martes, 15 de julio de 2014
Un viaje (por Carlos Martínez Rivas)
Día y noche golpeaba el pie de tu sonrisa.
Pero tú no me oías. Te llamé con abejas...
y nada. Con gorriones... tampoco. Con caballos...
y tu pecho seguía cerrado.
Hasta que un día,
cuando todo era inútil y la cosa parecía perdida,
se me ocurrió llamarte a ti contigo misma.
Y por medio de ti llegar a ti. Y di en el clavo.
Fue leve, como un zarpazo de violeta,
como un puñetazo de abanico. Pero sonó la aldaba,
rechinaste... y te fui abriendo toda,
como una puerta, y penetré en tu nombre.
Por eso, y desde entonces:
Para el día y la noche.
Para los dolorosos y quebrantados ojos
que dejaste perdidos. Para todos los días
y todas las noches de la vida. Para que el mar y el fuego
te coronen y tejan para ti una guirnalda.
Para que el viento venga. Para que el vino venga
y te diga: "¡Levántate y anda!
Corta un racimo de uvas, y sígueme".
Para que pidas todo lo que te dé la gana:
El laurel,
el espejo,
la guitarra.
El lirio
blanco como una niña después de un accidente.
El árbol,
la pianola,
el reloj,
la naranja.
El paisaje que espera en el fondo del vaso
dar de beber al ojo lo que no bebió el labio.
El frutero en donde cabe todo el verano,
y el sofá dentro de una pecera con violines.
La fuente donde el líquen sueña sus catedrales.
El clavel que en el tallo se enciende como un fósforo
y el pájaro que sueña atornillado a un trino.
En fin para que todas las cosas de la tierra,
para que todas las cosas trémulas y hermosas de la tierra
descansen en el hueco
de cada una de esas manos tuyas que yo amo
y en doble arroyo lleguen hasta tu boca pura:
te levanté una rosa lo más alto que pude.
Te he construido una casa sitiada por la espuma.
Pon el oído en esa rosa, y oye lo que su olor te dice.
Húndete en esta casa que te hice, y habítala.
Y bébete esta copa de agua con golondrinas.
Porque tú... Pero espera. No vayamos tan lejos.
Creo que ya va siendo hora de que me explique.
Yadira, aquí me tienes:
solo, como los monogramas en los pañuelos.
Y desde Granada, desde el Colegio.
Sobre mi ventana que da al Lago de Nicaragua,
y en esta hora, te recuerdo, y pienso:
Era entonces en San José de Costa Rica...
En el Barrio Amón, y en la misma esquina de tu casa,
de tu casa con barandas...
Ahora ya de lejos,
toda la ciudad cabe en tu pequeño nombre.
Y por eso, hasta las cosas más pequeñas, todo,
lo tomo y lo empujo hacia ti para que brille.
Me refiero a las vueltas alrededor del parque,
a los discos en moda de ese tiempo;
a las interminables partidas de ping pong
en el asueto de los sábados por la tarde.
A tus vestidos con un barco bordado en la bolsa,
y a los paseos en bicicleta
por los alrededores de la capital...
Cosas que no valen la pena,
pero que yo las canto -y lo hago ardientemente-
porque en torno de esto hay algo tuyo que se reúne:
un desprendido pétalo que llega de tu cielo.
Un pedazo de espuma caído de tu espuma.
Un resto de palomas, una pelusa de alma.
Pero es el caso que yo no me conformo con eso.
Que ninguno de nosotros puede conformarse con eso.
Porque tú no eres únicamente
esa niña que juega ping pong, sonríe,
y se vuelve manzana cuando cumple quince años.
Hay algo más en ti. Esa tu otra tú
que te aguarda en el sueño de tu desnudo puro.
Y a esto es, precisamente, a lo que vengo:
vas a emprender un viaje que nunca habías hecho.
Conmigo. Tú y yo, solos. Nosotros dos, volando
hacia los otros dos nosotros que nos esperan
allá, sobre las nubes de luz fría,
entre un camino de lámparas, paseándose,
altos, eternos y definitivos.
Prepárate. Iguala
tu reloj de pulsera con el reloj del aire.
Y ahora mismo, mientras todos bailan,
y en tu puerto el alcalde y el comandante juegan
una partida de ajedrez para mientras llega el barco,
tú y yo nos vamos.
Deja que todo quede como está, en desorden.
Y date prisa. Tenemos todo el día por delante
pero el camino es largo.
Llegaremos allá cuando las estrellas brillen.
Prepárate para el salto.
Y que el aire sea con nosotros.
Listos.
¡A la una...
a las dos...
y a las...
tres!
Pero tú no me oías. Te llamé con abejas...
y nada. Con gorriones... tampoco. Con caballos...
y tu pecho seguía cerrado.
