Mi abuelo,
que lo sabía todo del mundo,
que podía agarrar un relámpago de trucha con la mano,
que sabía silbar en lenguas para atraer a los jilgueros,
que conocía las horas en que se podía atravesar el túnel
sin peligro de encontrarse con un tren de frente,
que sabía cuándo envidar y cuándo callar,
mi abuelo que tumbó a un irlandés de dos metros
a coñacs, que se salvó de un tren que cayó al río,
mi abuelo que asaba las mejores castañas del mundo,
mi abuelo que me llevaba de la mano
a descubrir la tierra,
mi abuelo
confunde el día con la noche, duerme si hay sol
y en cuanto oscurece entra en una vigilia enloquecida,
abre puertas, enciende luces, despierta, grita,
y yo, acostumbrado a aprender de él,
me niego a creer que sea verdad
que ha perdido la cabeza,
y paso las noches abriendo puertas,
encendiendo luces, buscando desesperado
en todo esto una lección postrera
aterrado no sé
si por no encontrarla, o por entenderla.
7 comentarios:
Curiosa coincidencia o complemento entre este poema y el "Sujetamos recuerdos" de Begoña Abad, que publicasteis hace días y está más abajo. Drama éste del alzéimer y su cruel vivencia de desmemoria. Se demuestra una vez más que del dolor nace la mejor poesía. Saludos cordiales.
Para todo mal, mezcal. Para todo bien, también.
Quién lo hubiera de decir:
Que una cosita tan dulce
tuviera amarguito el fin.
La muerte sigue nuestros pasos, nos aguarda en las esquinas, llama a nuestra puerta cuando menos lo esperamos, tiene nuestro rostro al mirarnos al espejo. Se lleva a nuestros padres, a nuestros amigos, husmea en nuestros armarios, enmudece a los escritores que amamos. Los muertos están en nuestras palabras, en nuestros recuerdos, cuando entramos en un cuarto, cuando recorremos una calle o visitamos un jardín, cuando leemos un libro. Nos siguen a todos los sitios, velan nuestros sueños, se sientan en la mesa con nosotros.
(GUSTAVO MARTÍN GARZO)
Quien no aprende de lo que le enseñan, tiene que aprender de lo que le pasa. Esta segunda forma puede ser más eficaz, pero también es siempre más dolorosa.
Más quisiera, morena,
dormir contigo
que tener la panera
llena de trigo.
Hay que tomar notas, hay que subrayar, hay que luchar contra el texto, escribiendo al margen: “¡Qué estupideces! ¡Vaya ideas!”. No hay nada tan fascinante como las notas marginales de los grandes escritores. Es un diálogo vivo. Erasmo dijo: “El que no tiene libros destrozados es que no los ha leído”.
(STEINER)
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