falta en la vida
se pondrán
como ahora te pones en la tarde
que ya es la noche
a ser
la sola única cosa

jueves, 21 de noviembre de 2013

Sé que tengo una deuda (por Vicente Gallego)

Esta tarde he escuchado
otra vez sus pisadas a mi espalda,
he notado su aliento al abrir una puerta,
y sus huellas están en mis viejos papeles.
Aunque no puedo verlo,
hace tiempo que siento su presencia inquietante
cuando me quedo solo, cuando paso las horas
encerrado entre libros y palabras.
Sus lamentos me llegan confundidos
con el viento que gira en la terraza,
y oscurece su sombra en los espejos.
Sé que tengo una deuda.
Mientras sigo escribiendo escucho un llanto.
Y no puedo pagarla.
Mientras sigo escribiendo va muriéndose el día
como una advertencia.
Sé que el plazo ha vencido.
Su tristeza es un ruido que perturba mi vida,
sus reproches se adaptan al sonido
de este vaso con hielo, y a la tarde de otoño,
y al rasgar de esta pluma en el papel
donde ensayo lamentos y disculpas.
Sé que tengo una deuda.
Sé que el alma de un muerto penará por mi culpa.
Ha llegado la noche, y a través del espejo
en que se ha convertido la ventana,
unos ojos sin vida me contemplan.
¡Si yo hubiera podido -les explico-, si yo hubiera sabido!
Y no supe pagarla.
A través del cristal unos ojos me acusan:
son los ojos de un niño que jamás me perdona
el haber confundido su futuro y sus sueños
con la vida sin sueños, con el triste futuro,
de ese hombre que ahora
teme al vidrio y esquiva su mirada.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mi insospechado rostro (por Jorge Luis Borges)


Zumban las balas en la tarde última.
Hay viento y hay cenizas en el viento,
se dispersan el día y la batalla
deforme, y la victoria es de los otros.
Vencen los bárbaros, los gauchos vencen.
Yo, que estudié las leyes y los cánones,
yo, Francisco Narciso de Laprida,
cuya voz declaró la independencia
de estas crueles provincias, derrotado,
de sangre y de sudor manchado el rostro,
sin esperanza ni temor, perdido,
huyo hacia el Sur por arrabales últimos.

Como aquel capitán del Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.

Yo que anhelé ser otro, ser un hombre
de sentencias, de libros, de dictámenes,
a cielo abierto yaceré entre ciénagas;
pero me endiosa el pecho inexplicable
un júbilo secreto. Al fin me encuentro
con mi destino sudamericano.
A esta ruinosa tarde me llevaba
el laberinto múltiple de pasos
que mis días tejieron desde un día
de la niñez. Al fin he descubierto
la recóndita clave de mis años,
la suerte de Francisco de Laprida,
la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio.
En el espejo de esta noche alcanzo
mi insospechado rostro eterno. El círculo
se va a cerrar. Yo aguardo que así sea.

Pisan mis pies la sombra de las lanzas
que me buscan. Las befas de mi muerte,
los jinetes, las crines, los caballos,
se ciernen sobre mí... Ya el primer golpe,
ya el duro hierro que me raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta.

martes, 19 de noviembre de 2013

Si pierdo la memoria, qué pureza (por Pere Gimferrer)


Si pierdo la memoria, qué pureza.
En la azul crestería la tarde se demora,
retiene su oro en mallas lejanísimas,
cuela la luz por un resquicio último, se extiende y me delata
como un arco que tiembla sobre el aire encendido.
¿Qué esperaba el silencio? Príncipes de la tarde, ¿qué palacios
holló mi pie, qué nubes o arrecifes, qué estrellado país?
Duró más que nosotros aquella rosa muerta.
Qué dulce es al oído el rumor con que giran los planetas del agua.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Por fin he llegado (por Yehuda Amijai)


Recuerdo un problema en un libro de matemáticas

sobre un tren que sale de un lugar A y otro tren

que sale de un lugar B. ¿Dónde se encontrarán?

Nadie preguntaba nunca qué ocurriría entonces:

¿se detendrían, se cruzarían, chocarían?

Ningún problema hablaba de un hombre que sale de A

y una mujer que sale de B. ¿Dónde se encontrarán,

se encontrarán realmente, y durante cuánto tiempo?

Como en aquel libro de matemáticas: por fin he llegado

a las páginas finales que incluyen las respuestas.

Ahí donde estaba prohibido mirar.

Ahora por fin puedo hacerlo. Ahora compruebo

en qué acerté y en qué estaba equivocado,

y sé lo que hice bien, lo que hice mal,

cuanto ya no podré arreglar.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Mi corazón es un planeta exhausto (por Martín López-Vega)


El mundo, lo sabes, es cada vez más una procesión
de híbridos de muertos y sus fantasmas.
Esta mañana al ver esa pequeña escultura
de la mujer que mira la puesta de sol
(en realidad, un pedazo de madera
mal pintado de amarillo) eras tú de nuevo
quien estaba allí, aquí. Si no le das a tu vida
la pendiente adecuada, decías,
no hay agua que no se estanque.

Sístole y diástole, rotación y traslación:
mi corazón es un planeta exhausto.

No viajo ya por huir de nada ni de mí,
tan sólo para poder así verme desde lejos.
Esta mañana, al mirarme en el espejo
del baño, no me reconocí:
no era un rostro lo que había al otro lado,
sino un paisaje equivocado, como si al salir
de un largo túnel me asomase por fin a la luz
y el lugar no fuese el esperado
e ignorase si tengo tiempo aún para volver
sobre mis pasos y reemprender el camino que buscaba.
En los restos de vaho intento dibujarme.
Un monigote, un pelele sin gesto,
otra cosa no consigo de mí si soy yo quien me dibujo.

Al fin y al cabo, lo trágico sigue siendo lo trágico,
por muy rotos que estén tu Yo y mi Tú.
Tú tienes tu carga y yo tengo mi carga.
¿Por qué nos encontramos hoy en medio
del mercado? ¿Si llevamos tanto tiempo juntos,
por qué ahora? ¿Qué has venido a decirme
o a que te diga? ¿Eres tú la sombra que carga
con mi cadáver o la sombra soy yo?

