zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

Ver una entrada al azar

sábado, 30 de junio de 2018

Del agua (por Francis Ponge)


Más abajo que yo, siempre más abajo que yo está el agua. Siempre la miro con los ojos bajos. Como el suelo, como una parte del suelo, como una modificación del suelo.


Es blanca y brillante, informe y fresca, pasiva y obstinada en su único vicio: el peso; y dispone de medios excepcionales para satisfacer ese vicio: contornea, atraviesa, corroe, se infiltra.

En su propio interior funciona también el vicio: se desfonda sin cesar, renuncia a cada instante a toda forma, sólo tiende a humillarse, se acuesta boca abajo en el suelo, casi cadáver, como los monjes de ciertas órdenes. Cada vez más abajo: tal parece su divisa: lo contrario de excelsior.

Casi se podría decir que el agua está loca, por esa histérica necesidad de no obedecer más que a su peso, que la posee como una idea fija.

Es verdad que todas las cosas del mundo conocen esa necesidad, que siempre y en todas partes debe satisfacerse. Este armario, por ejemplo, se muestra muy testarudo en su deseo de adherirse al suelo, y si algún día llega a encontrarse en equilibrio inestable preferirá deshacerse antes que oponérsele. Pero, en fin, hasta cierto punto juega con el peso, lo desafía: no se está desfondando en todas sus partes; la cornisa, las molduras no se prestan a eso. Hay en el armario una resistencia en beneficio de su personalidad y de su forma.

Líquido es, por definición, lo que prefiere obedecer al peso para mantener su forma, lo que rechaza toda forma para obedecer a su peso. Y lo que pierde todo su aplomo por obra de esa idea fija, de ese escrúpulo enfermizo. De ese vicio, que lo convierte en una cosa rápida, precipitada o estancada, amorfa o feroz, amorfa y feroz, feroz taladro, por ejemplo, astuto, filtrador, contorneador, a tal punto que se puede hacer de él lo que se quiera, y llevar el agua en caños para después hacerla brotar verticalmente y gozar por último de su modo de deshacerse en lluvia: una verdadera esclava.

Sin embargo el sol y la luna le envidian esta influencia exclusiva, y tratan de mortificarla cuando, por ocupar grandes extensiones, les presenta un fácil blanco, o cuando se encuentra en estado de menor resistencia, dispersa en delgados aguazales. El sol le arranca entonces mayor tributo. La obliga a un perpetuo ciclismo, la trata como a una ardilla en su rueda.

El agua se me escapa, se me escurre entre los dedos. Y no sólo eso. Ni siquiera resulta tan limpia (como un lagarto o una rana): me deja huellas en las manos, manchas que tardan relativamente mucho en desaparecer o que tengo que secar. Se me escapa, y sin embargo me marca; y poca cosa puedo hacer en contra.

Ideológicamente es lo mismo: se me escapa, escapa de toda definición, pero deja en mi espíritu, y en este papel, huellas, huellas informes.

Inquietud del agua: sensible al menor cambio de declive. Que salta las escaleras con los dos pies al mismo tiempo. Que, pueril de obediencia, abandona en seguida sus juegos cuando la llaman cambiándole la dirección de la pendiente.



viernes, 29 de junio de 2018

¿No es esto la felicidad? (por Ching Shengtan)


Es un día caluroso de junio, el sol cuelga quieto del cielo y no hay un hálito de viento o de aire, ni una traza de nubes; el patio y el jardín, como hornos; ni un pájaro se atreve a volar. El sudor corre por todo mi cuerpo en arroyitos. Tengo enfrente la comida del mediodía pero no puedo tomarla por el calor. Pido un tapete para extenderlo en el suelo y tirarme ahí, pero el tapete está enfermo de humedad y las moscas vuelan como un enjambre y se me paran en la nariz, y no quieren irse. En este momento, cuando siento que mi desventura es completa, suena un trueno de pronto, y grandes masas de nubes negras se acercan majestuosas como un gran ejército que avanza a la batalla. De los aleros comienza a caer el agua de la lluvia como cataratas. El sudor se detiene. El suelo se quita lo pegajoso. Todas las moscas desaparecen para esconderse y puedo comer mi arroz. Ah, ¿no es esto la felicidad?

Un amigo al que no veo desde hace diez años llega de pronto, a la puesta de sol. Abro la puerta para recibirlo y, sin preguntarle si llegó por agua o tierra, y sin pedirle que se siente en la cama o en el diván, voy al cuarto interior y con humildad le pregunto a mi esposa: “¿Tienes un galón de vino como la esposa de Su Tungp’o?”. Mi esposa se quita alegremente del pelo su pasador de oro para venderlo. Calculo que nos durará tres días. Ah, ¿no es esto la felicidad?

No tengo nada que hacer luego de una comida y trato de revisar las cosas guardadas en viejos arcones. Veo que hay docenas o centenares de pagarés de gente que debe dinero a mi familia. Algunos han muerto y otros viven todavía, pero de todas maneras no hay esperanza de que devuelvan el dinero. Sin que nadie me vea hago una pila con los papeles y enciendo con ellos una hoguera, y miro al cielo y veo desaparecer la última huella de humo. Ah, ¿no es esto la felicidad?

Es un día de verano. Salgo descalzo, la cabeza descubierta, con una sombrilla, para ver a los jóvenes que entonan canciones del pueblo de Suzhou mientras trabajan en la rueda de agua del molino. El agua salta sobre la rueda a borbotones, como plata derretida o nieve que se funde en la montaña. Ah, ¿no es esto la felicidad?

Ha estado lloviendo un mes entero, y estoy tirado en la cama, por la mañana, como un ebrio o un enfermo, y me niego a levantarme. De pronto oigo un coro de pájaros que anuncian un día claro. Corro rápidamente la cortina, abro la ventana y veo el sol hermoso que brilla y resplandece, y el bosque invita a darse un baño. Ah, ¿no es esto la felicidad?

