miércoles, 26 de febrero de 2014
Nuestras sombras movidas (por Jorge Teillier)
Sentados frente al fuego que envejece
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.
Ésta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego
y de nuestras sombras movidas por las llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.
Ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.
Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos.
—Yo llenaba esas manos de cerezas, esas
manos llenaban mi vaso de vino—.
Ella mira el fuego que envejece.
miro su rostro sin decir palabra.
Miro el jarro de greda donde aún queda vino,
miro nuestras sombras movidas por las llamas.
Ésta es la misma estación que descubrimos juntos,
a pesar de su rostro frente al fuego
y de nuestras sombras movidas por las llamas.
Quizás si yo pudiera encontrar una palabra.
Ésta es la misma estación que descubrimos juntos:
aún cae una gotera, brilla el cerezo tras la lluvia.
Pero nuestras sombras movidas por las llamas
viven más que nosotros.
Sí, ésta es la misma estación que descubrimos juntos.
—Yo llenaba esas manos de cerezas, esas
manos llenaban mi vaso de vino—.
Ella mira el fuego que envejece.
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5 comentarios:
Estaciones descubiertas juntos y las sombras crepitando y moviéndose al compás, como un péndulo que oscila al paso de dos vidas. Tic tac. Tic tac
Cuando un fraile muere
dicen los demás:
-Una boca menos
y una ración más.
Aprendo de mis errores. La segunda vez soy capaz de cometer el mismo error con mayor soltura y naturalidad.
Mal agradece al maestro quien nunca pasa de discipulo.
(NIETZSCHE)
Lo que más me reconcilia con mi propia muerte es la imagen de un lugar: un lugar en el que tus huesos y los míos sean sepultados, tirados, desenterrados juntos. Allí estarán desperdigados en confuso desorden. Una de tus costillas reposa contra mi cráneo. Un metacarpio de mi mano izquierda yace dentro de tu pelvis. (Como una flor, recostado en mis costillas rotas, tu pecho.) Esparcidos como la grava, los cientos de huesos de nuestros pies.
(BERGER)
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