Cuando era niño, en las manchas de las paredes
veía mapas de islas a las que alguna vez iría:
ahora en cambio reconozco cicatrices
de heridas que ya tuve. Deberíamos
vivir como árboles y, al final,
lo que hacemos con nuestra existencia es
construir una estatua: llegado un momento
nos congelamos en un gesto, y en él nos quedamos
ya de por vida. Nunca como niños
corriendo cuesta abajo.

Hay por todas partes luces de colores y la cerveza es mala,
pero no hay una mujer que no sea hermosa.
Querrías acercarte a una, a cualquiera, pero pesa demasiado
el cadáver que arrastras. Le darías la mano, pero ninguna
de las dos tienes libre; hablarías con ella, pero tú
ya sólo hablas con los muertos. La besarías, pero tus besos
quién te asegura que no sepan a cadáver.

¿Qué hacer cuando alrededor la belleza
abunda de esta manera, y uno no encuentra
lugar en que enterrar a sus muertos en paz
y empezar de una vez la vida nueva?

Ya es de noche, Antígona, desde la ventana
puedo ver los raíles del tranvía y a los jóvenes
que siguen bebiendo en los bares cercanos.
No importa quién seas tú ni quién yo sea.
Salgamos juntos a enterrar a nuestros muertos.
Mañana será domingo, el reloj dará horas que no importen
y el sol de mediodía querrá penetrar
en nosotros a la fuerza, ojos adentro.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Mi mundo privado (por Claudia Masin)


Yo ansié tener un cuerpo que practicara,
como un arte, la ignorancia de sí.
Que cayera rendido con la levedad con que caen
las hojas de los árboles. Cuando fuera inevitable,
nunca antes. Pero de tu cuerpo no deseaba
sino lo que había en él de frágil, de imperfecto:
la cicatriz que te cruzaba el pómulo, las pequeñas
arrugas en la frente. La herida
que te asemejaba a mí. Dos ramitas secas
ante la embestida de la menor brisa,
se quiebran. El camino es interminable, te decía,
da vueltas y vueltas alrededor del mundo
y en alguna de esas vueltas los que estaban
destinados a perderse, se encuentran.

Se dice que a la vera
de cierta ruta que atraviesa el desierto,
es posible hundir una vara en la hierba reseca
y en algún momento brotará el petróleo como un géiser.
Anoche tuve un sueño en el que viajábamos por días
y días para encontrar el yacimiento, a la manera
de los scouts o los cazadores de fortuna
del oeste. Al llegar era de noche,
no había una sola estrella, el pozo
estaba seco. Yo me dormía y te quedabas
al lado mío, cuidando mi sueño. No estabas allí
a la mañana siguiente.
En el sueño, alguien decía:
donde tengas tu tesoro tendrás
tu corazón. Y yo me preguntaba qué pasaría
si tu tesoro se perdiera,
qué pasaría en un juego de cajas chinas
si al llegar a la última,
la que debería contener el objeto precioso,
esa, como todas las otras,
estuviera vacía.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Y la muerte no tendrá dominio (por Dylan Thomas)

Y la muerte no tendrá dominio.
Los hombres desnudos han de ser uno solo
con el hombre en el viento y la luna poniente;
cuando sus huesos queden limpios y los limpios huesos se dispersen,
ellos tendrán estrellas en el codo y en el pie;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar de nuevo surgirán,
aunque se pierdan los amantes, no se perderá el amor;
y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Los que hace tiempo yacen
bajo los dédalos del mar no han de morir entre los vientos,
retorcidos de angustia cuando los nervios cedan,
atados a una rueda no serán destrozados;
la fe, en sus manos, ha de partirse en dos,
y habrán de traspasarles los males unicornes;
rotos todos los cabos, ellos no estallarán.
Y la muerte no tendrá dominio.

Y la muerte no tendrá dominio.
Y las gaviotas no gritarán en los oídos
ni romperán las olas sonoras en las playas;
donde alentó una flor, otra flor tal vez nunca
levante su cabeza a los embates de la lluvia;
y aunque ellos estén locos y totalmente muertos
sus cabezas martillearán en las margaritas;
irrumpirán al sol hasta que el sol sucumba,
y la muerte no tendrá dominio.

Este personaje (por Ryszard Kapuściński)

Me he alejado tanto de mí mismo
que ya no sé decir nada
sobre mí
ni lo que siento
cuando me mojo bajo la lluvia
ni cuando me convierto
en una brizna de hierba seca
quemada por el sol
no sé encontrarme
a mí mismo
describir a este personaje
nombrarlo
asegurar
que existe

jueves, 14 de noviembre de 2013

Materia arremolinada (por Stathis Intzes)

a

En el principio fue materia arremolinada
como ella manó del nicho
del primer ojo
Después, el alejamiento del alquitrán por un sol

b

En el principio, la mezcla hervida de las venas
como ella maduró en el corazón de las estrellas
haciéndose estrella de nuevo
Luego, las circunstancias favorecieron el nacimiento del destello

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Has venido a salvarme (por Fernando Valverde)


¿Recuerdas cómo mueren los pelícanos?
Bajo el sol de la tarde
que golpea la costa del Pacífico
el agua los engulle como al plomo.

Nada puede salvarlos.

Hay tanta dignidad en el vacío,
tanto amor en sus vuelos,
que en el último instante escogen el silencio.
Sólo queda
el golpe de sus cuerpos contra el agua
como un rumor de viento imperceptible.

Desde esta habitación no puede verse el mar,
no existen altas rocas y no queda horizonte
que no hayan destruido.

No importa,
intuyes un rumor en esta noche negra,
puedes tocar su brazo.

Recordarás entonces, al percibir el frío,
que en otoño ese mar que tanto amas
se vuelve gris y deja
los nombres del pasado escritos en la arena.

Te has sentado a mirarlos.

Frente a ti,
torciendo el horizonte,
un niño se sumerge entre las olas.
El levante, tan cálido y perfecto,
lo traiciona y lo empuja.

Has venido a salvarme.

Tus brazos,
tan frágiles ahora,
cubren el cuerpo de mis nueve años
hasta tocar la orilla.

