lunes, 29 de septiembre de 2014
Todo se fue alejando (por Philip Larkin)
La mirada apenas los distingue
de la fresca sombra que los cobija,
hasta que el viento alborota la cola y la melena;
entonces uno pasta, da unos pasos
–el otro parece observarlo–
y se detiene de nuevo en su anonimato.
Sin embargo, hace quince años
quizá dos docenas de carreras bastaron
para que entraran en la leyenda: lentas tardes
de copas, apuestas y hándicaps,
en las que sus nombres quedaron grabados
en desvaídos junios clásicos.
Colores en la salida: recortados contra el cielo
números y parasoles: fuera
escuadrones de coches vacíos y el calor,
y desperdicios en la hierba: el grito prolongado
que queda flotando hasta que remite y se imprime
en las columnas de última hora de los periódicos.
¿Quizá los recuerdos rondan sus oídos como moscas?
Sacuden la cabeza. El crepúsculo llena las sombras.
Verano tras verano todo se fue alejando,
los cajones de salida, el gentío y los gritos:
todo menos esos apacibles prados.
Sus nombres sobreviven en los almanaques; pero ellos
han olvidado sus nombres, y descansan,
o emprenden un galope que debe ser de alegría,
y ya no los siguen los prismáticos
ni los vaticinios de un cronómetro impertinente:
solo el mozo, y el hijo del mozo,
con las bridas cuando llega la noche.
de la fresca sombra que los cobija,
hasta que el viento alborota la cola y la melena;
entonces uno pasta, da unos pasos
–el otro parece observarlo–
y se detiene de nuevo en su anonimato.
Sin embargo, hace quince años
quizá dos docenas de carreras bastaron
para que entraran en la leyenda: lentas tardes
de copas, apuestas y hándicaps,
en las que sus nombres quedaron grabados
en desvaídos junios clásicos.
Colores en la salida: recortados contra el cielo
números y parasoles: fuera
escuadrones de coches vacíos y el calor,
y desperdicios en la hierba: el grito prolongado
que queda flotando hasta que remite y se imprime
en las columnas de última hora de los periódicos.
¿Quizá los recuerdos rondan sus oídos como moscas?
Sacuden la cabeza. El crepúsculo llena las sombras.
Verano tras verano todo se fue alejando,
los cajones de salida, el gentío y los gritos:
todo menos esos apacibles prados.
Sus nombres sobreviven en los almanaques; pero ellos
han olvidado sus nombres, y descansan,
o emprenden un galope que debe ser de alegría,
y ya no los siguen los prismáticos
ni los vaticinios de un cronómetro impertinente:
solo el mozo, y el hijo del mozo,
con las bridas cuando llega la noche.
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6 comentarios:
Dios que da la llaga, da también la medicina.
Lo que se gana con la inteligencia, se pierde con la ira.
(proverbio húngaro)
No entiendes algo realmente hasta que no eres capaz de explicárselo a tu abuela.
(EINSTEIN)
Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios.
(CÉSAR VALLEJO)
No hay mañana que no se vuelva ayer.
(proverbio polaco)
Yo me agarro a las paredes
cuando te encuentro en la calle,
chiquilla, pa no caerme.
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