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martes, 6 de marzo de 2018

Seguro que se llama Encarni o Chary (por Miguel d' Ors)


Mira que es ordinaria y gorda. ¡Y esa falda!
Seguro que se llama Encarni o Chary
(no serás tan cenizo de suponerla Yénifer).
Seguro que se sabe todos los culebrones.
Seguro que habla azín —y con el chicle
asomando por medio de cada tontería—.
Peluquera o cajera, muy sincera,
moderna con su pircin,
chismosa, con un punto rociero
y loca por «salir»: todos los requisitos
de la mujer que tú siempre has soñado
en tus más negras pesadillas.

Y,
sin embargo —confiésalo—, por un instante, sólo
el tiempo de un destello,
algo dentro de ti la ha envidiado: esa mano
apoyada en su hombro,
la mano de ese novio de barriada,
también vulgar y chata, hecha al ladrillo
y el soplete, esa mano que, pese a todo, tú
sabes que, a su manera, es el Amor.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Quien no haya tenido una novia choni o cani no sabe lo que es el amor.

Cide Hamete Benengeli dijo...

Yo maldigo a la persona
que a mí me enseñó a querer,
porque yo tenía sentío
y ahora lo voy a perder.

Fred dijo...

Me han dicho hace unos días que se ha muerto. No tenía noticia suya desde los días de la huída, de aquel pretexto que ahora me avergüenza. Seguía ella con sus poemas de ingenua torpeza, cándidos y a la vez estremecidos.
Ya no le puedo regalar el alma con las dulzuras que debiera, que le debo.

zUmO dE pOeSíA (emilia, aitor y cía.) dijo...

Lo sentimos, amigo F.

Una gran alegría es saber que siempre, aunque no intervengas, andas por aquí entre bastidores.

F. dijo...

Os quiero. Hace unos días revolviendo en un archivo, me di con unos escritos de años atrás, cuando me divertía intercambiando con Aitor macarrones del Siglo de Oro: él Sansón Carrasco, servidor el Flaco de la Mancha o algún trasunto suyo. Hay uno que traigo aquí de nuevo que me gustó especialmente, y que me inspiró la peli "Shakespeare in love":

GUILLERMO DESESPERARES

Grande es el talento de Guillermo Desesperares: pone a la luz del sol la entretela del jubón que le ciñe su pecho de poeta y fluye de él un aroma acre de hidalgo tardo en mudarse la camisa. Estoy por aventurar que los lindres habitan la espesura del cabello y que las uñas ha de tener de luto y harto descuidadas. Está flaco, duerme poco, bebe más.
El tabuco en el que vive desconoce el jabón y el estropajo. Apenas un retazo del cielo gris se alcanza a ver por un ventano, que proyecta un cuadrilátero de luz mortecina sobre el tablón a medio desbastar en que labora el poeta. Huele a col, a tocino rancio, a orines.
Acaba de irse su amigo amado; aún la huella del cuerpo juvenil permanece en el embozo de la cama. 
Termina al fin el poema que le tiene absorto, deja la pluma enhiesta en el tintero, se acaricia el lóbulo de la oreja, con el mirar perdido y pensativo. Vuelve a tomar la pluma y enmienda sobre el papel lo escrito: donde pecho puso, queda senos; donde dios, resulta diosa; tórnase en amada amado.
Vive Dios que el gran Desesperares está fervientemente enamorado.
Y yo, de doña Dulcinea de amor enajenado.