Es cierto,
desde esta habitación no puede verse el mar
pero tiemblan mis manos igual que aquella tarde.
Ahora cojo las tuyas,
siente cómo te amo,
cómo salvas mi miedo con tus gestos,
cómo tienes la vida sujeta entre los dedos.

Deja a un lado la carne,
has golpeado tanto tu rostro contra el agua
que la luz se ha quebrado.

No hay estrellas debajo del océano.

Abre los ojos,
es tan ciega la muerte que el temor te confunde.
Abre los ojos,
búscame ahora en medio de este océano,
voy a agarrarte fuerte con mis brazos,
siente cómo te aprieto,
busquemos nuestra orilla,
el mar no ha dibujado nuestros nombres,
es hoy, no somos el pasado,
es salado el sudor,
es la espuma del mar contra las rocas
este miedo en tus labios.

Nos espera la vida.

martes, 12 de noviembre de 2013

Más tarde (por Saiz de Marco)


Y más tarde la muerte legendaria

la conocida

la desconocida

la transparente muerte impenetrable vendrá


Siempre encuentra un modo

una ruta

un destino que termina en nosotros


¿Y cuando venga qué?

¿qué seré luego?

¿seré lo mismo que antes de nacer?


La nada



la nada

la conozco

mi vieja amiga

mi leal compañera


mi casa germinal


mi patria última


pero no

en verdad no sé cómo es

Menos que oscuridad

menos que sueño

menos que silencio

pura inconsciencia

Así de simple y me cuesta entenderlo


Yo ya estuve en la nada

Aquí pasaban cosas

había gente real pero yo no entre ellos

Ni siquiera fui un hueco

ni siquiera una ausencia

Nadie

Nadie


¿Se estaba bien allí?

No sé decirlo

Creo que no me iba mal

No se sufría

allí no se sentía

no se era

Creo que inexistir no era un mal estado


¿Por qué no va a ser fácil volver a lo inerte

ir atrás

hasta el pre-origen?


(una des-reacción

un retro-fenómeno

como el incendio abdica de sus llamas


como los huracanes se disuelven


como el agua del mar vuelve a las nubes

un bucle químico que ahora se cierra)



Y entre tanto en la Tierra

este paraje

este conjunto de seres conscientes del que no seré trozo

ni cuota

permanecerá

¿Qué harán sin mí?

Bah no importa

ya vivieron sin mí muchos milenios sin jamás echarme en falta


Millones de conciencias y ninguna

ninguna de ellas será mi conciencia


¿Des-seré para siempre

un siempre nunca

un nunca eterno

un nunca

nunca

nunca

o me iré para regresar quién sabe cuándo

en qué lugar

dentro de quién

(tal vez una conciencia que me acoja

otra materia viva que me yoe

en otro sitio

en algún universo)

pero sin recordar que antes fui éste?


Y después la no-vida legendaria

la conocida

la desconocida

la familiar

la misteriosa muerte

lunes, 11 de noviembre de 2013

Como este olor (por Juan Ramón Jiménez)

Tiene este libro un olor que me recuerda
el olor que tenía mi madre. Un sosegado
aroma de recato, sin explosión, esencia
íntima de un placer vivo y velado… 

Cuando pasaba ella, lo dejaba tras sí
como una vaga estela de dolor resignado…
¡Domingos de mi vida! ¡Cielo azul de aquel pueblo
que pudo ser la dicha y sólo fue el cansancio! 

¡por mi nostalgia yerma, olor, como mi olor
de lágrima secreta y contenida…!, bálsamo
que al tiempo mismo es recuerdo y pesadumbre;
yo pude haberlo hecho y no lo hice…
¡El llanto no sirve para nada, cuando el remordimiento
no tiene cura, cuando
hay una cosa negra, que pudo ser de oro,
que no se borra, que es, como este olor, amargo!

domingo, 10 de noviembre de 2013

Venga con nosotros, Torre (por Vladimir Mayakovsky)

París,
caminada por millones de pies,
gastada por miles de llantas.
Ando errante por tus calles,
solo, hasta el horror,
ni un rostro amigo,
hasta el horror,
ni un alma.
A mi alrededor
los autos fantasean una danza.
A mi alrededor,
desde sus fauces de dragones-pescados y luises,
silba y cae el agua de las fuentes.
Llego a la plaza de la Concordia
y espero a que venga a la cita,
cruzando la niebla,
surgiendo tras las casas apiladas,
la torre Eiffel.
¡Chist...!
Torre,
más despacio,
que la pueden ver.
La luna, tema de guillotina,
asiste a nuestra cita.
Me acerqué a ella,
susurrándole en la radio-oreja.
He aquí lo que le digo:
-He hecho propaganda a los edificios y a las cosas.
Nosotros
sólo esperamos su aprobación.
Torre,
¿quiere encabezar la insurrección?
Torre,
nosotros la elegimos jefe.
Usted,
modelo de genio y técnica,
no debe quedarse aquí,
ocultando sus contornos apollinarios.
No es para usted
este lugar de podredumbre,
París de prostitutas,
la Bolsa,
y los "poetas".
Los Metró están de acuerdo.
Los Metró están conmigo.
Ellos
arrojarán al público
de sus embaldosados vientres.
Y la sangre nueva
lavará las paredes
de los afiches de polvo y perfume.
Ellas
-las paredes-
están convencidas.
Ellas no quieren ser esclavas de los avisos lujosos,
ellas saben que les sientan mejor a su cara
nuestros agudos carteles de lucha.
¡Torre!
¡No tenga miedo a las calles!
Si el Metró no suelta la gente,
la calle lo castigará con los rieles.
Yo levantaré el motín de los rieles.
¿Tiene miedo?
Los tractores vendrán en columnas,
nos defenderán.
Vendrá Rive-gauche en nuestra ayuda.
¡No tema!
Ya me puse de acuerdo con los puentes.
Vadear los ríos
no es fácil.
Los puentes
se levantarán de golpe,
movidos por el encono,
cerrando las entradas a la ciudad,
por todos los costados de París.
Al primer llamamiento
se amotinarán los puentes
arrojando a los peatones
con sus toros de piedra.
Se rebelarán todas las cosas,
las cosas
ya no pueden soportar más
este orden de cosas.
Pasarán quince o veinte años,
se ablandará el acero,
y las mismas cosas,
se lo aseguro,
irán solas
a venderse por las ferias de Montmartre.
¡Torre, vamos!
Venga con nosotros.
Usted,
allá, en casa,
nos hace más falta.
¡Venga con nosotros!
La recibiremos
con el brillo de nuestros aceros.
La recibiremos
con más ternura que al primer amante amado.
¡Vamos a Moscú!
Torre,
allá tenemos más lugar.
Usted
tendrá todas las calles que quiera.
Nosotros
la cuidaremos
cien veces al día,
lustraremos su acero y su cobre
y quedará como el sol.
Deje
que su ciudad
-París de tontas pitucas,
París de bulevares abribocas-
acabe sola,
enterrada en el cementerio del Louvre,
con el vejestorio de su museo en los bosques de Boulogne.
¡Adelante!
¡Marche!
¡Marche con sus cuatro patas poderosas,
remachadas según los planos de Eiffel,
para que en nuestro cielo
asome su frente de radio,
para que nuestras estrellas
ante usted se avergüencen!
¡Decídase, torre!
Hoy se levantan todos
removiendo París
desde la cabeza hasta los pies.
¡Vamos,
venga con nosotros a la URSS!
¡Venga, con nosotros!
Yo
le conseguiré el pasaporte.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Nunca se cansa (por José Mateos)


