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martes, 2 de octubre de 2012

No estar en ninguna parte (por Philip Larkin)


Trabajo todo el día, y medio me emborracho por la noche.

A las cuatro me despierto en medio de una oscuridad insondable.

Fijo la vista. A su tiempo, al filo de la cortina acrecerá la luz.

Hasta entonces veo lo que realmente estuvo siempre ahí:

la muerte sin tregua, ahora un día más cercana,

impidiendo cualquier otro pensamiento, salvo cómo,

y dónde, y cuándo moriré.

Estéril interrogante, más el espanto

de morir y estar muerto,

relampaguea de nuevo para horrorizar, para poseer.

La mente desconcertada por el resplandor. No por remordimiento

- el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo que se fue,

desgarrado y sin usar – ni porque, desdichadamente,

se precise mucho tiempo para remontar y liberar

una vida de sus errados comienzos, y puede que nunca se logre;

pero sí por el vacío total y eterno,

la extinción cierta hacia la que viajamos,

y en la que estaremos perdidos para siempre. No estar aquí,

no estar en ninguna parte,

y muy pronto; nada más terrible, nada más verdad.

Es una manera especial de sentir miedo,

que no se esfuma con ningún truco. La religión lo intenta,

ese vasto y apolillado brocado musical

creado para fingir que nunca morimos,

ese rollo engañoso que dice que ningún ser racional

puede temer a una cosa que no sentirá, apartando la mirada

de lo que tememos: no tener ojos, ni oído,

ni tacto, sabor u olor; nada en lo que pensar,

nada que amar o a lo que poder unirnos;

el anestésico del que nadie recobra el sentido.

Quedarse así solamente al borde de la visión,

pequeño borrón desenfocado, con un escalofrío continuo

que debilita y conduce hacia la indecisión cada impulso.

La mayoría de las cosas puede que nunca sucedan: ésta ocurrirá,

y lo certero de su cumplimiento nos hace enfurecer

cuando estamos atrapados en el horno del miedo,

sin compañía, o una copa en la mano. El valor es inútil:

dicho sea, no para que otros se asusten. Ser valiente

no permite a nadie librarse de la tumba.

Lamentada o combatida, la muerte es la misma.

Lentamente la luz se afirma, y la habitación toma forma.

Como un armario, resulta evidente lo que sabemos,

lo que hemos sabido siempre, el saber que no podemos escapar;

y aun así no podemos aceptarlo. Habrá que decidirse.

Entretanto, en oficinas cerradas, los teléfonos agazapados

se preparan para sonar; y todo el impasible,

intrincado y agrietado mundo comienza a despertar.

El cielo es blanco como arcilla, sin sol.

El trabajo nos reclama.

De casa en casa, como médicos, van los carteros.

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Quien se piensa que es el cuerpo, no puede comprender nada.
Por otro lado, el poema es muy malo. No parece de Gamoneda. ¿Es de su último libro? ¿No era precisamente Gamoneda el que hablaba de un pensamiento musical y poético? Aquí, la verdad sea dicha, no se ve nada de eso.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Anónimo: Llevas razón. No entramos en que el poema te parezca muy malo. Naturalmente, es tu opinión, que respetamos plenamente. Pero lo que sí es cierto es que el poema no es de Gamoneda, sino de Philip Larkin. Lo hemos extraído de balconcillos.com/wop, y dado que esta página publica poemas de muchos autores (en línea con lo que hacemos nosotros, aunque no mantiene la cadencia de un poema al día), nos hemos liado. Pero sí: el poema es de Philip Larkin.

Muchísimas gracias por ayudarnos a corregir el error en que habíamos incurrido. Por otro lado, ya lo hemos rectificado en el encabezamiento de la entrada.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Seguimos lamentando lo ocurrido. Otros poemas de Philip Larkin pueden leerse en

http://balconcillos.com/wop/blog/tag/philip-larkin/

Anónimo dijo...

No hay de qué lamentarse. Aunque tras las nubes no se vea, el sol sale cada mañana, al igual que Larkin no pudo ver la realidad detrás del velo.
Saltaba a la vista que no era de Gamoneda.
En cuanto a la calidad del poema, no es que me parezca malo, sino que realmente lo es, quiérase o no reconocerlo.
No pasa nada. Todos los poetas se equivocan alguna vez. Pero a medida que pasan los años deberían ir aprendiendo a dejar en el cajón aquellos textos que no son más que desahogos y que no hacen ver nada nuevo al lector. ¿Acaso una pareja de baile que va a ver una orquesta espera ver en el escenario a una pareja de baile como ellos? No, espera escuchar música y poder bailar. El verdadero artista, aunque tenga cosas en común con el espectador, es y viste diferente al espectador. Lo mismo pasa con el poeta y el lector, por muy de moda que esté eso de decir que el lector es un poeta potencial. (Ya se sabe que la historia se repite y que hay pocas personalidades verdaderas.)
Philip Larkin escribió poemas bastante mejores. Pero supongo que si habéis "colgado" este es porque créeis que os gusta. En fin, yo lo respeto. A veces, en la lectura, los lectores se sienten identificados con lo que dice el autor por haber sentido las mismas cosas. Sin embargo, eso no siempre es señal de calidad. (Y os remito a la pregunta de la pareja de baile para que lo penséis). Tampoco es sinónimo de calidad, claro está, el nombre del autor.
Saludos.

