zUmO dE pOeSíA

zUmO dE pOeSíA
de todos los colores, de todos los sabores

ALEATORIUM: Saca un poema de nuestro almacén

Ver una entrada al azar

sábado, 30 de abril de 2011

¿Es que a nadie le extraña? (por Vicente Gallego)

¿Es que a nadie le extraña
lo que sucede aquí?
Llegamos sin quererlo;
partimos sin querer;
sin consultar catálogo
cargamos con un cuerpo.
Ni la madre se elige,
ni lugar, ni ocasión;
y va de suyo
lo que llamamos alma,
cortada por qué mano a su capricho.

Curioso
de verdad
que el que así parte
compuesto y calibrado y en vereda
pretenda terminar por ser el dueño
de sí y de su camino.

Qué extraño ser un alguien
que afirma decidir pero no puede
sostener su fortuna
ni ahorrarse, entre las suyas,
una lágrima al menos.

Donde dije jamás
hoy digo mío;
tomadme la palabra
y he de daros disgusto;
cuando escuchéis mi siempre
sabed que nunca ha sido.

Nos vamos acusando de traición,
los traicioneros.

Mostradme la sustancia,
la voluntad del títere:
¿puede un hombre decir
quién será si mañana
lo prueban la codicia o los amores
como sólo ellos saben
probar lo que es un hombre?

viernes, 29 de abril de 2011

Y prevalezca (por Ángel González)

¿Hemos de sacrificar a la doncella en el altar de un dios que reclama su sangre
para confirmar su poder sobre nosotros
y comprobar que su grandeza no sufre menoscabo con el paso del tiempo?

Rómpase la grandeza del dios en mil pedazos,
que la lepra corroa la púrpura que cubre su soberbia figura
y que su eternidad se reduzca a ceniza.

Y prevalezca la sencilla gracia de la doncella
viva, fugaz, irrepetible,
su sonrisa tan clara,
su alegría que ella no sabe efímera, y por tanto es
en su ser presente inmortal
un instante.

jueves, 28 de abril de 2011

Con espinas (por Luis García Montero)

Por favor, no hagan ruido
en la tranquilidad de este poema
escrito con la mano
del que cierra la puerta al apagar la luz.
Mis tres hijos acaban de dormirse.
Necesito el silencio para pensar en ellos.

Colores indelebles en un lápiz
de trazado infantil,
vuelvo a dibujar
-pero esta vez en serio-
un árbol, una casa, una memoria
de una luz encendida
con sabor a diciembre,
los cristales del miedo
y la ilusión del porvernir
bajo el sol
de los días laborables.

Un hijo es el segundo país donde nacemos.
Con su falta de edad nos hace cumplir años
y nos devuelve
al mundo del reloj,
a las llamadas telefónicas
que son una raíz
en la orilla del tiempo.
Un hijo nos enseña a preguntar
con voz de agua
la verdad decisiva de la tierra.
Ser como juncos, y en amor flexibles,
no asegura respuestas
ni confirma el reposo.

Elisa, Irene, Mauro,
cada cual con su puerto y con su lluvia,
luces cambiantes en el mismo río.
Nadie comente, por favor,
que acabo de escribirles un poema.
Los hijos crecen con espinas.
Nunca sé imaginar
lo que pueden decir de lo que digo,
lo que pueden pensar de lo que pienso,
lo que pueden hacer de lo que hago.

miércoles, 27 de abril de 2011

martes, 26 de abril de 2011

Por qué (por Saiz de Marco)

¿Por qué nos haces creer
en la lógica
en el orden
y más tarde nos embistes
con dentelladas de absurdo?

¿Por qué insuflas ese pálpito
de justicia
de equilibrio
y luego hieres el mundo
con tus garras arbitrarias?

¿Por qué nos haces proclives
al amor
a la esperanza
y después nos vapuleas
con tus puños siderales?

lunes, 25 de abril de 2011

Hay algo en el silencio (por Agustín Fernández Mallo)