Nunca estás solo. La muerte te acompaña.
Va contigo a los cines y a los bares
y cuando duermes ella está a tu lado.
Nunca se cansa, como tú te cansas
de amarte, esta leal, esta sumisa
y dura compañera que te dice
en voz baja: "eso es mío". Y tú obedeces,
y le das un amigo o esa tarde
irrepetible de colegio y lluvia,
le das aquéllo que quisiste tanto.
Ella es tu luz y el aire que respiras.
Ella te dicta lo que ahora escribes
Y cuando eres feliz, cuando la olvidas,
cuando dentro de ti ya no la sientes,
sufres. Te costó tanto acostumbrarte
a mirar con sus ojos lo que tiembla
un momento y se apaga, lo que tarde
o temprano será sólo derrota,
sueño y nostalgia suya.
No razones
su último rostro ni le tengas miedo.
Y agradécele ahora esta mañana,
este momento en un hotel vacío
cerca del mar, y el tiempo que te queda.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Como eras antes (por Serguéi Gandlevski)

Aquí viviste en otros tiempos, eras alumna de últimos cursos,
y no hace mucho que voluntariamente has muerto.
Como, probablemente, de mala manera debe hacer tic-tac el silencio,
si a una bella mujer la vida deja de serle grata.
Originario de aquí, de mediana edad, así, tal cual,
en busca del frío que me recorre la espalda visito tu portal.
Y si me lo gasto todo en rosas, las llevo al cementerio,
dejo caer, como es costumbre, una lágrima ebria...
¿No era yo quien trepaba hasta tu ventana por celos, por rencor
por el estruendoso desagüe que se alzaba hacia el cielo?
Qué bueno es ser joven, joven y completamente ebrio entre el humo.


¡Un cuarto de siglo, un cuarto de siglo desde mis estériles hazañas!
Por la voz, por la forma de los ojos más de una vez he creído verte entre la multitud,
siempre me equivocaba, no me equivoco únicamente ahora,
no he oído mal - "muerta". La cabeza me da vueltas.
Jamás me quisiste, pero estabas viva.
¡Quién se pondría en pie, apoyando su cabeza contra el fondo,
haciendo fuerza, para que de golpe la muerte acontezca, sí que salga toda!
¡Hay que resucitar, pues resucitemos! Se yerguen mi padre y mi madre.
El amigo Soprovsky vuelve a la vida, incita a empinar el codo.
Tomamos "andropovka", el primer trago es como una estaca como
un nudo en la garganta, como el estilo de Slutski y como el verso de una chastushka.

Así, borrachos de felicidad, por la muerte curtidos,
en el noticiario en blanco y negro vuelven de la guerra.
Se acrecienta el traqueteo de ruedas y el alma se lanza a la calle sin mirar atrás.
En la estación tocan una marcha — la música cegada por las lágrimas.
Y aquí estás tú - una de ellos. Por un instante nos ves a los dos,
envías a freír espárragos a quienes te idolatramos.
Te veo a través del tumulto como eras antes, la de nadie,
en silencio, marchando directamente hacia tu juventud.
Pues bien, vete, vete. Todo lo malo queda atrás.
Y a partir de ahora, cabe pensar que todo lo bueno está por venir.
Como en otros tiempos ponte al lado de la ventana de la escuela.
Tu nombre y apellido de soltera los pronunciará el silencio.

jueves, 7 de noviembre de 2013

¿Acaso te soñé? (por Sergei Yesenin)


No me arrepiento, no llamo, no lloro,
todo pasará como del manzano blanco el humo.
Envuelto en el oro del otoño
ya no volveré a ser joven.

Ya no palpitarás tan fuerte,
corazón helado por el frío,
y el país de tela de abedul
no me tentará caminar descalzo.

Espíritu errante: cada vez menos
enciendes la llama de mi boca.
¡Ay de mi frescor perdido,
ímpetu de los ojos y raudal de pasiones!

Ahora soy más parco en deseos.
Vida mía, ¿acaso te soñé?
Que una sonora mañana de primavera
pasé al trote en un caballo rosado.

En el mundo todos somos mortales,
los arces derraman callados el bronce de las hojas...
Sea eternamente bendito
lo que viene a florecer y a caducar.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Un cuerpo errante (por Clara Janés)


transparente
a espacio y tiempo
entran en mí
las constelaciones todas
el itinerario de los astros
los movimientos de la luna
y su mirada me conforma más allá
y soy también
un cuerpo errante
perdido
en la oscuridad

martes, 5 de noviembre de 2013

Con saliva amarga (por David Ledesma)


Hablo de la nostalgia que camina
como perro callado, en derredor,
con su pelambre espesa de recuerdos.
Y el rabo entre las patas. Desolado.