Al dijo...

Yo tampoco hallo belleza en las palabras de Philip Larkin (aquí alguien pudiera removerse en su silla al leer que escribo "belleza").
No obstante ello, no deja de ser una lúcida reflexión, un convincente remedo de esos insomnios sobrevenidos de medianoche, desasosegantes, angustiosos, en los que la relajación de las defensas psicológicas y esa especie de percepción especial de la realidad que nos está vedada en la vigilia diurna, confieren a este estado anímico la virtualidad de que se nos hagan patentes (si bien envueltos en una nube turbia) algunos arcanos, los misterios fundamentales..., que no tienen respuesta convincente.
Pero la poesía no es un ensayo filosófico, ni psicológico... Es otra cosa: inefable, pero que percibe quien tiene la sensibilidad precisa.
Claro que la traducción a otro idioma...

Anónimo dijo...

Sí, Al, lo de la traducción también conviene señalarlo.
Al decir "belleza", por cierto, no he sido yo de los que se han removido de la silla. Sabemos que en poesía puede ser bienvenido el embellecimiento (con lenguaje enriquecido) de la sustancia misma de la belleza. Pero: del mismo modo que una persona puede ganar mucho bien arreglada, un poema sin sustancia puede parecer hermoso sin serlo. Muchas palabras, como tetas, acaban cayendo por su propio peso. Lo importante, pienso yo, es la sustancia, que seguramente sea lo inefable que comentas.

Al dijo...

Es cierto lo que dices, anónimo amigo (¿por qué no un mote?; yo te brindo alguno mío que uso poco).
A veces, el follaje impide que se vea la armadura de los árboles; pero que conste que lo que a menudo confiere belleza a un árbol es el cromatismo y la forma de las hojas, que mutan según las estaciones. Los bosques caducifolios, en el invierno, poseen una belleza bien diversa de la que lucen el resto del año. Entonces, un bosque de castaños y de hayas que frecuento funde los colores locales para fundirse -en mi retina- en una textura erizada de tonos violeta.
En primavera, se vuelve a teñir de un gradual matiz verdoso, hasta la eclosión de las acharoladas hojas nuevas.
¿Más bellos los árboles desnudos o quizá cubiertos de hojas?
Creo que no hay que ser categóricos al respecto: lo mismo puede subyugar el ánimo la contemplación de una sobria capilla mozárabe que perderse entre la crucería flamígera del gótico florido. Poseemos un sensor que se activa ante la belleza..., en todas sus manifestaciones.
Para el avisado, no es difícil discriminar lo que es la sustancia de lo que es mero oropel.
A mí, particularmente, me "llega" más el Renacimiento que el Barroco; prefiero a Buonarroti antes que a Bernini; a Bramante que a Churriguera... Pero, ¿quién es el guapo que no se deja deslumbrar ante un retablo, pongamos por caso, como el de Santa María de la Asunción, en Navarrete? Claro que me conmueve más el "Moisés" que está en San Pietro in Víncoli...
Después de un sobrio claustro cisterciense la filigrana de los estucos andalusíes: todo en el mismo día, que vivir en España reporta alguna que otra ventaja.
La pureza de la forma, la desnudez, lo esencial..., contrapuesto a la filigrana, al horror vacui, al virtuosismo por el virtuosismo.
Pero este abigarramiento de lo formal es hijo de otro lenguaje expresivo, en el que lo de menos es el módulo, la parte, para conformar un universo plástico diferente. Pasa con las pinturas de Jackson Polleck, texturizadas hasta la extenuación a base de infinitos goteos y salpicaduras, pero que en su extrema complejidad tienen una lectura unitaria y parcial a un tiempo.
Esto no es contradictorio con que admire la sobriedad expresiva de numerosos artistas.
Sin apenas darme cuenta, he derivado hacia el campo de las artes plásticas, que me son muy afines. Pero, ¿acaso las diversas artes no son la misma cosa: expresiones multiformes de la BELLEZA?
Pues quien es miembro del club de fans de Góngora, a veces disfruta leyendo a Baroja. O a Azorín, que ya es pasarse.
Saludos, amigo Anónimo. Sorry por el peñazo.

hAiKu dijo...


Para tomarlo
o para no tomarlo,
este desvío.

(CUQUI COVALEDA)

ORáKULO dijo...


Sabes más de lo que crees que sabes.

Ignoras más de lo que crees que ignoras.

Dimes Y Diretes dijo...


Saber lo que es equitativo y no hacerlo, he ahí la cobardía.

(CONFUCIO)

casa de citas dijo...

Pobre es quien recibe, y no da.

(LLULL)

cajón desastre dijo...


Por cada mujer fuerte, cansada de tener que aparentar debilidad, hay un hombre débil cansado de tener que parecer fuerte.