De noche me parece oír que alguien piensa en mí a la distancia. Al día siguiente voy a visitarlo. Entro por su puerta y miro alrededor del cuarto, y lo veo sentado a su escritorio, cara al sur; lee un documento. Me ve, asiente con suavidad y me toma de la manga para sentarme, y dice: “Ya que estás aquí, ven a mirar esto”. Y reímos y gozamos hasta que han desaparecido las sombras de las paredes. Siente hambre y me pregunta lentamente: “¿Tú también tienes hambre?”. Ah, ¿no es esto la felicidad?

Encontrar una carta manuscrita de algún viejo amigo en un arcón. Ah, ¿no es esto la felicidad?

Un sabio pobre viene a pedirme dinero, pero tiene timidez antes de mencionar el tema y por eso deja que la plática derive en otras cuestiones. Veo su incómoda situación, lo hago a un lado, adonde estemos solos, y le pregunto cuánto necesita. Luego entro a la casa y le doy el dinero; después le pregunto: “¿Tiene usted que irse de inmediato a arreglar su asunto o puede quedarse un rato y beber algo conmigo?”. Ah, ¿no es esto la felicidad?

Abrir la ventana y lograr que una avispa salga del cuarto. Ah, ¿no es esto la felicidad?


jueves, 28 de junio de 2018

En este cruce de trenes (por Jonathan Aaron)


Qué suerte tengo esta noche de sostener una linterna
en este cruce de trenes en medio de Estados Unidos
y no aferrarme a una balsa que hace agua en el Atlántico norte,
o andarme cayendo de un risco en Nepal porque mi soga se rompió.

Conforme las luces y el ruido del tren menguan y se extinguen,
puedo oir a mi esposa roncar en su almohada
y a los perros a ambos lados de nuestra cama roncar
en las suyas. ¿Qué es lo que hacía yo hace un momento?
Ya: trataba de acordarme del nombre del actor
que actuaba de Llanero Solitario en la radio.

En la radio el Llanero Solitario siempre sonaba como agripado.
Clayton Moore hacía el papel en la televisión. Espero que Clayton
Moore y Jay Silverheels que salía de Toro, el indio y fiel compañero del Llanero, fueran amigos en la vida real. O al menos
que no sólo se tuvieran respeto.

Hey, quieto. Calma, muchachote, decía el enmascarado
para tranquilizar a su caballo Plata, que se asustaba a ratos,
pero al que siempre apaciguaba la voz de su dueño.
Un súbito rayo de luz a través de un hueco entre las nubes
dibuja el contorno de un ave de rapiña que planea. Se me ocurre
que el fuerte caballo pinto de Toro y que Plata eran como
el escudero de Gunnar Björnstrand y el caballero de Max von Sydow
en la vieja película de Bergman El Séptimo Sello.

Estoy en medio del siglo catorce
y apenas he puesto pie en suelo sueco
luego de veinte años malgastados en Tierra Santa.
Muy pronto una tercera parte de la población de Europa morirá de la Peste.
Nuestra cruzada fue tan tonta, me dice el escudero,
que sólo a un idealista pudo habérsele ocurrido.
El caballero se mira con fijeza la palma de la mano,
su pulso se acelera ante la perspectiva de jugar al ajedrez
con la Muerte. Un momento estoy junto a ellos,
al otro estoy solo encima de una duna empinada
que mira hacia el Báltico. Abajo, a lo lejos, dos caballos
caminan con las patas metidas en las aguas espumeantes, bajas.

Caballero y escudero yacen quietos sobre la arena, donde el hambre
y la fatiga debieron inducirles sueños de angustia.
Aparecen otros dos caballos, un árabe blanco seguido
de un pinto fornido. Los cuatro caballos se tocan las narices, cabecean,
y bajan los hocicos hacia el agua nerviosa, imbebible.



miércoles, 27 de junio de 2018

Madrugada sin revuelos (por Julio Torri)


Caminaba por la calle silenciosa del arrabal, llena de frescos presentimientos de campo. En un ambiente extraterrestre de madrugada polar, la cúpula de azulejos de Nuestra Señora del Olvido brillaba a la luna con serenidad extraña y misteriosa. No sé en qué pensaba, ni siquiera si pensaba. Las inquietudes se habían adormecido piadosamente en mi corazón.

En los tiestos las flores parecían como alucinadas en el extrañísimo matiz de la Luna, y recibían las caricias del rocío, amante tímido y casto. Madrugada sin revuelos de pájaros blancos, sin alucinaciones, sin música de órgano.

¿Por qué no me evadí entonces de la Realidad? Hubiera sido tan fácil. Ningún sofisticado ojo me acechaba. Ninguna de las once mil leyes naturales se hubiera ofendido. Mr. David Hume dormía profundamente desde hacía cien años.



martes, 26 de junio de 2018

Casi humano (por Jaan Kaplinski)


No me canso de mirar los árboles desnudos. Álamos,
abedules, tilos —todos los que veo
desde mi ventana—. No puedo comprender qué los hace
extraños y a un tiempo mortalmente hermosos. Debería
hacer algo con ellos, me gustaría dibujarlos,
describirlos, pero no tengo habilidad para hacerlo.
Ni siquiera puedo describir lo que siento
sentado aquí frente a la ventana mirando las ramas oscilantes
en la oscuridad que crece, algunas cornejas solitarias
en el viejo fresno, el abedul que se levanta entre la pila de los leños.
Simplemente escribo sobre ellos, intento nombrarlos:
Populus, Tilia, Betula, Ulmus, Fraxinus,
como otros nombran a sus santos o leen mantras.
Y siento cierto alivio. Quizá veo, incluso,
que estos vástagos y ramas,
este borrascoso diseño cotidiano bosquejado en negro y gris
encierra algo todavía. Como la palma de la mano.
Carácter. Destino. Futuro. Carácter del álamo.
Destino del tilo. Personalidad del abedul. Es difícil
decirlo con palabras. Probablemente no lo sea menos
sin palabras. Los mundos
de los árboles y de los hombres son muy dispares.
Sin embargo,
hay algo casi humano, casi inteligible
en esta red de ramas. Casi una escritura, un
lenguaje que yo ignoro aunque sé
que el texto escrito en él me resulta familiar,
no puede ser muy distinto de lo que leemos
en un libro, en una palma o en un rostro.