Lily era una niña mitad ángel;
la otra mitad, caricia.
Pegada de su nombre con resina
de viajes. De olvidos charcos de agua.
Detrás de su mirada chapoteaban
pececillos inquietos. Y garuaba
sobre su corazón una ternura
siempre a punto de brisa. De esfumarse.
Ella me amaba. Pude amarla.

Hablo de los antiguos barrios. De las casas
donde viví hace tiempo. De las tablas
del piso que crujían con un dolor de viejas solitarias.
Hablo de los hoteles. De las calles
donde gastamos suelas y semanas.
Hablo de Lily con saliva amarga
y mi lengua la toca al pronunciarla.
Son las 4 a.m. de un día largo y plomo.
Y llueve en la ventana. Y en los ojos.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Sin ti no puedo (por Rodrigo Manzuco)


Quizá lo sabes pero no lo entiendes,
ni puedes entenderlo,
porque en el fondo no me quieres tanto
como yo, pero tú...
quiero decir que yo
a ti, tú te...
Me estoy
perdón
haciendo un lío...
Lo que quiero
decir
es que yo
ya
te
necesito;
sin ti no puedo
ser
ya
yo. Tú

no puedes entenderlo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

En las hondas barrancas (por Halina Poswiatowska)


Hay tierra entera de la soledad
y sólo un surco
el de tu sonrisa

Hay mar entero de la soledad
el ave perdida de tu ternura
vuela sobre él

Hay cielo entero de la soledad
y sólo un ángel cuyas alas
pesan tan poco como tus palabras

Nosotros parimos a los machos con manos de hierro
sin sonrisa pero con dolor
y con su tierra - oliendo
a hierba cortada bajo el sol de julio

En las hondas barrancas de nuestras entrañas
hay nidos de musgo y picos hambrientos
allí se hace cuerpo el misterio de la vida
se sobreponen las capas de la prehistoria
sin que las mencionen las memorias del mundo

Por encima de nuestras frentes vuelan
los renacimientos en nuestros ojos
se arrodillan los pensamientos medievos
nosotras - Marías sumisas aceptamos humildemente
la sed de nuestras entrañas, el destino de nuestros brazos

sábado, 2 de noviembre de 2013

Vigías del mundo (por Czeslaw Milosz)


Nubes, terribles nubes mías,
cómo palpita el corazón, qué tristeza y pena de la
tierra,
cúmulos blancos y callados
que miro al amanecer con ojos llenos de lágrimas,
sé que en mí el deseo y la soberbia
y la crueldad, y un grano de desdén,
preparan el lecho para un sueño muerto
y los más bellos tintes de mis mentiras
ocultan la verdad. Bajo entonces la vista
y siento traspasarme un vendaval
árido, ardiente. ¡Oh, qué terribles sois,
vigías del mundo, nubes! Quiero
dormir, que la piadosa noche me cubra.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Como una helada (por Claudia Masín)


Quien fue dañado lleva consigo ese daño,

como si su tarea fuera propagarlo, hacerlo impactar

sobre aquel que se acerque demasiado. Somos

inocentes ante esto, como es inocente una helada

cuando devasta la cosecha: estaba en ella su frío,

su necesidad de caer, había esperado

-formándose lentamente en el cielo,

en el centro de un silencio que no podemos concebir-

su tiempo de brillar, de desplegarse. ¿Cómo soportarías

vivir con semejante peso sin ansiar la descarga,

aunque en ese rapto destroces la tierra,

las casas, las vidas que se sostienen, apacibles,

en el trabajo de mantener el mundo a salvo,

durante largas estaciones en las que el tiempo se divide

entre los meses de siembra y los de zafra? Pido por esa fuerza

que resiste la catástrofe y rehace lo que fue lastimado todas las veces

que sea necesario, y también por el daño que no puede evitarse,

porque lo que nos damos los unos a los otros,

aun el terror o la tristeza,

viene del mismo deseo: curar y ser curados.

jueves, 31 de octubre de 2013

Mar todavía (por Vicente Aleixandre)


Heme aquí frente a ti, mar, todavía...
Con el polvo de la tierra en mis hombros,
impregnado todavía del efímero deseo apagado del hombre,
heme aquí, luz eterna,
vasto mar sin cansancio,
última expresión de un amor que no acaba,
rosa del mundo ardiente.
Eras tú, cuando niño,
la sandalia fresquísima para mi pie desnudo.
Un albo crecimiento de espumas por mi pierna
me engañara en aquella remota infancia de delicias.
Un sol, una promesa
de dicha, una felicidad humana, una cándida correlación de luz
con mis ojos nativos, de ti, mar, de ti, cielo,
imperaba generosa sobre mi frente deslumbrada
y extendía sobre mis ojos su inmaterial palma alcanzable,
abanico de amor o resplandor continuo
que imitaba unos labios para mi piel sin nubes.
Lejos el rumor pedregoso de los caminos oscuros
donde hombres ignoraban tu fulgor aún virgíneo.
Niño grácil, para mí la sombra de la nube en la playa
no era el torvo presentimiento de mi vida en su polvo,
no era el contorno bien preciso donde la sangre un día
acabaría coagulada, sin destello y sin numen.
Más bien, con mi dedo pequeño, mientras la nube detenía su paso,
yo tracé sobre la fina arena dorada su perfil estremecido,
y apliqué mi mejilla sobre su tierna luz transitoria,
mientras mis labios decían los primeros nombres amorosos:
cielo, arena, mar...
El lejano crujir de los aceros, el eco al fondo de los bosques partidos por los hombres,
era allí para mí un monte oscuro, pero también hermoso.
Y mis oídos confundían el contacto heridor del labio crudo
del hacha en las encinas
con un beso implacable, cierto de amor, en ramas.
La presencia de peces por las orillas, su plata núbil,
el oro no manchado por los dedos de nadie,
la resbalosa escama de la luz, era un brillo en los míos.
No apresé nunca esa forma huidiza de un pez en su hermosura,
la esplendente libertad de los seres,
ni amenacé una vida, porque amé mucho: amaba
sin conocer el amor; sólo vivía...
Las barcas que a lo lejos
confundían sus velas con las crujientes alas
de las gaviotas o dejaban espuma como suspiros leves,
hallaban en mi pecho confiado un envío,
un grito, un nombre de amor, un deseo para mis labios húmedos,
y si las vi pasar, mis manos menudas se alzaron
y gimieron de dicha a su secreta presencia,
ante el azul telón que mis ojos adivinaron,
viaje hacia un mundo prometido, entrevisto,
al que mi destino me convocaba con muy dulce certeza.
Por mis labios de niño cantó la tierra; el mar
cantaba dulcemente azotado por mis manos inocentes.
La luz, tenuemente mordida por mis dientes blanquísimos,
cantó; cantó la sangre de la aurora en mi lengua.
Tiernamente en mi boca, la luz del mundo me iluminaba por dentro.
Toda la asunción de la vida embriagó mis sentidos.
Y los rumorosos bosques me desearon entre sus verdes frondas,
porque la luz rosada era en mi cuerpo dicha.
Por eso hoy, mar,
con el polvo de la tierra en mis hombros,
impregnado todavía del efímero deseo apagado del hombre,
heme aquí, luz eterna,
vasto mar sin cansancio,
rosa del mundo ardiente.
Heme aquí frente a ti, mar, todavía...