Hasta que un día,
cuando todo era inútil y la cosa parecía perdida,
se me ocurrió llamarte a ti contigo misma.
Y por medio de ti llegar a ti. Y di en el clavo.
Fue leve, como un zarpazo de violeta,
como un puñetazo de abanico. Pero sonó la aldaba,
rechinaste... y te fui abriendo toda,
como una puerta, y penetré en tu nombre.
Por eso, y desde entonces:
Para el día y la noche.
Para los dolorosos y quebrantados ojos
que dejaste perdidos. Para todos los días
y todas las noches de la vida. Para que el mar y el fuego
te coronen y tejan para ti una guirnalda.
Para que el viento venga. Para que el vino venga
y te diga: "¡Levántate y anda!
Corta un racimo de uvas, y sígueme".
Para que pidas todo lo que te dé la gana:
El laurel,
el espejo,
la guitarra.
El lirio
blanco como una niña después de un accidente.
El árbol,
la pianola,
el reloj,
la naranja.
El paisaje que espera en el fondo del vaso
dar de beber al ojo lo que no bebió el labio.
El frutero en donde cabe todo el verano,
y el sofá dentro de una pecera con violines.
La fuente donde el líquen sueña sus catedrales.
El clavel que en el tallo se enciende como un fósforo
y el pájaro que sueña atornillado a un trino.
En fin para que todas las cosas de la tierra,
para que todas las cosas trémulas y hermosas de la tierra
descansen en el hueco
de cada una de esas manos tuyas que yo amo
y en doble arroyo lleguen hasta tu boca pura:
te levanté una rosa lo más alto que pude.
Te he construido una casa sitiada por la espuma.
Pon el oído en esa rosa, y oye lo que su olor te dice.
Húndete en esta casa que te hice, y habítala.
Y bébete esta copa de agua con golondrinas.
Porque tú... Pero espera. No vayamos tan lejos.
Creo que ya va siendo hora de que me explique.
Yadira, aquí me tienes:
solo, como los monogramas en los pañuelos.
Y desde Granada, desde el Colegio.
Sobre mi ventana que da al Lago de Nicaragua,
y en esta hora, te recuerdo, y pienso:
Era entonces en San José de Costa Rica...
En el Barrio Amón, y en la misma esquina de tu casa,
de tu casa con barandas...
Ahora ya de lejos,
toda la ciudad cabe en tu pequeño nombre.
Y por eso, hasta las cosas más pequeñas, todo,
lo tomo y lo empujo hacia ti para que brille.
Me refiero a las vueltas alrededor del parque,
a los discos en moda de ese tiempo;
a las interminables partidas de ping pong
en el asueto de los sábados por la tarde.
A tus vestidos con un barco bordado en la bolsa,
y a los paseos en bicicleta
por los alrededores de la capital...
Cosas que no valen la pena,
pero que yo las canto -y lo hago ardientemente-
porque en torno de esto hay algo tuyo que se reúne:
un desprendido pétalo que llega de tu cielo.
Un pedazo de espuma caído de tu espuma.
Un resto de palomas, una pelusa de alma.
Pero es el caso que yo no me conformo con eso.
Que ninguno de nosotros puede conformarse con eso.
Porque tú no eres únicamente
esa niña que juega ping pong, sonríe,
y se vuelve manzana cuando cumple quince años.
Hay algo más en ti. Esa tu otra tú
que te aguarda en el sueño de tu desnudo puro.
Y a esto es, precisamente, a lo que vengo:
vas a emprender un viaje que nunca habías hecho.
Conmigo. Tú y yo, solos. Nosotros dos, volando
hacia los otros dos nosotros que nos esperan
allá, sobre las nubes de luz fría,
entre un camino de lámparas, paseándose,
altos, eternos y definitivos.
Prepárate. Iguala
tu reloj de pulsera con el reloj del aire.
Y ahora mismo, mientras todos bailan,
y en tu puerto el alcalde y el comandante juegan
una partida de ajedrez para mientras llega el barco,
tú y yo nos vamos.
Deja que todo quede como está, en desorden.
Y date prisa. Tenemos todo el día por delante
pero el camino es largo.
Llegaremos allá cuando las estrellas brillen.
Prepárate para el salto.
Y que el aire sea con nosotros.
Listos.
¡A la una...
a las dos...
y a las...
tres!
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5 comentarios:
Cuando yo te vi venir
le dije a mi corazón:
¡Qué bonita piedrecita
para dar un tropezón!
Cazador que habla demasiado, vuelve a casa de vacío.
(proverbio marroquí)
El estilo nace de los límites.
(SABINA)
La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho.
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase, sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.
(AGUSTÍN DE HIPONA)
Amor, un encuentro de dos salivas… Todos los sentimientos extraen su absoluto de la miseria de las glándulas.
(CIORAN)
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