lunes, 25 de junio de 2018

Solo (por Edgar Allan Poe)


Desde el tiempo de mi niñez, no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude sacar
mis pasiones desde una común primavera.
De la misma fuente no he tomado
mi pena; no se despertaría
mi corazón a la alegría con el mismo tono;
y todo lo que quise, lo quise solo.
Entonces -en mi niñez- en el amanecer
de una muy tempestuosa vida, se sacó
desde cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:
desde el torrente o la fuente,
desde el rojo peñasco de la montaña,
desde el sol que alrededor de mí giraba
en su otoño teñido de oro,
desde el rayo en el cielo
que pasaba junto a mí volando,
desde el trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
(cuando el resto del cielo era azul)
de un demonio ante mis ojos.



domingo, 24 de junio de 2018

Y soy miles (por Sara Mesa)


¿Qué hay en el espejo trizado,

que en él me reconozco?

¿Son los fragmentos rotos, la ceniza,

este limo estrellado,

estas leves partículas briznadas,

el reflejo poliédrico, escarchado,

el eterno fractal inaprensible,

las limaduras, el serrín, los segmentos;

la descomposición,

es quizá más cercana a mi esencia

a mi alma

que toda la lisura y plenitud

de un espejo pulido?


Manto de hierba.

Soles movibles, fugaces, incompletos.

El mar está formado por un inabarcable

movimiento de gotas,

de mareas.

Mi saliva jamás destila igual,

nunca es la misma.

La metralla implacable de mis pies,

de mis ojos,

reverbera en la noche:

un prisma de cristales, como agua infinita

que se ondula despacio

con los flujos nocturnos.


Y soy yo, centelleo;

somos todos brillando,

como pájaros de aire

que surcan el espacio,

donde no tropezamos

con estrellas rotundas,

donde solo hay migajas, ralladuras y polvo.


Mi rostro no se rompe; es elástico,

se recompone mil veces; humedades

distintas me modelan, soplos tibios

de vigor, de deseos, de temibles,

dulces, cambiantes, perecederas ansias

me conforman.


Una erupción de astillas me sostiene.

Soy débil y soy fuerte; ya mi cuerpo

que se alza soberbio y espejea

en añicos de azogue, con fulgores

propios, frescos, novísimos,

nunca antes entrevistos;

ya mi forma transida se destapa

y soy yo y soy miles

y soy yo siendo miles.


Sentada en una cumbre

-visceral, no tangible,

imaginada siempre como refugio y roca-

contemplo el universo disgregado.

Y sé que estoy ahí y en cada cosa

y que el espejo roto me recoge

con luces y con nombres

que yo aún desconozco

y que son míos. 





sábado, 23 de junio de 2018

Una casa (por Berta Piñán)


Levantar una casa que sea como
un árbol, como Dafne crecer entre
sus ramas, sentir las estaciones, las hojas
nuevas después de la invernada, las frutas primeras
del verano. Una casa que sea como un árbol,
que aguante la tormenta, que aclare
la pedrisca, que espante lejos el viento gélido
del tiempo.

Levantar una casa que sea como
un río, navegable y ligera, mudable,
pasajera, beber entre sus fuentes, detenerme
en los pozos, correr con los arroyos. Una casa que sea
como un río, que arrastre la derrota,
que arranque el dolor de las saqueras y lo lleve
por la corriente, aguas abajo.

Levantar una casa que sea como
un mundo, cruzar las geografías de pasillos,
montañas de escaleras, las ventanas abiertas,
los puentes, los caminos. Sentarme ante la puerta
a ver andar la vida, una amiga, un país,
una lengua, saludar un instante
cuando pasen.

Levantar una casa que ponga nuestro
nombre, las señas que un día equivocamos,
una palabra, un rostro, la memoria de aquello
que quisimos,
y así, levantar una casa, sólo
por si vuelves.


viernes, 22 de junio de 2018

El viento que agita las espigas (por Katharine Tynan)


Hay música en mi corazón todo el día,
la oigo en la aurora y en el crepúsculo,
proviene de ignotas tierras lejanas,
el viento que sacude las espigas.

Por encima de los montes bañados en rocío
el cielo cuelga suave y perlado,
un mundo de esmeraldas escucha deseando
al viento que sacude las espigas.

Sobre las cimas azuladas de las montañas
la alondra esconde su melodía,
y las rocas continúan la sinfonía
del viento que sacude las espigas.

Incluso en verano, pasada la primavera,
me convoca tarde y temprano;
"vuelve a Casa, vuelve al Hogar", así suspira
el viento que agita las espigas.



jueves, 21 de junio de 2018

Toco tu mano (por Vicente Aleixandre)


Pero otro día toco tu mano. Mano tibia. 
Tu delicada mano silente. A veces cierro
mis ojos y toco leve tu mano, leve toque
que comprueba su forma, que tienta
su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso
insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca
el amor. Oh carne dulce, que sí se empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta, invisiblemente entreabierta,
por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;
por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,
para rodar por ellas en tu escondida sangre,
como otra sangre que sonara oscura, que dulcemente oscura te besara
por dentro, recorriendo despacio como sonido puro
ese cuerpo, que ahora resuena mío, mío poblado de mis voces profundas,
oh resonado cuerpo de mi amor, oh poseído cuerpo, oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole.