miércoles, 30 de octubre de 2013

TOC (por Neil Hilborn)


La primera vez que la vi…

Todo en mi cabeza se silenció

Todos los ticks, las imágenes constantes desaparecieron.

Cuando tienes trastorno obsesivo compulsivo en realidad no tienes momentos callados.

Incluso en la cama estoy pensando:

¿Cerré las puertas? Sí

¿Me lavé las manos? Sí

¿Cerré las puertas? Sí

¿Me lavé las manos? Sí

Pero cuando la vi, la única cosa en la que pude pensar fue en la curva de la horquilla de sus labios.

O la pestaña en su mejilla–

La pestaña en su mejilla–

La pestaña en su mejilla.

Sabía que debía hablar con ella

La invité a salir seis veces en treinta segundos.

Ella dijo que sí después de la tercera,

pero ninguna de las veces que pregunté se sintió bien así que tenía que seguir haciéndolo.

En nuestra primera cita,

pasé más tiempo organizando mi comida por colores de lo que pasé comiéndola o hablando con ella.

Pero le encantó.

Le encantaba que tuviera que besarla para despedirme 16 veces, o 24 si era miércoles.

Le encantaba que me tomaba todo el tiempo caminar hacia casa porque había muchas grietas en la banqueta.

Cuando nos mudamos juntos ella dijo que se sentía segura,

como si nadie nos fuera a robar porque definitivamente había cerrado la puerta 18 veces.

Yo siempre veía su boca cuando hablaba–

Cuando hablaba–

Cuando hablaba–

Cuando hablaba–

Cuando hablaba;

Cuando me dijo que me amaba, su boca se curvaba hacia arriba en los bordes.

En la noche ella se acostaba en la cama y me veía apagar todas las luces, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y prenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas, y encenderlas, y apagarlas.

Ella cerraba los ojos y se imaginaba que los días y las noches pasaban frente a ella.

Algunas mañanas empezaba a besarla para despedirme y ella sólo se iba porque estaba haciéndola llegar tarde al trabajo.

Cuando me detenía en las grietas de la banqueta ella seguía caminando.

Cuando me decía que me amaba su boca era una línea recta.

Me dijo que estaba tomando mucho de su tiempo.

La semana pasada empezó a dormir en casa de su madre.

Me dijo que nunca debió dejarme apegarme tanto a ella; que todo esto fue un error,

pero… ¡¿Cómo podría ser un error que no tenga que lavarme las manos después de tocarla?!

El amor no es un error y me está matando que ella pueda salirse de esto y yo no.

No puedo–

No puedo salir y encontrar a alguien nuevo porque siempre pienso en ella.

Usualmente, cuando me obsesiono con algo, veo gérmenes escabulléndose en mi piel.

Me veo a mí mismo siendo atropellado por una infinita línea de coches.

Y ella fue la primera cosa hermosa en la que alguna vez me he estancado.

Quiero despertar todas las mañanas pensando en la manera como agarra el volante.

Cómo mueve las manijas de la regadera como si estuviera abriendo una caja fuerte.

En cómo sopla las velas–

cómo sopla las velas–

cómo sopla las velas–

cómo sopla las velas–

cómo sopla…

Ahora sólo pienso en quién más está besándola.

No puedo respirar porque él sólo la besa una vez­– ¡No le importa si es perfecto!

La quiero de regreso tanto que…

Dejo la puerta sin cerrar.

Dejo las luces encendidas.

Pero tomó la izquierda (por Renée Acosta)



pudo haber sido, pero no fue

las cosas son lo que son



pudiera haber tomado la izquierda

en lugar de la derecha

pero tomó la izquierda donde

la virgen negra le dio dos palomas

un águila y un niño muerto



pudo haber sido lo mejor

viajar a la India o viajar

a las playas de México

o no ir a ninguna parte



pero estar tiene también su propia

reverberación en la telaraña de las cosas



habría sido mejor no comprar esa motocicleta

pudiera entre los altos techos celestes, darse

una mejor combinación de los acontecimientos

la exactitud del mundo y la lectura de sus mutaciones

indescifradas

pudieran… pero no

martes, 29 de octubre de 2013

Si este canto saliera (por Giovanni Papini)


Hay un canto en mí que mi boca jamás pronunciará; que no escribirá mi mano en ningún trozo de papel.

Hay un canto en mí que debo escuchar yo solo, que debo padecer y soportar solamente yo.

Hay un canto preso en mis venas como los celestiales adagios del argentado órgano. Hay un canto que como la raíz del gladiolo no florecerá bajo el alud.

Hay un canto en mí que estará siempre en mí.

Si este canto saliera de mi corazón, quebraría mi corazón.

Si este canto escribiera mi mano, ninguna otra palabra escribiría mi mano.

Este canto no se dirá sino en la última hora de mi vida; este canto será el inicio de una feliz agonía.

Hay un canto en mí que no puede salir de mí porque no se han creado aún las palabras necesarias.

