El árbol sabe, con sus raíces y sus ramas,
todo aquello que puede ser un árbol:
¿o acaso también falta
a su mitad visible otro esplendor
que es lo que está sufriendo y anhelando?
No lo sabemos. Pero él
no necesita conocerse. Basta
que su misterio sea, sin palabras
que vayan a decirle lo que es, lo que no es.
El árbol, majestuoso como un árbol,
lleno de identidad hasta las puntas,
puede medirse cara a cara con el ángel.
Y nosotros ¿con quién nos mediremos,
quién ha de compartir nuestra congoja?
Ved ese rostro, escrutad esa mirada
donde lo que brilla es un vacío,
repasad como en sueños
esas líneas dolorosas en tomo de los labios,
ese surco que ha de ahondarse en la mejilla,
la desolada playa de la frente,
la nariz como un túmulo funesto. ¡Qué devastado reino,
qué fiero y melancólico despojo, humeando todavía!
Sólo otro rostro podría comprenderlo.
Así nos miramos cara a cara, el alma desollada,
con el secreto júbilo insondable que nos funda,
que está hecho de vergüenza
y de un extraño honor.
7 comentarios:
Sólo tú, árbol, a los ángeles tratas de tú a tú.
Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad.
De lo que nada cuesta, llena la cesta.
Cuando te encuentro en la calle
el sentido se me quita
y me agarro a las paredes
hasta perderte de vista.
¿Viajar? Solo a países que no existen. El mundo es más hondo que extenso. Yo podría pasarme tardes enteras contemplando una pared blanca y nunca terminaría de descubrir maravillas. Esta calle que recorro cada día a la misma hora –de casa a la Biblioteca, de la Biblioteca a casa– encierra ya toda la infinita variedad del Universo. ¿Viajar? Que viaje el que huye o el que no sabe ver.
(SANZ ECHEVARRÍA)
No viaja en Talgo
ni en tren de cercanías
don Juan Tenorio.
(CUQUI COVALEDA)
Tembloroso de hormigas, ebrio de soles, sumergido entre líquenes, este tronco se pudre. Quiero decir que su corteza se hermana con el suelo y llena el vientre del planeta, mientras aún su corazón, asomado a la noche, se está desposando con la luna. Belleza, podredumbre, ¿de qué hablamos? Una sola palabra, una, bastaría para cantar. Feliz el que enmudece ante sí mismo.
(VICENTE GALLEGO)
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