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa
mi amor —el nunca incandescente hueso del hombre—.
Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,
mientras tu carne entera llega un instante lúcido
en que total flamea, por virtud de ese lento contacto de tu mano,
de tu porosa mano suavísima que gime,
tu delicada mano silente, por donde entro
despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,
hasta tus venas hondas totales donde bogo,
donde te pueblo y canto completo entre tu carne.



miércoles, 20 de junio de 2018

Razones del ausente (por Darío Jaramillo)


Si alguien les pregunta por él,
díganle que quizá no vuelva nunca o que si regresa
acaso ya nadie reconozca su rostro; díganle también que no dejó
razones para nadie, que tení­a un mensaje secreto, algo importante que decirles
pero que lo ha olvidado.
Dí­ganle que ahora está cayendo, de otro modo y en otra parte del mundo, díganle que
todavía no es feliz,
si esto hace feliz a alguno de ellos; díganle también que se fue con el corazón vacío y seco
y díganle que eso no importa ni siquiera para la lástima o el perdón
y que ni él mismo sufre por eso,
que ya no cree en nada ni en nadie y mucho menos en él mismo, que tantas cosas que vio apagaron su mirada y ahora, ciego, necesita del tacto, díganle
que alguna vez tuvo un leve rescoldo de fe en Dios, en un dí­a de sol, díganle que hubo
palabras
que le hicieron creer en el amor y luego supo que el amor dura
lo que dura una palabra.
Díganle que como un globo de aire perforado a tiros,
su alma fue cayendo hasta el infierno que lo vive y que ni siquiera está desesperado
y díganle que a veces piensa
que esa calma inexorable es su castigo; dí­ganle que ignora cuál es su pecado y que la culpa que lo arrastra por el mundo la considera apenas otro dato del problema
y díganle que en ciertas noches de insomnio y aun en otras en que cree haberlo soñado,
teme que acaso la culpa sea la única parte de sí­ mismo que le queda y díganle que en
ciertas mañanas llenas de luz
y en medio de tardes de piadosa lujuria y también borracho de vino en noches de lluvia
siente cierta alegría pueril por su inocencia
y díganle que en esas ocasiones dichosas habla a solas.
Díganle que, si alguna vez regresa, volverá con dos cerezas en sus ojos
y una planta de moras sembrada en su estómago y una serpiente enroscada en su cuello.
Y tampoco esperará nada de nadie y se ganará la vida honradamente,
de adivino, leyendo las cartas y celebrando extrañas ceremonias en las que no creerá,
y díganle que se llevó consigo algunas supersticiones, tres fetiches,
ciertas complicidades mal entendidas
y el recuerdo de dos o tres rostros que siempre vuelven a él en la oscuridad
y nada.



martes, 19 de junio de 2018

Y el silencio se llena de tus pasos (por Vicente Huidobro)


Venía hacia mí por la sonrisa
Por el camino de su gracia
Y cambiaba las horas del día
El cielo de la noche se convertía en el cielo del amanecer
El mar era un árbol frondoso lleno de pájaros
Las flores daban campanadas de alegría
Y mi corazón se ponía a perfumar de alegría.

Van andando los días a lo largo del año
¿En dónde estás?
Me crece la mirada
Se me alargan las manos
En vano la soledad abre sus puertas
Y el silencio se llena de tus pasos de antaño
Me crece el corazón
Se me alargan los ojos
Y quisiera pedir otros ojos
Para ponerlos allí donde terminan los míos
¿En dónde estás ahora?
¿Qué sitio del mundo se está haciendo tibio con tu presencia?
Me crece el corazón como una esponja
O como esos corales que van a formar islas
Es inútil mirar los astros
O interrogar las piedras encanecidas
Es inútil mirar ese árbol que te dijo adiós el último
Y te saludará el primero a tu regreso
Eres sustancia de lejanía
Y no hay remedio
Andan los días en tu busca
A qué seguir por todas partes la huella de sus pasos
El tiempo canta dulcemente
Mientras la herida cierra los párpados para dormirse
Me crece el corazón
Hasta romper sus horizontes
Hasta saltar por encima de los árboles
Y estrellarse en el cielo
La noche sabe qué corazón tiene más amargura

Sigo las flores y me pierdo en el tiempo
De soledad en soledad
Sigo las olas y me pierdo en la noche
De soledad en soledad
Tú has escondido la luz en alguna parte
¿En dónde? ¿En dónde?
Andan los días en tu busca
Los días llagados coronados de espinas
Se caen se levantan
Y van goteando sangre
Te buscan los caminos de la tierra
De soledad en soledad
Me crece terriblemente el corazón
Nada vuelve
Todo es otra cosa
Nada vuelve nada vuelve
Se van las flores y las hierbas
El perfume apenas llega como una campanada de otra provincia.



lunes, 18 de junio de 2018

Transitorio (por Lêdo Ivo)



Me felicito a mí mismo por ser transitorio.

Siempre tuve miedo de la eternidad,

ese gran perro obscuro que me olfateaba las piernas

y me seguía sin morder.


Aguardando a la muerte como quien espera una carta

traída por un cartero divino,

nada tengo para las fiestas del día siguiente.

Toda mi vida fue este esperar sin fin.


Entre el sueño y el mar total, en el paisaje celeste,

solté mi cometa.

Vi el farol de mi tierra, y mi infancia entera

estirada en cien leguas delante del mar.


Nada quiero de ti, Muerte, ni aun las recompensas del otro lado

con que amenizas el fin de los que sufrieron mucho.

Dame apenas el sueño sólido de los que mueren

y son llevados a la tierra de los pies juntos.


Que la vida sea un sueño, y los sueños sean sueños

del sueño desdoblado de los que viven.