Es difícil entender qué valor se adensa en un beso cuando es todos los besos y al mismo tiempo la única cifra, qué peso específico comprime pero revalida cierta fe, por decir algo, en tu línea de universo cuando un hombre y una mujer toman la decisión de circunvalar una ciudad en silencio. Hay algo en el silencio que llama al frío; no así al calor, que agita sin romper la barrera del sonido y amplifica las palabras, sobre todo cuando se unen los cuerpos de quienes se aman. Después te quedabas muda todas las noches durante horas mirándome. Qué clase de muerto o frío era yo ya entonces, te digo. Quiero pensar que no veías en mí este final de zapatos helados, de barcos detenidos que vimos al llegar a la línea de costa, de bobinas interminables de fibra óptica ciega aún o durmiendo. Pero tampoco veías ese big bang que, lo dicen los cosmólogos, era espuma cuántica, caos de masas solitarias cegadas por la utopía de un futuro universo perfecto (Después se desvió para dar lugar a la Tierra, al cero cósmico, al hombre y su residuo de amor).

domingo, 24 de abril de 2011

Dándote la espalda (por José Daniel Espejo)

Y dándote
la espalda dicta leyes, propaga ideas,
enciende el pecho de los soldados,
mata continentes de hambre, y te inspira
a ti el deseo de un Audi. Rojo,
con los asientos de piel. Y de quién
era esa piel.

sábado, 23 de abril de 2011

Pero no lo hicieron (por Charles Bukowski)

Aún recuerdo los caballos
bajo la luna
aún recuerdo dar a los caballos
azúcar
terrones de azúcar blancos
casi como de hielo,
tenían cabezas
como de águila
peladas cabezas que podían morder
y no lo hacían.
los caballos eran más reales
que mi padre
más reales que Dios
y podían haberme pisado
pero no lo hicieron
podían haberme hecho cualquier cosa horrible
pero no lo hicieron
yo aún no tenía 5 años
pero me acuerdo;
dios mío qué fuertes y buenas
aquellas lenguas rojas que babeaban
desde sus almas.

viernes, 22 de abril de 2011

Un oleaje de nombres (por Juan Gelman)

En el océano del vacío
hay nombres, nombres, nombres.
En el océano de lo perdido
hay nombres.
¿Quién responde
a este chorro de alma
que los llama? Un oleaje
de nombres, nombres, nombres.
¿Qué los separa de la
grande muerte
en brazos ya de lo que
fueron?

jueves, 21 de abril de 2011

Es allí (por Ryszard Kapuscinsky)

Es allí
dijo una voz
miré a mi alrededor
no veo nada, respondí
creo que quiso decir
escucha la voz que hay dentro de ti
no la silencies
con tus propias palabras

miércoles, 20 de abril de 2011

Ferrocarril de Matallana (por Antonio Gamoneda)

A las ocho del día en febrero
aún es de noche.
No hay aún luz en los vagones, sólo
oscuridad y aliento.
No nos vemos: sentimos
la compañía y el silencio.

En el andén estalla la campana.
Nos sobresalta la crueldad de un silbido.
Tiemblan las sombras. Todo vuelve
a un antiguo sentido.

Nos dan la luz amarillenta y floja.
Salimos
de la oscuridad como del sueño:
torpemente vivos.

Éste es un tren de campesinos viejos
y de mineros jóvenes. Aquí
hay algo desconocido.
Si supiésemos qué, algunos de nosotros
sentiríamos vergüenza, y otros esperanza.

Se está haciendo de día. Ya
veo los montes dentro de la sombra,
los robles, del mismo color del monte,
la yerba vieja, sepultada en escarcha,
y el río, azul y silencioso
como un brazo de acero entre la nieve.
Cruzan los pueblos de sonido humilde:
Pardavé, Pedrún, Matueca…

Cuando bajo del tren, siento frío.
He dejado mi casa. Ahora estoy
solo. ¿Qué hago aquí?, ¿quién me espera en
este lugar excavado en el silencio?

No lo sé; con el tren se aleja
algo que es cierto aunque no puede ser pensado;
es algo mío y no me pertenece.
Está dentro y fuera de mi corazón.

martes, 19 de abril de 2011

Di el porqué del porqué, Dios de silencio (por Miguel de Unamuno)

