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lunes, 3 de agosto de 2020

Insomnio (por Jorge Luis Borges)


De fierro,
de encorvados tirantes de enorme fierro tiene que ser la noche,
para que no la revienten y la desfonden
las muchas cosas que mis abarrotados ojos han visto,
las duras cosas que insoportablemente la pueblan.

Mi cuerpo ha fatigado los niveles, las temperaturas, las luces:
en vagones de largo ferrocarril,
en un banquete de hombres que se aborrecen,
en el filo mellado de los suburbios,
en una quinta calurosa de estatuas húmedas,
en la noche repleta donde abundan el caballo y el hombre.

El universo de esta noche tiene la vastedad
del olvido y la precisión de la fiebre.

En vano quiero distraerme del cuerpo
y del desvelo de un espejo incesante
que lo prodiga y que lo acecha
y de la casa que repite sus patios
y del mundo que sigue hasta un despedazado arrabal
de callejones donde el viento se cansa y de barro torpe.

En vano espero
las desintegraciones y los símbolos que preceden al sueño.

Sigue la historia universal:
los rumbos minuciosos de la muerte en las caries dentales,
la circulación de mi sangre y de los planetas.

(He odiado el agua crapulosa de un charco,
he aborrecido en el atardecer el canto del pájaro.)

Las fatigadas leguas incesantes del suburbio del Sur,
leguas de pampa basurera y obscena, leguas de execración,
no se quieren ir del recuerdo.
Lotes anegadizos, ranchos en montón como perros,
charcos de plata fétida:
soy el aborrecible centinela de esas colocaciones inmóviles.
Alambre, terraplenes, papeles muertos, sobras de Buenos Aires.

Creo esta noche en la terrible inmortalidad:
ningún hombre ha muerto en el tiempo, ninguna mujer,
ningún muerto,
—aunque se oculten en la corrupción y en los siglos—,
y condenarlos a vigilia espantosa.

Toscas nubes color borra de vino inflamarán el cielo;
amanecerá en mis párpados apretados.



3 comentarios:

M.H dijo...

Sube el consumo de orfidal , en su tiempo Borges tendría que haberse convertido en heroinomano para combatir el insomnio, un precio muy caro sin duda .
El Universo de esta noche tiene la vastedad del olvido ( bebe y olvida , gel ,distancia y mascarilla ) y la precisión de la fiebre ( el virus propagandose )
En la noche repleta donde abunda el caballo y el hombre ( y la coca, el fumeque ,y el botellón ) .

Ángela dijo...

El sueño de la razón produce monstruos (escribió Goya).

Lloviendo amares dijo...

No, otra vez no cabía error alguno: se escuchaban claramente los bufidos. El pequeño pasillo, si se ubicaba uno convenientemente, nos permitía empezar a verlos: eran todos ejemplares grandes y se movían como empujados desde atrás por una fuerza cuyo origen quedaba fuera de nuestro campo visual, que iba de derecha a izquierda del pasillo. Búfalos, mayormente. Tal vez eran bisontes. Cualquier mayoría automáticamente cansa un poco. Pero había también un toro negro, y alcancé a ver la cornamenta de un reno, que parecía, dentro de la relativa lentitud apareada con desenfreno con que se movía esta tropa venida de quién sabe dónde, el más asustado de todos; aunque entre las bestias no se distinguía ningún caballo, se observaban en cambio algunos ejemplares robustos de tapir y estoy casi seguro de que eso otro que avanzaba por el medio era un hipopótamo de piel húmeda, además de un terrible rinoceronte de piel escamosa y tan seca, como si nunca hubiese estado en contacto siquiera con el agua de la lluvia. Todos los animales emitían fortísimos sonidos, que se confundían entre sí, gruñidos, rugidos guturales, bufidos sobre todo; como si el apuro que movía la corriente de derecha a izquierda por momentos se hiciera más intensa y este verdadero vendaval de bestias no terminaba de pasar, a pesar de que el lugar -lo conozco bien de
día- es bastante angosto; retumban sus patas como un galope espantoso, o al menos espantado, pero ya dije que se veían moverse de forma lenta, por la falta de espacio, intercambiando, eso sí, sus posiciones en la manada, y en un momento vi caer a uno de los animales, con el consiguiente revuelo de enormes e incómodos cuerpos alrededor. Me di cuenta entonces de que en la mayoría de los casos estos animales debían luchar toda la vida con esos cuerpos inadecuados, demasiado determinados y determinantes, sea en lo húmedo o en lo seco, en la marcha o en la quietud, en los momentos de paz o en los momentos de guerra, en los días de andar simplemente por ahí y en los días de su muerte. Y eso volvía a aprender cada noche, cuando empezaban los bufidos, los gruñidos, los olores inconfundibles del regreso de la manada, aunque me siento capaz de asegurar que nunca se trataba de las mismas especies, ni de los mismos ejemplares.

( Robert Rivas )