Efímero, late en el tiempo un corazón solitario

y la sombra de la tierra es poca para cubrirlo.



domingo, 17 de junio de 2018

Sólo temo no encontrar (por Rupert Brooke)


Cuando en la noche de mi vida venga el amanecer
dispersando la niebla de los sueños, la triste melancolía,
antes de esa terrible alba de la tumba:
¿Olvidaré el sordo dolor del recuerdo?
¿Mi corazón cansado como un niño despierto
llenará el amanecer de música? ¿No retendrá
alguna de las tristes notas de mi anterior esfuerzo,
sino a través de ese espléndido nacer del día y hará
más bella aún la belleza, más hermoso el amanecer?
Sólo temo no encontrar
esa valiente sonrisa que una vez iluminó el aire oscuro,
los brillantes ojos que albergaban pureza,
ni ver la pálida nube de su pelo al ondear,
reír y saltar en el desolado viento.



sábado, 16 de junio de 2018

Quién sabe a dónde (por Carlos López Narváez)


La vida se me va… Quién sabe a dónde…
Con la luz parte…
Sigilosamente
de mí se aleja
sin decir a dónde.

Lo mismo que un amigo
que me abandona sin decir palabra,
que me abandona en soledad conmigo.

Si le pregunto: ¿A dónde vas, a dónde?
se sonríe nomás, plácidamente,
sin dejar de partir quién sabe a dónde.

Le grito con angustia:
Mírame aquí, viviente,
vivo.
¿A dónde
quieres que te siga? -Y
con risa mustia,
"Tú no eres yo"
-doliente me responde.


viernes, 15 de junio de 2018

Esa chiquilla fea (por Wislawa Szymborska)


A la muchacha que fui...
la conozco, naturalmente.
Tengo varias fotografías
de su breve vida.
Siento una piedad alegre
por algunos de sus poemas.
Recuerdo unos cuantos acontecimientos.

Pero,
para que el que está aquí conmigo
sonría y me abrace,
recuerdo solo una historia graciosa:
el amor infantil
de esa chiquilla fea.

Le cuento
que estaba enamorada de un estudiante,
es decir, que quería
que él la mirara.

Le cuento
que, sana, corrió a su encuentro,
con una venda en la cabeza
para que él preguntara al menos
qué le había pasado.
Qué graciosa chiquilla.
Cómo podía saber
que hasta la desesperación tiene ventajas
si por fortuna
se vive un poco más.

Le daría para pasteles.
Le daría para el cine.
Déjame, no tengo tiempo.

¿No ves
que la luz está apagada?
No me digas que no entiendes
que la puerta está cerrada.
No tires del picaporte...
El que se reía,
el que me abrazaba
no es tu estudiante.

Lo mejor sería que te fueras
por donde has venido.
No te debo nada,
yo, una simple mujer,
que apenas sabe
cuándo
revelar un secreto ajeno.

No nos mires así
con esos ojos tuyos
tan abiertos
como los ojos de los muertos.



jueves, 14 de junio de 2018

Si me era dado creer (por Jorge Aulicino)


El viejo temor. En una iglesia de París
encendí una vela y no supe -aun con mi más
ferviente deseo penetrando mis huesos,
como el frío entre aquellas piedras medievales-
si podía creer, si me era dado creer, si mi fe era cierta
y aceptada. Eran indescifrables los labios
de la Virgen en aquella piedra tan gastada.
El viento, no el de ayer, no el del Quinientos,
un viento frío de hoy -aunque puro en cierto modo,
o puro contra todo- apagó una vela. Creí que era
mi pequeño cirio, mi querido cirio, el cirio de mi deseo, rojo
en su cápsula de vidrio. Y aun creyendo
que había perdido todo, que la boca de Dios
o del Averno
o del siglo
lo había apagado,
lo volví a encender
con el mismo encendedor de plástico.
Y luego de rezar de algún modo, me di cuenta
de que no era mi vela la que había vuelto a encender,
sino otra, la de al lado, chamuscada, vieja, ennegrecida.
Fui raramente feliz y lo confieso.
Sin quererlo, había avivado otra plegaria,
un rezo desconocido, el rezo de otro.



miércoles, 13 de junio de 2018

Crónica parcial de los 70 (por Bernardo Atxaga)


Fue cuando la vida cotidiana derramaba
cucarachas sobre la gente sin cesar,
y se lloraba por todas las habitaciones
bien al estilo Snif, bien al sentido Buá.

Fue cuando se pasaba miedo y se gritaba
si de madrugada sonaba un timbre o un tiro
allí por el tercero A, o B, o por error.

Fue cuando nosotros, la juventud en general,
leíamos pornografía frente a las blancas
baldosas de los urinarios públicos
donde, a veces, sangrábamos por la nariz.

Fue cuando el invierno se iba aproximando
y prometía muertes, no todas ellas naturales.
Cuando en el fondo del corazón todos deseaban
una llamada o una carta, y yo también.

Y fue efectivamente el invierno, y hubo ocas
en el cielo volando en forma de uve doble,
y fue el frío y la lluvia y la huelga general
en medio de una epidemia de gripe asiática.

Y recuerdo un bar que alegó razones comerciales
para impedir la entrada a dos homosexuales.
Que los mendigos reforzaron sus casas de cartón,
que las ardillas bajaron del bosque y atracaron
un supermercado diciendo, Alto, Manos Arriba,
¿Dónde está la caja fuerte de las nueces?

Y después llegaron vagones llenos de silencio
para luchar calle por calle, casa por casa,
contra los Sustantivos, contra los Adverbios,
y yo estuve allí, y fue terrible, qué horror.

Y los dispensarios recetaron píldoras anti,
los bancos repartieron prospectos de colores
con el lema de Ora, sí, pero sobre todo Labora.
Y una tarde, por fin, ella hizo una llamada
desde muy lejos, y me pareció que sus palabras
eran de amor y con una pizca de sabor a miel.

En aquel tiempo, cuando la vida cotidiana
derramaba cucarachas sobre nosotros sin cesar,
y se lloraba por todas las habitaciones,
bien al estilo Snif, bien al estilo Buá.



martes, 12 de junio de 2018

Su último deseo se cumplió (por Erich Hackl)


Un entierro así
llegó a ser más divertido que una boda.
Sólo que durante la comida
no había música para bailar.
El muerto no racaneaba:
había sopa de albóndiga de hígado,
carne de vaca cocida con rábano picante
y de postre un buen trozo de tarta.