¿Por qué, Señor, no te nos muestras
sin velos, sin engaños?
¿Por qué, Señor, nos dejas en la duda,
duda de muerte?
¿Por qué te escondes?
¿Por qué encendiste en nuestro pecho el ansia
de conocerte,
el ansia de que existas,
para velarte así a nuestras miradas?
¿Dónde estás, mi Señor?, ¿acaso existes?
¿Eres tú creación de mi congoja,
o lo soy tuya?
¿Por qué, Señor, nos dejas
vagar sin rumbo
buscando nuestro objeto?
¿Por qué hiciste la vida?
¿Qué significa todo, qué sentido
tienen los seres?
¿Cómo del poso eterno de las lágrimas,
del mar de las angustias,
de la herencia de penas y tormentos
no has despertado?
Señor, ¿por qué no existes?
¿Dónde te escondes?
Te buscamos y te hurtas,
te llamamos y callas,
te queremos y tú, Señor, no quieres
decir: ¡vedme, mis hijos!
Una señal, Señor, una tan sólo,
una que acabe
con todos los ateos de la tierra;
una que dé sentido
a esta sombría vida que arrastramos.
¿Qué hay más allá, Señor, de nuestra vida?
Si tú, Señor, existes,
di por qué y para qué, di tu sentido,
di por qué todo.
¿No pudo bien no haber habido nada,
ni tú, ni mundo?
Di el porqué del porqué, Dios de silencio.
Dinos “yo soy”, Señor, que te lo oigamos
sin velo de misterio,
sin enigma ninguno.
Razón del universo, ¿dónde habitas?
¿Por qué sufrimos?
¿Por qué nacemos?
Erramos sin ventura,
sin sosiego y sin norte,
perdidos en un nudo de tinieblas,
con los pies destrozados,
manando sangre,
desfallecido el pecho,
y en él el corazón pidiendo muerte.
Ve, ya no puedo más, Señor,
de aquí no sigo,
aquí me quedo,
yo ya no puedo más, ¡oh Dios sin nombre!
Ya no te busco,
ya no puedo moverme, estoy rendido;
aquí, Señor, te espero,
aquí te aguardo,
en el umbral, tendido, de la puerta
cerrada con tu llave.
Yo te llamé, grité, lloré afligido,
te di mil voces;
llamé y no abriste,
no abriste a mi agonía;
aquí, Señor, me quedo,
sentado en el umbral como un mendigo
que aguarda una limosna;
aquí te aguardo.
Tú me abrirás la puerta cuando muera,
la puerta de la muerte,
y entonces la verdad veré de lleno,
sabré si tú eres
o dormiré en la tumba.

lunes, 18 de abril de 2011

Era inocente cuando me lo puse (por Manuel de Cabral)

Mi cuerpo estaba allí... nadie lo usaba.
Yo lo puse a sufrir... le metí un hombre.
Pero este equino triste de materia
si tiene hambre me relincha versos,
si sueña, me patea el horizonte;
lo pongo a discutir y suelta bosques,
sólo a mí se parece cuando besa...
No sé qué hacer con este cuerpo mío,
alguien me lo alquiló, yo no sé cuándo...
Me lo dieron desnudo, limpio, manso,
era inocente cuando me lo puse,
pero a ratos,
la razón me lo ensucia y lo adorable...
Y quiero devolverlo como me lo entregaron;
sin embargo,
yo sé que es tiempo lo que a mí me dieron.

domingo, 17 de abril de 2011

En vano (por Emily Dickinson)

Si consigo impedir que un corazón se rompa
no habré vivido en vano.
Si consigo aliviar el sufrimiento de una vida
o calmar un dolor
o ayudar a un petirrojo exánime
a volver a su nido
no habré vivido en vano.

sábado, 16 de abril de 2011

Ítaca (por Konstantinos Kavafis)

Si vas a emprender el viaje a Ítaca
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
A Lestrigones y a Cíclopes
o al airado Poseidón nunca temas,
no hallarás tales seres en tu ruta
si alto es tu pensamiento y limpia
la emoción de tu espíritu y tu cuerpo.
A Lestrigones y a Cíclopes,
ni al fiero Poseidón hallarás nunca,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no es tu alma quien ante ti los pone.

Pide que tu camino sea largo,
que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer felizmente
arribes a bahías nunca vistas;
detente en los emporios de Fenicia
y adquiere hermosas mercancías,
madreperla y coral, y ámbar y ébano,
perfumes deliciosos y diversos.
Invierte cuanto puedas en voluptuosos y delicados perfumes;
visita muchas ciudades de Egipto
y con avidez aprende de sus sabios.

Ten siempre a Ítaca en la memoria.
Llegar allí es tu meta.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Ítaca te enriquezca.

Ítaca te regaló un hermoso viaje.
Sin ella no hubieras emprendido el camino.
Pero ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres, no te engañará Ítaca.
Rico en saber y en vida, como has vuelto,
comprendes ya lo que las Ítacas designan.

viernes, 15 de abril de 2011

Cómo será la última noche (por Edward Hirsch)

Estás sentado en un café de playa vacío
junto a una ventana que da a la bahía.
Está oscureciendo, el dueño está cerrando,
pero tú sigues doblado sobre el radiador
que va perdiendo poco a poco temperatura.