Un canto sin medida y sin tiempo; sin ritmo y sin leyes.

Un canto sin ningún sosiego y que astillaría cualquier lenguaje.

Un canto inatendible sin que el alma se intimide por la sorpresa y se coloree de otro sol.

Un canto más respirado que dicho, más presentido que expresado: son de luces, rayo de acordes.

Un canto sin ansias de música porque sería más melodioso que cualquier otro instrumento conocido.

En mi corazón inmenso, que por días abarca el universo, a este canto le cuesta quedarse adentro. En los minutos más angustiantes de la vida, este canto querría derramarse de mi corazón demasiado estrecho como el llanto de los ojos de quien se llora a sí mismo. Pero lo rechazo y lo engullo, pues junto a él también la sangre de mi corazón se derramaría con la misma furia voluptuosa. Lo encierro en mí mismo porque no quiero morir aún.

Soy una víctima dulce de este canto divino y homicida. Debo cerrar el corazón como la puerta de una cárcel y sofocar sus latidos sobrehumanos como si fueran remordimientos. Y ser, con toda mi ternura, el hombre feroz al que no se acercan los débiles.

Porque mi canto sería un aterrador canto de amor, y ese amor abrasaría todo lo que toca.

El amor que sólo cobija es apenas tibio, pero el verdadero amor en el mismo soplo besa y destruye.

Este amor resplandecería tanto de candente avidez que ese día la tierra iluminaría al sol y la medianoche sería más ardiente que el mediodía más ardiente.

Pero yo no cantaré jamás este canto terrible que me consume sin que nadie tenga compasión de mi tormento.

Yo no cantaré jamás este canto maravilloso del que mi temor reniega y que espanta mi debilidad.

No cantaré este canto porque nadie podría sustentar la infinita, la desgarrante, la dolorosa dulzura.

lunes, 28 de octubre de 2013

Cuando me recordéis (por Saiz de Marco)


Pesadme injustamente

Poned plomo en lo limpio
para que pese mucho la pequeña pureza que hubo en mí

Y alterad la balanza
haced que sea liviano el otro lado
el de mi mezquindad

Sobrecargad un plato, aligerad el otro

Adulterad la báscula
Inclinad la balanza
como si pretendierais amañar la memoria
trucarla a mi favor

Haced trampa en el peso cuando me recordéis

Cuando ya me haya ido
juzgadme injustamente

domingo, 27 de octubre de 2013

Última carta (por Vladimir Mayakovsky)


¡A todos! 


No se culpe a nadie de mi muerte y, por favor,
nada de chismes.
Al difunto le molestaban enormemente.
Mamá, hermanas, camaradas,
perdonadme -no es un método y no se lo aconsejo a nadie,
pero no tengo otra salida.

Lili, ámame.

Camarada gobierno, mi familia es:
Lili Brik, mi madre, mis hermanas y Verónica Vitaldovna Polonskaya.
Si se ocupan de asegurarles una existencia decente, gracias.

Por favor, den los poemas inconclusos a los Brik,
ellos sabrán descifrarlos.

Como quien dice,
"el incidente" ha terminado.
La barca del amor
se ha estrellado
contra la vida cotidiana

Estoy mano a mano con la vida,
así que ¿para qué
reprocharnos mutuamente
dolores,
daños
y ofensas recíprocas?

Sigan felices.

sábado, 26 de octubre de 2013

Pero ven (por Juan Eduardo Cirlot)


Las huellas de tus dedos

no se ven en las torres.


Pero yo leo sin descanso, en la soledad de la ermita junto

al mar

los antiguos signos en donde tú estuviste hacia el año mil,

por los bosques, los pantanos, las ramas y las hojas, la arcilla

pisada.


Dentro del corazón está la muerte

como una runa blanca de ceniza.


Acércate por el campo blanco o por el verde campo o por el

campo negro, pero ven.


Detente ante la tumba

donde los dos estamos.

viernes, 25 de octubre de 2013

Del revés (por Juan Ramón Jiménez)



¡Quién sabe del revés de cada hora!

¡Cuántas veces la aurora
estaba tras un monte!

¡Cuántas el regio hervor de un horizonte
tenía en sus entrañas de oro el trueno!

Aquella espada dio la vida.

Aquella rosa era veneno.

Yo pensé una florida
pradera en el remate de un camino,
y me encontré un pantano.

Yo soñaba en la gloria de lo humano,
y me hallé en lo divino.

jueves, 24 de octubre de 2013

Ya no sé entonces (por Sigfrido Radaelli)

Ya sé, los dos sabemos
que si te alejás hoy es para volver mañana.
O sea que mañana te veré nuevamente.
Está bien.
Pero si hoy te alejás para volver sin plazo,
si es eso lo que ocurre,
o sea que ya no sé si te veré mañana
o en un mes
o en un año,
ya no sé entonces si nunca volveré a verte.
¿Y entonces, Dios mío, hoy es la última vez que
te veo
y esta tarde la última,
son estos minutos los últimos?
Ahora sé qué es no saber nada de nada.
Todo ha cambiado de golpe. Enfrente de mí
un agujero inmenso y negro, y en mis oídos
resonando
un eco lastimero y largo.
Hablo y me detengo,
vuelvo a hablar solitario, escucho asombrado
mi voz
y vuelvo al silencio.
¿Qué sentido tienen ya las palabras
o los murmullos o el recuerdo o las pruebas
del amor?

miércoles, 23 de octubre de 2013

La gran ola te trajo (por Jorge Luis Borges)


El alba inútil me sorprende en una esquina desierta; sobreviví a la noche.

Las noches son como olas orgullosas; olas azul oscuro, de pesadas crestas, cargadas con los tonos de profundos despojos, cargadas de improbables y deseables cosas.

Las noches acostumbran misteriosos dones y rechazos, de cosas que se dan por la mitad y a medias se retienen, de delicias que albergan un hemisferio oscuro. Así obra la noche, yo te digo.

La marea, esa noche, me dejó los jirones y retazos disjuntos de costumbre: algunas amistades que odio, para charlar; música para sueños; la humareda de cenizas amargas. Las cosas a las que mi corazón hambriento no puede hallarles uso. La gran ola te trajo.

