martes, 15 de abril de 2014
De los cuerpos y las cosas que otro amó (por Claudia Masín)
Yo comprendo la pasión de los astrónomos,
las noches en vela, la atención dispuesta
a captar, de entre todo lo que existe,
cierta fosforescencia en el cielo. Podría decir,
como ellos, que las cosas que me importan
no suceden en el mundo. La mirada vive, en lo que ve,
una segunda vida, más real que la primera, más intensa.
Yo pensaba que mirándote siempre, en todos los momentos,
los instantes preciosos que guardabas dentro de tu cuerpo
se transferirían a mi propia constelación
de recuerdos, y lo deseaba con tanta fuerza que creí
ver con tus ojos –sin haberme movido jamás de esta ciudad
o de este cuarto- los detalles de tu casa natal, las tormentas
de nieve en un pueblito del sur, la tierra
completamente roja en el otoño, invadida por las hojas
de los arces, dos pies pequeños y descalzos
cubiertos por el barro, el rostro de tu madre.
Quizás la intimidad entre dos seres dura
lo que dura ese momento en que sabemos
de los cuerpos y las cosas que otro amó
en otro tiempo. O acaso nadie alcance a rozar,
ni en su deseo, las imágenes ajenas,
y estés sola, y yo esté solo, y sea el nuestro
-como el recorrido de las familias de esquimales hacia el sol
sobre la nieve- un viaje del cual no queda huella.
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6 comentarios:
Compartimos la vida con otra persona y a veces en medio de la noche estamos durmiendo al lado de un perfecto extraño. El hombre, la mujer de mi vida es un desconocido. ¿Qué hace ese o esa en mi cama? ¿Quién es usted?
Por eso, Agri, hay que cambiar de vez en cuando de copiloto para así conocer a más gente.
El matrimonio hace extraños compañeros de cama.
Se disfruta más de los extraños.
Ella juega con su gata,
y es cosa digna de ver
–mano blanca, blanca pata–
el juego al atardecer.
Dice más el sabio cuando calla que el necio cuando habla.
(FULLER)
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