Ahora vas caminando hasta la orilla del mar
para ver los últimos azules que se apagan en las olas.
Has vivido en casas pequeñas, en lugares apretados
—los muros a tu alrededor se habían ido cerrando—
pero el mar y el cielo también son tuyos.

No hay nadie que te acompañe a beber de esta
niebla aguada, de estas profundidades imprecisas.
Estás solo con el cosmos giratorio.
Adiós, amor, muy lejos, en un lugar cálido.
La noche aquí es infinita, el silencio no se acaba.

jueves, 14 de abril de 2011

Me voy a quedar aquí (por Charles Bukowski)

Sin mucha elección
y casi sin quererlo,
él era un joven
a bordo de un autobús
que cruzaba Carolina del Norte
rumbo a
algún lugar
y empezó a nevar
y el autobús paró
en un café
sobre las colinas y
los pasajeros
entraron.
Él se sentó en el mostrador
con los demás,
pidió y le
trajeron su comida,
que estaba particularmente buena,
lo mismo que el café.
La camarera no era
como las mujeres que él
había conocido.
No se hacía la interesante,
un humor natural emanaba
de ella.
El cocinero decía
chifladuras.
El lavacopas,
atrás,
se reía
con una risa
limpia
y placentera.
El joven miraba
la nieve a través de las
ventanas.
Quería quedarse
en ese café
para siempre.
Un curioso sentimiento
lo inundó:
que todo
era
bello
ahí,
que todo permanecería
siempre bello
ahí.
Entonces el chófer
indicó a los pasajeros
que ya era tiempo de irse.
El joven
pensó, me voy a quedar
aquí, me voy a quedar aquí.
Pero
se levantó y siguió a
los otros hasta
el autobús.
Encontró su asiento
y miró el café
por la ventanilla.
El autobús arrancó,
dobló una curva,
y fue camino abajo,
alejándose de las colinas.
El joven
miraba
hacia adelante.
Los otros pasajeros
charlaban
de otras cosas,
leían
o
intentaban
dormir.
No se habían dado cuenta
de la magia.
El joven
puso su cabeza
contra el asiento,
cerró los ojos,
fingió
dormir.
Nada quedaba,
sólo escuchar el
sonido
del motor,
el sonido de las
ruedas
en la nieve.

martes, 12 de abril de 2011

¿Dónde estará? (por Jorge Luis Borges)

¿Dónde estará mi vida, la que pudo
haber sido y no fue, la venturosa
o la de triste horror, esa otra cosa
que pudo ser la espada o el escudo
y que no fue? ¿Dónde estará el perdido
antepasado persa o el noruego,
dónde el azar de no quedarme ciego,
dónde el ancla y el mar, dónde el olvido
de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura
noche que al rudo labrador confía
el iletrado y laborioso día,
según lo quiere la literatura?
Pienso también en esa compañera
que me esperaba, y que tal vez me espera.

lunes, 11 de abril de 2011

Y muerto el combatiente (por César Vallejo)

Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle:
«¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…

domingo, 10 de abril de 2011

Manos tercas (por Laura Giordani)

Apertura de manos ante la cerrazón del mundo apertura aún
ante la clausura de los pechos más próximos de tanto puño
reconcentrando su historia de talas y sequías
manos tercas en su ternura desmemoriada del daño
abiertas aún para recibir la epifanía de la lluvia
o al pájaro moribundo como último cofre
antes del frío

manos insistiendo en su vocación de gasa

a pesar de todo

sábado, 9 de abril de 2011

Después del gran silencio (por Julia Prilutzky)

Alguna vez, de pronto, me despierto:
Un dolor me recorre tenazmente,
un dolor que está siempre, agazapado,
por saltar, desde adentro.
Entonces tengo miedo.
Entonces, me doy cuenta que estoy sola
frente a mí, frente a Dios, frente a un espejo
lleno de mis imágenes,
de rostros polvorientos.

