lunes, 14 de julio de 2014
Para que la verdad no nos mate (por Ray Bradbury)
¿Sólo conoces lo real? Cae muerto.
Eso dijo Nietzsche.
Tenemos el arte para que la verdad no nos mate.
El mundo es demasiado para nosotros.
Después de cuarenta días el diluvio sigue.
Las ovejas que pastan allá lejos son chacales.
Ese tictac en tu cabeza es de verdad el tiempo
y vendrá por la noche a sepultarte.
El tibio niño que ahora duerme partirá en el alba,
y con tu corazón irá hacia mundos que ignoras.
Y por eso
necesitamos que el arte enseñe a respirar
y haga latir la sangre; tener que aceptar la cercanía
del diablo
y la edad y la sombra y el coche que atropella,
y al payaso con máscara de muerte
o la calavera que con corona de bufón
a medianoche agita cascabeles
de óxido sangriento y matracas gruñonas
que estremecen los huesos del desván.
Tanto, tanto, tanto... ¡Demasiado!
¡Destroza el corazón!
¿Y entonces? Encuentra el arte.
Toma el pincel. Aviva el paso. Mueve las piernas.
Baila. Prueba el poema. Escribe teatro.
Más hace Milton que Dios, aun borracho,
para justificar los modos del hombre con el hombre.
Y el divagante Melville se toma en serio la tarea
de encontrar la máscara bajo la máscara.
Y la homilía de Emily D. señala el basurero
de nuestras anomalías.
Y Shakespeare envenena el dardo de la muerte
y la herramienta de un arte de enterrador.
Y Poe construye un arca de huesos
porque ha presentido un diluvio de sangre.
La muerte es una dolorosa muela del juicio;
extrae esa verdad con las tenazas del arte
y emploma el abismo en donde estaba
oculta en las sombras con el tiempo y las causas.
Aunque el Gusano Rey nos devore el corazón
con la boca de Yorick demos gracias al arte.
Eso dijo Nietzsche.
Tenemos el arte para que la verdad no nos mate.
El mundo es demasiado para nosotros.
Después de cuarenta días el diluvio sigue.
Las ovejas que pastan allá lejos son chacales.
Ese tictac en tu cabeza es de verdad el tiempo
y vendrá por la noche a sepultarte.
El tibio niño que ahora duerme partirá en el alba,
y con tu corazón irá hacia mundos que ignoras.
Y por eso
necesitamos que el arte enseñe a respirar
y haga latir la sangre; tener que aceptar la cercanía
del diablo
y la edad y la sombra y el coche que atropella,
y al payaso con máscara de muerte
o la calavera que con corona de bufón
a medianoche agita cascabeles
de óxido sangriento y matracas gruñonas
que estremecen los huesos del desván.
Tanto, tanto, tanto... ¡Demasiado!
¡Destroza el corazón!
¿Y entonces? Encuentra el arte.
Toma el pincel. Aviva el paso. Mueve las piernas.
Baila. Prueba el poema. Escribe teatro.
Más hace Milton que Dios, aun borracho,
para justificar los modos del hombre con el hombre.
Y el divagante Melville se toma en serio la tarea
de encontrar la máscara bajo la máscara.
Y la homilía de Emily D. señala el basurero
de nuestras anomalías.
Y Shakespeare envenena el dardo de la muerte
y la herramienta de un arte de enterrador.
Y Poe construye un arca de huesos
porque ha presentido un diluvio de sangre.
La muerte es una dolorosa muela del juicio;
extrae esa verdad con las tenazas del arte
y emploma el abismo en donde estaba
oculta en las sombras con el tiempo y las causas.
Aunque el Gusano Rey nos devore el corazón
con la boca de Yorick demos gracias al arte.
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4 comentarios:
Saber y no recordar es lo mismo que ignorar.
Ninguna hormiga
infringe la Ordenanza
del Hormiguero.
(CUQUI COVALEDA)
Cuando trataba con alienistas y gentes de igual condición, definieron en sesudo conciliábulo mi estado mental. De forma precisa. No recuerdo la expresión exacta. Es decir que, más o menos, era normal. En términos coloquiales, para entendernos, venían a decir, a grandes rasgos, sin matizar, que vivía la vida como espectador, la veía desde un lugar que estaba fuera del escenario. No es grave, decían, hay cientos como usted.
(PEDRO MARTÍNEZ)
Ejercido en la silenciosa noche
cuando sólo la luna se enfurece
y los amantes yacen juntos
con todas las penas en sus brazos,
junto a la luz que canta yo trabajo,
no por ambición o por el pan
no por ambición o tráfico de encantos
en escenarios de marfil,
sino por ese salario mínimo
de sus secretos corazones.
No para el hombre orgulloso
que se aparta de la luna enfurecida
escribo yo estas páginas de espumas efímeras,
ni para los muertos que se alzan
entre sus ruiseñores y sus salmos,
sino para los amantes, para sus brazos
que abrazan la tristeza de los siglos,
que no pagan con elogios ni salarios
y no hacen ningún caso alguno de mi oficio o arte.
(DYLAN THOMAS)
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