Palabras y palabras, cualesquiera, tu risa; y vos tan perezosa e incesantemente bella. Hablamos, y olvidaste las palabras.

El alba destructora me encuentra en una calle desierta, en mi ciudad.

Tu perfil que se aleja, los sonidos que conforman tu nombre, la cadencia de tu risa: esos son los ilustres juguetes que dejaste para mí.

Los revuelvo en el alba, los pierdo, los encuentro; se los cuento a los escasos perros vagabundos y a las pocas estrellas vagabundas del alba.

Tu rica vida oscura…

Debo alcanzarte, de algún modo; aparto estos ilustres juguetes que dejaste para mí, quisiera tu mirada subrepticia, tu sonrisa real; esa sonrisa solitaria y mordaz que la frialdad de tu espejo conoce.

martes, 22 de octubre de 2013

Media vida (por Miguel d´ Ors)


En la cena
me sobra media pizza.
Qué sensación extraña.

Tras el cristal, la noche, el mar, agosto.

Qué tristeza:
me sobra media noche,
me sobra media luna
y medio mar: la parte
que te tocaba a ti de aquel nosotros.

Y me sobro y me falto medio yo
porque me faltas tú, mi media vida.


lunes, 21 de octubre de 2013

No comprenderás demasiado (por Hjalmar Söderberg)


Vida, no te comprendo. A veces siento un mareo en el alma, cuchicheos y avisos y murmullos de que me he extraviado. Lo he sentido hace un rato. Entonces he examinado el expediente de mi proceso: las hojas de diario mediante las cuales interrogo mis dos voces interiores, la que quería y la que no quería. Las he leído y releído, y no puedo menos de creer que la voz a la que finalmente obedecí era la que tenía razón, y la otra la que sonaba a hueco. La otra voz era tal vez la más prudente, pero de escucharla habría perdido todo respeto por mí mismo. Y sin embargo..., sin embargo... He empezado a soñar en el pastor. Era de prever, claro, pero justamente por esto me sorprende. Creí que podría librarme de esa prueba, precisamente porque la tenía prevista.

Comprendo que al rey Herodes le disgustaran esos profetas que andan por ahí resucitando los muertos. Los tenía en gran estima por lo demás, pero reprobaba esa rama de sus actividades...

Vida, no te comprendo. Pero no digo que sea culpa tuya. El que yo sea un hijo desnaturalizado me parece más verosímil que el que tú seas una madre indigna. Y al fin empieza a despuntar en mí cierto presentimiento: que lo planeado no era que el hombre comprenda la vida. Todo ese frenesí de explicar y comprender, toda esa persecución de la verdad, es tal vez un extravío. Bendecimos el sol porque nos separa de él la distancia precisa que nos lo hace útil. Unos pocos millones de millas más cerca o más lejos, y nos asaríamos o helaríamos. ¿Y si con la verdad pasara como con el sol?

El viejo mito finlandés dice: el que ve la cara del dios tiene que morir. Y Edipo. Resolvió el enigma de la esfinge y fue el más desgraciado de los hombres. ¡No resuelvas enigmas! ¡No preguntes! ¡No pienses! El pensamiento es un ácido que corroe. Al principio crees que sólo va a corroer lo que está podrido y enfermo y que es mejor amputar. Pero el pensamiento piensa de otro modo: corroe ciegamente. Empieza por la presa que le arrojas de mejor grado, pero no creas que con ella se sacia. No para hasta devorar tu última y más querida reserva.

Tal vez yo no hubiera debido pensar tanto; tal vez hubiera hecho mejor prosiguiendo mis estudios. «Las ciencias son útiles porque impiden que los hombres piensen». Un hombre de ciencia lo dijo. Más me hubiera valido tal vez vivir la vida, como dicen, o dar gusto al gusano, como dicen también. Mejor ir a esquiar y jugar al fútbol, hacer una vida sana y alegre, con mujeres y niños. Mejor casarme y echar niños al mundo, mejor hacer lo debido. Cosas así son agarres y soportes. Tal vez ha sido también una tontería el no haberme arrojado a la política y presentado a elecciones. También la patria nos necesita. Bueno, para eso tal vez quede tiempo todavía ...

Primer mandamiento: no comprenderás demasiado. Pero el que comprende este mandamiento, ése ya ha comprendido demasiado. Me mareo, todo da vueltas a mi alrededor. De tiniebla en tiniebla.

domingo, 20 de octubre de 2013

Al mismo tiempo (por Titus Lucretius Carus -“Lucrecio”-)


Al mismo tiempo, en un lugar o en otro,
triunfa y muere la vida en este mundo.
El llanto fúnebre se mezcla
con el llanto del recién nacido.
Nunca la noche oscura sucede al día
ni la luz de la aurora a la noche
sin que el primer dolor de los que nacen
se funda con el lamento último de los que mueren.

sábado, 19 de octubre de 2013

A punto, contenidas (por Joan Vinyoli)

Es bueno tener lágrimas a punto, contenidas
por si de pronto muere
alguien que amas, o lees
un verso, o piensas en el juego
perdido
o bien, de noche, antes
que nazca el alba, algún ladrido
rasga el duro silencio.
Y vienen los recuerdos
de tantas culpas que nunca
has expiado
y ves el derrotado
ejército de los hombres
arrastrando los pies pesadamente
por las llanuras enfangadas,
bajo la lluvia, mientras silban
los trenes.

Que todo es duro, cruel y sin piedad,
y siempre el mal y la vergüenza duran.

viernes, 18 de octubre de 2013

Desconocidos (por Vasko Popa)


Alguien me abraza
Alguien me mira con los ojos de un lobo
Alguien se quita el sombrero
para que pueda reconocer mejor su aspecto

Cada uno me pregunta
sabes cómo estoy unido a ti

Desconocidos ancianos y mujeres
se apropian los nombres
de muchachos y muchachas de mi memoria

Le pregunto a uno de ellos
dime por amor de Dios
si George el Lobo todavía vive

Ése soy yo, responde desde un
mundo casi venidero

Yo toco sus mejillas con mi mano
y le imploro con mis ojos
que me diga también si todavía
yo vivo.