Estoy sola, pero siempre estoy.
Es lo único cierto.
El amor era un huésped,
la soledad es siempre el compañero
que permanece al lado, inconmovible.
Lo único seguro, verdadero.
Oigo mi corazón, vieja campana
que dobla y que golpea,
que rebota en las sienes y en la nuca
y en la boca y los dedos.
Es cierto, tengo miedo.
Miedo de no poder gritar, de pronto,
de que ya sea demasiado tarde
para un ruego.
La costumbre ahoga las palabras
y alarga el desencuentro.
Ah, tantas cosas quedarán ocultas,
perdidas, sin recuerdo,
tantas palabras que no fueron dichas,
tantos gestos.

Unos dirán: Yo sé, la he conocido,
fue una ardiente rebelde,
se desolló las manos y la vida
por defender los que creyó más débiles.
Otros dirán: Yo sé, la he conocido,
era dura, malévola,
avara de ternura, con la boca
mostraba su desprecio.
Alguien dirá: Y cómo sonreía…
Qué importa
lo que vendrá después del gran silencio.
Claro que tengo miedo.
Así, en la madrugada
mientras algún dolor -un dolor, siempre-
va hincando sus agujas en mi cuerpo,
abro las manos en la sombra dulce
para atrapar mi soledad, de nuevo,
y me quedo a su lado, sin moverme,
con los ojos abiertos
la vida detenida.
Toda mi sangre es un temor inmenso.

viernes, 8 de abril de 2011

Demoliciones (por José María Cumbreño)

He vuelto a colocar en el armario
la ropa de invierno.

El frío es un animal transparente.
El hielo es sed endurecida.

La luz, al chocar contra una superficie
que no la absorbe, se refleja
o cambia de dirección.

Penélope no tejía y destejía:
tejía para destejer.

Los bolsillos de los abrigos
se comunican
con los inviernos anteriores.
El sonido metálico
de las perchas que se cuelgan
y se descuelgan de las barras.
Cambiar una cosa por otra.

Límites y progresiones.

La luz, al pasar del aire al agua,
se desvía.

El destinatario
ya no vive aquí.

Caminaba a oscuras por tu casa
(sabía dónde estaba todo)
sin golpearme contra los muebles.

Cambiar una cosa por otra.
Cambiar una casa por otra.
Mudanzas.
Mitad irse, mitad estar.

La ciudad separa su basura.
El plástico, el papel y el vidrio
(una tribu necesita símbolos)
se tiran en contenedores distintos.

La luz, a medida que la vidriera
iba filtrándola,
se convertía en palabra de Dios.

Recuperar, reemplazar, recobrar.

La forma del edificio
descansa en los materiales utilizados.

O una verdad
dicha una sola vez
o una mentira
contada muchas veces.

Los rascacielos construidos
después del incendio.
Las catedrales levantadas
en el solar donde antes
hubo otros templos.

Apuntalar, restaurar, reforzar.

Me he mirado en demasiados espejos.

Las empresas de demoliciones
ofrecen sus servicios
en las guías de teléfonos.

Crece la ciudad a costa
de alimentarse
de sus propios escombros.

Puede que vivir se reduzca a eso:
a doblar y desdoblar ropa,
a vaciar y llenar armarios.

Mitad irse, mitad estar.
Tejer para destejer.

Las fórmulas matemáticas
definen las proporciones de la utopía.

jueves, 7 de abril de 2011

Que el abismo responda de una vez (por Nicanor Parra)

He preguntado no sé cuántas veces
pero nadie contesta mis preguntas.
Es absolutamente necesario
que el abismo responda de una vez
porque ya va quedando poco tiempo.

miércoles, 6 de abril de 2011

Pero por qué me lloro en vos (por Juan Gelman)

el temor a la vejez ¿envejece?
el temor a la muerte ¿enmuerta?
¿qué estoy haciendo con los miles yo
de compañeros muertos?
¿me estoy enmuerteando yo?
¿acaso les temo/amados?
¿te acaso temo paco/cara
como una alegría humana?
¿o los envidio yo tal vez?
¿o los envidio yo tal vez?
¡juntos cómo anduviéramos ahora
sin sufrir propio y ajeno?
¿pero por qué me lloro en vos-
otros pedazos de mi vida?
¿acaso puedo al fin llorar?
¿puedo por fin al fin llorar?

martes, 5 de abril de 2011

Muros (por Konstantinos Kavafis)

Sin consideración ni piedad ni vergüenza
alzaron muros a mi alrededor: gruesos y altos.
Y ahora me encuentro aquí, tan desesperado.
No puedo pensar en otra cosa: esta suerte roe mi cerebro...
Y es que ¡tenía tanto que hacer ahí fuera!
¿Cómo pude no darme cuenta cuando alzaban los muros?
Pero nunca oí a los constructores. Ni un ruido.
Desde fuera imperceptiblemente me encerraron.