Cerveza y aguardiente a voluntad.
Licor de huevos para las viejas.
Té con ron para los acatarrados.
Café con leche para los niños.
Vino caliente para el señor cura.

El viejo Schinböck había dispuesto
que la banda de música de San Leonardo
tocase en su entierro
con una buena melopea.
Su último deseo se cumplió,
y resonó lastimosamente en los oídos.
Al aprendiz del zapatero de Rebuledt,
que tocaba el tambor grande,
se le escapó la baqueta durante el desfile,
salió volando en círculos
y se ahogó en la charca de apagar incendios.

El viejo Schinböck no había caído
en que los que llevaban el féretro
también formaban parte de la banda.



lunes, 11 de junio de 2018

Derrota (por Rafael Cadenas)


Yo que no he tenido nunca un oficio
que ante todo competidor me he sentido débil
que perdí los mejores títulos para la vida
que apenas llego a un sitio ya quiero irme (creyendo que mudarme es una solución)
que he sido negado anticipadamente y escarnecido por los más aptos
que me arrimo a las paredes para no caer del todo
que soy objeto de risa para mí mismo que creí
que mi padre era eterno
que he sido humillado por profesores de literatura
que un día pregunté en qué podía ayudar y la respuesta fue una risotada
que no podré nunca formar un hogar, ni ser brillante, ni triunfar en la vida
que he sido abandonado por muchas personas porque casi no hablo
que tengo vergüenza por actos que no he cometido
que poco me ha faltado para echar a correr por la calle
que he perdido un centro que nunca tuve
que me he vuelto el hazmerreír de mucha gente por vivir en el limbo
que no encontraré nunca quién me soporte
que fui preterido en aras de personas más miserables que yo
que seguiré toda la vida así y que el año entrante seré muchas veces más burlado en mi ridícula ambición
que estoy cansado de recibir consejos de otros más aletargados que yo («Ud. es muy quedado, avíspese, despierte»)
que nunca podré viajar a la India
que he recibido favores sin dar nada a cambio
que ando por la ciudad de un lado a otro como una pluma
que me dejo llevar por los otros
que no tengo personalidad ni quiero tenerla
que todo el día tapo mi rebelión
que no me he ido a las guerrillas
que no he hecho nada por mi pueblo
que no soy de las FALN y me desespero por todas estas cosas y por otras cuya enumeración sería interminable
que no puedo salir de mi prisión
que he sido dado de baja en todas partes por inútil
que en realidad no he podido casarme ni ir a París ni tener un día sereno
que me niego a reconocer los hechos
que siempre babeo sobre mi historia
que soy imbécil y más que imbécil de nacimiento
que perdí el hilo del discurso que se ejecutaba en mí y no he podido encontrarlo
que no lloro cuando siento deseos de hacerlo
que llego tarde a todo
que he sido arruinado por tantas marchas y contramarchas
que ansío la inmovilidad perfecta y la prisa impecable
que no soy lo que soy ni lo que no soy
que a pesar de todo tengo un orgullo satánico aunque a ciertas horas haya sido humilde hasta igualarme a las piedras
que he vivido quince años en el mismo círculo
que me creí predestinado para algo fuera de lo común y nada he logrado
que nunca usaré corbata
que no encuentro mi cuerpo
que he percibido por relámpagos mi falsedad y no he podido derribarme, barrer todo y crear de mi indolencia, mi
flotación, mi extravío una frescura nueva, y obstinadamente me suicido al alcance de la mano
me levantaré del suelo más ridículo todavía para seguir burlándome de los otros y de mí hasta el día del juicio final.



domingo, 10 de junio de 2018

Con su techo volado (por Linda Gregg)


Era una foto que tuve después de la guerra.
Una iglesia inglesa bombardeada. Yo era demasiado joven
como para conocer la palabra inglés o guerra,
pero conocía la foto.
La ciudad en ruinas todavía parecía noble.
La catedral con su techo volado
no dejaba de ser divina. La iglesia era la misma
más lluvia y cielo. Los pájaros volaban por dentro y por fuera
de los agujeros que el puño de Dios hizo en los muros.
Todo nuestro deseo de amor o de niños
es considerado por el enemigo como si fuera una broma.
Yo sabía tanto y de todos modos cantaba.
Como un pájaro que va a cantar hasta
que es derribado. Cuando quitan
los árboles, el niño agarra una rama
y dice, esto es un árbol, esta es la casa
y la familia. Como si se pudiera. A través de la puerta
de lo que había sido una casa, por el campo lleno
de escombros, anda un cordero solo, ladeando
la cabeza, curioso, sin miedo, hambriento.



sábado, 9 de junio de 2018

La miraré a los ojos (por Idea Vilariño)


Cuando compre un espejo para el baño
voy a verme la cara
voy a verme
pues qué otra manera hay decime
qué otra manera de saber quién soy.
Cada vez que desprenda la cabeza
del fárrago de libros y de hojas
y que la lleve hueca atiborrada
y la deje en reposo allí un momento
la miraré a los ojos con un poco
de ansiedad de curiosidad de miedo
o sólo con cansancio con hastío
con la vieja amistad correspondiente
o atenta y seriamente mirarme
como esa extraña vez—mis once años—
y me diré mirá ahí estás
seguro
pensaré no me gusta o pensaré
que esa cara fue la única posible
y me diré esa soy yo ésa es Idea
y le sonreiré dándome ánimos.



viernes, 8 de junio de 2018

Que siempre bailarás con tu sombra (por Darío Jaramillo)


