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miércoles, 12 de agosto de 2020

Mi cabeza estadística (por Wislawa Szymborska)


En la fotografía de la muchedumbre
mi cabeza es la séptima desde el margen,
o tal vez la cuarta a la izquierda,
o la veinte desde abajo;

no sé cuál es mi cabeza,
ya no una, no única,
ya parecida a las parecidas,
ni femenina, ni masculina,

las señales que me hace
no son ningún rasgo personal;

tal vez la ve el Espíritu del Tiempo,
pero no la mira;

mi cabeza estadística
que consume acero y cables
tranquilísima, globalísimamente;

sin la vergüenza de ser una cualquiera,
sin la desesperación de ser cambiable;

como si no la tuviera en absoluto
a mi modo y por separado;
como si se hubiera desenterrado un cementerio
lleno de cráneos anónimos
en aceptable estado de conservación
a pesar de su mortalidad;

como si ya hubiera estado allí
-mi cabeza, una cualquiera, ajena-

donde, si recuerda algo,
es quizá el profundo futuro.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un número con piernas

Isidoro Capdepón dijo...

Lo primero que hicieron los nazis a los presos de los campos de concentración fue quitarles sus nombres y tatuarles un número en la piel. Ser un número es ser algo: una cosa. No ser alguien en el mundo.

Lloviendo amares dijo...


SECÁNDOSE RÁPIDAMENTE (Wislawa Szymborska)

La realidad exige que también mencionemos esto: la vida sigue. Continúa en Cannae y en Borodino, en Kosovo Polie y en Guernica. Hay una estación de gasolina en una pequeña plaza de Jericó, pintura fresca en los bancos del parque de Bila Hora. Las cartas se cruzan entre Pearl Harbor y Hastings, una camioneta pasa debajo del ojo del león de Queronea, y los florecientes huertos cerca de Verdún no pueden escapar al atmosférico frente que se aproxima. Hay tanto Todo que la Nada se esconde casi gentilmente. La música brota de los yates anclados en Accio y las parejas bailan en las cubiertas bañadas por el sol. Hay tantas cosas sucediendo siempre que deben estar pasando en todas partes. Donde no hay ni una sola piedra en pie vemos al Hombre de los Helados rodeado de niños. Donde Hiroshima estuvo, Hiroshima está de nuevo, produciendo cosas para el uso de cada día. Este terrible mundo no está desprovisto de encantos, de las mañanas que hacen inestimables los despertares. La hierba es verde en los campos de Maciejowice, y salpicada de rocío, como es lo normal de la hierba. Quizá todos los campos son campos de batalla, todas las tierras lo son, las que recordamos y las que se han olvidado: los bosques de abedules, cedros, abetos, la blanca nieve, las amarillas arenas, la gris grava, los iridiscentes pantanos, los cañones de negra derrota, donde, en tiempos de crisis, puedes esconderte debajo de un arbusto. ¿Qué moral sacamos de esto? Probablemente ninguna. Sólo que la sangre fluye, secándose rápidamente, y, como siempre, unos cuantos ríos, unas cuantas nubes. Sobre trágicos pasos de montañas el viento hace volar sombreros de cabezas inconscientes y no podemos evitar reírnos de eso.