lunes, 4 de abril de 2011

En esa blancura (por Roberto Bolaño)

En esa blancura en la que nos reuniremos finalmente
¿qué aullidos,
qué silencio,
qué permutaciones nos aguardan
cuando hayamos atravesado todo lo que hay que atravesar,
cuando nos hayamos despojado de todo?

domingo, 3 de abril de 2011

Dactilografía (por Fernando Pessoa)

Trazo, solo, en mi cubículo de ingeniero, el plano,
firmo el proyecto, aislado aquí,
remoto hasta de quien yo soy.
Al lado, acompañamiento banalmente siniestro,
el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir.
¡Qué nausea de vida!
¡Qué abyección esta regularidad!
¡Qué sueño este ser así!
Hace tiempo, cuando fui otro, eran castillos y caballeros
(ilustraciones, tal vez, de cualquier libro de la infancia).
Hace tiempo, cuando fui fiel a mi sueño,
eran grandes paisajes del Norte, explícitos de nieve,
eran grandes palmares del Sur, opulentos de verdes.
Hace tiempo.
Al lado, acompañamiento banalmente siniestro,
el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir.
Todos tenemos dos vidas:
la verdadera, que es la que soñamos en la infancia
y que continuamos soñando, adultos, en un substrato de niebla;
la falsa, que es la que vivimos en convivencia con otros,
que es la práctica, la útil,
aquélla en la que acaban por meternos en un cajón.
En la otra no hay cajones ni muertes,
sólo hay ilustraciones de la infancia:
grandes libros coloreados, para ver y no leer;
grandes páginas de colores para recordar más tarde.
En la otra somos nosotros,
en la otra vivimos;
en ésta morimos, que es lo que vivir significa;
en este momento, por la náusea, vivo en la otra…
Pero al lado, acompañamiento banalmente siniestro,
alza la voz el tic-tac que estalla de las máquinas de escribir.

sábado, 2 de abril de 2011

Canción de amor de la joven loca (por Sylvia Plath)

Cierro los ojos y el mundo muere;
levanto los párpados y otra vez nace todo.
(Creo que te inventé en mi mente.)

Las estrellas salen valseando en azul y rojo,
sin sentir galopa la negrura.
Cierro los ojos y el mundo muere.

Soñé que me hechizabas en la cama.
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).

Dios cae del cielo, las llamas del infierno se debilitan:
Escapan serafines y soldados de satán:
Cierro los ojos y el mundo muere.

Imaginé que volverías como dijiste,
pero crecí y olvidé tu nombre.
(Creo que te inventé en mi mente.)

Debí haber amado al pájaro de trueno, no a ti;
al menos cuando la primavera llega ruge nuevamente.
Cierro los ojos y el mundo muere.
(Creo que te inventé en mi mente.)

viernes, 1 de abril de 2011

Oh capitán, mi capitán (por Walt Whitman)

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, nuestro espantoso viaje ha terminado.
La nave ha salvado todos los escollos.
Hemos ganado el premio que anhelábamos.
El puerto está cerca. Oigo las campanas, el pueblo entero regocijado
mientras sus ojos siguen firme la quilla, la audaz y soberbia nave.
Mas, ¡oh corazón!, ¡corazón!, ¡corazón!
Oh rojas gotas que caen
allí donde mi capitán yace, frío y muerto.

¡Oh, capitán!, ¡mi capitán!, levántate y escucha las campanas.
Levántate. Por ti se ha izado la bandera, por ti vibra el clarín.
Para ti ramilletes y guirnaldas con cintas.
Para ti multitudes en las playas.
Por ti clama la muchedumbre, a ti se vuelven los rostros ansiosos:
¡Ven, capitán! ¡Querido padre!
¡Que mi brazo pase por debajo de tu cabeza!
Debe ser un sueño que yazcas sobre el puente,
derribado, frío y muerto.

Mi capitán no contesta, sus labios están pálidos y no se mueven.
Mi padre no siente mi brazo, no tiene pulso ni voluntad.
La nave, sana y salva, ha anclado. Su viaje ha concluido.
De vuelta de su espantoso viaje, la victoriosa nave entra en el puerto.
¡Oh playas, alegraos! ¡Sonad, campanas!
Pero yo, con pasos tristes,
recorro el puente donde mi capitán yace,
frío y muerto.