Primero está la soledad.
En las entrañas y en el centro del alma:
ésta es la esencia, el dato básico, la única certeza;
que solamente tu respiración te acompaña,
que siempre bailarás con tu sombra,
que esa tiniebla eres tú.
Tu corazón, ese fruto perplejo, no tiene que agriarse con tu sino solitario;
déjalo esperar sin esperanza
que el amor es un regalo que algún día llega por sí solo.
Pero primero está la soledad,
y tú estás solo,
tú estás solo con tu pecado original -contigo mismo-.
Acaso una noche, a las nueve,
aparece el amor y todo estalla y algo se ilumina dentro de ti,
y te vuelves otro, menos amargo, más dichoso;
pero no olvides, especialmente entonces,
cuando llegue el amor y te calcine,
que primero y siempre está tu soledad
y luego nada
y después, si ha de llegar, está el amor.



jueves, 7 de junio de 2018

Estoy demasiado cerca (por Wislawa Szymborska)


Estoy demasiado cerca para que sueñe conmigo.
No vuelo sobre él, no huyo de él
entre las raíces de los árboles
. Estoy demasiado cerca.
No es mi voz el canto del pez en la red.
Ni de mi dedo rueda el anillo.
Estoy demasiado cerca. La gran casa arde
sin mí gritando socorro. Demasiado cerca
para que taña la campana en mi cabello.
Estoy demasiado cerca para que pueda entrar como un huésped
que abriera las paredes a su paso.
Ya jamás volveré a morir tan levemente,
tan fuera del cuerpo, tan inconsciente,
como antaño en su sueño. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca. Oigo el silbido
y veo la escama reluciente de esta palabra,
petrificada en abrazo. Él duerme,
en este momento, más al alcance de la cajera de un circo
ambulante con un solo león, vista una vez en la vida,
que de mí que estoy a su lado.
Ahora, para ella crece en él el valle
de hojas rojas cerrado por una montaña nevada
en el aire azul. Estoy demasiado cerca
para caer del cielo. Mi grito
sólo podría despertarle. Pobre,
limitada a mi propia figura,
pero he sido abedul, he sido lagarto,
y salía de tiempos y damascos
mudando los colores de mi piel. Y tenía
el don de desaparecer de sus ojos asombrados,
lo cual es la riqueza de las riquezas. Estoy demasiado cerca,
demasiado cerca para que sueñe conmigo.
Saco mi brazo que está bajo su cabeza dormida,
mi brazo dormido, lleno de agujas imaginarias.
En la punta de cada una de ellas, para su recuento,
se han sentado ángeles caídos.



miércoles, 6 de junio de 2018

Por nacer (por Pedro Salinas)


¡Qué gran víspera el mundo!
No había nada hecho.
Ni materia, ni números,
ni astros, ni siglos,… nada.
El carbón no era negro
ni la rosa era tierna.
Nada era nada, aún.
¡Qué inocencia creer
que fue el pasado de otros
y en otro tiempo, ya
irrevocable, siempre!
No, el pasado era nuestro:
no tenía ni nombre.
Podíamos llamarlo
a nuestro gusto: estrella,
colibrí, teorema,
en vez de así, “pasado”;
quitarle su veneno.
Un gran viento soplaba
hacia nosotros minas,
continentes, motores.
¿Minas de qué? Vacías.
Estaban aguardando
nuestro primer deseo,
para ser en seguida
de cobre, de amapolas.
Las ciudades, los puertos
flotaban sobre el mundo,
sin sitio todavía:
esperaban que tú
les dijeses: “Aquí”,
para lanzar los barcos,
las máquinas, las fiestas.
Máquinas impacientes
de sin destino, aún;
porque harían la luz
si tú se lo mandabas,
o las noches de otoño
si las querías tú.
Los verbos, indecisos,
te miraban los ojos
como los perros fieles,
trémulos. Tu mandato
iba a marcarles ya
sus rumbos, sus acciones.
¿Subir? Se estremecía
su energía ignorante.
¿Sería ir hacia arriba
“subir”? ¿E ir hacia dónde
sería “descender”?
Con mensajes a antípodas,
a luceros, tu orden
iba a darles conciencia
súbita de su ser,
de volar o arrastrarse.
El gran mundo vacío,
sin empleo, delante
de ti estaba: su impulso
se lo darías tú.
Y junto a ti, vacante,
por nacer, anheloso,
con los con los ojos cerrados,
preparado ya el cuerpo
para el dolor y el beso,
con la sangre en su sitio,
yo, esperando
¡ay, si no me mirabas!
a que tú me quisieses
y me dijeras: “Ya”.


Me adoptarán (por Jules Renard)


Los encuentro después de atravesar una llanura caldeada por el sol.

A causa del ruido no habitan a orillas del camino. Viven en los campos sin cultivar, junto a una fuente que sólo conocen los pájaros.

Parecen impenetrables, desde lejos. Apenas me acerco, sus troncos se desenlazan. Me reciben prudentemente. Puedo descansar ahí, refrescarme; pero compruebo que me observan con desconfianza.

Viven en familia, los más viejos en medio, y los pequeños, aquellos cuyas primeras hojas acaban de nacer, un poco diseminados, pero sin apartarse nunca.

Su muerte es prolongada y conservan a sus muertos en pie, hasta que caen hechos polvo.

Se acarician con sus largas ramas, para asegurarse de que todos están allí, como los ciegos. Gesticulan coléricos si el viento empuja para arrancarlos. Pero entre ellos no hay ninguna disputa. Si murmuran, lo hacen de acuerdo.

Los tengo por mi verdadera familia. Pronto olvidaré a la otra.

Me adoptarán poco a poco estos árboles y, para merecerlo, aprendo lo que es necesario saber:

-Ya sé mirar las nubes que pasan.
-Sé quedarme en mi lugar.
-Y casi sé ya callarme.

martes, 5 de junio de 2018

Allí estamos (por Cèlia Sànchez-Mústich)


Allá, el espacio que hay entre nosotros,
al que no sabemos por dónde entrar,
allí estamos.
Estás tú que me traduces a ti.
Estoy yo que te interpreto en mí.
Mientras de nuestros originales nada se sabe
salvo que inexisten profundamente
en los márgenes de la niebla.



lunes, 4 de junio de 2018

Con los difuntos conversé (por Thomas Bernhard)


Donde ayer dormí es hoy día de asueto. Ante
la entrada
se apilan las sillas y nadie, si preguntan por mí, me
ha visto.
Las aves han alzado el vuelo para dibujar mi cara
en las nubes
encima de mi casa y encima del jardín de los muertos.
Con los difuntos conversé y hablamos de la lira
del mundo
a la que sus bocas ya no engendran, ni sus labios
que hablan una lengua que al perro de mi primo aflige.
La tierra habla una lengua que nadie entiende
porque es inagotable —a ella le arranqué estrellas
en medio de la desesperación
y bebí el vino de su cántaro
cocido con mis dolores.
Estas carreteras conducen al destierro. Percibo a Dios
detrás de un vidrio y al diablo en un altavoz;
ambos llegan juntos a mi corazón
que anuncia la decadencia de las almas.
La hojarasca revolotea sin cesar por las callejuelas,
causando destrozos entre los monumentos.
En octubre quisiera soñar con la hierba.
Abajo de la puerta de casa está clavado
un mandamiento:
NO MATARÁS
Pero en el diario hay tres asesinatos cada día
que podrían ser míos o de alguno de mis amigos.
Los leo como una fábula,
de una puñalada a otra, sin aburrirme.
Mientras confunden la carne y la fama
mi alma duerme bajo el movimiento de la mano
de Dios.



domingo, 3 de junio de 2018

Con mi nombre en las pupilas (por Nicanor Parra)


Juro que no recuerdo ni su nombre,
mas moriré llamándola María,
no por simple capricho de poeta:
por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos! Yo un espantapájaros,
ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
supe de la su muerte inmerecida,
nueva que me causó tal desengaño
que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
Y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
por la gente que trajo la noticia
debo creer, sin vacilar un punto,
que murió con mi nombre en las pupilas,
hecho que me sorprende, porque nunca
fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
relaciones de estricta cortesía,
nada más que palabras y palabras
y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
sólo queda un puñado de cenizas),
pero jamás vi en ella otro destino
que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
con el celeste nombre de María,
circunstancia que prueba claramente
la exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡quién es el que no besa a sus amigas!
Pero tened presente que lo hice
sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
su inmaterial y vaga compañía
que era como el espíritu sereno
que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
la importancia que tuvo su sonrisa
ni desvirtuar el favorable influjo
que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aún, que de la noche
fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
que comprendan que yo no la quería
sino con ese vago sentimiento
con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
lo que a esta fecha aún me maravilla,
ese inaudito y singular ejemplo
de morir con mi nombre en las pupilas,
ella, múltiple rosa inmaculada,
ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
que se pasa quejando noche y día
de que el mundo traidor en que vivimos
vale menos que rueda detenida:
mucho más honorable es una tumba,
vale más una hoja enmohecida,
nada es verdad, aquí nada perdura,
ni el color del cristal con que se mira.

Hoy es un día azul de primavera,
creo que moriré de poesía,
de esa famosa joven melancólica
no recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
como una paloma fugitiva:
la olvidé sin quererlo, lentamente,
como todas las cosas de la vida.



sábado, 2 de junio de 2018

Palabras para decir más palabras (por Inti García Santamaría)


Frases que dijiste en un jardín botánico. 
Palabras para nombrar un cactus. 
Palabras para nombrar un camaleón. 
Palabras para bautizar plantas con la palabra “abuelito”. 
Palabras dentro de una catedral. 
Palabras de tus dedos sobre mi frente. 
Un núcleo de cristal en medio de una canción. 
Frases que aparecen otra vez en mi teléfono celular. 
Palabras para decir más palabras. 
Un núcleo dorado. 
Palabras que nombran los nuevos sabores de la nieve. 
Palabras aquí. 
Allá pétalos para hacer papel. 
Palabras como dibujos sobre madera. 
Destellos de lonas rosas al final de la calle. 
Un callejón tapizado de pétalos. 
Palabras de madrugada que regresan de día. 
Destellos de vetas. 
Un núcleo. 
Palabras para describir una semilla. 
Destellos de números para decir más palabras. 
Un resplandor de frío en las luces de la ciudad. 
Palabras para conocer un caballo de madera. 
Palabras para leer. 
Un resplandor de frío. 
Una noche que termina, más o menos, termina. 
Una noche regresa como un halcón al brillo de unos ojos. 
Palabras para describir las cintas sobre un cuerpo. 
Un halcón de electricidad. 
Un circuito de frases para proteger tu nombre. 
Un circuito de números.

viernes, 1 de junio de 2018

En clase de ética (por Linda Pastan)


Hace muchos años en clase de ética
nuestro profesor nos preguntaba cada otoño:
¿si se prendiera fuego en un museo
qué es lo que salvarías, una pintura de Rembrandt
o una anciana a la que de todos modos
no iban a quedarle muchos años de vida? 

Impacientes en las duras sillas
nos preocupaban poco los cuadros o la vejez,
optábamos un año por la vida, al siguiente por el arte
y siempre con poco entusiasmo. A veces
la mujer adoptaba el rostro de mi abuela
dejando por una vez la cocina para recorrer
algún museo inhóspito y sólo a medias imaginado.
Un año, creyendo ser ingeniosa, respondí
¿por qué no dejar que decida la anciana?
Linda -explicó el profesor- evita
la carga de la responsabilidad.
Este otoño, casi anciana yo misma,
estoy en un museo real
frente a un verdadero Rembrandt. Dentro del marco
los colores son más oscuros que el otoño,
más oscuros aún que el invierno— los ocres de la tierra,
aunque los elementos más brillantes arden
a través del lienzo. Ahora sé que la mujer,
la pintura y la estación son casi una sola cosa
y todas más allá de la salvación de los niños.